1.Introducción
La pobreza y el cambio climático son percibidos cada día con más claridad como los principales retos mundiales del siglo XXI y como dos problemas interconectados. La insatisfacción de las necesidades humanas básicas ha sido el problema más importante al que se ha enfrentado la humanidad desde sus orígenes, pero el intento de superarla por medio del desarrollo económico, aparte de llegar solamente a una parte privilegiada de la población, está provocando como efecto secundario el desafío más urgente de los próximos años, la crisis climática. El desarrollo ha sido uno de los principales objetos de estudio en ciencias sociales desde el nacimiento de sus diferentes disciplinas, mientras que la sostenibilidad ha comenzado a serlo recientemente, tras muchas décadas de investigación en ciencias experimentales, aunque su importancia crece a gran ritmo, como demuestra la cantidad de libros y artículos publicados en los últimos años sobre la dimensión social del cambio climático. La preocupación por el medio ambiente comienza a extenderse en las últimas décadas del siglo XX, tras la publicación en 1972 del informe Los límites del crecimiento por encargo del Club de Roma (Meadows et al., 1972), con una gran influencia tanto académica como mediática. Las primeras organizaciones no gubernamentales y partidos políticos ecologistas se constituyen en Europa en los años posteriores (Folchi, 2019) y, desde entonces, la presión social para que los gobiernos hagan algo no ha dejado de aumentar, aunque la evolución de la crisis climática sigue yendo muy por delante de los esfuerzos humanos para combatirla (Acosta & Brand, 2017). El presente artículo trata de examinar cómo se está traduciendo políticamente la progresiva importancia de la cuestión medioambiental en un caso concreto, las elecciones presidenciales de 2021 en Ecuador, en el que la colisión entre los intereses económicos y ecológicos ha sido decisiva. Con este objetivo, se parte de la hipótesis de que la crisis climática está produciendo, al menos en Ecuador, una ruptura del tradicional eje ideológico izquierda-derecha y su sustitución por un doble eje que incluya la fractura desarrollismo-ecologismo.
2.Los cleavages en la era de la crisis climática
2.1 Del Eje Izquierda-Derecha al Doble Eje Ideológico
El psicólogo Abraham Maslow popularizó en 1943 la “pirámide de las necesidades”, una clasificación en cinco niveles de las necesidades humanas en función de la urgencia de su satisfacción, de manera que los individuos no aspirarían a los deseos más elevados hasta que tuvieran cubiertas las necesidades más básicas (Folchi, 2019). Extendiendo esta teoría al campo sociopolítico, las sociedades poco desarrolladas económicamente limitarían sus reivindicaciones a las cuestiones materiales, pero una vez satisfechas estas por el crecimiento industrial aparecerían otra serie de demandas, guiadas por lo que Ronald Inglehart denomina valores postmaterialistas (1971). Esta evolución habría sido experimentada por los países industrializados a lo largo de la segunda mitad del siglo XX con la generalización de la sociedad de consumo. La extensión de los valores postmaterialistas es un fenómeno progresivo, pero se suele tomar como punto de inflexión Mayo del 68, la batalla interna entre revolucionarios en sentido material y en sentido postmaterial, con la victoria de los últimos y el paso de la modernidad a la postmodernidad (Wallerstein, 1993; Bernabé, 2018). Desde este momento, aparecen en la arena política nuevas fracturas, en el sentido del concepto cleavage de Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan; es decir, aquellas dimensiones de la realidad que dividen a la sociedad en bandos y que acaban teniendo una traducción política en los sistemas multipartidistas a través del posicionamiento de los partidos (1992). Estas nuevas fracturas, como el feminismo, el multiculturalismo y el ecologismo, se entrecruzan con la división de clase social y agotan la capacidad explicativa del eje ideológico de una sola dimensión, dibujado a lo largo de una línea izquierda a derecha1. De esta manera, el rechazo al patriarcado, al racismo y a la destrucción del medio ambiente, posturas tradicionalmente asociadas a la izquierda, estarían reconfigurando los espectros ideológicos de los sistemas políticos nacionales. La aplicación de la idea de fractura a la crisis climática crea una nueva división ideológica2 que se superpone a la clásica distinción entre izquierda y derecha, pudiendo representarse por medio de una gráfica como la que se muestra a continuación.
La figura anterior representa un eje “x” -horizontal- izquierda-derecha, en función de los aspectos sociales de la ideología, y un eje “y” -vertical- desarrollismo-ecologismo, en función de la orientación económica. Los dos ejes cortan el cuadrado en cuatro cuadrantes, cada uno representado en un color: en azul, el desarrollismo de derecha, donde se ubicaría la inmensa mayoría de personas y partidos que se autodefinen como derechistas, conservadores o liberales en todo el mundo; en rojo, el desarrollismo de izquierda, donde se situarían los que se consideran socialdemócratas, socialistas o comunistas; en verde, el ecologismo de izquierda, donde estaría la mayoría de ecologistas; y, en amarillo, el ecologismo de derecha, que apenas ha existido por ahora. La mitad superior está atravesada por la ubicación aproximada que tendría el eje ideológico tradicional puesto que, antes de la extensión de la preocupación por el medio ambiente, la división izquierda-derecha no sería el eje x de esta figura, sino que se encontraría en el extremo desarrollista y con una leve inclinación ecologista hacia la izquierda. Esta representación bidimensional sigue siendo una simplificación porque en el eje horizontal todavía se agrupa una pluralidad de materias políticas, como la distribución de la riqueza, las relaciones exteriores o las cuestiones morales. De hecho, la idea del doble eje ideológico es aplicable a cualquier otra fractura que se manifieste en un sistema político, pero cada una debe dibujarse por separado porque las múltiples fracturas ideológicas que existen son irrepresentables más allá de las dos -o, como mucho, tres- dimensiones que permite el papel. Por ello, a pesar de sus limitaciones, este doble eje refleja un mayor grado de la complejidad hacia la que se dirige la política en la era de la crisis climática.
2.2 El Cleavage Desarrollismo-Ecologismo en América Latina
El debate político entre desarrollo y sostenibilidad se ha adelantado en Latinoamérica con respecto a otros lugares debido a una serie de particularidades. América Latina no es el continente más pobre del mundo, pues supera en renta per cápita a Asia y África, pero sí es con diferencia el más desigual del planeta (Hintze, 2003), y también el que más biodiversidad alberga y, por ello, el más vulnerable al cambio climático (Uribe, 2015). En esta región, el desarrollo económico es inseparable del extractivismo, la actividad económica consistente en la explotación de grandes volúmenes de recursos naturales para su exportación al mercado internacional (Gudynas, 2012). El extractivismo comprende una gran variedad de actividades, desde la agricultura y la ganadería convencionales hasta las plantaciones de drogas, pero por su volumen destacan la minería y la extracción de combustibles fósiles (Acosta & Brand, 2017). Este modelo de desarrollo ha determinado el papel de América Latina como suministrador mundial de materias primas desde su conquista por el Imperio español, pero se ha intensificado a partir de la década de 1980 con la extensión de las políticas neoliberales del Consenso de Washington (Gudynas, 2012). Las actividades extractivas producen un gran impacto económico, social, político, cultural y medioambiental (Gudynas, 2017), lo que ha provocado la aparición de dos críticas: el neoextractivismo y el postextractivismo. Ambas han sido situadas en la izquierda del espectro ideológico, pero plantean estrategias económicas y políticas distintas que son, en muchos aspectos, incompatibles, por lo que su confrontación está de actualidad a nivel teórico y cada vez más en la lucha política. El neoextractivismo es el nombre con el que algunos autores denominan a la versión del extractivismo impulsada por los gobiernos progresistas o populistas de izquierda que se extienden por Latinoamérica a partir de la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1999, etapa conocida como la “marea rosa”. En este modelo, que ha sido la columna vertebral de los planes de desarrollo de dichos gobiernos, el Estado asume el control de la explotación de los recursos naturales para captar una mayor porción del excedente en detrimento de las empresas privadas y redistribuirlo entre la población (Acosta, 2011; Gudynas, 2012). El neoextractivismo aborda uno de los principales problemas del extractivismo clásico, la desigual distribución de la riqueza, a través de la financiación de políticas sociales que mejoran las condiciones materiales de vida de millones de personas (CEPAL, 2013), beneficiándose del período en el que los precios internacionales de las materias primas se mantienen excepcionalmente altos (Svampa, 2017). Sin embargo, la intensificación de las actividades extractivas provoca que los demás inconvenientes se mantengan o incluso aumenten, como sucede con el deterioro del medio ambiente. El postextractivismo, por su parte, es la perspectiva que aboga por la superación del extractivismo en sus versiones tanto conservadora como progresista en favor de un modelo de desarrollo compatible con el medio ambiente (Svampa & Slipak, 2015; Gudynas, 2017). Debido a la historia y a la configuración social de América Latina, el postextractivismo está mayoritariamente asociado a los pueblos indígenas. Esta corriente toma del idioma aymara algunos de sus conceptos principales como sumak kawsay, traducido como “buen vivir”, o Pachamama, la diosa “Madre Tierra”, que forman parte de una cosmovisión indígena basada en la vida en armonía con la naturaleza (Gudynas, 2009). Hasta muy recientemente, los pueblos indígenas no han sido considerados ecologistas por los referentes intelectuales y políticos del ecologismo, pero tampoco siquiera por ellos mismos. No obstante, aunque carezcan de una comprensión holística, es evidente que existe un importante componente ambiental en las luchas antiextractivistas que los pueblos indígenas han liderado durante al menos un siglo (Alvarado et al., 2020). Por ello, algunos autores con un enfoque no eurocéntrico, como Joan Martínez Alier, distinguen dos tipos de ecologismos: uno de base ideológica, propio de los países del Norte; y otro de base material, más habitual en los países del Sur (Martínez Alier, 2007; Folchi, 2019). Este “ecologismo de los pobres” está más cerca de los conflictos ecológicos reales porque sus protagonistas, los pueblos indígenas, se juegan la vida en defender la naturaleza como el espacio del que extraen sus medios de subsistencia (Goebel, 2010). En algunos lugares de América Latina se ha producido un acercamiento entre las posturas del ecologismo ilustrado de las ciudades, casi exclusivo del ámbito académico, y el indigenismo ambientalista del mundo rural para articular un ecologismo indigenista o “ecoindigenismo”. En el contexto latinoamericano de principios del siglo XXI, la relación entre el neoextractivismo y el ecoindigenismo es compleja. En un primer momento, frente a los gobiernos del Consenso de Washington, ambas corrientes confían, aunque con cierto recelo, en la compatibilidad entre las promesas del desarrollo y del “buen vivir”, por lo que se articulan en un “bloque progresista”. De hecho, ambos modos de vida son reconocidos en las constituciones de Ecuador de 2008 y Bolivia de 2009 (Acosta & Brand, 2017), promovidas por los gobiernos populistas. Sin embargo, la puesta en práctica de sus planes neoextractivistas ha sido un foco de tensiones constantes a lo largo de las dos últimas décadas. Ante el empeoramiento de las condiciones económicas y de la crisis climática, el neoextractivismo y el ecoindigenismo comienzan a percibir sus diferencias como insalvables y a enfrentarse abiertamente. El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, llega a afirmar: “[S]iempre dijimos que el mayor peligro para nuestro proyecto político, una vez derrotada sucesivamente en las urnas la derecha política, era el izquierdismo, ecologismo e indigenismo infantil. ¡Qué lástima que no nos equivocamos en aquello!” (Correa, 2009: 4-5). Desde el bando ambientalista tampoco se han escatimado las críticas, acusando a los populistas de corrupción, de seguir siendo funcionales al capitalismo depredador sin llevar a cabo una verdadera transformación socioeconómica y de ser responsables directos de las muertes de activistas y manifestantes (Gudynas, 2017). En estas circunstancias, la dimensión extractivismo-postextractivismo adquiere tanta importancia como la clásica izquierda-derecha -o pueblo-élite para los populistas-, que se vuelve incapaz de representar el panorama ideológico latinoamericano actual. Por lo tanto, se puede asimilar la distinción entre extractivismo, neoextractivismo y postextractivismo a los cuadrantes azul, rojo y verde, respectivamente, del doble eje ideológico que se presentaba en el apartado anterior.
El argumento de la necesidad del extractivismo para acabar con la pobreza goza de una amplia aceptación en las ciudades mientras que es mayoritariamente rechazado en el campo (Gudynas, 2017), de manera que el eje extractivismo-postextractivismo se solapa en muchos casos con un eje más antiguo urbano- rural, aunque recientemente el neoextractivismo se está extendiendo al medio rural y el ecoindigenismo a las áreas urbanas. Sea como fuere, la representación de la política latinoamericana en torno a estas dos dimensiones permite trazar no ya una frontera fundamental, sino dos. El eje horizontal divide a las sociedades en dos bloques, progresista y conservador, mientras que el eje vertical permite separarlas en pro y anti extractivistas. En este punto aparece la posible ruptura del bloque progresista, hegemónico en varios países de América Latina desde comienzos de siglo, en dos corrientes, neoextractivista y ecoindigenista. Las condiciones de posibilidad para esta separación se están desarrollando con mayor o menor intensidad en toda la región, desde México con el levantamiento zapatista de 1994 (Martínez Alier, 2015) hasta los conflictos en torno a la minería y el cultivo de soja en Argentina (Gudynas, 2011; OCMAL, 2019). No obstante, el país en el que ha emergido una oposición más intensa al extractivismo ha sido Ecuador. A continuación, se realiza un breve repaso de la historia política de este país en las dos primeras décadas del siglo XXI y, posteriormente, se encaja su sistema político actual en el marco interpretativo del doble eje. Para ello, se analizan los resultados de las últimas elecciones presidenciales y las posiciones de los tres candidatos con opciones de victoria a partir de sus posicionamientos, las trayectorias de sus partidos y sus programas de gobierno. No obstante, la aplicación del doble eje ideológico a la política ecuatoriana presenta cuatro dificultades que deben ser explicitadas antes de iniciar el análisis. En primer lugar, el examen de la realidad latinoamericana desde el punto de vista europeo puede ser tachado de etnocéntrico debido a la dificultad de trasladar categorías políticas como “izquierda” o “derecha” a un contexto completamente diferente al de allí donde fueron concebidas. De hecho, los líderes de la marea rosa suelen ser ubicados a la izquierda de la socialdemocracia europea debido a su política económica -muy redistributiva- y exterior -muy antiimperialista-, pero podría considerarse que están a su derecha en otros aspectos como lo relativo a la religión y las libertades sexuales. En todo caso, en este artículo se opta por la concepción mayoritaria, según la cual la política económica y la fractura de clase son las que dan sentido al eje izquierda-derecha. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, el concepto de cleavage fue pensado para describir el surgimiento de los partidos políticos en sistemas parlamentarios, por lo que aquí se adapta al presidencialismo latinoamericano poniendo el foco en las elecciones presidenciales y en los candidatos más que en las elecciones al parlamento y en los partidos. En tercer lugar, cualquier movimiento social que defiende una fractura política distinta a la mayoritaria, la de clase, tiene siempre dos opciones de expresión para lograr relevancia: la constitución como partido político propio o la introducción e influencia interna en los partidos existentes (Wallerstein, 1993). De la decisión que tome el ecologismo en cada país a este respecto dependen sus posibilidades de mover las posiciones de los demás actores a lo largo del eje vertical. En cuarto lugar, el doble eje ideológico propuesto opera con un nivel de medida ordinal, en el que se establece la diferencia entre las etiquetas políticas y su posición a lo largo de un continuo, pero sigue tratándose de un análisis cualitativo. Una investigación cuantitativa permitiría establecer intervalos iguales entre los valores a través de, por ejemplo, la utilización de dos escalas de 0 a 10 para las dimensiones izquierda-derecha y desarrollismo-ecologismo, que se podrían aplicar a entrevistas con líderes políticos o a encuestas a ciudadanos, pero ese trabajo excedería tanto los medios como los objetivos del presente artículo.
3.El doble eje ideológico en Ecuador
Rafael Correa llega al poder en 2007 como candidato de Alianza País en lo que se conoce como la Revolución Ciudadana (Vásquez, 2018), que instaura unas grandes expectativas en el país. Los sectores desarrollistas y ecoindigenistas convergen en torno a su figura, que ejerce de árbitro desde una postura personal claramente de parte en favor del neoextractivismo (Sovacool & Scarpaci, 2016). Las distintas corrientes del gobierno y los movimientos sociales participan juntas en decisiones de gran calado como la presentación en 2007 de la Iniciativa Yasuní-ITT3 o la aprobación en 2008 de la Constitución que más derechos concede a la naturaleza y a los pueblos indígenas del mundo (Gudynas, 2009). La retirada en 2013 de la primera y el incumplimiento sistemático de los elementos ecologistas de la segunda suponen la quiebra del bloque progresista, aunque la indudable apuesta del gobierno por los primeros no le pasa factura en un primer momento. Una figura muy destacada de Alianza País, Alberto Acosta, abandona el partido y concurre a las elecciones de 2013 como candidato independiente con propuestas de izquierda, ecologistas e indigenistas, pero solamente obtiene un 3’26% de los votos (Ecuador, 2021). Sin embargo, las repercusiones de esta división se han hecho visibles en las elecciones presidenciales a doble vuelta de principios de 2021. En esta elección, el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik - el brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) (Sánchez López & Freidenberg, 1998)-, con un programa ecoindigenista y liderado por el abogado y activista de origen quechua Yaku Pérez, se queda a punto de superar al banquero Guillermo Lasso -19’39% frente a 19’74%- y pasar a la segunda vuelta. Las distintas candidaturas que tradicionalmente se considerarían de izquierda arrasan con más del 67% de los votos en la primera vuelta, pero el candidato correísta Andrés Arauz pierde de manera sorprendente frente a Lasso en la segunda por un 52’36% a 47’64% (Ecuador, 2021). Entre las dos votaciones, Yaku pide a sus casi dos millones de electores que depositen un voto nulo y Xavier Hervás, el candidato de Izquierda Democrática, apoya a Lasso, al igual que la mayoría de partidos minoritarios. Tanto la salida de posiciones de poder de referentes ecologistas como el rechazo generalizado de los partidos del bloque progresista al correísmo no se pueden entender exclusivamente en términos de izquierda y derecha. Ambos fenómenos podrían verse como una escisión del sector izquierdista, ya que el discurso ecologista es por lo general anticapitalista, pero también como una brecha por la derecha, pues rechazan la justicia social lograda gracias a los beneficios del neoextractivismo. La dificultad de etiquetar ideológicamente a Pachakutik se pone de relieve en que sus primeros diputados se autoubicaban en la izquierda -3’4 en una escala donde 0 es extrema izquierda y 10 extrema derecha- mientras que los demás partidos los consideraban de centro -5’2 en esa misma escala- (Sánchez López & Freidenberg, 1998). En cuanto a sus alianzas previas, Pachakutik apoya a Lucio Gutiérrez como candidato presidencial en 2002, pero se pasa a la oposición por su escaso compromiso con las demandas ecologistas e indígenas (Lalander & Ospina, 2012), un patrón que se repite durante la presidencia de Correa. El programa electoral de la candidatura de Arauz incluye solamente una referencia al extractivismo, en forma de crítica al modelo neoliberal y al neocolonialismo previos a la Revolución Ciudadana, pero sin mención alguna a los diez años de gobierno de Correa en este terreno. En la misma línea, el apartado dedicado a la justicia ecológica y transición energética rechaza “el cauce autodestructivo que impone el modelo neoliberal” (Arauz, 2021: 8), pero las propuestas concretas remiten a la Constitución de 2008 y a medidas de implementación (Arauz, 2021) que no se cumplieron durante el período correísta. Por el contrario, el programa de Pachakutik propone un modelo de desarrollo biocéntrico, con un lenguaje que apela a la cosmovisión indígena y un objetivo explícito: “que el Ecuador se convierta en territorio libre de minería metálica y pase al posextractivismo” (Pachakutik, 2021, p.13).
En Ecuador, el conflicto entre los movimientos sociales ecoindigenistas y el gobierno neoextractivista provoca que la dimensión extractivismo-postextractivismo haya adquirido como mínimo la misma importancia que la tradicional izquierda-derecha. En este aspecto, Pachakutik y el correísmo tienen posturas contrapuestas y la aspiración de apelar al mismo bloque del electorado, lo que genera los odios personales que se vieron durante la campaña y que en la segunda vuelta los votantes ecologistas faciliten por omisión la victoria del candidato de la derecha.
4.Conclusiones
De acuerdo con el material analizado se puede confirmar la hipótesis planteada, según la cual la crisis climática obliga a añadir la dimensión desarrollismo-ecologismo en su versión extractivismo- postextractivismo al análisis político de Ecuador, que es cada vez más incomprensible solo con el eje izquierda-derecha. Además, el doble eje ideológico puesto a prueba en este artículo aspira a ser una herramienta metodológica aplicable a cada vez más sistemas políticos, por lo que sería interesante ampliar la investigación de la fractura ecológica a otros países de la región, pero por razones de extensión este artículo se conforma con explorar el caso en el que el conflicto extractivismo-ecologismo ha sido más evidente. El doble eje izquierda-derecha y extractivismo-ecoindigenismo podría consolidarse como la representación ideológica propia de América Latina, pero también es un método de análisis adaptable a la realidad política de otras regiones del mundo. Por ejemplo, se puede argumentar que una versión similar que sustituya al ecologismo de los pobres por el ideológico y al extractivismo por la industria y/o el sector servicios está adquiriendo una importancia creciente en Europa e, incluso, en Norteamérica. El doble eje ideológico que se ha propuesto en este trabajo no es una herramienta estática, sino que está en constante evolución. Un suceso posterior a las elecciones que amenaza con alterar las posiciones descritas es el acercamiento entre el presidente Lasso y Pachakutik, que ha provocado la salida de Yaku hacia un nuevo proyecto político y ha abierto la posibilidad de articulación de un ecologismo de derechas en Ecuador, una nueva corriente política que también estaría emergiendo en algunos países europeos como resultado del entendimiento entre democristianos o liberales y verdes, aunque sea demasiado pronto para apuntar sin recelo a una novedad de tal calibre. En definitiva, se abren innumerables oportunidades para investigaciones futuras sobre las repercusiones sociopolíticas de la crisis climática.