Aportaciones al estudio de la gestualidad en la iconografía románica hispana
El objetivo de este trabajo es plantear una serie de aspectos de carácter general en relación con la plasmación de los gestos en la iconografía románica hispana. Dichos planteamientos se basan en la previa configuración de un corpus gestual de actitudes, gestos y posturas presentes en la iconografía románica de los reinos hispanos1.
El sistema metodológico que hemos utilizado para realizar el mencionado catálogo gestual se ajusta a tres criterios de clasificación: la forma, el significado y el origen. En primer lugar, hemos llevado a cabo una primera clasificación de los gestos según su forma. Hemos hecho una distinción entre gestos, posturas y maneras libres, es decir, manifestaciones gestuales que implican a un único elemento del cuerpo humano; y los que son trabados, ya que implican el contacto o interacción de dos o más elementos corporales. Estos últimos los hemos dividido, a su vez, en autoadaptadores, ya que aluden al contacto de dos partes de un mismo cuerpo, alteradaptadores, en los que intervienen al menos dos personas, y objetoadaptadores, que remiten a una interacción con los objetos2.
Los diferentes gestos analizados han sido, asimismo, organizados siguiendo un criterio vertical. Se ha dividido el cuerpo en tres niveles: superior, en relación con la cabeza; intermedio, tronco y extremidades superiores; e inferior, las extremidades inferiores3. A partir de esta clasificación formal, hemos llevado a cabo una identificación de los temas iconográficos, tanto de carácter sacro como profano, en los que estos gestos fueron utilizados.
Tras el análisis de carácter formal e iconográfico, cada una de las variedades gestuales ha sido analizada en función del significado o los significados que pudieron adquirir en época románica, así como un intento de aproximación a su origen. Todo ello nos lleva a plantear una serie de aspectos que, en ningún caso consideramos definitivos sino que esperamos seguir analizando en estudios posteriores.
Aspectos de carácter general
La primera de las consideraciones importantes que se desprenden del corpus gestual que hemos realizado es la existencia de un lenguaje gestual plástico de enorme riqueza en la iconografía románica en general y, en la de los reinos hispanos, en particular. Aunque siempre se ha estimado que el arte gótico es el paradigma de la expresión de sentimientos y emociones dentro de la mentalidad y la cultura medievales, lo cierto es que el arte románico supone un primer estadio en el surgimiento de esa expresividad, evolucionando posteriormente hasta llegar a la gran eclosión naturalista gótica.
Además, este rico lenguaje gestual cumple una serie de funciones básicas en el contexto del arte románico y la sociedad que lo creó. En la Edad Media, la visión cristiana que el hombre medieval tenía de su cuerpo influyó sobremanera en la propia consideración de los gestos. Por un lado, el cuerpo era sinónimo de pecado y por ello hacía más difícil la salvación humana. En este sentido, los gestos, como prolongación del cuerpo, tenían un valor claramente negativo. Por otro lado, el cuerpo humano podía también ser símbolo de virtud, de manera que aquellos gestos relacionados con esta última tenían un valor positivo y contribuían a conseguir esa salvación tan deseada por el hombre medieval4.
Por ello, no es extraño que posturas, actitudes y conductas gestuales pasaran a desempeñar también un papel decisivo en las creaciones artísticas. En la mayoría de las ocasiones, las representaciones plásticas ofrecen gestos muy similares a los que se adoptaban en la vida real, de manera que eran fácilmente reconocibles y descifrables por los ojos del hombre medieval.
Forma e iconografía de los gestos
En segundo lugar, en lo que respecta al análisis formal e iconográfico que hemos llevado a cabo, podemos aseverar que ese lenguaje gestual tan rico lo hallamos en el ámbito de la creación tanto de imágenes sacras como profanas. Las mismas actitudes, los gestos, las posturas y las conductas fueron utilizados por los artistas para plasmar escenas religiosas y juglarescas. Es el caso, por ejemplo, de la representación de personajes posicionados con la cabeza hacia abajo y las piernas flexionadas, imagen plástica de juglares y mimos. La hallamos en la plasmación de pasajes del texto bíblico, como es el caso de la figuración del pasaje veterotestamentario de la adoración de la estatua de Nabucodonosor en la Biblia de Roda5, así como en la decoración escultórica de multitud de canecillos en el exterior de las iglesias románicas.
En este sentido, sin embargo, debemos hacer una puntualización respecto a la iconografía bíblica. Los gestos que encontramos en las imágenes que reproducen pasajes del Antiguo Testamento suelen ser mucho más expresivos e incluso violentos que las actitudes mostradas por los protagonistas de escenas neotestamentarias, donde la expresión de sentimientos y emociones es más contenida. Este hecho va parejo con los propios textos, ya que las descripciones veterotestamentarias son siempre mucho más vívidas y vehementes que en el caso del Nuevo Testamento.
Por lo que se refiere a las particularidades gestuales que hemos encontrado en la iconografía románica peninsular hispana respecto al grueso del románico europeo, el primer aspecto a señalar es que, de manera general, el lenguaje gestual presente en la plástica de los reinos hispánicos responde, perfectamente, a los parámetros de la estética románica de otras regiones. Los gestos utilizados por artistas de otras regiones los hallamos, de igual manera, en las manifestaciones plásticas de los reinos hispanos.
Aun así, podemos precisar una particularidad importante: se trata del excepcional desarrollo que tuvieron en la Península Ibérica las escenas de luto, en la iconografía funeraria. Al contrario de lo que sucede en otros territorios europeos, la plástica románica hispana dio rienda suelta a la plasmación gráfica de una serie de gestos rituales entre los que podemos señalar actitudes de autolesión como mesarse los cabellos o la barba, y otras más contenidas, como llevarse una mano a la mejilla y cruzar las manos ante el vientre. Todas ellas son, además, comportamientos que podemos considerar como una traslación al campo artístico de prácticas y rituales llevados a cabo en la sociedad de este momento y que hemos contrastado con fuentes de carácter documental o literario6.
En la iconografía románica hispana, este tipo de escenas tuvieron un gran desarrollo en los programas iconográficos de los sarcófagos suponiendo el origen de lo que después sería su excepcional desarrollo en el arte gótico, cuando estas imágenes alcanzaron su máxima expresión, para después decaer en los años finales del período medieval. Destaquemos varios ejemplos realmente expresivos:
En el sepulcro de Blanca de Navarra, conservado en el monasterio de Santa María la Real de Nájera, la escena del duelo por este personaje de la realeza castellana se encuentra en uno de los frentes del sarcófago, donde se esculpieron dos grupos de dolientes, situados a ambos lados del lecho mortuorio. A la derecha está el rey Sancho, que inclina la cabeza, como desmayado, y es sostenido por otros dos personajes. A la izquierda, dos figuras femeninas sostienen a otra que se lleva la mano a la mejilla, con la cabeza inclinada, como el rey, mientras otra se mesa los cabellos, y, en el extremo izquierdo, otra cruza las manos ante el cuerpo7.
Algo posterior es la escena de luto representada en el sarcófago de Egas Moniz, conservado en la iglesia lusa de San Salvador de Paço de Sousa. Esta escena, hoy en el frente de los pies del sepulcro, nos muestra al difunto en su lecho, rodeado por varias figuras que se tiran de los cabellos en señal de dolor y sufrimiento8.
En tercer lugar, haremos alusión al sepulcro identificado como el del infante Sancho o la infanta Leonor en el panteón del monasterio de Las Huelgas Reales de Burgos. En el centro del lado frontal de esta cista y cobijada bajo una triple arquería, se desarrolla una escena de elevatio animae . (fig. 1). El difunto se encuentra recostado en el lecho fúnebre, al tiempo que dos ángeles elevan su alma hacia el cielo. A ambos lados del lecho se hallan dos personajes que realizan gestos violentos de dolor: el personaje de la izquierda, femenino, se mesa los largos cabellos al tiempo que el de la derecha, masculino, se lacera las mejillas. En la cabecera del sepulcro se labraron, como en el frente, una serie de personajes bajo arcos de medio punto, que constituyen la continuación de la escena del cortejo. Se trata de cuatro personajes laicos que adoptan actitudes más contenidas que las de los dos personajes que acabamos de describir. La figura del extremo izquierdo, masculina, cruza las manos ante el pecho; la que está a su lado, femenina y con la cabeza velada, junta sus manos a la altura del vientre. El tercer personaje mantiene su mano izquierda ante el vientre, como la figura anterior, pero alza la derecha para sujetar el fiador de su capa. Por último, el personaje situado en el extremo de la derecha inclina la cabeza y apoya la mejilla en su mano, al tiempo que la otra mano se apoya en un bastón9.
El significado de los gestos
El tercero de los aspectos importantes en cuanto al análisis de los gestos en la iconografía románica hispana, está en relación con su significado. Podemos asegurar que todas las conductas representadas en el arte románico tienen un carácter primario, según la clasificación de comportamientos gestuales realizada por el antropólogo Desmond Morris10. Es decir, todos los gestos son incluidos en la imagen medieval con un propósito definido, para emitir un mensaje determinado. No hallamos, por tanto, gestos secundarios ni acciones mecánicas o espontáneas.
En cuanto al propio significado de las posturas, existen, fundamentalmente, dos tipos de actitudes: por un lado, aquellas conductas que conllevan un solo significado; y por otro, las que acogen varios sentidos.
a) Conductas monosemánticas
En cuanto a las conductas monosemánticas, éstas son susceptibles de ser utilizadas en diversos contextos, situaciones, escenas y temas iconográficos y, además, ser adoptados por diversos personajes. Sin embargo, mantienen siempre una misma carga semántica.
Es el caso, por ejemplo, de la postración11. En relación con la plasmación gráfica del texto bíblico, hay varios pasajes en los que esta conducta gestual cobra importancia: la Epifanía, la Última Cena, el Noli me Tangere o la Resurrección de Lázaro, etc. Además, en el caso del arte hispano, es imprescindible citar la presencia de esta actitud en imágenes que ilustran diversos pasajes del Apocalipsis en los Beatos, por ejemplo la comisión del escrito o la adoración de la muchedumbre ante el trono. Por otro lado, el gesto de postrarse ante la figura de Dios Padre o de Cristo es uno de los más comunes en todo el Occidente medieval. Emperadores, reyes, obispos, clérigos, hombres del común… todos ellos pueden ser representados en esta actitud. Es altamente representativa, en este sentido, la imagen de los soberanos Fernando I y Sancha en las pinturas del panteón de los reyes de la Colegiata de San Isidoro de León, que se postran ante la figura de Cristo crucificado (fig. 2). En tercer lugar, podemos establecer un tercer grupo de figuras que adoptan esta postura y del que encontramos frecuentes ejemplos en el románico hispano. Se trata de la representación de condenados y penitentes. Todos ellos se arrodillan a la vez que levantan las manos y, muchos de ellos juntan también las manos. Por último, señalemos también la presencia de esta actitud en escenas que plasman pasajes hagiográficos, en los que diversos personajes se postran ante las figuras de santos que llevan a cabo obras milagrosas.
Como vemos, por tanto, nos encontramos ante un gesto utilizado por los artistas en multitud de contextos, escenas y temas iconográficos. Pero se trata de una conducta gestual que transmite siempre una carga semántica muy similar. El gesto de postrarse es realizado por un personaje en dirección a otro de condición superior. Puede expresar súplica, adoración, petición de perdón, petición de favor, rendición, obediencia etc. La realización de este gesto, por tanto, implica que aquella figura que lo ejecuta se encuentra en una situación desfavorecida, de manera que lleva a cabo este tipo de comportamientos ante aquella otra con potestad suficiente para prestarle su ayuda.
b) Conductas multimensajes
En segundo lugar, como señalábamos anteriormente, en la iconografía románica son frecuentes también las posturas que acogen varios sentidos, además de ser susceptibles de ser adoptadas por distintos personajes. Es decir, una conducta gestual puede significar varios conceptos, que pueden ser similares o bien diametralmente opuestos. Esta categoría sería muy similar a la que, en el campo de la antropología, Desmond Morris denomina gestos multimensajes, aquellos que tienen un número variado de significados totalmente distintos, en función del momento y el lugar12.
Como ejemplo representativo de este grupo de gestos, hemos escogido la representación de un personaje masculino, sedente o de pie, que se lleva una o las dos manos a la barba, aludiendo al gesto de mesársela. Dicha actitud asumió diversos significados en la iconografía románica. Por un lado, se trata de un gesto adoptado por personajes procedentes de categorías sociales elevadas, como reyes, jueces, altos dignatarios y sabios, tanto del ámbito sacro como laico. Se trata, en todos los casos, de una figura masculina que generalmente porta atributos de poder y que descansa su mano derecha o izquierda en una barba larga y poblada. En estos casos, la postura hace alusión a una actitud pensativa y reflexiva, anterior a la toma de la palabra o de una decisión. En el ámbito peninsular hispano, Herodes es el rey bíblico más representado de esta manera, inserto en la escena de la Matanza de los Inocentes, como podemos observar, por ejemplo, en la representación esculpida en la fachada de la iglesia de Santo Domingo de Soria (fig. 3) 13.
Por otro lado, existe un segundo contexto iconográfico en el que encontramos la representación de una figura masculina, sedente, que se lleva una mano al mentón y se toca la barba. Se trata, generalmente, de personajes no insertos en ninguna escena narrativa, sino independientes y, frecuentemente, situados en los canecillos o ménsulas de las iglesias. Existen varias modalidades de esta actitud: en unos casos el personaje se lleva una sola mano a la barba al tiempo que la otra descansa sobre una rodilla o una pierna. En la Península Ibérica citamos como muestra los canecillos de las iglesias de San Esteban y San Miguel de Corullón (León), en los que se esculpió a un personaje con barba larga y estrecha (fig. 4)14. En este contexto, la barba es símbolo de la dignidad y honor masculinos. Es indicador de la fuerza, la juventud y la virilidad, y está relacionado con la honra masculina y la virilidad, de ahí que pueda adquirir también una connotación sexual.
En tercer lugar, la representación de un personaje masculino que apoya una mano en su barba en la iconografía románica puede aludir al sentimiento de dolor y, en algunos casos, de ira. Se trata de la manifestación exterior de una afección interior: expresa una emoción violenta, un dolor interno muy intenso ante una situación desfavorable. En la plástica románica de los reinos hispanos se advierte su presencia entre los gestos de dolor que realizan los personajes que lamentan la muerte de doña Blanca de Navarra en el sepulcro que hemos citado anteriormente.
Por tanto, existen conductas gestuales en el arte románico que transmiten diversos significados y pueden ser adoptadas por múltiples personajes. Esta diversidad semántica ha tenido una consecuencia fundamental para el desarrollo de nuestro estudio. Nos referimos a la dificultad que supone, en muchos casos, el llegar a discernir el valor conceptual de los gestos en todas las imágenes románicas. Existen, numerosos ejemplos y casos dudosos en los que es realmente ardua la labor de descifrar el sentido acertado de un gesto en una escena determinada.
Como consecuencia de ello, a fin de descifrar el sentido concreto que el gesto tiene en una imagen o escena determinada, bien sea como espectadores o como investigadores, hay que tener en cuenta los demás componentes de la imagen, así como el propio contexto en el que ésta fue elaborada. Éstos son los que nos ofrecen la posibilidad de decantarnos por uno u otro de los significados posibles. Sin embargo, existen casos en los que las imágenes y, con ellas los gestos, se hallan desligadas del contexto o la escena primigenia para los que fueron creadas, lo que supone una intensificación del problema interpretativo. Ello nos ha dado pie para hablar del fenómeno de la descontextualización del gesto.
c) La descontextualización del gesto y la pérdida de su carga semántica
El fenómeno de la descontextualización del gesto puede deberse a dos motivos: uno casual y otro intencionado. La descontextualización casual comprende, fundamentalmente, el devenir del tiempo y los avatares que éste impone a toda obra artística. Debido a estos factores, actualmente existe un gran número de obras y, con ellas, los gestos, que han sufrido un deterioro importante o han sido trasladadas desde su ubicación original. Por ello, las atribuciones, interpretaciones e identificaciones que se pueden realizar son muy variadas.
Como muestra de este tipo de descontextualización del gesto podemos señalar la representación pictórica de una figura sedente aislada, procedente del conjunto de pintura mural que decoraba el interior de la iglesia de San Clemente de Taüll y que hoy se encuentra en la colección de arte románico del Museo Nacional de Arte de Cataluña. Es un personaje masculino sedente que apoya su cabeza ladeada en la mano cuyo brazo descansa, a su vez, en el muslo. Tanto la identificación de la figura como el significado de la actitud son verdaderamente difíciles de discernir, sobre todo si añadimos que el personaje no lleva ningún otro atributo o inscripción aclaratoria15.
El segundo motivo de descontextualización tiene un carácter más intencionado. En este sentido, es posible hallar dos tipos de situación, ambos asociados al papel del artífice de la obra. Por un lado, éste puede, deliberadamente, utilizar el gesto como un mero elemento decorativo. Por otro lado, podría ser que el artista malinterprete o desconozca la variedad de sentidos que puede adquirir un mismo gesto y que lo utilice sin tenerlos en cuenta, por puro desconocimiento o por hábito. De esta manera, la postura pierde todo su contenido y puede convertirse únicamente en un elemento ornamental.
El origen de los gestos
Siguiendo, en parte, las teorías antropológicas de Desmond Morris y analizando en conjunto el origen de los gestos que hallamos en la iconografía románica señalamos la existencia de tres tipos de conductas gestuales: las universales, las heredadas de civilizaciones anteriores y las que denominamos “regionales”.
d) Conductas universales
En primer lugar, la existencia de conductas universales. Éstas no tienen origen en un lugar específico sino que han surgido en contextos espaciales y momentos históricos diferentes. Sin embargo, en todos los contextos en que las hallamos tienen el mismo significado16.
Sería el caso de la genuflexión y la postración. Ambas posturas aparecen en civilizaciones y culturas alejadas desde el punto de vista temporal y espacial pero siempre con un mismo sentido, el de la adoración y la veneración. Podemos citar, por ejemplo, su presencia en la pintura prehispánica de Sudamérica. Así, en el cuarto 12 del palacio de Tetitla, en Teotihuacán, hallamos la representación de un hombre-jaguar arrodillado, con una de sus piernas flexionadas y la otra apoyada en el suelo, en actitud de reverencia17. Por lo que se refiere a la cuenca mediterránea, se trata de actitudes presentes prácticamente en todas las civilizaciones antiguas del Mediterráneo.
e) Conductas heredadas de civilizaciones anteriores
En segundo lugar, el grueso más significativo de las actitudes que encontramos en la iconografía románica nació, desde el punto de vista plástico, en culturas o civilizaciones anteriores y esas actitudes fueron asimiladas por el arte medieval. Esta categoría gestual podríamos relacionarla, en cierta medida, con lo que Desmond Morris denomina los “relic gestures”, es decir, aquellos gestos que han sobrevivido una vez que la cultura que los gestó ha desaparecido18.
Como decimos, la mayor parte de las posturas que hallamos en las manifestaciones artísticas del período románico nacieron en culturas anteriores. Más concretamente, ello aconteció en cuatro de las grandes civilizaciones que estuvieron asentadas en el entorno de la cuenca mediterránea en el mundo antiguo: Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma. En este sentido, para nuestro análisis de los gestos en el arte románico, resulta de gran interés no sólo investigar en qué lugar o cultura surgió cada gesto, sino, además, cómo éste se expandió y logró alcanzar las creaciones artísticas románicas. Esto nos lleva, en la mayoría de las ocasiones, a analizar la circulación y transmisión de los gestos a lo largo de los períodos históricos antiguo y medieval, aunque hemos de señalar que resulta muy complejo explicar este tipo de procesos e influencias desde culturas tan alejadas tanto temporal como geográficamente respecto al arte románico de los reinos hispanos.
Aún así, creemos que el arte románico pudo haber recibido la herencia del lenguaje gestual del mundo antiguo a través de varias vías fundamentales: por un lado, la sociedad y las creaciones altomedievales, entre las que sobresale el arte carolingio; por otro lado, las civilizaciones musulmana y bizantina, herederas del arte grecorromano, fueron también dos vías de transmisión fundamentales para la recepción de aspectos del arte antiguo en el arte medieval occidental.
En el caso concreto de la Península Ibérica, el arte románico, con todas sus características e influencias, penetró, en parte, gracias a las diversas rutas del Camino de Santiago. En este sentido, consideramos que debieron de tener una gran importancia los libros y plantillas de modelos que artistas y talleres giróvagos necesitaban con frecuencia como apoyo y soporte formal e iconográfico de su trabajo19.
En cuanto a las particularidades hispanas respecto al origen de los gestos, hemos de llamar la atención sobre el hecho de que, en suelo hispano, el arte románico de otras regiones europeas se vio enriquecido por varios aspectos fundamentales. Por un lado la propia tradición hispana altomedieval, en la que el arte visigodo, las manifestaciones del arte asturiano y la miniatura de los manuscritos de los Beatos son los puntales más importantes para el estudio de los gestos. Por otro lado, las creaciones artísticas de la civilización islámica, instalada en los territorios del sur de la Península, fue también de extraordinaria importancia. El arte musulmán, al igual que el bizantino, recibió una fuerte impronta de la cultura y el arte antiguos. A través de él, la plástica románica de los reinos hispanos consiguió asumir la utilización formal e iconográfica de varios de los gestos que hemos analizado.
f) Conductas “regionales”
La tercera y última de las categorías que señalamos en relación con el origen de los gestos presentes en el arte románico podríamos denominarla “regional”, es decir, nos encontramos con posturas que surgieron ex novo en la plástica románica y no fueron heredadas de manifestaciones artísticas ni anteriores ni coetáneas. Son muy pocas las actitudes susceptibles de ser incluidas en este grupo y creemos que su surgimiento en la iconografía románica tal vez recibiera la influencia del contexto cultural coetáneo. Los sermones, dramas litúrgicos y otro tipo de manifestaciones quizás tuvieron especial repercusión en el surgimiento de nuevas fórmulas gestuales. Además, podemos considerarlos como conductas cuyo surgimiento en la plástica románica supuso el punto de partida para un desarrollo iconográfico en el arte gótico.
Puede que el ejemplo más destacado de este tipo de gestos sea el de llevarse la mano a la garganta en la escena del pecado original20. Por lo que se refiere a los reinos hispanos, uno de los primeros ejemplos en los que lo hallamos es en las pinturas procedentes de la ermita segoviana de Santa Cruz de Maderuelo, del primer tercio del siglo XII21. A partir de mediados de esta centuria pero, sobre todo, en las últimas décadas y principios del siglo XIII, se produjo un intenso desarrollo de este gesto en el tema iconográfico que estamos analizando. Lo encontramos en todo tipo de soportes y en todas las regiones peninsulares. Señalamos como ejemplos altamente significativos, su presencia en la Biblia de Burgos o de Cardeña, de hacia 117522 y en una Biblia procedente del fondo del monasterio de Santa Cruz de Coimbra, el códice conocido como Santa Cruz 123. fig. 5
En cuanto al significado de este gesto en la plástica románica se han apuntado varias hipótesis. Una de ellas alude a una cuestión natural: la manzana se habría atascado al llegar a la garganta y de ahí que Adán o Eva se lleven la mano al cuello, como consecuencia del dolor físico que les causa la situación. Otra de las teorías apuntadas también supone que ambos personajes se sujetan el cuello con la mano debido al dolor que sienten, pero en este caso sería un dolor interno, una muestra de pesar por haber comido el fruto prohibido y desobedecido el mandato divino. Existe una tercera posibilidad, que unifica ambos sentidos: se produce un atascamiento del fruto en la garganta, que alude simbólicamente al atragantamiento moral que sufren los primeros padres al darse cuenta del pecado cometido. Por último, se ha señalado también que este gesto constituye el tema iconográfico conocido como “el arrepentimiento de Adán”, el momento en el que éste se arrepiente del pecado que ha cometido e intenta, desesperadamente, no tragar el fruto antes de que sea demasiado tarde. La propia etimología del término garganta en latín, gula, se asimilaba asimismo al pecado de la gula y muchos autores como san Ambrosio, san Gregorio el Grande, Pedro Lombardo y Ruperto de Deutz propusieron que el pecado cometido por Adán en el paraíso había sido el de la glotonería, la temptatio gulae24.
Independientemente de la verosimilitud de estas teorías e hipótesis, lo que sí está claro es que este gesto no responde al texto bíblico. Además, es una postura completamente ausente en las imágenes que ilustran este pasaje desde época paleocristiana. En la Alta Edad Media, no aparece en las grandes Biblias carolingias del siglo IX, cuyas ilustraciones a toda página recogen varios momentos de la historia de los primeros padres25. Tampoco lo hallamos en los grandes conjuntos románicos de pintura mural del siglo XI en los que se incluyó el ciclo del Génesis26. Por lo que se refiere específicamente a la Península Ibérica, no conocemos tampoco esta actitud en ninguno de los códices altomedievales conservados, manuscritos en los que, por otro lado, es muy frecuente la presencia de esta iconografía27. En la mayor parte de las obras, el gesto que expresa el sentimiento de Adán y Eva al darse cuenta del pecado cometido es el de llevarse la mano a la mejilla. Esta actitud, al contrario que la de sujetarse el cuello, sí es posible hallarla desde el siglo X en adelante, convirtiéndose en la disposición más frecuentemente utilizada por los artistas a la hora de plasmar el sufrimiento y el dolor de los primeros padres28.
La hipótesis que planteamos para el surgimiento y desarrollo de esta postura en un momento en el que la iconografía y las formas románicas estaban ya plenamente asentadas, es que sea una contaminación de los dramas litúrgicos29. Se constata la presencia de este tipo de obras en el marco peninsular ibérico desde finales del siglo XI en adelante aunque, hasta el momento, no se ha descubierto ninguna dedicada al ciclo del Génesis. En cambio, en ámbito europeo sí que se conservan, como es el caso del conocido como Jeu d’Adam u Ordo Representationis Adae, procedente de Tours y datado a mediados del siglo XII. En él se estipula claramente que los gestos realizados por los actores deberían ir acordes con el discurso y, además, la tentación y el pecado son los dos momentos en los que se hace mayor hincapié30. La razón principal para establecer un nexo de unión entre el gesto de llevarse la mano al cuello al tragar la manzana y este tipo de obras es que se trata de una postura muy natural y, al mismo tiempo, muy expresiva. Teniendo en cuenta los objetivos que acabamos de señalar con los que surgieron los dramas litúrgicos, creemos que es factible que los actores clérigos comenzaran a realizar este gesto para mostrar simbólicamente el pesar y el dolor de los primeros padres al darse cuenta del pecado cometido y que, progresivamente, fuera trasladado al plano artístico31. Este tipo de actitudes y posturas, que formaban parte del lenguaje gestual de los monjes, podrían haber comenzado a ser utilizadas también en las representaciones rituales, es decir, en lo que hoy denominamos los dramas litúrgicos y que de ahí fueron traspasadas al campo artístico.
Éstas son las aportaciones que podemos señalar en relación con el estudio realizado sobre los gestos y la gestualidad en el arte románico de los reinos hispanos. Todas ellas esperamos poder analizarlas en mayor profundidad y ampliarlas en próximos trabajos; continuando así con una línea de investigación que pretende ser partícipe de los estudios de carácter interdisciplinar relacionados con la civilización medieval.