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Ex aequo
versão impressa ISSN 0874-5560
Ex aequo n.17 Vila Franca de Xira 2008
La reescritura de encarnación ezcurra en la ficción y la historia argentina de las últimas decadas
Ana María da Costa Toscano
Universidade Fernando Pessoa, Porto
Resumen
Las luchas de independencia de principios del siglo XIX en América Latina formaron un tipo de mujer diferente que rompió con el orden establecido para ella. Encarnación Ezcurra nace en el seno de una de las familias más importantes de la sociedad colonial del Río de la Plata. Su figura marcó toda una época llevando al poder a su marido D. Juan Manuel de Rosas que se convirtió en el primer dictador argentino.
Palabras-clave mujer, poder, nación, libertad
Abstract
The (rer)writing of Encarnación Ezcurra in the Argentinean fiction and history of the last decades
The fights for independence in the beginning of the 19th century in Latin America led to a new type of woman who disrupted the established status quo. Encarnación Ezcurra was born in one of the most important families of the colonial society in Rio de la Plata. Her image was influential for her epoch and contributed for the empowerment of her husband, D. Juan Manuel de Rosas, who became the first Argentinean dictator.
Key-words woman, power, Nation, freedom
Résumé
La réécriture de Encarnación Ezcurra dans la fiction et dans l’histoire de l’Argentine de dernières décades
Les luttes pour l’indépendance en Amérique Latine au début du XIXème siècle ont formé un type de femme différente qui a rompu avec l’ordre établi à son égard. Encarnación Ezcurra est née dans une des familles les plus importantes de la société coloniale de Río de la Plata. Elle a marqué toute une époque conduisant au pouvoir son mari, D. Juan Manuel de Rosas, qui s’est converti dans le premier dictateur argentin.
Mots-clés femme, pouvoir, Nation, liberté
¿Y tú quieres a Juan Manuel? – contraatacó María Josefa. «Encarnación la miró con un poco de suficiencia. Esta hermana definitivamente no entendía nada. Cualquiera sabe que no viene al caso relacionar amor y poder».
María Josefa Ezcurra (Verlichak, 1999: 26)
«La lucha política es la lucha por el poder. Lo importante es para qué quieres el poder y qué se quiere hacer desde el poder [...] Hay algo de narcisista en eso de mirarse al espejo y decir: Yo quiero ser presidente. A mí me gusta mirarme y decir: formo parte de un proyecto que antes quería transformar el mundo y que ahora es más humilde, quiere nomás participar en el cambio de mi país».
Cristina Fernández de Kirchner (Cruz, 2005)1
Las citas con las que abrimos este diálogo definen, en parte, los rasgos emblemáticos del tipo y pensamiento de mujer que fue Encarnación Ezcurra Arguibel de Rosas (1795-1838) y que nos motivó a la realización de esta investigación -si bien los epígrafes son de dos señoras totalmente diferentes en sus épocas históricas, a ambas las unen un objetivo común: la lucha del poder por una Argentina en formación. Por esta razón, hemos querido poner de manifiesto la relación entre el papel atribuido a la mujer como esposa enamorada de su marido, y la búsqueda de un papel propio que tiene como relevancia el amor hacia la Nación y el poder político. De esta manera haremos una breve presentación de la figura de Encarnación Ezcurra en novelas y ensayos desde el romanticismo, como también una breve representación de la novela histórica en los últimos años en Argentina y que hacen mención justamente de determinados personajes femeninos silenciados, como es el caso que nos ocupa. Daremos principal relieve a la novela de Vera Pichel, Encarnación Ezcurra. La mujer que inventó a Rosas, publicada en 1999 y que modificó la representación canónica de la esposa del dictador2.
Las mujeres de América del Sur, a principios del siglo XIX, tuvieron una destacada participación en el devenir de la independencia de cada país en Nación y, más tarde, en la construcción de la misma. Como resultado del ambiente mencionado nació un «tipo de mujer» que tuvieron antecedentes en su época como señoras rudas, con una espiritualidad limitada, inteligentes, dominantes pero que, al mismo tiempo, sabían conservar su feminidad. Participaron como espías infiltradas en los ejércitos, vistieron el traje militar, o sencillamente masculinizaron su persona como su nombre para poder entrar en las diferentes batallas de la época. En Argentina se pueden verificar la presencia de varias figuras femeninas que quedaron en la memoria colectiva o en la sencilla leyenda de los pueblos del litoral y del norte de dicho país. En este sentido tenemos nombres como Delfina Maturango, amante del caudillo Francisco Ramírez (1786-1821), conocida por su valentía en la lucha y, principalmente, porque el entrerriano muere para salvarla de una emboscada 3. Sin embargo, no podemos dejar de lado el papel protagónico que tuvo una de las mujeres más importante en la emancipación alto-peruana, la señora Juana Azurduy de Padilla, quien luchó con bravura y fue distinguida por el general Güemes con el título de Teniente Coronela de la Independencia, entre muchas otras mujeres que participaron en los hechos históricos de este país y en la construcción de una identidad. Para Berta Wexler, Doña Juana «representó la incorporación plena de la mujer a la guerra, acción desvalorizada en su época» (Wexler, 2001: 87). En Chile aparece una figura importante de la sociedad santiaguina, la señora Javiera Carrera:
Mujer inteligente y dominante, supo oponerse a la rigidez de las autoridades impuesta en América [...] Temperamental, orgullosa e impaciente, difícilmente aceptó obstáculos a su voluntad ni contradicciones a sus opiniones. Ambiciosa, déspota por naturaleza, y sagaz en sus movimientos, supo acercarse al poder desde ámbitos no convencionales, y supo valerse de él para la acción (Micale, 1997: 8) 4.
Todo este conjunto de actividades femeninas provocó en el ambiente varonil actitudes de rebeldía y despreció ante sus figuras, lo que desencadenó un alejamiento alarmante dentro del entramado político de las páginas de la historia haciendo que la historiografía las ignore o se las mencione solo como datos marginales. Tal como afirma Lucía Gálvez, algunas de ellas «fueron las grandes silenciadas, llamadas a colaborar o relegadas según la conveniencia o no de su participación» (Gálvez, 2001: 9). Dentro de ese silencio histórico, y a título de ejemplo, se encuentra el protagonismo cabal que tuvo la señora Manuela Sáenz y Aizpuru (1795-1856), el último amor de Simón Bolívar, en las luchas de las arenas movedizas del poder por la independencia de las naciones americanas. Según investigaciones de Von Hagan, «la amable loca», como solían llamarla, había sido condenada al olvido a través de «un pacto de caballeros» realizado por los historiadores, al suprimirse oficialmente los documentos que la mencionaban y al destruirse casi todas las cartas de amor que le enviaba al libertador5. En el mundo de la ficción, Gabriel García Márquez la considera una mujer «astuta, indómita, de una gracia irresistible, y tenía el sentido del poder y una tenacidad a toda prueba» (García Márquez, 1999: 159)6.
Ante estos ejemplos podemos verificar que es a partir de los últimos años del siglo XX que vemos una especie de proceso de reconocimiento o reescritura de la historia que se produce al rescatar del prejuicio y de un machismo historiográfico y literario la imagen de determinadas mujeres que revelan la audacia, el coraje y el atrevimiento político de muchas de ellas dentro del ámbito internacional. La recuperación de sus figuras se produce a través de un elevado número de creaciones literarias, principalmente, novelas históricas que «nacen de un clima ávido por conocer el pasado propio que, o bien era desconocido, o bien había sido narrado en términos inequívocamente masculinos» (Carrera Suárez, 2000: 17). Muchas de estas nuevas versiones están siendo llevadas a cabo, principalmente, por escritoras, críticas, historiadoras y teóricas feministas.
En Argentina la novela histórica surge durante los últimos 25 años con gran intensidad, imponiéndose como uno de los modos dominantes de la narrativa que se proyecta hacia el fin del siglo XX. Se caracteriza por su relectura crítica y desmitificadora, que se traduce en una reescritura del pasado encarada de diversos modos, tales como: el recuperar silencios, como los mencionados anteriormente, el lado oculto de la historia o el secreto que ella calla, entre los variadísimos ítems para investigar. Durante estos años dicho género se presenta como la manifestación de un cambio importante, tanto literario como discursivo, acorde con los nuevos moldes culturales e ideológicos de las últimas décadas. Para la crítica, los cambios se deben en su mayoría a los años negros por los que pasó desde 1973 Argentina mostrándose dicho género como una bisagra «contra el aislamiento impuesto por el Poder, al aparecer como un recurso subversivo» (Rama, 1984: 9).
Sin embargo, en los años 90 surge un nuevo género, la narrativa histórica, que atrapa al mercado lector con biografías noveladas, o imaginaciones de hechos históricos, a los que se incluye la tematización de las vidas de los héroes o heroínas de nuestra historia argentina7. Por esta razón, en las diferentes creaciones literarias que realiza Vera Pichel8 se puede observar cómo ella va forjando un camino para rescatar el papel, tanto histórico como político, que desempeñó la mujer argentina. En lo que se refiere a la novela que presentamos, la propia autora afirmó que: «No había argumento válido para haber dejado de lado la figura de Encarnación Ezcurra en el proceso en que ella signó con su habilidad política y su talento de forjadora de ideas» (Pichel, 1999). Dentro del ámbito de la escritura biográfica la historiadora María Sáenz Quesada también se adhiere a las reflexiones aquí presentadas enunciando que la figura de Ezcurra «no ha merecido aún un estudio biográfico completo» (Sáenz Quesada, 1991: 50). Argumentos a los que me uno, pues toda su persona se justifica para escudriñar en la vida de quien se ha dicho que «sin ella quizás Rosas no hubiera vuelto al poder» (Pichel, 1999: 53ª), según palabras de su sobrino, Lucio V. Mansilla (1790-1871), uno de los autores más conspicuos de la generación del 80.
Es por eso que si bien a Encarnación Ezcurra se la recuerda como una mujer implacable, pasará a la historia, como pocas, por haber ejercido un protagonismo insoslayable en el devenir histórico del Río de la Plata. Vera Pichel la retrata como una mujer brava y celosa guardiana que acecha, observa y advierte todo lo que sucede a su alrededor, pues «actuaba y razonaba políticamente en una época en que las mujeres, más que sometidas, ni contaban en la sociedad» (Pichel, 1999: 33). Como personaje dentro de la novela enfrentó su lucha con el objetivo de ayudar a su marido y a su país, sin embargo, esa lucha fue un proceso largo y dificultoso que rompió con todo un abanico de tradiciones impuestas, en su mayor parte, por los hombres y propagadas a menudo por las mismas mujeres. Decide así romper por completo con ese universo masculino que representaba Buenos Aires como gran aldea dentro de la colonia y que iremos detallando a lo largo de este ensayo.
Una heroína para Rosas
La mirada, que hasta hace muy poco tiempo teníamos sobre Encarnación Ezcurra, fue siempre la de sus enemigos antirrosistas, quienes proclamaron en el Río de la Plata que las hermanas Encarnación y María Josefa Ezcurra (1785-1856) habían ejercido en la gestación del país un papel esencial, durante el período de la dictadura de «Su Excelencia, el Restaurador de la Patria y de las Leyes». Ellas fueron retratadas como arquetipos siniestros en la novela Amalia (1851), de José Mármol en el siglo XIX, al declarar el propio autor que:
Los años 33 y 35 no pueden ser explicados en nuestra historia sin el auxilio de la esposa de don Juan Manuel de Rosas que, sin ser malo su corazón, tenía, sin embargo, una grande actividad y valor de espíritu para la intriga política; y los 39, 40 y 42 no se entenderían bien si faltase en la escena histórica la acción de doña Maria Josefa Ezcurra. Esas dos hermanas son verdaderamente personajes políticos de nuestra historia de los que no es posible prescindir, porque ellas mismas no han querido que se prescinda; y porque, además, las acciones que hacen relación con los sucesos públicos no tienen sexo (Mármol, 1960: 144).
A principios del siglo XX, José Ingenieros, la denominó «la loba» en sus ensayos. En este mismo sentido, Ramos Mejía afirmaba que para defender a su esposo «la leona se había levantado soberbia de ira [...] e iba hasta su fin» (Ramos Mejía, 1934: 115), cumpliendo dichos apelativos una función animalesca, es decir, la fábula invertida, típica dentro del subgénero dictatorial9. Supo ganarse su lugar ante la sociedad porteña imponiendo, según sus enemigos, su crueldad, atacando con el mismo gesto despiadado que su esposo, el dictador. José Ingenieros continúa retratándola como la mujer que: «Organiza el espionaje y las mazorcadas, ordena las palizas a los adversarios, las instrucciones a los amigos, manda balear casas, maneja sumas cuantiosas, aconseja a los legisladores» (Ingenieros, 1961: 38).
Pero en las postrimerías del siglo XX se comienza a ejercer otra mirada diferente a través de los ensayos de María Sáenz Quezada y de la única novela de Pichel en la cual por primera vez es el personaje principal y en donde la autora realiza un cruce y una concordancia espléndida entre la historia y la ficción.
El amor y el deber
Encarnación Ezcurra nace dentro de la clase alta del virreinato y se educa en un ambiente severo. La sociedad del momento estaba sumergida en las luchas y guerras civiles que dieron lugar a un cambio dentro de las familias y de las estructuras femeninas, que originaron para algunas de ellas una forma de escape hacia todo tipo de vida casera. Así, dichas señoras alcanzaron el poder a través de sus familiares o, como era típico en la época, por medio de alianzas matrimoniales, gobernando muchas veces bajo el signo del terror que comenzarían con persecuciones individuales para, más tarde alcanzar a toda una sociedad. Indudablemente, llegaron a fundirse en un largo camino de persecutoras y más tarde perseguidas. Por esta razón, veremos cómo se convierten, algunas de ellas, en la decadencia de sus poderes, en perseguidas, justo cuando ellas tocan el extremo de su terror provocando con esto la ruptura del mismo a través de un nuevo cambio dentro del sistema político como fue la esposa del General Gamarra, en el Perú, llamada por todos la Mariscala.
En el caso de Encarnación, ella logra un cierto poder a través de su casamiento con Don Juan Manuel de Rosas10. Un casamiento basado en el simulacro de un supuesto embarazo para poder obtener la aprobación de su suegra y en el que más tarde ella le entregará a su marido su vida a favor de las utopías de su tiempo al sumergirse en las contiendas desatadas entre unitarios y federales.
En la novela de Vera Pichel observamos como tópicos principales la relación de la pareja y la fuerza que ella demuestra para ubicarse e interactuar ante los militares y gobernantes. Su personalidad política, su temperamento frío y seguro la llevó a ser promotora de hechos decisivos que incluyeron, entre ellos una revolución, pero como mujer enamorada de su marido guardó sus sentimientos detrás de las circunstancias de su lucha política, porque «consideró que su presencia activa y permanente en el accionar de su marido valía mucho más que el ronronear de un amor» (Pichel, 1999: 126). Para su esposo, «la heroína de la Federación», fue siempre su soporte y escudo protector en sus largas ausencias de Buenos Aires. Su amor fue sinónimo de una entrega y total colaboración a la causa política. Parte de su epistolario, que se encuentra en el Museo Mitre, como algunas de las cartas que la propia autora introduce en la novela, son el reflejo de esa personalidad que se entrega sin límites. A título ilustrativo sólo presentaremos algunos párrafos significativos como muestras de su carácter y fidelidad; la primera escrita el 15 de octubre de 1833 y la segunda el 1 de diciembre del mismo año:
La pronunciación del pueblo es unísona [...] Don Juan Ramón Balcarse está furioso conmigo y me han mandado decir que sólo los respetos de Juan Manuel no lo hacen tomar medidas contra mí, mi contestación ha sido que de miedo lo voy a hacer compadre. Aquí no hay sino entusiasmo y decisión. Cuidado que no tenga que enojarme con usted porque flaqueé. Ya he echado para fuera muchos godos, los maletas no hay quienes los mueva. Ya usted me entiende... (...) ¡Viva la patria, la Federación y sus defensores! ¡Vivan para siempre los montaraces! Sólo es la voz de la compañera. Encarnación Ezcurra de Rosas (1999: 103). ... nadie da la cara como yo, pero nada se me da de sus maquinaciones, tengo bastante energía para contrarrestarlos, sólo me faltan tus órdenes en ciertas cosas, las que las suple mi razón y la opinión de tus amigos a quienes oigo y gradúo según lo que valen pues la mayoría de casaca tienen miedo y me hacen sólo el chúmbale (Conde Montero, XIV: 149).
A pesar de que estas cartas fueron redactadas sin ánimo de ser publicadas, con el tiempo, se convirtieron en una auténtica obra maestra para conocer mejor el temperamento de esta revolucionaria que, no se limitaba a obedecer sino a imponer su posición como también dar coraje a su compañero de batalla. En ellas se observa no un amor romántico sino una amistad que va más allá del estereotipo amoroso al dar consejos y mantener una comunicación de ideas y trabajos políticos en conjunto. Las misivas nos permiten acercarnos psicológicamente a sus autores, constituyendo un testimonio histórico insustituible como también una fuente importantísima de información que nos sirven para profundizar en la personalidad humana de sus remitentes y descubrir las claves de toda una gestión revolucionaria de esos años tan difíciles. Encarnación representó su otro yo para Juan Manuel demostrando cualidades que le faltaban a su esposo, era entusiasta, franca y directa al objetivo deseado, mostraba su cara ante los demás, mientras que Rosas se urdía en artimañas, en el disimulo y el cálculo minucioso (Quesada, 1991: 57). Ella transgredió todas las reglas impuestas en el plano tradicionalmente asignado a la mujer – el doméstico – para convertirse en una de las féminas que más poder tenía en ese momento. Causó una desestabilización ante las expectativas de género que se tradujo en considerarla una mujer siniestra11.
Dentro de la diégesis narrada podemos observar que si bien el romanticismo identificó a la mujer-ángel, en la esposa del dictador tenemos su antítesis exaltada como mujer-demonio. Asociada siempre a una imagen demoníaca y sangrienta para la época, jugará a su vez un papel de interpolación de la intriga no sólo con su séquito de esclavos negros sino con los policías y políticos del momento. Todo su mesianismo se haría en nombre de «los pobres» y al servicio de la causa revolucionaria. Por lo tanto, en el plano familiar, será la ejecutora astuta de aquellos que sufren las persecuciones políticas que imperaban en ese momento en el país. En su casa tomaba contacto con negros, mulatos, algunos indios y blancos, de la clase baja y de la clase media, del pícaro y el bueno. Ante las intrigas palaciegas que rodearon las paredes de su casa, ésta quedó sellada ante la sociedad como la casa del cuartel general. La sala, donde entraban sus delatores, era el centro de información. Así, se convence de su importancia mesiánica y de su liderazgo nacional en nombre de la Federación. Por eso, la novelista nos muestra un enfoque especial de una clara diferenciación social entre los federales y unitarios. Pero esta «Prometeo femenina» se fue apagando lentamente al terminar la revolución contra Balcarce.
Por esta razón, ese espacio conquistado en medio de fuertes resistencias, oposiciones y discriminaciones se desmoronaron al ayudar a poner a Rosas en el poder y cedió su poder a su esposo cuyo narcisismo no la dejaría actuar. A partir de 1835 su figura casi desaparece de la escena política tanto en la historia como en la novela de Vera Pichel. La que fue llamada «La heroína del siglo», «la reina», no supo controlar la soledad y el vacío que le dejó la falta de actividad en los asuntos políticos del gobierno de Buenos Aires. O como describe Pichel en su novela la única realidad aceptable era lo dicho por su esposo «ahora no tenés nada que hacer» (Pichel, 1999: 149). La puso en «el cepo», tal como se lo recordaba su amiga de infancia la famosa Mariquita Sánchez. Luego sobrevino una extraña enfermedad incurable y fallece el 2 de noviembre de 1838.
Ella no cumple con la función de perseguida o exiliada como los dictadores, pues la muerte natural le llega a la edad de 43 años. Los preparativos que ordenó Rosas para su funeral se convirtieron «esta vez en un carnaval, funerario y sombrío » (Pichel, 1999: 137). Las malas lenguas divulgaron que ante los conflictos presentados en la iglesia por las órdenes dadas para las ceremonias fúnebres el dictador les mandó un recado diciéndoles que «les envío una Santa de verdad para que tire de la sotana al fraile que anime sucios pensamientos...» (Pichel, 1999: 173). Pero su desconsuelo era de tal grado que en la intimidad le confiesa al General Pacheco que «esa santa era la esencia de la virtud sublime y del valor sin ejemplo »12.
El dictador no asistió al funeral de su esposa, pero, sí impuso al pueblo argentino, un duelo que duró prácticamente dos años, su culminación es el inicio de la trama de la obra Amalia, de José Mármol, y el culminar de la novela de Pichel. Sin embargo, es interesante resaltar que su funeral fue imponente costándole cerca de treinta mil pesos al estado, quien además ordena ciento ochenta misas en su honor. Durante el resto de su vida tanto en Buenos Aires como en su exilio en Inglaterra sigue honrándola cono misas. Su tristeza ante la pérdida de su esposa no queda solo en este acto, sino que manda construir un templo en su honor, el de Nuestra Señora de Balvanera (Ibargueren, 1930:151). El funeral de Encarnación como el desfile militar para llevar su féretro por las calles de Buenos Aires se los puede comparar con la imagen de las exequias de Eva Perón, dado que ambas, como esposas de gobernantes de la república, tuvieron honores de jefes de estado y fueron idolatradas como «santas».
Conclusión
A lo largo de la literatura sobre el gobierno de Rosas que se escribió desde esa época, el nombre de Ezcurra fue cuestionado a través del poder y participación que tuvo en las redes políticas de su país. Creemos que esta nueva transformación que sufre Encarnación Ezcurra – de lo público para lo privado13, cuando su esposo llega al poder – la ahogó en un conflicto desgastante por encarnarse en sí misma a las funciones que le exigía la sociedad de ese momento ser «madreesposa » y no mujer-política. Así, ella misma se marginó por no poder encarnarlo. Nos parecen acertadas las palabras de la propia Vera Pichel para cerrar nuestra conclusión al tema amor-política, porque no se puede permitir que su nombre «se diluya hasta quedar inmersos de una tremenda proscripción histórica » (Pichel, 1999: 175). Así se dejará abierto un nuevo camino de reflexión ante las nuevas tendencias historiográficas como literarias sobre el tema presente.
Referencias bibliográficas
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Notas
1 En septiembre de 2007, en una visita oficial a Estados Unidos, el The New York Times la definió con un dejo de ironía como «La Reina Cristina». El 28 de octubre de 2007 ganó su lugar dentro de la historia de su país al ser elegida presidenta de la nación Argentina. Inclusive abrirá otro ejemplo mundial en la historia dado que nunca un presidente de la república le había pasado el mando a su esposa en un proceso democrático.
2 Este estudio pertenece a una investigación mucho más amplia sobre las distintas mujeres que actuaron en el período de independencia de América del Sur.
3 Las novelas más recientes son las escritas por las autoras Chuny Anzorreguy (1999); Susana Silvestre, del mismo año y en 2002 se llevó al teatro el texto de la dramaturga Susana Poujol titulada La Delfina una pasión, ediciones Teatro Vivo, con éxito de cartelera.
4 En el año 2000 la escritora chilena Virginia Vidal recrea en su obra los avatares por los que pasó dicha señora considerada hoy como «la madre de la patria» por su compromiso político. Léase Vidal (2000).
5 Consúltese la novela histórica Las cuatro estaciones de Manuela. Los amores de Manuela Saenx y Simón Bolivar, de Victor W. Von Hagen, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1998. Para Berta Wexler también hubo otro olvido histórico como fue la figura de Juana Azurduy que al celebrarse el centenario de su muerte y el bicentenario de su nacimiento (1960-1980), rescataron su figura dándole grado militar póstumo, nombrándola «heroína nacional» y proponiendo a la Comisión Interamericana que se la declare «heroína de las Américas». Esta nominación fue concedida por la Comisión Internacional de la Alianza de Mesas Panamericanas celebrada en Acapulco, México, en 1980. Véase el estudio de la autora Las heroínas alto peruanas como expresión de un colectivo. 1809-1825, Cochabamba, Bolivia, Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las Mujeres, 2001.
6 Léase también la novela de Silvia Miguens, La gloria eres tú. Manuela Sáenz rigurosamente confidencial, Bogotá, Ediciones Aura, 2001. Como también el guión cinematográfico de Leonardo Padrón, Manuela Sáenz, Caracas, Ediciones Alter Libris, 2001.
7 Se pueden nombran entre el extenso abanico de producción al tema obras como la de Virginia Haurie, Mujeres en tierra de hombres. Historias reales de la Patagonia invisible (1996), Araceli Bellota, Aurelia Vélez: la amante de Sarmiento (1997), María Rosa Lojo, La princesa federal (1998), Carmen Verlichak, María Josefa Ezcurra. El amor prohibido de Belgrano, (1999), Roberto Elissalde, Dolores Pueyrredon y Juan Martín de Pueyrredon. Lazos de sangre, amor y melancolía (1999), Silvia Miguens, Anita Gorostiaga. Una mujer entre dos fuegos (2002) y Álvaro Abós, El crimen de Clorinda Sarracán. La otra Camila O’Gorman (2003), entre las muchas y destacadas creaciones que se siguen publicando en el Río de la Plata.
8 Autora poco conocida fuera de Argentina, pero que ha tenido un trabajo importante en el acervo cultural argentino. Escritora, nacida en Junín, provincia de Buenos Aires. Ejerció el periodismo como redactora del diario El Líder y editorialista de La Prensa hasta 1955. Fue dirigente del Sindicato de Prensa. En la década de 1960 se desempeñó como directora de prensa y difusión de la provincia de Neuquén. En 1967 fue observadora argentina no gubernamental, ante la comisión Interamericana de Mujeres de la OEA. Colaboró en «La mujer en la vida argentina», en la revista Todo es Historia y en variadísimas publicaciones. En 1968 dio a conocer el libro Mi país y sus mujeres, reeditado en 1973, más tarde publicó en Evita intima, Las cuartelera (1994), Delia Parodi, una mujer en el congreso, Testimonios vivos sobre Evita, y Perón y las leyes obreras de la revolución está todavía inédito.
9 El recurso al mundo fáunico constituye uno de los procedimientos frecuentes en la literatura universal. También el lenguaje, por su lado, posee el repertorio zoológico riquísimo, donde se actualizan arquetipos y símbolos ancestrales. Al estudiar las novelas del dictador el investigador tropieza con un número considerable de metáforas y metonimias zoológicas de la más diversa índole. A lo largo de la presente comunicación vamos a intentar explicar la proliferación del bestiario en este tipo de literatura. Una observación tan sólo superficial permite ver una clara analogía de la novela del dictador con el mundo poético de los mitos europeos, americanos, bíblicos u orientales, donde abundan las referencias al reino fáunico. Sin embargo, la novela del dictador sobrepasa largamente una simple reencarnación de las historias zoomorfas antiguas. En la fábula esopiana y en sus más diversos avatares los animales tenían los rasgos y comportamientos antropomórficos, metaforizando, parafraseando o parodiando la condición humana. En los ejemplos analizados encontramos el procedimiento semántico contrario, es decir, las personas adquieren los rasgos zoomorfos. Así el recurso a la fábula invertida es casi una constante del subgénero. El análisis de este fenómeno exige la selección de algún procedimiento metodológico adecuado. En este caso optamos por la adopción del esquema tripartita propuesto por Pierre Brunel (1988: 211-212). El autor citado dividió la participación mítica de los animales en tres categorías:
1. El animal es como tal objeto de un mito (etiológico o no), cuya sintaxis significante es luego retomada por la literatura;
2. La bestia funciona de manera metonímica, recordando un mito donde no es sujeto principal sino un elemento;
3. Animal hierofánico, es decir, atributo de un dios. A veces ni siguiera es un ser fabuloso y su papel se vuelve limitado a un emblema. Pierre Brunel (1988).
10 Contraen matrimonio el 13 de marzo de 1813 sin llevar dote como era costumbre en su tiempo. A través de una carta que Rosas guardaba de su esposa en su exilio se supo los deseos de la misma con respecto a su herencia al escribir que «nada introduje al matrimonio, porque nada tenía, ni he tenido herencia después. Todo, pues cuanto me corresponde por la ley, después de mi muerte, será entregada a mi esposo Juan Manuel, a cuyo trabajo constante y honrado son debidas nuestras propiedades», en Juan Manuel de Rosas cartas en el exilio (p. 120).
11 Desde el campo antropológico las mujeres poderosas suscitan miedo en determinadas culturas y para Taylor M. «la mujer y las deidades femeninas presentan la amenaza constante de que su poder se descontrole y se transforme en una fuerza malévola. Ante la ausencia de una autoridad masculina, con frecuencia la del consorte, se teme que la mujer despliegue destrucción y violencia a su alrededor. Pero su poder puede ser benevolente cuando somete su poder al control masculino» (1979: 16). Así siendo la imagen que se construye de Encarnación como mujer astuta, violenta y dominante se une con la figura de un Juan Manuel Rosas alejado del entramado político de Buenos Aires.
12 Véase el estudio de Carlos Ibargueren: Juan Manuel de Rosas, su vida, su tiempo, su drama, Buenos Aires, 1930. Esta segunda edición tiene en su primera página un cinta punzó que dice «Federación o Muerte».
13 Ante los diferentes significados entre lo público y lo privado demostraremos en dicho artículo que lo privado es la esfera de la vida doméstica, el mundo del hogar y la familia, es decir, aquello que la modernidad significó como la privacía.
Ana María da Costa Toscano es investigadora y profesora asociada de español y literatura hispanoamericana de la Universidade Fernando Pessoa. Directora del Centro de Estudos Latino-Americanos (CELA) desde 2002-2007. Editora de la revista Nuestra América, ediciones de la UFP y de los Cadernos de Estudos Sociais para América Latina. Colaboradora de numerosas publicaciones, es autora de la obra El discurso autobiográfico en la obra de Horacio Quiroga (2002), traductora de portugués del libro Crime de mulheres (2003), y coautora de la trilogía de Mulheres más. Percepção e transgressão no mundo luso hispânico (2006), entre otros. Contacto: atoscano@ufp.pt y anatoscano@netcabo.pt
Artigo recebido em Janeiro de 2008 e aceite para publicação em Março de 2008.