Objetivos
Dotado de una fuerte personalidad, el áurea legendaria del rey de Aragón Jaime I (1213-1276), a quien los anales de la historia bautizaron con el sobrenombre de El Conquistador, puede advertirse incluso en los momentos previos a su concepción, tildada por algunos de milagrosa. Su acertado gobierno y espléndido talante, según explican algunas de las fuentes medievales, tuvieron eco plástico principalmente en la iconografía generada después de su reinado, sobre todo a partir del siglo XIV a instancias, no pocas veces, de sus descendientes.
El recorrido en imágenes que pretendo realizar1 abraza un arco cronológico de más de doscientos años que regalan, intermitentemente, evidencias plásticas sobre cómo fue visto y concebido el rey Jaime a lo largo del período medieval. Esta concepción, sobre todo ulterior y que denota una clarísima visión favorable hacia su figura, aunque fue favorecida muchas veces por el patrocinio de la propia monarquía, en ocasiones fue generada por otros organismos con el deseo de vincularse a la institución monárquica y, de esta manera, conseguir un mayor prestigio al tiempo que enaltecían su grado de notoriedad.
La ceremonia de coronación y las exequias regias
De extensión variable y condensadas en la ceremonia de coronación y en la liturgia de las exequias, ambas solemnidades constituyen los instantes que indican el principio y el final de un reinado.
Jaime I personifica un gobierno especialmente particular, pues no constan noticias sobre su coronación2. Bien es cierto que el mismo rey afirmó en su crónica que era rey por derecho3, pero los hechos constatan que toda la vida aspiró a ser coronado por el Santo Padre4.
[Fig. 1] Sólo nos consta una imagen que, supuestamente, ilustraría la coronación de Jaime I, representación que se encuentra en el Llibre de franqueses i privilegis del regne de Mallorca5 iluminado por el miniaturista identificado con Joan Loert6. Una viñeta a página entera del folio 13v presenta el momento durante el cual el Conquistador está siendo coronado por dos ángeles al tiempo que concede y jura las franquícias y privilegios del reino de Mallorca, representación inusual al combinar las dos ceremonias en una misma escena7. Bien es cierto que no hay nada que nos indique que sea él el respresentado, cuestión que puede hacer pensar en que aquí se alude al rei de Mallorca, a nivel genérico, tal y como defienden Gabriel Llompart e Isabel Escandell en un estudio reciente8 al considerar que la identificación con Jaime I entraría en contradicción con el hecho de que este rey nunca fue coronado. Que esta circunstancia no le privase de introducir la corona en la iconografía donde hasta entonces era inexistente es una de las razones, entre otras, que parecerían indicar que podría tratarse del rey Jaime quien, por “derecho de conquista”9, instauró este tipo de solemnidades en la isla.
Esta escena que deriva de la Maiestas sienesa10, es una imagen de poder que no hace sino evidenciar de plásticamente la voluntad y pretensión, por parte de la monarquía insular, de un supuesto carácter sacro: recordemos que por estas fechas la legitimidad de los reyes mallorquines ya estaba puesta en entredicho. Así, no es casual que esta figuración intente constatar a nivel iconográfico el origen místico del poder del soberano: de hecho, aquí los que coronan al rey son los ángeles: los delegados directos, y mensajeros, del poder celestial11.
Como ceremonia eurítmica a la de la coronación, encontramos la de las exequias que, no pocas veces, encontró eco iconográfico de carácter monumental. No fue el caso de Jaime I, cuya primera tumba fue una sepultura “muyt honrada” según expresión de la Crónica de San Juan de la Peña12. Consistía, como la de su abuelo Alfonso el Casto, en una sencilla urna de madera forrada de terciopelo o de damasco y claveteada de metales preciosos13 y, como la de su predecesor, se ubicaba en el presbiterio de la iglesia de Santa María de Poblet14.
El cambio de localización y de estructura fue resultado de la voluntad de Pedro el Ceremonioso, quien sintió verdadera predilección por el Conquistador. Hacia 1366, de acuerdo con Josep Bracons15, se colocó la nueva sepultura del rey Jaime sobre un arco entre los pilares del crucero y fue representado, como especifican los documentos, con una yacente “esmaltada de vidre, semblant a la sepultura del dit senyor rei [en Pere], ab caps de chembranes et de dos pilars dobles de images et de tabernacles et de formes”16. En 1370, el Ceremonioso ideó una doble representación, motivo por el cual contrató, también con el maestro Cascalls, “dues ymages de pedra, a estatura, del rei Jacme, besavi del senyor rei [...] ço és, una a figura e a manera de rey coronat [...] e altra, a figura e a manera de monge, ab son àbit vestit, e qui jau tinent corona reyal en son cap”17. Es decir, una con todos los ornamentos reales de acuerdo con el padre Finestres18 y otra representado como monje en el lado que da a la sacristía vieja. También exhuma la documentación que la primera imagen que se esculpió para la sepultura de Jaime I se destinó, finalmente, a la tumba de Alfonso II19, decisión que pone de manifiesto, y corrobora, contrariamente a lo que sucedía en otros ámbitos europeos, el escaso valor retratístico que por entonces se otorgaba a este tipo de figuraciones.
La imagen del rey en dos soportes legales: la numismática y la sigilografía
Conocedor de su potencial y condicionado por la necesidad de organizar y unificar sus dominios, aunque dotándolos de cierta autonomía tras las recientes conquistas, el Conquistador se sumergió en una intensa labor iconográfica que, afectando a estos dos soportes jurídicos, reafirmaba su poder ante sus súbditos.
En el terreno numismático, rescató la tarea unificadora propia de su abuelo Alfonso y volvió a adoptarla en 1247 mediante una nueva acuñación de terno20 que seguía el modelo provenzal, es decir, busto coronado de perfil / cruz procesional, expedida en la ceca de Valencia y destinada a los territorios acabados de conquistar: Valencia y Mallorca. En 1258 decidió crear una nueva moneda barcelonesa con la cabeza del rey coronada para diferenciarla del doblenc. Interesante fue la gran cruz que introdujo en el reverso cantonada por anillos y puntos21 pues, al anverso típico de la moneda provenzal, le añadía un nuevo reverso que cumplía la función de otorgar una nueva identidad a la acuñación. También introdujo cambios en la moneda aragonesa, los más importantes de los cuales se encuentran, igualmente, en el reverso: una gran cruz de doble travesaño campea por toda su superficie. Lazos familiares con León, donde Fernando II (1157-1188) había emitido un dinero muy similar, podrían ofrecer una explicación plausible a la adaptación de esta iconografía por parte del rey Jaime, aunque también la podrían explicar su matrimonio con Violante, hija de Andrés de Hungría, quien emitía piezas contemporáneas con este elemento en alguna de sus caras22. O, quizás, las intensas relaciones con Sicilia, fruto de las cuales fue el matrimonio de su primogénito con Constanza, hija de Manfredo, donde circulaban ducatis donde figuraba Roger II con su primogénito entre una cruz de doble travesaño23. Así, la característica de su política monetaria fue la adopción de un mismo tipo iconográfico en el anverso de todas sus emisiones, tipo que se mantuvo constante en casi todas las emisiones posteriores24: la representación del monarca tocado con una visible corona, la insignia regia por excelencia. Por otro lado, el rey escogió diferentes reversos para identificar cada uno de los territorios en los cuales se batía moneda: cruz procesional en Valencia, cruz cantonada por anillos y tres puntos en Barcelona, y cruz de doble travesaño en Aragón, cruces que debieron de mantener el antiguo significado simbólico bizantino25 y, en consecuencia, deben de relacionarse también con las guerras de cruzada que el Conquistador protagonizó tan encarecidamente.
Evidentemente, la incorporación de nuevos territorios también tuvo eco iconográfico en el terreno de la sigilografía, obsoleta conforme avanzaban las sucesivas conquistas26.
[Fig. 2] De todas las aportaciones iconográficas, quizás las más interesantes son las que se manifiestan en los reversos, pues su figuración ecuestre, por otra parte habitual en la iconografía del rey de Aragón desde tiempos de Alfonso II, se presenta por primera vez coronada y precedida por una estrella de seis u ocho puntas, indistintamente. Por lo que se refiere a la corona, el repertorio figurativo invita a afirmar que el cambio se debió, más que a un trasfondo ideológico enmarcado por los problemas de su anhelada y nunca conseguida coronación, a la inserción dentro de una corriente estética entonces imperante en la península y en el resto del continente27. Por lo que respecta a la estrella, que se mantuvo precediendo al caballero hasta tiempos de Juan I, las conclusiones parecen más dificultosas. La búsqueda de precedentes sigilares ha constatado que las piezas coetáneas que la muestran testifican la superioridad numérica de los sellos eclesiásticos referidos a Santa María, cosa que permite conjeturar que el astro podría poseer algún significado simbólico religioso a ella referido, suposición corroborada por la cantidad de oraciones y advocaciones que se refieren a María como stella28. Por otro lado, aunque no ha sido posible confirmarlo y no se han encontrado más referencias en este otro sentido, de acuerdo con una noticia de Francisco Javier de Garma, la estrella también podría referirse a las órdenes militares de caballería, sin la ayuda de las cuales gran parte de las victorias del rey Jaime no se habrían podido llevar a cabo29.
También resulta interesante la bula abierta entre 1231 y 1238, pues se observan cambios en la utilización de las insignias. Por un lado el trono, que vuelve a asimilar la forma tradicional de escaño y abandona definitivamente el tipo curul que su padre había utilizado en sus piezas de plomo, transformación con consecuentes, pues el solio curul no volverá a verse en la sigilografía posterior. Por otra parte la espada, bien colocada verticalmente o, en las piezas de 1255-1273, reposando verticalmente sobre sus rodillas, que vió aumentado su protagonismo al sustituir al cetro30 a raíz, quizás, de la mencionada potenciación de su función como signo de soberanía31.
El ministerium regis
Bajo su gobierno, y condicionado por la adquisición de nuevos territorios, se intensificó el desarrollo político, institucional y legislativo mediante la compilación de códices jurídicos ya existentes y a través de la redacción de otros nuevos que, con el tiempo, fueron de nuevo copiados recibiendo decoración iluminada, a veces, de calidad extraordinaria. En consecuencia, numerosas imágenes lo presentan a manera de autor con tipos compositivos muy similares y ciertamente monótonos que a menudo engañan pues, en ocasiones, se enriquecen con otros contenidos que otorgan a la icografía un significado más profundo del que se podría sospechar a primera vista.
El primer cartulario del que conviene hacer mención es la copia que contiene los Furs de la ciutat e regne de Valencia, en concreto el ejemplar realizado por Boronat Pera, notario del rey Alfonso el Benigno, en 132932. El original, inserto en el furor legalis de la cristiandad tras las recientes conquistas33, fue fruto de la decisión de Jaime I que empezaba a utilizar por sí mismo el poder legislativo. Haciendo gala de su personalidad como gran promotor del derecho, convertía a sus dos nuevos reinos en entidades independientes a las que, además de dar moneda y sistema de pesos y medidas propios, les otorgaba exclusivos privilegios. Fue firmado y jurado el 11 de abril de 1261 y en su redacción, según Gunnar Tilander, podría haber intervenido el obispo de Huesca Vidal de Cañellas34, dato relevante, pues podría sospecharse que sus miniaturas toman como modelo la decoración que ilustraba la obra capital que se nos ha conservado de este eclesiástico: el llamadao In excelsis Dei thesauris. Entronizado, se nos presenta el monarca a manera de autor, tipo iconoráfico que se desarrolló en el Imperio Romano y que se difundió por Europa a través de los carolingios y los otonianos sin apenas variación35. La función de esta forma compositiva era, como advertía André Grabar, reemplazar al soberano en perona y, de la misma manera que lo hacía el retrato grabado en un sello, validar el documento que ilustraba36. Son diversas las miniaturas que responden a esta misma tipología, esté el soberano entronizado o en pie: las que encontramos decorando algunos de los pergaminos de el Llibre de franqueses i privilegis del regne de Mallorca, el Llibre dels Usatges de Ramón Ferrer i el Llibre Verd I, el Tercer Llibre Verd, els Usatges de Barcelona, el Llibre de privilegis de Cervera, o el Llibre de privilegis i ordinacions dels hortolans de Sant Antoni así lo ponen de manifiesto.
Dentro de esta misma tipología, mucho más interesantes resultan las que muestran el consenso, pues la decisión real tenía que resultar de la reunión del consejo. Como se sabe, la Corona de Aragón disponía, desde antuvio y por derecho propio, de las Cortes: un mecanismo a través del cual todas las decisiones gubernativas estaban sometidas al consenso. La documentación exhuma que Jaime I intensificó su celebración regular, cuestión que se pone de manifiesto en las crónicas y que también se constata en la iconografía. Del repertorio compilado destacan las que se encuentran en el Llibre de franqueses i privilegis del regne de Mallorca, al Llibre de franquees de Malorcha o las de los diferentes ejemplares de los Usatges i constitucions de Catalunya, pero quizás la más espectacular es la que se encuentra en el folio 75r del llamado Tercer Llibre Verd de Barcelona y que encabeza las constituciones de paz y tregua otorgados por Jaime I, quien, convenientemente enfatizado, se flanquea por obispos y civiles.
[Fig. 3] Dentro del Ministerium Regis, la administración de justicia fue una tarea esencial, pues el rey, fuente de derecho y entendido entonces como la propia ley viviente, ejercía la función judicial. Evidentemente, en la práctica era muy extraño que ejerciese la justicia directamente, motivo por el cual se había generado un complejo engranaje de funcionarios y otros administrativos que actuaban en nombre del rey y velaban por proteger a los benefactores y castigar, con todo el peso de la ley, a los maliciosos. Es dentro del In excelsis Dei thesauris, también conocido como Vidal Mayor, donde encontramos las primeras y únicas representaciones medievales que retratan al rey de Aragón, a nivel genérico, como juez. Ordenamiento jurídico que constituye uno de los más importantes cartularios del siglo XIII, fue fruto de la iniciativa de Jaime I para acabar, en las Cortes de Huesca de 1247, con las diversidades forales existentes para consolidar un sistema jurídico unificado instaurando en la Corona lo que Luis González ha definido como un “proceso de territorialización empírica del derecho”37. La versión que aquí se analiza se trata de una tercera compilación que no se sabe si es una versión romance del In excelsis o una compilación comentada por el obispo de Huesca, pero nos interesa por las magníficas y diversas representaciones que, deudoras del arte oficial romano38 y estudiadas con minuciosidad por M. Carmen Lacarra39, ilustran el texto que acompañan de inmediato. La del folio 1r muestra al Conquistador en el preciso instante de ordenar la compilación. Verdaderamente fue él quien decidió organizar la nueva recopilación de leyes, pues no es sino a él a quien corresponde esta función40: de él proviene la justicia y, en la línea de la búsqueda de la consolidación del poder real por encima de barones y grandes eclesiásticos, es quien posee el derecho de su aplicación41. Así, dentro de una gran inicial, se nos efigia el Conquistador quien, de acuerdo con los miembros de su corte, también representados en el registro inferior, encarga a Vidal de Cañellas la ejecución del compendio legal en presencia de altos dignatarios eclesiásticos, todos ellos identificados gracias a las fuentes escritas42.
Otra faceta del rey Jaime alude a la misericordia, virtud que practicó en numerosas ocasiones, tal y como indican los renglones de las crónicas medievales, evidentemente cristianas43, y que ha tenido un excepcional eco iconográfico en el conocido como “códice rico” de las Cantigas de Santa María elaboradas a instancias de Alfonso X entre 1257 y 1284. Dentro de la viñeta, se nos muestra, encabezado por la sentencia “C. os mouros pedíron mercee al rei don James Daragon”, al Conquistador con toda fastuosidad y magnificencia haciendo acto de clemencia. Hay quien aseguraría que son los caprichos del artista los que han hecho que la fisonomía de Jaime y de Alfonso sea tan diversa: el primero efigiado con cabellos y larga barba canosa, muy al contrario que el castellano, de apariencia mucho más joven. No fue tanta la diferencia de edad entre ambos monarcas, por lo que cabría encontrar una razón para esta particularidad iconográfica. Quizás explicaría su aspecto senil el hecho que el de Aragón fuese suegro del castellano o, quizás, el recuerdo que de que el rey don Jaime había personificado un reinado de más de sesenta años, algo nada habitual en la época. Sobre esto, volveremos más adelante.
La devoción del rey don jaime
Es cierto que no todos los soberanos se preocuparon de igual modo por la liturgia, aunque tampoco no dudaron en confiar a las plegarias mnásticas y a las generosas donaciones, es verdad, la salvación de sus almas. Consta, documental e iconográficamente, que Jaime I experimentó todas estas posibilidades, aunque pese estas actuaciones de carácter piadoso, fue también muy consciente de la protección divina dispensada hacia su persona: su crónica abunda en detalles que corroboran este sacro amparo desde su infancia hasta su edad adulta; tan consciente fue de esta condición que no dudó en numerosas ocasiones en poner su vida, intencionadamente, en peligro.
Algunas imágenes, como la exhibida en el folio 1r de los Fori et privilegia Valentiae, muestra al rey en actitud piadosa, esto es, arrodillado, con las manos unidas y mirando hacia la parte superior derecha, justo donde emerge el rostro de Dios Padre, tipo compositivo que ya se observa, al menos, hacia finales del siglo XI. No obstante, la iconografía, contrariamente a lo que podría parecer, no es puramente devota. Teniendo en cuenta que el propietario del manuscrito, y quizás también su promotor, fue Berenguer March, canónigo de Valencia y Barcelona, y sacristán desde 1309 a 133444, podría sospecharse que lo que se quiso intentar con la imagen fue dar un carácter perpetuo a los privilegios a través de la figuración orante del rey in perpetuum, o bien evidenciar plásticamente la práctica de la invocación, que este manuscrito ofrece en sus primeras lñineas, mediante la cual se confería al texto de un áurea de sacralidad45.
También ligada al ambiente eclesiástico, conviene mencionar la miniatura del primer folio del Liber instrumentorum encargado por Hug de Llupià i Bages, presidente del cabildo de la Seo valenciana entre 1396 y 142746, que presenta a Jaime I ante la Virgen María y el Niño con la intención de prometer la dotación a la nueva sede: “Instrumentorum quo dominus rex promisit dotare ecclessiam”, según refiere el texto47. Señalaba Marisa Melero48 que en el anacronismo de representar juntos a un rey del siglo XIII, conquistador de Valencia y primer mecenas de la iglesia levantina, y a un obispo que, además de ser el promotor del cartulario, ejerció su cargo a caballo entre los siglos XIV y XV, explica el significado simbólico de la imagen: con esta representación se buscaba legitimar y reafirmar plásticamente el compromiso de dotación de la iglesia de Valencia que había asumido, in perpetuum, Jaume I.
Dentro de este apartado deben incluirse las representaciones del Conquistador como miles Christi, es decir, las que lo presentan como férreo luchador contra el enemigo infiel, habitualmente durante el curso de una batalla, para exaltar plásticamente sus virtudes caballerescas y sus buenos resultados derivados de la protección divina, cuestión que reforzaba lo que Bonifacio Palacios describió como “la imagen del rey como elegido directamente por la divinidad y por tanto soberano de sus reinos”49.
[Fig. 4] Las Pinturas del Palacio Aguilar, que evidencian un género iconográfico que tenía en el ámbito civil un medio de inspiración y un lugar de expresión que no se había olvidado desde época romana, muestran los sucesivos episodios de la conquista de Mallorca llevada a cabo por Jaime I en 1229. Fechadas hacia 1285-1290, célebres y muy estudiadas, el fragmento que más nos interesa es la escena de la preparación del asalto a Madina Mayurqa, capital de la isla. Dentro de la tienda real, destaca la efigie del Conquistador rodeado de distinguidos personajes50. Facilmente identificado por su regia ubicación y por su corona, que reviste gran parte de su cervellera también palada, su indumentaria, compuesta por gonió o cota de malla cubierta por el perpunt, indica que nos encontramos ante una escena de carácter bélico que debió de ser muy frecuente durante la campaña insular: el Llibre dels Feyts nos describe más de un consejo previo a la ofensa51 y nos aporta otros datos también reflejados en el programa iconográfico: además del conocido desacuerdo del conde de Empúrias, nos informa del apretado campamento y de la actitud de confianza que algunos hombres de confianza le tenían, como es el caso de Gilabert de Cruïlles, que apoya cordialmente su brazo sobre la pierna del Conquistador. Estos murales conmemoran los episodios de la conquista de la isla de Mallorca por parte del rey don Jaime que se conocían al detalle por las crónicas y por otros relatos épicos redactados para afirmar una especie de ideología oficial de la corte y de la dinastía, expresiones literarias que, con este tipo de representación plástica, había encontrado, de acuerdo con Miquel Coll, una nueva vía de difusión52. Pero sería necesario relacionar esta figuración con la reconquista que, de la isla, había protagonizado, en 1285, es decir, muy poco antes de la ejecución de esta decoración, el infante Alfonso, quien disfrutaba de Dolça de Caldes como amante, dato relevante si se tiene en cuenta que se han encontrado emblemas de esta familia acompañando el ciclo53: la escena de Jaime I que, seguramente, halagaría al rey al rememorar las gestas de su antepasado54, se configuraba como el precedente inmediato al acontecimiento y, muy probablemente, además lo legitimaba.
Dejando al margen la supuesta efigie que del Conquistador se encuentra en los murales del Palacio Real de Barcelona, cuya identificación todavía hoy resulta dudosa55, el siguiente conjunto interesante es el del castillo de Alcañiz, fortificación que, de origen incierto, exhibe importantes restos pictóricos que evocan la conquista de Valencia por parte de Jaime I56, quizás como intento de rememorar las gestas de un pasado caracterizado por la lucha contra los musulmanes y la afirmación del poder de la monarquía57 junto con la voluntad de la orden militar de Calatrava, propietaria de la fortaleza desde 117958, de exhibirse con un tono de exaltación por su participación en estas empresas bélicas contra el elemento sarraceno. De todas las escenas59, quizás la más problemática ha sido la del osculum que culmina la cara sur del primer arco, donde dos individuos se dan un beso en la boca, el único igualador, pues requiere que los dos participantes se encuentren en el mismo nivel: se trataría de un osculum pacis. Aunque se han apuntado otras hipótesis60, la más convincente continua siendo la propuesta de Carlos Cid61, quien afirmó que la escena mostraría el final de la disputa que, sobre el reino de Navarra, habrían mantenido Jaime I y su yerno Alfonso X. De acuerdo con este contencioso bélico62, ambos reyes portan, con variantes, arnés de guerra: cervellera y sobreseñal palado bajo el cual se mostran el ausberg, las calzas de malla y los escarpines para el aragonés, y cervellera coronada y defensa de visibles launas para el castellano. No hay ninguna duda de que se trata de un rey de Aragón, pues su señal real, aunque no lleve corona, inunda toda su indumentaria. Caso contrario resulta el de Castilla y León que, necesariamente, ha de hacer visible esta insignia para permitir su correcta identificación, pues su vestimenta no permite carga herláldica.
[Fig. 5] Pero, quizás, de todo el repertorio que presenta al rey Jaime como feroz cruzado contra el infiel, las más sorprendentes son las que lo muestran bajo el amparo divini, evidentemente siguiendo un tipo iconográfico que se encuentra en la órbita de la imagen caballeresca del rey santo que, algunos decenios antes del año 1000, se había generalizado por el viejo continente. Quizás, de estos episodios, el más conocido sea el auxilio que, por parte de San Jorge, el Conquistador recibió durante un importante combate. Y es que, quieren las crónicas, este venerable ayudó al rey Jaime y a sus huestes durante la conquista de Valencia63. La primera obra que se refiere a este hecho prodigioso es el retablo de San Jorge o del Centenar de la Ploma que, atribuido a Marzal de Sax64, fue realizado hacia el 1410-1420 para la Casa de Confraternitat del Centenar de la Ploma65. De todo el conjunto, destaca la que ha sido identificada como la batalla del Puig gracias a la cual Jaime I llegó a conquistar la ciudad de Valencia. Sólo la Crónica de San Juan de la Peña menciona este acontecimiento milagroso, líneas que aseguran, sorprendentemente, que el rey no participó en el combate66. Probablemente, esta “licencia” se debe a la mitificación que sufrió su figura poco después de su muerte; de acuerdo con Amadeu Serra, la admiración que sus contemporáneos sentían hacia su figura pronto se convirtió en devoción para las generaciones sucesivas67: el retablo del Puig sería la primera muestra plástica conservada de esta evolución. Igualmente, como apuntaba Joan Molina68, las representaciones que ostentaban el especial favor de San Jorge en las batallas contra los musulmanes fortalecían el protagonismo de la monarquía y, entre todos sus componentes, a Jaime I: el más poderoso, popular y entonces rodeado por un aura beatífica. Pero, además, conviene remarcar que lo que se aceptaba como cierto es que San Jorge había auxiliado al soberano para la toma de Mallorca y de Valencia, precisamente los reinos en los que Jaime I se consideraba como rey por derecho de conquista y por los que, entendía, no debía rendir homenaje a nadie, especialmente a las jerarquías eclesiásticas. Es decir, debería sospecharse que en el origen de la leyenda se escondía una evidente justificación divina con el fin de suplantar el reconocimiento eclesiástico que, en principio y a través de la ceremonia de coronación, le era exigido al monarca para ejercer con pleno derecho su soberanía69. A pesar de que las instituciones eclesiásticas no reconocieron este socorro divino y no apoyaron la difusión de este prodigio, las evidencias iconográficas indican que el milagro fue asumido y celebrado a lo largo del siglo XV; el retablo analizado lo ha puesto de manifiesto, así como otras obras como el retablo dedicado a San Jorge de Xèrica datado hacia el 142370, o la desaparecida muestra en pergamino que pintó Gaspar Bonet en 148471. Caso idéntico en significado pero al mismo tiempo diferente al ceñirse más a las fuentes documentales su iconografía, fue el de Mallorca, donde el santo, conforme a Jaime I, también habría intervenido en su favor durante la conquista72. Reflejado en la predela del retablo de san Jorge de Pere Nisart, fechado hacia 147073, vincula la conquista de Mallorca con la participación del santo gracias a la identificación de la ciudad a través de la puerta de Bab el Kofol como escenario.
El recuerdo y el linaje
Con la función de rememorar unos hechos, aunque con el velado objetivo de seleccionar e imponer una visión concreta por parte de sus promotores, las crónicas se configuraron como uno de los géneros literarios más notables de la Edad Media: en la Corona de Aragón se generó diversa literatura de este tipo, incluso surgida, o acometida bajo la supervisión, de la mano de dos de sus monarcas: Jaime I y Pedro el Ceremonioso, gran admirador de su predecesor.
[Fig. 6] Del Libre dels feyts del rei en Jacme, realitzat amb la voluntat de convertir-se en specula principum74, se conservan diversas versiones, si bien la que incumbe al presente artículo es la encargada por el abad Ponç de Copons a Celestí Destorrens en 1343 según indica el explicit75. Una serie de miniaturas decoran el manuscrito y ofrecen la imagen de Jaime I en diversas actitudes. Interesante es la del folio 1r, donde el monarca aparece orante: “pregàs per nos al seu fill que ens donàs lo tort que li teníem”76, suplica el rey don Jaime en sus primeras líneas. El “tort” podría referirse a las diversas disensiones entre el monarca y la iglesia, discrepancias que le comportaron incluso una excomunión. Pero también podría relacionarse con lo que las Crónicas anónimas de Sahagún definieron como el “maldito e escomulgado ayuntamiento” protagonizado por sus predecesores Alfonso I y Urraca de Castilla y que la dinastía de Aragón arrastraría como un estigma desde octubre de 114, cuando fue promulgada la anulidad por consanguinidad de los esposos77. A partir del folio 20r se suceden el resto de letras capitales, muy similares entre si, y, en el verso del 27, se nos presenta la viñeta que más ha llamado la atención por parte de los historiadores donde, directamente relacionada con el texto que se inicia a continuación, se muestra el banquete en el cual el mercader Pere Martell convenció al rey y a los altos magnates para conquistar la isla de Mallorca. Además de la desaparecida figuración que, en el folio 65r de este mismo códice, exhibía a Jaime I entrevistándose con Blasco de Aragón y el Maestro del Hospital Hug de Fullalquer en el castillo de Alcañiz y que iniciaba el capítulo referente a la conquista de Valencia, constan otras efigies del rey don Jaime en otras crónicas, como los dibujos marginales de la Crónica de Jaime I copiada e iluminada por Juan de Barbastro en 138078, o la miniatura del Llibre en llatí i en mallorquí qui tracte de la vinguda del rei D. Jaume el Conquistador a estas islas, per el P. Pera Marsili, dominico, son cronista79, que debería de leerse como una glorificación de esta orden.
Pero la imagen del rey Conquistador también fue utilizada en las genealogías: catálogo de individuos que establecía el orden de sucesión de un linaje o de una dinastía a través de filiación o parentesco80. La Corona de Aragón conserva interesantes ejemplares ilustrados, algunos incluso programados con el fin de justificar o legitimar algún hecho político como, por ejemplo, la ocupación de un territorio: la desaparecida espada de coronación que el Ceremonioso encargó al platero valenciano Pere Bernés en 1360 debería leerse en esta clave81. Con esta comisión, el soberano ennoblecía con plena consciencia esta insignia, atributo que había adquirido un profundo significado por su amado y valorado predecesor, Jaime I. Es probable que en el transfondo de esta empresa artística tuviese mucho que ver la “re-conquista”, también por las armas, del reino de Mallorca a instancias del Ceremonioso y, del mismo modo, los intentos de emulación por parte de este monarca de su glorioso antecesor: con ella conseguía equipararse de nuevo con el glorioso Jaime al otorgar a sus herederos una espada emblemática para el día de la investidura que ejercería el mismo papel que, el fatal día de la muerte del Conquistador, jugó la espada Tisó82.
[Fig. 7] Especial atención merece el Aureum Opus, libro que contiene los privilegios concedidos al reino de Valencia desde Jaime I a Pedro IV en su parte más antigua83 y que fue realizado en el último tercio del siglo XIV84. Iluminado con una serie de iniciales, sorprende la primera capital dedicada a Jaime I, pues nos lo muestra sentado y tocando el arpa, como si fuese el rey David, modelo de rey guerrero y, por tanto, de apropiada analogía respecto a este soberano que destinó gran parte de su vida a luchar contra el elemento musulmán y engrandecer sus dominios. Es posible que la identificación del Conquistador con el soberano de Israel, apasionado servidor de su Dios y gran rey de su pueblo, tenga la función de enaltecer a la dinastía en tierras de Valencia, pues las siguientes iniciales representan, como si se tratase de una verdadera genealogía a cada uno de sus sucesores, sin excepción, hasta el Ceremonioso, de manera que el Conquistador, primer monarca de Valencia, asimilado aquí con el rey veterotestamentario, se convierte en el punto de arranque de una glorificada saga85.
Pasando por alto las cuatro tablas de madera policromada de la sala del Consell de Valencia realizadas por Gonçal Peris86, Joan Moreno i Jaume Mateu hacia el 1427, en una de las cuales se ha querido identificar a Jaime I (en mi opinión erróneamente87), y que son muestra de la imitación, por parte de las instituciones gubernativas civiles de los modelos decorativos palatinos que evidenciaban el culto a los grandes hombres88 y el gobierno municipal de una importante ciudad, en este caso Valencia, se concluirá este repertorio [Fig. 8] con la efigie que, de Jaime I, orna el conocido Rollo genealógico de Poblet89 realizado hacia los años 1409-141090. Con una composición que deriva del modelo de las genealogías bíblicas91, esta serie dinástica92 debe ser entendida dentro de la política de prestigio y del marco de exarcerbación dinástica insertas en las actuaciones que inició Martín I para glorificar la dinastía93, quizás con tintes melancólicos al ser consciente de la extinción, con su muerte, de su célebre saga. Este pergamino ofrece una imagen de Iacme Rey que, muy estereotipada, lo efigia con una fisonomía anciana. Este semblante debe relacionarse con la longevidad del monarca qe, probablemente, conocía el miniaturista: justo al lado del anillo que lo rodea puede leerse “LXVII ayns”, dato que alude a su edad y no a los años de su gobierno. El mismo Conquistador se vanagloriaría, en las líneas de su crónica, de su dilatado reinado: a punto de morir, en Alcira proclamaba: “Nostre senyor nos havia fet regnar al seu serviï pus de seixanta anys, mes que no era en memoria, ne trobava hom que negun rei, de David o de Salomó ençà, hagués tant regnat”, comparándose con estos dos reyes míticos del Antiguo Testamento.