1. Introducción: objetivos, fuentes y metodología1
Este estudio se propone indagar en la religiosidad de mujeres seglares comunes, ni religiosas ni pudientes (un enfoque historiográfico poco habitual), habitantes de villas del señorío calatravo castellano, y en el ámbito de los cultos parroquiales. Se adentra en la vida religiosa en el medio rural y semi rural, que suele resultar difícil de conocer. Paralelamente, busca observar las actitudes de las jerarquías calatravas hacia ciertos usos que implicaban a las mujeres o que ellas protagonizaban; asistimos, así, a la actuación de la orden militar como supervisora de la vida religiosa y moral desarrollada en su señorío. Esta actuación fue consecuencia de los privilegios pontificios de exención de la jurisdicción episcopal de los que gozaba esta orden militar, no sin conflictos con los obispos, en este caso el arzobispo de Toledo. Una exención que también disfrutaban otras órdenes militares, pero que en Calatrava se reforzaba a causa de su afiliación al Císter. Como consecuencia de estas concesiones papales, la Orden de Calatrava ejercía ampliamente su autoridad religiosa sobre el clero, las iglesias parroquiales y los fieles cristianos en estas tierras que la milicia había repoblado y defendido desde el siglo XII2.
Por tanto, este artículo se sitúa, metodológicamente, en la conjunción de dos campos de estudio: el de las órdenes militares y el de la historia de las mujeres, concretamente la religiosidad femenina medieval.
En primer lugar, los avances en la investigación sobre las órdenes militares se han multiplicado en las últimas décadas3. Actualmente, se está intensificando el estudio de su vida religiosa: sus reglas y obligaciones, sus cultos hagiográficos4. Sin embargo, todavía requiere más atención su proyección eclesiástica, disciplinar, moral y devocional en sus señoríos, una línea seguida en estas páginas. En segundo lugar, el estudio de la religiosidad femenina medieval acompañó desde sus comienzos la eclosión de la historia de las mujeres en España en la década de 19805, y hoy es un tema muy atendido, como muestran, entre otras, las obras de Ángela Muñoz, María del Mar Graña, Blanca Garí, Silvia María Pérez González, Mª del Carmen García Herrero o José María Miura. Pero casi siempre se estudian mujeres consagradas en órdenes religiosas estructuradas6, o bien llevando una vida de piedad no regular bajo fórmulas como las beguinas y beatas, emparedadas y otras (mulieres religiosae)7. Por el contrario, el estudio del mundo laico femenino se ha reducido, habitualmente, a las reinas o mujeres de la alta nobleza8. Aquí queremos aproximarnos a ciertas formas de piedad laicas propias de mujeres del mundo rural, dependientes de una orden militar. Una perspectiva más en la que se enmarca este trabajo es la polisémica relación entre mujeres y órdenes militares9, que, a falta de obras de conjunto, cuenta con trabajos recientes bajo enfoques amplios10 y otros sobre las ramas femeninas de órdenes como la templaria y la sanjuanista11. Sobre las órdenes hispánicas existe un estudio panorámico12 y algunos tratan de monasterios concretos13, particularmente de la Orden de Santiago14, también estudiado el monasterio femenino de Santos, de la misma orden, en Portugal, tanto por Joel Silva Ferreira Mata15 como por Luís Filipe Oliveira en cuanto a sus orígenes y sus vínculos con familias nobiliarias16. La temática de “mujeres y órdenes militares” despierta tanto que será el eje del próximo congreso bienal de Torún (Polonia) sobre órdenes militares, previsto para septiembre de 202117.
El espacio predominante de nuestro análisis es el llamado Campo de Calatrava, el señorío más compacto de la milicia homónima en Castilla, de unos 11.500 Km2, articulado progresivamente por ella desde el siglo XIII entre los Montes de Toledo y Sierra Morena, identificado con casi toda la actual provincia de Ciudad Real. En él nació la propia orden militar en 1158, y en él se encontraban sus centros de gobierno religioso y político: el Convento de Calatrava, (Calatrava La Nueva) y los palacios maestrales de la villa de Almagro. A finales del siglo XV, documentamos aquí 39 iglesias parroquiales, (“iglesias mayores”) para 33 villas rurales y semi rurales, cada una con una población de entre 150-1000 habitantes. Subsidiariamente, vamos a considerar ciertos datos procedentes de otro señorío calatravo más reducido, el Partido de Zorita, expandido por la Alcarria Baja (provincia actual de Guadalajara)18.
Nuestra observación empírica extiende la encuesta sobre las fuentes entre mediados del siglo XV y mediados del XVI. Por lo tanto, en un momento de transición para la Orden de Calatrava, cuyo maestrazgo quedó anexionado por los Reyes Católicos en 1489. Este hecho consolidó un proceso abierto mucho antes, el de la aristocratización de la orden, y reafirmaba la intensificación de sus aspectos religiosos, algo que se dejó notar en cierta proyección reformista de la Orden de Calatrava sobre su señorío. Pero el grueso de nuestra información se concentra entre 1491 y 1539, las fechas extremas de las visitas estudiadas. Estas, las 85 visitas de la Orden de Calatrava a su señorío durante ese periodo, custodiadas en la sección de Órdenes Militares del Archivo Histórico Nacional de Madrid, constituyen nuestra fuente esencial: consisten en inspecciones periódicas de los señoríos realizadas por altas jerarquías de la milicia, los visitadores calatravos nombrados en los capítulos generales, al igual que ocurría en otras órdenes. La tarea de indagación, control, mandatos e imposición de penas desarrollada por estos visitadores generales (que, habitualmente, actuaban de dos en dos) afectaba a iglesias, ermitas, cofradías y hospitales. Por ello, las visitas son una fuente seriada muy rica para estudiar la vida religiosa del señorío. La creciente minuciosidad de los visitadores incluye valiosos inventarios de bienes y objetos litúrgicos; en este sentido, nuestro análisis entronca metodológicamente con la cultura material como vía de indagación para la historia de las mujeres, una perspectiva de gran interés19. Además, las visitas reflejan el punto de vista de los visitadores, sus condenas o bien su estímulo de ciertas prácticas devotas. Esto permite plantear el diálogo entre prescripciones de la jerarquía eclesiástico-señorial calatrava y religiosidad local; o, de un modo hipotético y más amplio, entre religiosidad culta y piedad del pueblo. Complementariamente a las visitas, hemos recurrido a ciertos diplomas de la Orden de Calatrava (conservados en el mismo Archivo Histórico Nacional) y a textos normativos calatravos.
Acotamos seis puntos de atención sobre la vida religiosa femenina, todos ellos convergentes en las celebraciones litúrgicas, que concitaban la concurrencia periódica del pueblo y actuaban como un marco a la vez religioso y socializador. A lo largo del estudio emergerán aspectos tan variados como el gusto por vestir imágenes o la presencia de mujeres en el Convento de Calatrava. Intentamos trascender las conductas para penetrar en lo posible en aspectos de espiritualidad y sentimiento religioso.
Será precioso el dato que nos hable de unas prácticas femeninas singularizadas respecto a las masculinas. Otras veces, nos contentamos con alusiones expresas a mujeres, pero situadas en paridad con los varones (“muchos hombres e mugeres”, “tanto onbres como mugeres”), una equiparación que también interesa. Por último, téngase en cuenta que el panorama de actitudes femeninas hacia lo sagrado (devociones, ritos, sentimientos) es mucho más amplio de lo que mostraremos aquí, por dos motivos: a veces, las prácticas religiosas son difíciles de constatar porque no emergen en las fuentes si no había una intervención de la jerarquía eclesiástica para alentarlas, reprobarlas o limitarlas; y además, cabría añadir al análisis otros cauces de religiosidad más allá del parroquial (cofradías, cultos en las ermitas, caridad), que han de quedar para ulteriores estudios.
2. La asistencia a las celebraciones litúrgicas festivas
Tratamos aquí la propia asistencia femenina al culto en las fiestas, incluyendo la liturgia de las horas tan profesionalizada clericalmente.
Aparecen equiparados hombres y mujeres cuando los visitadores recriminan continuamente la costumbre de no guardar como es debido domingos y fiestas absteniéndose de trabajar y acudiendo a la iglesia para oír los oficios divinos, misa y horas canónicas. En el Partido del Campo de Calatrava, era notoria la costumbre de mantenerse fuera del templo durante la misa y entrar después de la consagración, algo que refleja una concepción de la misa identificada con el “ver a Dios”20. Es elocuente el texto de una visita realizada a otro Partido, el de Zorita, que alude explícitamente a hombres y mujeres, casados, viudos y viudas. El mandato que sigue aparece en las visitas de 1518 realizadas a seis villas: El Pozo, Albares, Almoguera, Albalate, Illana y Borox:
“Otrosy fuymos ynformados que en el dicho lugar se guardan muy mal las fiestas que la madre santa Yglesia manda guardar e çelebrar, lo qual es en mucho desacato e deserviçio de Dios Nuestro Señor, e demás de ser cosa de muy mal enxenplo no se guarda el mandamiento de Dios Nuestro Señor. Mandamos de parte de su alteza e horden a todos los vecinos deste dicho lugar, ansy onbres como mugeres de qualquier condiçion que sean, que todos guarden las fiestas e no sean osados de yr a sus lavores e haziendas ni hazer cosa de trabajo ni ofiçio servil, e que los casados e biudos e biudas que no tuvieren justo ynpedimento sean obligados a yr a misa e bisperas desde el prinçipio que se començare a çelebrar el oficio divyno, e los que no fueren casados, de catorze años arriba, vayan a misa todos los domingos e fiestas a lo menos antes que se comiençe el santo evangelio, so pena de un real de plata, la mitad para la cámara e fisco de su alteza e la otra mitad para la persona que lo denunçiare o para el juez que lo esecutare. E demas de la dicha pena, que qualquier persona que syn tener cabsa justa no guardare todo lo susodicho este todo aquel dia en la carçel publica”21.
Así, según los visitadores, hombres y mujeres quedan igualmente obligados a guardar las fiestas: casadas y casados, viudos y viudas deben acudir a la misa y las vísperas de los domingos y días de fiesta desde el inicio de la celebración; mientras, los jóvenes mayores de 14 años no casados deberán asistir al menos desde la proclamación del Evangelio. Igualmente, tanto hombres como mujeres de cualquier condición han de abstenerse de trabajar. Esta insistencia explícita en los dos sexos podría indicar que unos y otras eran culpables de la transgresión al mandato dominical-festivo en un grado similar.
Por otra parte, la familiaridad laica - incluidas las mujeres - con las horas canónicas queda documentada. Pudiera pensarse que los seglares estaban ajenos al rezo o canto de las horas, un oficio canónico tan eminentemente clerical y tan complejo, cuya columna vertebral era el recitado o canto de los salmos del Salterio. Pero como se ha visto en el texto precedente, la observancia dominical-festiva incluía no solo la misa sino al menos alguna parte del oficio (misa y vísperas) en el Partido calatravo de Zorita. Y es que, en general, el canto del oficio divino funcionaba como complemento litúrgico de la misa mayor. El rezo canónico de tercia desembocaba en el culto eucarístico22. Las sinodales de la archidiócesis de Toledo ordenaban a los párrocos amonestar a sus feligreses a acudir al canto de las horas los días de fiesta solemne23. Y lo mismo reflejan los concilios y sínodos andaluces de finales del siglo XV y comienzos del XVI24. En el Campo de Calatrava, se constata que los fieles asistían a menudo a su celebración (hay referencias expresas a las mujeres), aunque los visitadores no lo prescribían, y estaban familiarizados con sus elementos. Contamos con testimonios como los siguientes: en Granátula, “muchos vezinos desta villa los domingos e fiestas se suben a la tribuna (...) y estorvan las oras”25; en Fuencaliente, “las mugeres, de que van a la dicha yglesya a oyr misa e a los otros divinos ofiçios...”26; y en Almagro, al reprobar cómo se conducían “muchas personas estando en la yglesya oyendo las oras e ofiçios divinos”, se ordena que “ninguno sea osado de aqui adelante, estando en la yglesya en la mysa e otros divinos ofiçios de estar fablando ...”27. En términos similares se expresa la visita de 1537 a Corral de Caracuel28. A veces, la asistencia era bastante masiva. Por ejemplo, al templo de San Bartolomé de Almagro concurría tanta gente a las horas que fue necesario añadir bancos, “porque es cosa justa que los aya, y de cabsa dello no pierdan de oyr las oras” 29.
Por tanto, las mujeres no están excluidas de la costumbre de asistir al rezo de las horas, aunque no sabemos si llegaban a subirse a la tribuna junto con los clérigos, como consta que la gente hacía en Granátula. Y se puede afirmar que estaban familiarizadas con esta liturgia30. En efecto, sus mandas pro anima muestran que conocían su estructura al menos a grandes rasgos, marcada por el número de lecciones (que conlleva un número de salmos) y por la inclusión de otro elemento, la letanía (preces litánicas). El oficio vigilar de difuntos formaba parte de las exequias, y los testamentos procuraban asegurarlo, especificando además el número de lecciones o lecturas; si el importe de la manda no alcanzaba para las nueve lecciones, entonces la vigilia se reducía a tres31, caso del testamento de Francisca Rodríguez, y también se abreviaba por consiguiente el número de responsorios y el de los salmos con sus antífonas32.
3.- Mujeres y configuración devocional del espacio sagrado
3.1. El “templo vestido” y las mujeres
La configuración de los espacios sagrados de los templos para el culto debía mucho a una ornamentación textil que da lugar a lo que hemos llamado “el templo vestido”. El revestimiento del altar y de su entorno con manteles, frontales, tapicería, cortinajes, alfombras, paños, palias, velos, vela templi para Cuaresma33, “cielos”, paños negros para tapar el sagrario y las imágenes en Viernes Santo, entre otros, lograban recubrir con un aire suntuoso estos templos parroquiales habitualmente pobres y necesitados de obras34. Estas piezas, a menudo intercambiables, de todos los colores, presentan una gran variedad de mensajes iconográficos y de tejidos, habitualmente ricos, como el damasco, el tafetán o el brocado, aunque también el lienzo. Deben añadirse los “paños de elevación” oscuros, que se alzaban por delante de los retablos durante la elevación de las sagradas especies para facilitar su visibilidad por parte de los fieles35.
Todo lo anterior, junto con las luces, incensaciones, toques de campanillas, música y gestualidad de los celebrantes, sin olvidar su voz proclamando oraciones o la Palabra o los avisos para las gentes, propiciaba un despliegue litúrgico envolvente para clérigos y fieles, que les introducía en un espacio religioso dinámico y, ciertamente, performativo. Este tema tiene un interés más allá del descriptivo porque remite a la vivencia laica de la liturgia. Pero aquí nos interesa subrayar que esta “escenografía sagrada” no le era dada al pueblo sin su intervención, sino que, al contrario, aquel contribuía a configurarla a través de sus donaciones piadosas.
En efecto, en 18 iglesias estudiadas en el Campo de Calatrava, hemos documentado una buena serie de donaciones de tales elementos ornamentales para el altar y el presbiterio. Y entre ellas, la mayoría de las donaciones femeninas es abrumadora. Las visitas analizadas corresponden a los años 1491, 1493, 1495, 1502, 1537, 1538, 1549 y 1550. Los resultados que arroja esta encuesta son los siguientes:
(Fuente: elaboración propia a partir de las visitas, Madrid, Archivo Historico Nacional, OOMM, Cjo.)
Seleccionamos algunas de estas donaciones relativas a 10 iglesias parroquiales:
Con estas mandas, las mujeres sin duda querrían contribuir al esplendor de la propia iglesia parroquial, con un sentido religioso (“para la honrra y serviçio de Dios”, dicen los visitadores a menudo), reforzado por el deseo de ganar méritos para la vida eterna; algo no reñido con el afán de prestigio y ostentación. Todo ello, en unas iglesias que tales mujeres sin duda estimaban como un ámbito vital propio. En este sentido, es pertinente recordar el rol habitual de las mujeres vinculado al hilado y tejido y al adorno de la propia casa que se transpone aquí a la Casa del Señor (que también es la casa donde quieren descansar después de la muerte). Por otra parte, no debe olvidarse el papel identitario y configurador de comunidad que los templos parroquiales ejercían en estas villas rurales y semi rurales36.
3.2. Mujeres e imágenes vestidas37
Es bien conocida la devoción existente en el Medievo a las imágenes de la Virgen y los santos. Pero en lo tocante a la piedad popular hacia ellas, el auténtico éxito lo tenían aquellas tallas que se podían vestir y enjoyar, en particular las de la Virgen María. Las imágenes de bulto de las iglesias calatravas estaban a menudo muy rica y variadamente vestidas y eran objeto de gran devoción como lo demuestran las donaciones de ropas para ellas. Estas donaciones procedían casi siempre de mujeres, con lo cual estamos en presencia de un signo inequívoco de devoción femenina.
Por otra parte, esta tendencia de espiritualidad se integra en una corriente piadosa de enorme potencia como es el culto a la Virgen María que eclosiona particularmente desde el siglo XIII en Occidente38, y que cristaliza perfectamente en el señorío de la Orden de Calatrava39 y, en definitiva, en todo el Occidente medieval. Son frecuentes los testimonios de la devoción específica de mujeres del territorio a ermitas, imágenes o cofradías colocadas bajo el patrocinio de la Virgen María. Por ejemplo, Francisca Rodríguez ordenaba en su testamento de 1446 que los cofrades de Santa María la Mayor se hicieran cargo de decir una misa anual por su alma a cambio de media viña40, y tenía hecha una promesa a la Virgen de Santa María del Monte que quiso cumplir: dejó a la ermita una manda sin cargo de misas consistente en “çinco quartos de çera, a rrason de veynte e dos onças el quarto, que yo ove prometido”41. He aquí una práctica religiosa popular, la de las promesas dirigidas a la Virgen o a los santos por sus favores. Y la vecina de Torralba Catalina Gomes, en su testamento de 1496, hacía constar su devoción hacia dos ermitas marianas cercanas pero externas a su propia villa: Santa María de las Cruces, de Daimiel, y Santa María del Monte, de Almagro42.
Las imágenes de bulto de la Virgen y del Niño Jesús (también a veces las de santos y santas) tenían cabelleras, monjiles, roquetes, tabardos, briales de distintos colores para intercambiarlos, sayas y sayos, camisas, faldillas, ceñidores, velos, sobrerropas, mantos, mantillas, gorgueras, caperuzas, cofias, bonetes, guantes, etc., a menudo bordados con hilo de oro; y también joyas, como pequeñas cruces de plata, coronas tanto de plata como de madera, collares de coral y collares de cuentas de oro, objeto de robos a veces. Se les cambiaba el ropaje y se les vestía de fiesta o de diario (“para de continuo”43).
La costumbre de ataviar y adornar las imágenes, en especial las marianas, era una arraigada expresión de devoción popular. Pues bien, a partir de los años iniciales del siglo XVI, el criterio de los enviados calatravos chocó con ese gusto tan marcadamente femenino, aunque al parecer era compartido por los responsables locales de las iglesias: cura, mayordomo y oficiales concejiles. Los visitadores lucharon por erradicar la imagen vestida, pues consideraban más decoroso, honesto y provechoso que no lo estuviese y se convirtieran las prendas útiles en ornamentos litúrgicos44. Pero numerosos testimonios acreditan que en las iglesias se oponía resistencia y proseguía la corriente de donaciones45.
3.3. Una “cruz en que besan las mugeres”
Contamos con un interesante testimonio, que resulta precioso por su carácter aislado. A pesar de la excepcionalidad del dato, pudiera ser representativo de un fenómeno extendido. Aparece registrado en el inventario del templo de un pequeño lugar, Picón, y es el siguiente: su templo de San Salvador disponía de “una cruz en que besan las mugeres”46.
¿Se trata de la expresión de una devoción específicamente femenina? El contexto de este gesto devoto, ¿era el de alguna celebración litúrgica, por ejemplo la adoración de la Cruz el Viernes Santo, o alguna otra festividad en honor de la Cruz? ¿O bien era una cruz dispuesta para que espontánea e individualmente la besaran las mujeres? Desconocemos también si tenía un crucifijo al que quizás besaban los pies. No es posible responder a estos interrogantes, pero, en todo caso, parece un uso revelador de una piedad emotiva, afectiva, que requiere del contacto sensorial con lo venerado, y que enlaza con el tema de la compasión con Cristo que parece netamente femenino. En otro ámbito y otro periodo, es significativo el conmovedor relato de Pedro el Venerable, abad de Cluny (1122-1156), sobre la muerte de su madre, quien, tras recibir la unción, pidió una cruz; besaba el crucifijo, le lamía los pies, le rogaba con lágrimas47. En el siglo XIII y principios del XIV, las figuras de santidad mendicante femenina descritas por A. Vauchez y analizadas comparativamente por J. Sánchez Herrero, tienen en común la meditación en los sufrimientos de la Pasión de Cristo y, es más, su identificación íntima con la agonía del “Varón de Dolores”48. Y la santidad de las mujeres laicas canonizadas entre 1198 y 1431 integra también la devoción a la Humanidad de Cristo, especialmente a su Pasión49.
4. Segregación femenina y sociabilidad durante el culto
En las celebraciones litúrgicas parroquiales, las mujeres aparecen como objeto de segregación y, como reverso transgresor de ello, como sujeto de una intensa socialización.
4.1. Misa y sociabilidad
Es posible conocer en parte cómo se desenvolvía la presencia femenina en los templos durante las celebraciones litúrgicas del Campo de Calatrava. Han llegado hasta nosotros abundantes testimonios sobre actitudes reprobables de las mujeres en ese contexto. A veces, ellas quienes tenían la iniciativa; otras veces la llevaban los hombres que buscaban su cercanía. En todo caso, el binomio misa y sociabilidad es innegable: el culto reunía a la mayor parte de los habitantes de unas poblaciones que eran uniparroquiales casi en su totalidad y esto promovía una intensa interacción social, compatible con la jerarquización que se trasladaba también a la misa mayor. Y en este reparto espacial de la sociedad local, era obligada la separación entre hombres y mujeres en espacios distintos: los varones, delante, y ellas detrás. Los datos de las visitas sobre la ruptura de esta norma adquieren una especial fiabilidad porque se trata de descripciones particularizadas y no estereotipadas, como en otros casos.
En Fuencaliente, los visitadores denunciaban que algunas mujeres “subían” a sentarse entre los hombres, en los primeros asientos, algo “muy desonesto” y que causa “murmuraçiones y escandalos”50. Los visitadores calatravos mandaron al prior y a los sacristanes vigilar qué mujeres quebrantaban la prohibición y comunicarlo a los alcaldes para que les aplicaran la pena pecuniaria impuesta51. En Villarrubia reprobaron la práctica femenina de entrar “a sentar dentro de los escannos entre los onbres” durante la misa mayor festiva, de lo cual “algunos vezinos desta villa se nos quexaron”52; es decir, hubo delación. Hacían lo propio las mujeres en Almagro53, aunque aquí también se recoge la costumbre de algunos hombres de sentarse entre ellas54 o de lado en bancos colocados transversalmente, mirando hacia ellas, de lo que “se cabsan algunas diçiones”55. En Villamayor, la práctica calificada como “cosa vergonçosa” no llega a ser la de mezclarse unas y otros; consiste en estar en misa mayor las mujeres sentadas delante de los hombres en la capilla principal, cuando es sabido que “en los pueblos de buen regymiento” se hace al contrario56. En este último caso (con fecha de 1502) la pena es muy dura: se debe expulsar del templo y cobrar un real a la mujer que se resista a permanecer en su sitio. Años más tarde se habrá suavizado el castigo, lo cual indica que resultaba difícil erradicar la costumbre de salir del espacio asignado para el propio sexo y de que las penas seguramente no se ejecutaban.
Otra ocasión de mezclarse hombres con mujeres era la toma de agua bendita de la pila, y así sucedía en la iglesia de Malagón57. Y en Almagro, los visitadores condenaban la costumbre de la gente de “meter syllas a la yglesia en que se asyentan, ansy en car las mugeres como en otras partes feas desonestas”58.
Una transgresión añadida era el desacato al Santo Sacramento cuando los hombres se sentaban de espaldas o de modo transversal respecto al altar, de cara a las mujeres59. Posiblemente las gentes no eran conscientes del sacrilegio en que incurrían según confesionales del final del siglo XV (el “menosprecio del precioso cuerpo de Jesucristo si ende esta encerrado”)60. También sínodos andaluces reprueban el mismo uso61.
Las prácticas anteriores suscitaban murmuraciones, escándalos, “diçiones” y quejas de los vecinos. Esto parece mostrar una censura social hacia la promiscuidad: la separación de hombres y mujeres estaba interiorizada socialmente como signo de honestidad. Incluso en cierta ocasión los visitadores recurrieron a fomentar las denuncias entre los mismos feligreses62. Y nótese que la deshonestidad y el escándalo son los argumentos de los visitadores para prohibir los usos citados, mientras que tratadistas como Fray Hernando de Talavera aducen, de forma más afinada, la debida atención al culto63.
Más allá de la mezcla indebida de hombres y mujeres durante las celebraciones litúrgicas, otras actitudes indevotas de los feligreses (muchas personas, sin alusión expresa a mujeres) consistían en dedicarse a hablar unos con otros, incluso deambulando por el templo, algo que se condenó por sistema64. Pero sí mencionan las visitas a las mujeres y a los hombres que no solo hablaban entre sí, sino que, además, lo hacían mientras se cantaba el Gloria y el Credo, con el agravante de que permanecían todos sentados en lugar de estar de pie. Se repite la acusación para múltiples lugares y se denuncia que estorbaban la devoción de los demás y aún de los propios clérigos65. Por el contrario, debían estar levantados y “rezando e con mucha atençion e contemplaçion”66.
4.2. Cuando los clérigos se mezclaban con las mujeres
En ocasiones, incluso los mismos clérigos terminaban mezclándose con los asistentes, sin excluir las mujeres, algo que generaba la condena tajante de los visitadores y también el escándalo de los fieles. Se insistía en la celebración del oficio en la tribuna “porque alli estays en quietud e no murmurando en cal los seglares”67. Pero se adentraban en el lugar de las mujeres cuando iban rociando con el agua bendita al pueblo y, en una denuncia muy repetida en las visitas, cuando iban a recoger las ofrendas de los feligreses durante la misa “en car las mugeres, lo qual es muy desonesto e cabsa algunas diçiones escandalosas”68. Los visitadores les conminaban a quedarse en la grada más baja del altar esperando las ofrendas, o bien “vayan donde esten las primeras mugeres e ally esperen que vayan a ofreçer e no anden entre ellas”. Pero los clérigos no cumplían esta prescripción calatrava, que se tenía que reiterar de unas visitas a otras69.
4.3. Otras manifestaciones de la socialización aneja a los espacios sagrados. El Convento de Calatrava
Estamos tratando sobre la sociabilidad durante el culto en los templos parroquiales más allá de la obligada segregación femenina, y en este mismo orden de cosas se puede recordar ciertos usos que las fuentes no atribuyen específicamente a un perfil femenino, pero que hipotéticamente cabe adjudicar también a las mujeres. A todas luces, debían de aludir los visitadores calatravos también a ellas cuando reprobaban la costumbre de comer, beber y bailar con motivo de las celebraciones de bodas en un contexto que permite situar estas prácticas en los templos o en sus aledaños70. En general, las reiteradas quejas de los visitadores sobre la excesiva y profana familiaridad de los fieles con el espacio de los templos, su entorno y sus cementerios, ha de ser extensiva a ambos sexos71; la sociedad local en estas poblaciones rurales o semi rurales no parecía distinguir con nitidez lo sagrado de lo profano; el templo era un lugar familiar y propio. En esta misma línea se sitúa la costumbre de las gentes de pasar la noche entera velando a un santo o a una Virgen en la iglesia parroquial o, más a menudo, en su ermita, en la vigilia previa a la fiesta del santo72, algo visto con mucho recelo por las sinodales.
Por otra parte, la presencia de las mujeres en el Convento de Calatrava, incluso en los lugares regulares (refectorio, dormitorio, claustro) se producía, al parecer, con bastante frecuencia. Los trastornos que ello generaba a los freires clérigos llevaron al abad Guillermo II de Morimond a prohibir tajantemente este acceso femenino en sus definiciones de 146873. Pero a principios del siglo XVI, constatado el hecho de que las mujeres acostumbraban a concurrir a la casa central calatrava a ganar indulgencias, a ejercitar “sus devociones” y con ocasión de las misas nuevas, el Capítulo General de Sevilla de 1511 se mostró más flexible y optó por no prohibir, sino limitar la presencia femenina al tiempo diurno, velando el nocturno, aunque se les permitió pernoctar en un lugar acotado siempre que no entraran en los espacios citados ni en las celdas ni en la enfermería; además, fijaba restricciones a la comunicación entre mujeres y freires, que solo se haría con permiso del propio prior o del subprior, y en presencia de otro freire anciano74.
Al parecer, las gentes de la zona subían al Convento con músicos e instrumentos, cantaban y bailaban. Y las mujeres también lo hacían. Y un motivo de especial jolgorio lo constituían las misas nuevas de religiosos profesos; incluso la disposición del Capítulo sevillano deja entrever la general tolerancia que existía respecto a estas fiestas de primera misa, pero prohíbe esas expansiones en el Convento:
“Otrosi fue acordado que, por quanto se permetía la entrada a las dichas mugeres y otras personas seglares, encargaron al dicho Prior y Soprior que no consintiesen que en ningund tienpo, aunque fuese por misas nuevas, anduviesen truhanes ni atanbores diziendo chançonetas, ni canten ni baylen, sino que tengan todo silençio”75.
5. Mujeres y misas pro anima
Veamos ciertas iniciativas femeninas en torno a las misas pro anima en la esfera funeraria.
5.1. La misa mayor adaptada como oficio funerario por las mujeres
Cierta conducta reprobada afecta solo a ciertas mujeres de Villarrubia, aunque aquella podría estar más generalizada. Se trata del hábito femenino de permanecer durante los divinos oficios junto a las sepulturas de sus difuntos e incluso encima de ellas, especialmente en los días de fiesta y mientras dura la misa mayor, con toda la instalación propia de los cumplimientos por los difuntos. Esto lo hacían durante todo un año, probablemente a partir de la muerte del familiar. Pensamos que pretendían convertir a su manera la misa festiva común en misa de difuntos. Se las reprendía por el estorbo que generaban y por su costumbre de ejercer esa devoción en el espacio de los varones, junto a las sepulturas “dentro de los escaños entre los onbres”, lo que causaba “algunas diçiones” y otros inconvenientes:
“Otrosy fuymos ynformados que (...) algunas [mujeres] tienen por costunbre de estar un año o mas e menos dentro de los dichos escaños [de los hombres] sobre sepulturas de sus difuntos, y lo que peor es que tienen tumbas y mesas y velas de çera con que ocupan mucha parte de la dicha yglesia, de lo qual algunos vecinos desta villa se nos quexaron. Y proveydo de Remedio çerca dello como conviene, de parte de su magestad e orden mandamos que muger alguna sea osada de se entrar a sentar de aqui adelante dentro de los escaños entre los onbres, so pena de medio Real por cada vez que lo quebrantare (…) asy mismo mandamos que ninguna muger tenga puesta tunba ni mesa alguna sobre ninguna sepultura dentro de los dichos escaños, syno solamente en tanto que se dixere el novenario o se hiziere cunplimiento por el difunto o los ofiçios”76.
Parece evidente que estas mujeres, en lugar de hacer el encargo específico de treintanarios, responsos o aniversarios, trataban de alargar en el tiempo, hasta un año, la eficacia de aquellas celebraciones pro defunctis que se hicieron al morir el allegado. En suma, aplicaban la misa por el alma de sus difuntos, y para ello recreaban las condiciones externas colocando “tumbas”, mesas y velas sobre las lápidas de sus muertos. No hay margen al error de interpretación del texto, porque las celebraciones por los difuntos siempre tendían a efectuarse en torno a la sepultura del finado77, colocando cruces encima durante treintanarios y novenarios78.
Interesa subrayar cómo la práctica de tales mujeres revela una interpretación individualista de la celebración eucarística solemne de las fiestas y supone un modo libre de integrarse en la oración comunitaria. Así mismo, expresa una forma de personalización peculiar de la misa mayor al servicio de las intenciones devocionales propias.
5.2. Misas y encargos femeninos post mortem
Es bien conocido que, en el Medievo y durante mucho tiempo después, todo cristiano debía dejar mandas al morir para garantizar sufragios por su alma y sus familiares y dejar dispuestas limosnas a los pobres, fuera en dinero, comida o vestido en el día del entierro79. Las mandas podían adoptar la forma de capellanías instituidas para garantizar los sufragios permanentes a cambio de una dotación en dinero, o en bienes y rentas, para el clérigo capellán. No insistiremos en este punto, porque las prácticas femeninas no difieren de las masculinas, pero traemos a colación un ejemplo, el suministrado por el testamento de una mujer común ya mencionada, no pudiente, pero a la que no faltaban bienes que repartir, viuda, vecina de Almagro, a mediados del siglo XV. De este testamento extraemos las referencias a las misas pro anima cuyo análisis, combinado con datos de otros testamentos femeninos, puede ser elocuente:
“... mando que si de esta dolençia finare, lo que Dios no quiera, que mi cuerpo sea enterrado en la seboltura donde yase el dicho Bartolome Rodrigues mi marido. E que el dia de mi enterramiento digan por mi anima misa e vegilia de tres liçiones con su letania, e que en fin de anno que digan otra misa e vegilla con su letania, e que den de comer a los leydos e a çinco pobres (…) E mando que digan por mi anima tres misas que tengo en cargo de penitençia (…) E mando que digan por mi anima un treyntanario revelado, e que lo digan el capellan e el cura desta villa, e que les den por su salario ochoçientos maravedis (…) E mando que digan por mi anima e por el anima de mi madre dies misas, e que las digan los dichos capellan e el cura (…) E mando que digan por el anima de mi marido dies e nueve misas, las quales digan en esta guisa: en el Convento de Calatrava las nueve misas e que las diga frey Iohan Galindo, e el capellan e el cura cada çinco misas...”80.
Además de los sufragios de corpore insepulto, encarga misas de cabo de año, treintanarios (el popular ciclo de 30 misas o misas de San Gregorio), misas ofrecidas conjuntamente por ella y por su madre, y, en número mayor, otras por el alma de su marido, repartidas entre el Convento de Calatrava y la iglesia parroquial, todo ello en sintonía con la muy vigente “matemática de la salvación” o la “contabilidad del más allá”, según Chiffoleau, que regía las mandas piadosas81. Además, el testamento revela otros aspectos de su religiosidad. Primero, vincula el culto con la atención a los pobres como méritos por excelencia, ambos, para ganar el cielo: el binomio misa y limosna es recurrente82; por otra parte, se aprecia que frecuenta el sacramento de la confesión, pues tiene pendientes algunas misas “en cargo de penitençia”; está muy familiarizada con su parroquia, a cuyo cura conoce y confía el cumplimiento del testamento en lo espiritual, y conoce también al sacristán y al capellán. Otras cláusulas del testamento indican que se encuentra integrada en los cauces de religiosidad locales y comarcales (nótese la referencia al Convento de Calatrava y a freires calatravos). Y valora, desde luego, la necesidad de la intercesión de los méritos de Jesucristo (la Pasión, representada en la misa) para su salvación eterna. No insiste, sin embargo, en el rito del enterramiento en sí, aunque conoce bien las costumbres al respecto, o le han sido recordadas, incluida la ofrenda de pan, vino y cera a la parroquia, por su alma y los sufragios que tendrán lugar.
Cuestión aparte es la relación de esta mujer con el Convento de Calatrava, algo que remite al tema más amplio de la proyección devocional de la casa principal de la orden militar sobre los fieles del señorío83. En su testamento, el Convento recibe solo un simbólico maravedí, pero esta mujer quería expresamente que la iglesia del Convento calatravo fuera una de las sedes donde se dijeran misas por el alma de su marido, aunque en Almagro había entonces muchas ermitas, además de la iglesia parroquial, y, además, designaba para ello a un freire concreto.
Un nuevo testamento de otra mujer de Almagro, también viuda, evidencia también una vinculación piadosa con el Convento de Calatrava: incluyó en su testamento de 1430 la fundación de una capellanía perpetua a favor del Convento por el alma de su marido, sus hijos y todos sus difuntos, pero con la condición de que los freires conventuales se desplazaran a celebrar los oficios religiosos en la propia villa de Almagro84.
Estos testimonios manifiestan que existían contactos entre los religiosos del Convento de Calatrava y las gentes del señorío - a pesar de que los freires solo debían salir con licencia del prior y se les vedaba el trato con mujeres -, y que la vida regular de estos conventuales gozaba de prestigio entre los laicos.
6. Un indicio de devoción eucarística femenina en el contexto de la misa
La devoción femenina hacia la eucaristía ha de ser objeto de un estudio más amplio a partir de diferentes indicadores de cultura material presentes en los inventarios. Por ejemplo, entre 1471 y 1510, para 34 iglesias del Campo de Calatrava conocemos 9 donaciones de cálices (son pocas por su alto coste), y 6 de ellas las realizaron mujeres, aunque una procedía de un matrimonio. También son mayoritarias las donaciones femeninas de paños ricos para servicio del altar, tan relacionados con las especies consagradas. Ahora bien: aquí nos ceñimos a las relaciones entre mujeres y liturgia, así que dejamos al margen la devoción eucarística que a menudo excede el espacio parroquial y la propia celebración litúrgica. Baste con reseñar ahora la implicación de mujeres en una costumbre detectada para el Campo de Calatrava: la provisión del pan y el vino para ser consagrados en la misa como devoción individual y colectiva. Efectivamente, una práctica piadosa generalizada en testamentos de la Baja Edad Media, en muchos lugares, consiste en hacer un donativo pro anima de pan y vino (y a veces también de cera) a la propia parroquia o a la iglesia donde se enterraría el difunto, a menudo para todo un año. En nuestra zona, así lo hacía a mediados del siglo XV Francisca Rodríguez, que mandaba por su alma la ofrenda de pan, vino y cera “un anno bien e conplidamente” a la iglesia parroquial de San Bartolomé85. Y Catalina Gomes mandaba a la iglesia donde se hiciera su treintanario “un anno de pan e vino” por su alma86. Es evidente que este donativo se vincula con la liturgia de la misa; y no hay que confundirlo con la “carydad de pan e vino” repartida a los pobres el día del entierro o del aniversario. El uso conecta con la práctica, habitual en la misma zona, por la cual los ingredientes fundamentales para las sagradas especies, el vino y la harina para el pan, eran sufragados por el conjunto de la población por la vía de la limosna87.
Queden estas noticias como someras muestras de los indicios, que tendrán que ser explorados más ampliamente, de una (posible) especial sensibilidad femenina relativa a la eucaristía. Esto sería importante como revelador de la devoción eucarística en mujeres seglares de a pie, e interesante si se recuerda que los laicos no recibían la comunión normalmente salvo en Pascua88, aunque durante todo el Medievo hubo recomendaciones piadosas de hacerlo más a menudo89. Por el contrario, sí es conocida la piedad hacia la eucaristía de mujeres nobles en los ámbito monástico o seglar: es el caso de Sor Constanza de Castilla en el siglo XV (nieta del rey Pedro I, priora del monasterio de Santo Domingo en Madrid entre 1416 y 1465), autora de encendidas palabras de adoración íntima al Santo Sacramento tras la consagración90. La devoción eucarística entre mujeres consagradas en la Baja Edad Media no es, ni mucho menos, excepcional91. Y también está presente entre las mujeres nobles laicas como Doña Teresa Enríquez, antigua dama de Isabel I, generadora de un amplio movimiento eucarístico desde la localidad toledana de Torrijos en las primeras décadas del siglo XVI92.
7. Un comendador mayor calatravo, unas niñas huérfanas y una misa mariana
Terminamos con una noticia sobre una peculiar forma de caridad ejercida por Don García de Padilla, comendador mayor de la Orden de Calatrava entre 1523 y 154293, hacia niñas huérfanas. Fue un gran bienhechor del Campo de Calatrava, sensible ante la necesidad femenina94, que, entre otros sustanciosos legados95, dio al concejo de Malagón una cantidad de trigo y dinero para ayuda de casar huérfanas. El concejo administraría para ellas ese capital bajo ciertas condiciones que implicaban la moralidad de las adolescentes y la piedad del concejo hacia la Virgen en su advocación de su Asunción. Se trataba de 600 fanegas de trigo y de 120 ducados para el vestuario de las niñas, que debían ser naturales de la villa y de edad de ocho años, o menos, para garantizar su virginidad. Elegida cada una un año por el concejo, acudiría el día de la Asunción de la Virgen a la iglesia en la misa y en las vísperas, vestida de un modo determinado y portando una candela en las manos; la huérfana sería presentada a la Virgen “puniendola en el lugar que a ellos [los alcaldes y regidores] les pareçerá, çerca del altar de Nuestra Sennora”. Si alguna huérfana muriera o se dedicara a vivir deshonestamente, el concejo distribuiría su dotación entre las otras jóvenes presentadas o la daría a pobres naturales del pueblo. Por supuesto, el concejo de Malagón aceptó todas estas extensas “capitulaciones”, haciendo firmes promesas de tener siempre a la Virgen gloriosa Santa María como Señora96.
Esta dotación para las niñas huérfanas es ejemplificadora no solo de las caridades de maestres y comendadores en su señorío, sino también de otros interesantes aspectos: la situación de extrema vulnerabilidad de las niñas huérfanas, la importancia del matrimonio como destino femenino, la presencia de concepciones morales muy definidas en torno a la virginidad (una virginidad sostenida ligada a la protección de la Virgen ejercida sobre estas huérfanas), la relación entre jerarquías calatravas y fieles del señorío, y el vínculo entre todo ello y una piedad mariana que cristaliza en una escenografía cívico-religiosa desarrollada en las vísperas y misa de la más solemne y más popular fiesta de la Virgen, la Asunción celebrada el 15 de agosto. Así en este proyecto caritativo-cultual se manifiestan el prestigio del propio comendador mayor y la concurrencia de las autoridades locales, con la presencia de estas afortunadas chicas pobres con sus velas.
8. Conclusiones
Sin duda, la presencia, iniciativa y protagonismo de las mujeres en la vida religiosa de estas pequeñas localidades bajo dominio de la Orden Militar de Calatrava era mayor de lo que las fuentes dejan entrever.
Las transgresiones a la obligación de guardar el precepto dominical-festivo no excluían a las mujeres, al parecer, fueran solteras, casadas o viudas. Ahora bien, al mismo tiempo, la nutrida presencia femenina en las iglesias queda bien acreditada, con las consiguientes tentaciones que “las mujeres”, vistas como grupo al cual acercarse, generaban en los varones, incluidos los clérigos; igualmente está bien documentada la iniciativa de algunas mujeres que rompían intencionadamente la segregación espacial que se les imponía. Pero los visitadores no criminalizaron a las mujeres en mayor grado que a los hombres. Acusaban a los varones, acusaban a los clérigos. Los confesionales evocaban al peligro de pecar que suponía que las mujeres se prestaran a que los hombres las mirasen; era un pecado de lujuria sin obra97; pero aquí, eran los varones los que incurrían en falta cuando se situaban de lado o de espaldas al altar mirando a las mujeres. Con todo, la segregación entre los sexos puede vincularse a la “debilidad, inconsistencia, vanidad, coquetería femenina” que las pueden inclinar más a pecar98. En suma, todo indica que las mujeres participaban, igual que los hombres, en la intensa interacción social que se producía dentro de los templos, a pesar de las prohibiciones. En cuanto a la asistencia femenina al rezo de las horas, como la de los varones, indica que el pueblo deseaba participar de algún modo de esta plegaria que tuvo tan alto prestigio desde la Alta Edad Media, como todo el modo monacal de vivir la religión, aunque pudiera convertirse en ocasión de convivencia profana entre ellos e incluso con los clérigos. Y su familiaridad con el oficio canónico queda patente en los testamentos.
Por otra parte, la cultura material evidenciada en los inventarios de las iglesias parroquiales, en concreto los listados de objetos litúrgicos con indicación de los donantes, revela con elocuencia la implicación femenina en la ornamentación de los templos en su parte más sensible, el altar y su entorno; es decir, ellas contribuían más que los hombres, comparativamente, a esa configuración de las iglesias como espacios sagrados (a despecho del mal estado de muchas de ellas), algo que se complementa con la devoción femenina a las imágenes y su participación muy activa en la costumbre de vestirlas, un uso popular compartido o tolerado por el clero local y los concejos, pero reprobado por los visitadores. Otro signo de piedad femenina hacia la pasión de Cristo, materializado de un modo tan expresivo en el beso de las mujeres a la cruz exclusivamente dedicada a ello, revela una devoción afectiva, sensorial y emotiva99. Con toda probabilidad, estos y otros aspectos de la piedad femenina aquí constatados no son tanto el resultado de formas específicas de interferencia parroquial de Calatrava, sino exponentes de tendencias amplias existentes en la religión y la devoción populares. Pero sin duda, las visitas generadas por la actuación supervisora de la orden militar en su señorío nos suministran datos preciosos sobre la vida religiosa laica de mujeres seglares de a pie que es difícil de constatar en otro tipo de fuentes.
En cuanto a la vivencia de la misa, emerge de las fuentes una práctica expresamente femenina en el Campo de Calatrava: la transposición del sentido ordinario e pleno de las misas en un oficio funerario por los difuntos, sus difuntos; he aquí otra vía de indagación que sería interesante seguir explorando, la relación entre las mujeres y el mundo funerario. Hemos documentado también algún indicio de la especial sensibilidad femenina relativa a la eucaristía, al menos manifestada en los elementos materiales que la contienen, que también deberá confirmarse con otras indagaciones. Nótese que hay aquí una muestra de la diversidad de las actitudes religiosas: la sensibilidad hacia la eucaristía como núcleo central de la liturgia de la misa contrasta - o es compatible - con la socialización, las distracciones, y las murmuraciones en que algunas mujeres se veían envueltas durante el culto litúrgico como resultado de la cercanía con varones, laicos o clérigos. En efecto, es obvio que las mujeres no manifestaban actitudes homogéneas en su religiosidad y sus pautas morales. Algunas faltaban a las celebraciones, otras se implicaban con intensidad. Y probablemente un sector de ellas se escandalizaba de la mezcla femenina con los varones, sintonizando con las prescripciones calatravas avaladas por la costumbre; y mientras, otro grupo incurría en las transgresiones (¿quizás el sector más joven?). En todo caso, la involucración de las mujeres en la dinámica parroquial iba más allá de la actitud de recepción pasiva de unos servicios litúrgicos.
Hay datos fehacientes sobre los contactos entre los religiosos del Convento de Calatrava y las mujeres del señorío: aquellos eran identificados individualmente por ellas, y se acredita la concurrencia de mujeres al Convento por motivos devocionales y lúdicos; al parecer, de modo especial con ocasión de las misas nuevas y sus festejos. La orden militar fomentaba la proyección piadosa de la casa central calatrava, pero impuso restricciones a la presencia femenina, sin prohibirla. Estas prácticas enlazan con la mezcla de los clérigos con las mujeres en los templos; un uso condenado que venía a agravar otra práctica más amplia, la convivencia de clérigos con laicos. Es evidente que las prohibiciones calatravas no se deben solo a un afán misógino de salvaguarda de la honestidad del clero, sino que se sitúan el marco de la pretensión tardomedieval de las jerarquías eclesiásticas de separar lo sagrado de lo profano y de separar al clero del laicado, evitando la mundanización del primero100. Sin embargo, los clérigos perseveraban en los usos censurados por los visitadores. Todo lo anterior muestra que los esfuerzos de la autoridad calatrava por dotar de una mayor solemnidad al culto, y de una mayor dignidad a los clérigos celebrantes, no concordaba con la realidad. Pero eran los mismos clérigos quienes participaban de esas prácticas indecorosas. En este sentido, en el diálogo entre visitadores y práctica local esta última incluye a los clérigos parroquiales.
El código moral para las mujeres en el terreno de la sexualidad queda patente no solo en las prohibiciones calatravas sobre la cercanía con los varones durante el culto; también es llamativa la cláusula que exige que las huérfanas de Malagón tengan ocho años, o menos, para garantizar su virginidad, como requisito imprescindible para aquella ayuda de casar huérfanas que instituyó el comendador mayor Don García de Padilla. La flagrante vulnerabilidad de niñas y jóvenes huérfanas se vincula con la escenografía de la fiesta cívico-religiosa de la Asunción, que cuenta con la presencia anual ante la Virgen de estas doncellas pobres socorridas por un personaje relevante de la orden militar.
Hemos sugerido que la actitud de los visitadores hacia las mujeres que se mezclaban con varones no era más condenatoria con ellas que con hombres laicos y con clérigos. Traemos a colación un dato, valioso por su carácter excepcional, que excede el campo del culto parroquial: la cofradía de la Caridad de Valenzuela se dedicaba a dar limosna y enterrar a pobres difuntos; pues bien, “para esta santa limosna solían andar dos mugeres a la pedir de casa en casa en esta villa”. Alguna censura social mereció este uso, porque se informó de ello a los visitadores. Pero ellos no lo reprobaron; al contrario, estimaron que, “pues se convierte lo que ansi allegan en obras santas e buenas, no es razon de ge lo proybir, salvo se lo agradeçer a las que toman tan sancto trabajo” y les dieron licencia para seguir limosneando por las casas.101 Es decir: no siempre los calatravos actuaban con intransigencia o recelo frente a las costumbres que afectaban a las mujeres, sino que también participaban de la más que probable aceptación social de una actividad devota femenina independiente de los varones, aquí en el campo de la caridad.