Sumario: 1. Introducción; 2. La inteligencia humana frente a lo artificial; 3. El peligro de la ‘inteligencia artificial’; 4. Los avances tecnológicos y sus repercusiones; 5. El problema central de la ‘inteligencia artificial’; 6. Conclusiones; 7. Referencias.
1 INTRODUCCIÓN
La ‘inteligencia artificial’ es otro de los muchos avances tecnológicos que la destreza intelectual del ser humano viene desarrollando desde hace algunos años. Ya en 1950, un personaje que dio los primeros pasos en la informática escribió un osado artículo que tituló ‘Maquinaria computacional e inteligencia’. Me estoy refiriendo a Alan Turing. El citado científico, en este artículo, refirió la posibilidad de llegar a construir ‘maquinas inteligentes’. (Turing A. , 2010)
Actualmente, se están alcanzando tecnologías que, no hace mucho, parecían imposibles y, la mayoría de ellas, ni si quiera se hubieran imaginado.
Hoy con un pequeño aparato podemos comunicarnos de un continente a otro, de un país a otro, y en tiempo real. No solo somos capaces de transmitir audio, sino que también somos capaces de transmitir imagen de vídeo, casi como si se estuviera al lado de nuestro interlocutor. Los llamados ‘teléfonos inteligentes’, son aparatos artificiales que sobrepasan su función básica de herramienta de comunicación a distancia para los que fueron inicialmente concebidos. Pero eso no es todo; estos ‘teléfonos inteligentes’, además son verdaderos centros artificiales de obtención de datos, de socialización y nos dan respuesta a muchas situaciones de nuestra vida diaria. Los teléfonos artificiales, o móviles, son aparatos que han incursionado en nuestras vidas; hoy nos resulta inaceptable poder vivir sin ellos (comunicarnos, socializarnos, saber dónde estamos, trabajar, etcétera). Con los ‘teléfonos inteligentes’ puedes hacer fotos, vídeos, y puedes compartirlos de forma inmediata en las diversas redes sociales; cuentas también con un GPS (sistema de navegación y localización mediante satélites), tanto si vas a pie como si vas en coche: ya no necesitas conocer cómo llegar a un lugar ni cómo salir de él; puedes preguntar lo que quieras al teléfono móvil y este te responderá porque está dotado de la funcionalidad de ubicación.
Por su parte, advirtamos que, en su momento, dejamos que entren en nuestras vidas las calculadoras para que ellas hagan los cálculos matemáticos por nosotros de manera realmente precisa; además, entraron los procesadores de textos, como el WordPerfect, que posee correctores para corregir automáticamente los errores ortográficos que se cometen al escribir (es decir, la maquina los corrige por nosotros)
Todo esto, a primera vista, resulta seductor y lo tomamos como bueno para nuestras vidas. Sin embargo, sepamos que no siempre es así.
El avance de las tecnologías, las calculadoras, los correctores de texto, etcétera, traen siempre aparejadas malas consecuencias para la sociedad. Por ejemplo, es cierto que el internet informa, no obstante, al mismo tiempo, deforma a la sociedad. El acceso masivo y abierto a la información, facilitado por internet, llega a deformar al ser humano. Entre otras cosas, el acceso a la información y contenido que te brinda masivamente internet crea dependencia a lo artificial, resta potencia a determinadas habilidades humanas y naturales, afecta a la vista, propicia relaciones superficiales e impersonales, te hace creer que tienes amigos por todo el mundo, pero nunca los conoces en persona, da acceso a información sexual inadecuada e inoportuna para jóvenes y niños, provoca adicción a los juegos de vídeo, te anula socialmente, etcétera.
Ahora creemos subir peldaños de mejora desde la llamada ‘inteligencia artificial’, la que permitiría realizar eficientemente mejor determinadas operaciones que le son propias a la inteligencia humana, incluso superándola y sustituyéndola con admirable solvencia y amplitud.
2 LA INTELIGENCIA HUMANA FRENTE A LO ARTIFICIAL
La inteligencia humana es aquello que nos capacita a comprender lo ínfimo y lo inmensurable de nuestra existencia. Biólogos, neurocientíficos, genetistas y psicólogos, se esfuerzan por entender nuestra existencia, la estudian y buscan aplicarle patrones de medida que resulten eficientes y certeros; se estudian las distintas dimensiones y matices de la inteligencia. No obstante, cabe preguntarse si realmente se sabe qué es la inteligencia humana. Es llamativo advertir el interés de los científicos para investigar la inteligencia humana. De hecho, hay quien mantiene que la inteligencia humana viene decayendo desde hace más de cien años. En el siglo XIX Francis Galton (Galton, 1988) decía que los ingleses eran mucho menos inteligentes que los seres humanos de la Grecia clásica; en la Grecia clásica, como sabemos bien, existían muchas mentes, ciertamente, brillantes.
De manera general, se puede afirmar que la inteligencia es el mayor poder de la mente humana. De manera más concreta, podríamos decir que, la inteligencia supone vincular; esto es, enlazar elementos diferentes que descubren y logran soluciones.
No existe en el cerebro una parte que identifiquemos como la zona o centro de inteligencia. La inteligencia humana, debe su existencia a una comunicación bidireccional entre la parte frontal y la parte posterior del cerebro.
Se sabe que ser más inteligente que otro, no implica poseer un cerebro que funcione más; más bien, es todo lo contrario. Resulta que es más inteligente el cerebro que funciona con menos esfuerzo; es la llamada ‘neuro-eficacia’. Es decir, un cerebro es más inteligente cuando es capaz de solucionar situaciones con el menor cansancio. Entonces, el escenario más inteligente no es el de un cerebro que trabaje más, sino que se trata de una comunicación más eficiente de la información entre las secciones relevantes del cerebro. Aunque, es cierto, sigue siendo desconocido el cómo interactúan en la inteligencia las zonas relevantes del cerebro.
Por lo tanto, la inteligencia humana, es una facultad para aprender, razonar y comprender la realidad; la inteligencia humana nos permite saber qué es lo más oportuno de aquello que no lo es a fin de determinarnos, en uno u otro sentido, en la realidad existencial que vivamos. La inteligencia humana, como capacidad y facultad, nos coloca en un nivel de inteligencia por encima de la escala biológica del resto de seres vivos que cohabitan con nosotros en este planeta. Es nuestra mayor inteligencia natural lo que nos coloca por sobre las otras especies vivas. Asimismo, por el superior nivel de inteligencia que hemos alcanzado, nuestras decisiones no son impedidas, ni interrumpidas, ni estorbadas por las otras especies del planeta pese a que, muchas veces, con nuestras decisiones y con nuestras acciones, maltratamos su bienestar y destruimos su habitad natural; de hecho, hay quien sostiene que somos los principales contaminadores del planeta. Por esa superioridad de la que nos dota la inteligencia podemos, incluso, abusar y afectar al planeta e ir en contra de los intereses del resto de los seres vivos. Atendamos y tomemos nota de esto último.
Ahora centrémonos en lo artificial.
El origen de la palabra ‘artificial’ lo podemos ubicar en el latín artificialis. Esta palabra latina está compuesta de Ars, artis que significa obra o trabajo de mucha creatividad; además, se compone de Facere, que significa hacer; y, por alis que significa relación o pertenencia.
De esta manera, tenemos palabras como ‘artífice’ (que es la persona que hace algo); la palabra ‘artificio’ (que es la maquina u obra de arte que carece de naturalidad); la palabra ‘artificioso’ (que significa tener disimulo o que es está falto de naturalidad); o la palabra ‘artefacto’ (que es la maquina o aparato); esta última palabra está confeccionada con el participio del verbo facere: factum (hecho).
Luego, si intentamos definir lo artificial, diremos que es aquello que se contrapone a lo natural; con lo cual, en contraste, la inteligencia humana es aquello que es propio de nuestra naturaleza. Entonces, lo artificial es todo aquello que no es propio de la naturaleza, sino que ha necesitado de la intervención del ser humano para lograr su existencia. Dicho de otro modo, lo artificial es aquello que debe su existencia a la mano o al arte del ser humano.
También están los productos artificiales que, si bien su resultado final necesita de la intervención del ser humano, su obtención habría requerido de la modificación o extracción mediante procesos químicos que se logran a partir de productos y elementos naturales. Por ejemplo, el papel es producido a partir de la celulosa, que es el elemento fundamental de la pared de las células vegetales en plantas, madera y fibras naturales.
Podemos terminar diciendo, en esta parte, que lo artificial es aquello que no se halla en la naturaleza.
3 EL PELIGRO DE LA ‘INTELIGENCIA ARTIFICAL’
Cuando pensamos en la ‘inteligencia artificial’, lo primero que reflexionamos es si ella representa o no un peligro para el desarrollo sano de nuestra sociedad.
Desde este trabajo académico sostengo que sí se desprenden preocupantes peligros con la llamada ‘inteligencia artificial’ y que sí afecta a la esencia del ser humano y a su sustantividad existencial. Es patente que ya se afectan las características naturales y sustanciales del ser humano desde hace varios años y, junto a ello, también se menoscaban ciertas capacidades.
Antes decía y recordaba la incursión de las calculadoras y de los correctores de escritura de los procesadores de texto como el WordPerfect. Por un lado, las calculadoras hacen los cálculos matemáticos por nosotros y con una eficiente precisión; por otro lado, los correctores de escritura automatizados corrigen nuestra ortografía e, incluso, están los llamados ‘predictores’ que predicen las palabras que utilizaremos en el texto antes de escribirlas. Todo esto nos facilita acertar en los cálculos matemáticos y en la correcta escritura sin faltas de ortografía. No obstante, la calculadora y los correctores de textos han provocado otra consecuencia en la sociedad, sobre todo en los jóvenes. Una gran parte de la sociedad joven no sabe hacer cálculos matemáticos por sí solo, es decir, sin usar una calculadora (no saben multiplicar ni dividir, por ejemplo). Y en cuanto a los correctores, la consecuencia provocada es que los jóvenes no saben escribir correctamente y sin faltas ortográficas, a menos que usen el corrector de Word. Estas consecuencias provocadas por el avance de la tecnología son reales y patentes, y se pueden verificar sin mucho esfuerzo en las aulas universitarias. En las carreras de letras, ambas situaciones, son, acentuadamente, palpables.
Advirtamos pues que el avance de la tecnología siempre se acompaña de un discurso justificador basado en la supuesta mejora de la eficiencia en las labores de nuestra vida. Sigmund Freud, en El malestar en la cultura, se refiere al avance tecnológico alcanzado con el teléfono. Freud reconoce que el teléfono ha permitido la comunicación con un ser querido pese que este esté en un lugar muy lejano; empero, también afirma que es cierto que si no se hubiera inventado el tren que trasladara tan lejos al ser querido, el teléfono nunca hubiera sido necesario. (Freud, 1998) No tengamos duda, entonces, que toda tecnología nueva lleva aparejada un lado bueno y un lado oscuro y malo. En la Grecia clásica se tenía un término en el que se asentaba esta dualidad de lo bueno y lo malo: phámakon. Esta palabra es polisémica; los varios significados que puede tener son: bebida encantadora, remedio, alucinógeno, droga curativa, tintura de los pintores y, también puede significar veneno; en consecuencia, el significado de phármakon debemos entenderlo como remedio para la vida y, al mismo tiempo, como veneno para la muerte. Lo mismo que te mata, puede salvar tu vida. Paracelso (Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim) decía que no hay venenos, lo que hay son dosis; todo es veneno y nada es veneno, solo la dosis hace el veneno. Resulta pertinente traer a colación el uso que Platón hace del término phámakon en su diálogo Fedro. El tema en este diálogo de Platón es el amor y la naturaleza del alma; es curioso encontrarnos, al final de este diálogo, una interesante crítica a la escritura: Platón piensa que la escritura no ayuda a la memoria, sino que, más bien, la menoscaba. (Platón, 2004) Si entendemos que la escritura es un avance que podríamos equiparar, más o menos, con un avance artificial, advirtamos que, desde la visión platónica, la escritura también traería un lado malo representado por ese menoscabo de la memoria.
Así pues, desde estas ideas podemos afirmar que los avances tecnológicos son buenos y, a la vez, malos para la sociedad. Como el phármakon, la tecnología es un remedio para algunas cosas, pero trae siempre consigo un veneno para otras. A la vez que da, quita. A la vez que beneficia, por un lado, perjudica por el otro. Por ello, hay que estar atentos a las consecuencias de uno y otro tipo a fin de ponderar la necesidad de su incursión en nuestras vidas diarias.
Decía antes que el discurso que solo defiende la bondad de los avances tecnológicos suele fundamentarse en la idea de que los seres humanos tendrán más tiempo para ellos mismos ya que las maquinas permiten realizar labores con mayor eficiencia y rapidez dejándole, al ser humano, más tiempo libre para el desarrollo de sus vidas. En verdad, esto no ha sido ni es así. Contrariamente, la mayor eficiencia de la tecnología ha provocado el aumento en la presión de la carga de trabajo y, con ello, más bien, se tiene mucho menos tiempo para nosotros mismos y para nuestras familias. En los trabajos hoy hay que cumplir con exigencias muy elevadas de productividad; esto se agrava aún más por la vorágine del consumismo que cada vez exige más y más por la mayor demanda de bienes que se nos imponen como necesarios para todo (los teléfonos móviles, por ejemplo). Esta es una primera evidencia de que el avance de la tecnología no siempre produce el resultado que promete. El problema mayor es que cuando el resultado es perjudicial para la sociedad, la incursión tecnológica es muy difícil de retirar porque los sectores de interés ya se han preocupado de manipular a las masas para de imponerles, subrepticiamente, sus tecnologías como necesarias. Incorporadas en la sociedad las tecnologías, no hay quien la pare, sobre todo porque hay muchos intereses económicos y de poder en juego. Así, los manipulables quedan manipulados, sin advertir el mal que traen consigo ciertas tecnologías y que perjudica a sus vidas. Si las masas distraídas e ignorantes en algún momento dan cuenta de este mal, esto ya es demasiado tarde porque es muy difícil ir en contra del sistema que se ha impuesto en todos los ámbitos de la sociedad. Es el caso, por ejemplo, de las redes sociales de internet; ellas, han provocado que en las relaciones se pierda el interés por el personalismo real sustituyéndolo por una forma artificial de relacionarse: la sustantividad humana que nos define como seres relacionales reales se ha visto afectada. Esto, además, ha provocado la adicción a este tipo de relaciones, perjudicando el desenvolvimiento y la socialización natural entre los seres humanos. Hay muchas personas que tienen serios problemas para relacionarse de forma personal con los demás, sin embargo, guarecidos en la artificialidad de las redes sociales virtuales, este problema parece diluirse. Pero solo parece; en realidad se agrava o genera otros aún peores. Encerrarnos en la virtualidad de los ordenadores, es negarnos a nuestra condición de ser seres sociables por naturaleza. La socialización se hace con el contacto entre personas, no entre máquinas y programas informáticos.
Ahora bien, si nos situamos en la ‘inteligencia artificial’, veremos que el peligro mayor es que esta logre alcanzar el nivel de un ser humano, pudiendo, incluso, interactuar con otros seres humanos sin que se pueda distinguir al ser humano real del que no lo es. El mal se reflejaría cuando un ser humano real se confronte ante a un replicante (producto de la ‘inteligencia artificial’) sin que el ser humano real pueda advertir si está ante una máquina o no, porque esa máquina haya desarrollado conciencia de sí mismo. Cuando esto suceda, la humanidad estaría empezando su perturbado declive. A esto el científico Alan Turing lo denominó ‘la singularidad’: se trata de poner ante un juez, a un humano y a una maquina; el juez pregunta y los dos responden por escrito; luego, el juez debe identificar cuál es el humano y cuál la máquina; Turing precisa que, tanto el humano como la máquina pueden mentir. Turing sostenía que, si los jugadores eran hábiles, al juez le resultaría imposible distinguir quién era quién. El test de Turing mantiene que, si una máquina se comporta como inteligente, por tanto, es inteligente e, incluso, sensible y sintiente. Esto se puede traducir en que la inteligencia radica en comprender y dominar las reglas del lenguaje. En todo caso, hay que tener presente que Turing advirtió que, de producirse ‘la singularidad’, las máquinas tomarían el control.
4 LOS AVANCES TECNOLÓGICOS Y SUS REPERCUSIONES
Hay que reconocer que los avances tecnológicos nos han permitido alcanzar eficiencias inimaginables y que, si se nos ocurrían, nos resultaban fantasiosas o imposibles de alcanzar.
Hablar por teléfono de un país a otro, incluso estando en distintos continentes, era ya toda una proeza tecnológica. Desde hace no muchos años, también se pueden hacer este tipo de comunicaciones a través de videollamadas; es decir, no solo se ha logrado transmitir en tiempo real la comunicación por voz, sino también la imagen en vídeo; y, como si fuera poco, no necesitas acudir a un ‘locutorio’ sino que puedes gestionar tú mismo la comunicación desde tu teléfono móvil, inalámbricamente, desde cualquier lugar en el que estés; si tienes cobertura de internet, la comunicación de audio y vídeo está asegurada. Como digo, hay que reconocer que, en primera instancia, el resultado del avance en las telecomunicaciones ha sido encomiable porque las comunicaciones se gestionan hoy con mucha eficiencia. No obstante, este no ha sido el único resultado.
En las relaciones familiares y amicales, por ejemplo, las personas se visitan cada vez menos. Como ya pueden verse y comunicarse, impersonalmente, a través de una pantalla artificial, pues el sentimiento de extrañar a su ser querido, de encontrarse con él personalmente, de tocarlo, de olerlo, de verlo directa y físicamente, todo esto ha quedado reducido a un plano de desinterés por lo realmente personal. La importancia natural e insustituible del trato personal, real y directo de nuestras mutuas relaciones sociales es innegable; la correspondencia en nuestras relaciones personales, mutuas y directas es una necesidad sustantiva de nuestra existencia. El ser humano es un ser sustantivamente social por naturaleza, y deja de serlo si determina sus relaciones personales a través de un sucedáneo artificial llamado pantalla de ordenador, de móvil o de cualquier otro aparato parecido. Son las relaciones físicamente directas -y no otras- las que nos hacen ser seres sociales por naturaleza.
De otro lado, también hay que reconocer que la información que nos facilita el internet es amplia y masiva. Se tiene acceso a una masiva cantidad de información que antes nos hubiera requerido de mucho tiempo y esfuerzo. No obstante, esta facilidad que nos proporciona el internet lleva aparejada la pérdida de determinadas capacidades que se adquirían antes gracias al esfuerzo. Lo primero que se ha perjudicado es la virtud de la paciencia. El ser humano de hoy quiere la información de manera masiva e inmediata. Esto tiene también como consecuencia que los trabajos exijan a sus trabajadores resultados masivos, eficientes y rápidos. Con lo cual, el trabajador ya no trabaja lo mismo porque realmente se le exige más que antes y bajo mayor presión. El mejor trabajador ya no es el más inteligente o el que sabe más; el mejor trabajador es el que es más hábil hallando la información virtualmente para aplicarla tal cual la recibe: no hay tiempo para la reflexión crítica e inteligente; todo se reduce a la mera habilidad de búsqueda y aplicación. Son trabajadores que meramente aplican lo que se les da robotizadamente; una suerte de humanoides aplicadores de la información virtual que se les proporciona desde los ordenadores y programas informáticos que otros han creado y desarrollado.
Asimismo, el acceso masivo y abierto a la información ha traído consigo el acceso a la información de vicios, de violencia, de pornografía y muchas más depravaciones que degradan la conciencia y la sustantividad moral del ser humano, sobre todo la de los jóvenes. Más allá del daño a la vista que se produce por estar muchas horas frente a las pantallas artificiales-situación grave que también es provocada por las tecnologías-, está el perjuicio del vicio a los videojuegos, el aislamiento social con pérdida de contacto con el mundo real y con los demás, el acceso a contenidos violentos, el acceso a contenido sexual inoportuno, soez y agresivo, etcétera, Como si esto no fuera lo suficientemente maligno, está eso otro que llaman la ‘red oscura’ (o ‘Dark Web’) que, incluso, puede llegar a promocionar el acceso a contenidos delictivos y a compras ilegales. Estas son situaciones extremas, pero, lamentablemente, no son casos aislados. Los jóvenes con el acceso a contenido sexual irreal y sobredimensionado, se creen que el tener relaciones sexuales es como lo que ven en el internet y que se puede mantener sexo, naturalmente, con ese ritmo desenfrenado y muchas veces violento. Lo cierto es que ese contenido es protagonizado por actores y actrices que se dedican a ganar dinero sobredimensionando y falseando situaciones sexuales que ellos mismo son incapaces de gestionar, con ese ritmo, en sus vidas privadas. Es decir, todo es en realidad una parodia que transgrede y perturba la realidad natural y sana de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres. Si nos fijamos en las películas de superhéroes que vuelan por los cielos y a quienes se les sobredimensiona con capacidades y fuerzas que en la vida real no tienen ni tendrán jamás, advertiremos que todo es una mentira que los actores interpretan con el único fin de entretener. Lo que sucede es que si los jóvenes cuentan con un acceso masivo a la información virtual y sus padres viven exhaustos y desconectados de la vida de sus hijos, por el ritmo de esfuerzo que les imponen sus trabajos o por cualquier otra razón cómoda y de desidia, entonces, esos jóvenes no tienen control ni cuentan con una guía decente que les explique lo bueno y lo malo, lo cierto y lo falso, lo irreal de lo real, de lo que ven por internet. Luego, el resultado son jóvenes que se desarrollan con una conducta sexual perturbada, fundamentada en artificios, mentiras y sobredimensionadas situaciones que les traen graves problemas cuando pretenden vincularse en relaciones serias para formar un noviazgo o una familia; adquieren hábitos insanos; se creen que lo aberrante para nuestra naturaleza biológica es algo normal; normalizan la promiscuidad y la violencia en sus relaciones de pareja, etcétera. No cabe duda, este es uno de los resultados funestos del avance de las tecnologías y, con ello, de la ‘inteligencia artificial’ pues son los ‘ordenadores inteligentes’ los que dan acceso a toda esa información masiva, y son los que suscitan todas estas desafortunadas consecuencias que hoy podemos advertir, patentemente, en la mayoría de los mancebos seres humanos.
Debemos tener claro que la sustantividad del ser humano no radica en esa artificialidad difundida masivamente, como información, por la inteligencia postiza del internet. Como ya advertí, la ‘inteligencia artificial’ del internet informa, pero, desgraciadamente, también deforma y pervierte a la sociedad en su sustantiva naturaleza.
5 EL PROBLEMA CENTRAL DE LA ‘INTELIGENCIA ARTIFICIAL’
Se repite, una y otra vez, que la ‘inteligencia artificial’ es algo que va a mejorar, sustancialmente, nuestra calidad de vida y de la salud. Además, se deja caer, insistentemente, el argumento simplón de que hay que aceptar a la ‘inteligencia artificial’ porque ella y su desarrollo, ya es ‘imparable’. Esto, por supuesto, lo dicen personas poco esforzadas intelectualmente y que son, precisamente, los que pertenecen a esa masa de distraídos y manipulables, a los que Platón llamaría, simplemente, ‘masa de ignorantes’.
Lo cierto es que la ‘inteligencia artificial’ puede resultar enormemente perjudicial para la raza humana tal cual la conocemos.
Ya definí lo que es la inteligencia humana, que es en lo primero que tenemos que fijarnos para advertir las incoherencia y peligros de la llamada ‘inteligencia artificial’. Ut supra, he intentado una definición, atendiendo a las capacidades y posibilidades que se obtienen y se alcanzan gracias a nuestro nivel de inteligencia humana. Empero, soy consciente que esta definición no logra definir qué es en sí la inteligencia humana, sino que se limita a definirla en atención a su utilidad por las capacidades y facultades de las que nos dota. Se podría decir que es una definición que atiende a los efectos que produce en nosotros el hecho de contar con una inteligencia superior al de los demás seres vivos que habitan este planeta.
Pues bien, intentemos ahora definir qué es la ‘inteligencia artificial’.
La palabra ‘inteligencia artificial’ se acuñó el año 1956 en la Universidad de Dartmouth College, en Estados Unidos. Diez investigadores -John Maccarthy, Alan Newell, Oliver Gordon Selfridge, Herbert Alexander Simon, Trenchard More, Marvin Lee Minsky, Nathaniel Rochester, Claude Elwood Shannon, Arthur Lee Samuel y Ray Solomonoff- se reunieron durante dos meses para debatir y compartir ideas sobre la programación, la automatización, la capacidad de cómputo, las redes neuronales y la creatividad; sin embargo, el interés principal era resolver el tema de cómo desarrollar ordenadores que tengan la capacidad de simular la mente humana. Fue entonces cuando se acuñó a este tema el nombre de ‘inteligencia artificial’. Desde este momento se generó un mayor interés por las preguntas: ¿puede pensar una máquina? ¿puede verdaderamente la inteligencia ser artificial?
Si nos echamos a buscar la definición de qué es la ‘inteligencia artificial’, nos encontraremos con miles de definiciones distintas. En todo caso aquí ensayaremos una: ‘la inteligencia artificial’ es un proceso a través el cual una máquina aprende igual que aprendemos los seres humanos; es decir, aprende a partir de experiencias, a partir de cosas, a partir de errores, luego, acumula toda esa experiencia y se hace más capaz para tomar decisiones. La ‘inteligencia artificial’ a veces la imaginamos como si fuera con un robot o una máquina que anda con dos piernas y dos brazos. También podemos definir a la ‘inteligencia artificial’ como un proceso, una forma de analizar y tomar decisiones; más precisamente, la ‘inteligencia artificial’ puede definirse como un proceso de optimización que lo que intenta es, a partir de un objetivo determinado, optimizar los recursos disponibles para conseguir el mejor resultado posible.
Con todas estas definiciones: ¿cómo resuelvo este asunto si es imposible encontrar una unívoca y compartida definición de lo que es la ‘inteligencia artificial’? Esto se puede resolver con lo propuesto por Alan Turing -que es uno de los padres de la computación-. Hace más de medio siglo este científico dijo que no era relevante definir qué es la inteligencia; lo relevante es advertir que hablaremos de ‘inteligencia artificial’ en el momento que un ordenador logre replicar el comportamiento humano hasta el nivel en que cuando interactuamos con un ordenador no podamos distinguir si es una persona o una máquina. (Turing, 2012)
Así pues, es de esto de lo que trata realmente el avance de la ‘inteligencia artificial’. Se trata de replicar y reproducir el comportamiento humano. Si jugamos al ajedrez por internet es muy difícil diferenciar si el rival es una máquina o una persona. Actualmente, los ordenadores son capaces de duplicar la conducta humana, pero hay muchos casos en donde los ordenadores son capaces de superar incluso el propio rendimiento humano y el ajedrez es un buen ejemplo de ello. Recuérdese el 11 de mayo de 1997 cuando un ordenador de IBM de nombre ‘Deep Blue’ pudo vencer al campeón del mundo de ajedrez, Gary Kasparov.
La pregunta inmediata y espontánea que nos surge es: ¿cómo es que un ordenador puede llegar a ser ‘tan inteligente’?
Intentemos dar respuesta a ello.
En primer lugar, los ordenadores tienen una capacidad enorme en tanto a poder de cálculo, es decir, cuentan con una velocidad extraordinaria para sacar cuentas; en segundo lugar, la memoria de un ordenador recuerda todo y de todo -y esto es una gran ventaja cuando la información actual es tan amplia y va en constante aumento-, y, en tercer lugar, resulta que, actualmente, los programas de ‘inteligencia artificial’ han evolucionado tanto que son capaces de hallar similitudes, diferencias o reiteraciones, a partir de grandes magnitudes de datos.
En principio, se supone que los ordenadores acatan las órdenes y hacen, exactamente, lo que les programamos los seres humanos, tal como si fuera una receta de cocina. Hasta aquí podría decirse que los ordenadores con este tipo de ‘inteligencia artificial’ no representan mayor peligro más allá que el del mismo ser humano que la controla y programa. No obstante, enfrentamos un desarrollo de la ‘inteligencia artificial’ que supera al mismo ser humano y, lo que sería peor, es que, esta ‘inteligencia artificial’, pueda conseguir una conciencia propia y, con ello, convertirse en un ser sintiente con capacidad de autodeterminarse por sí misma. De esto último cabría preguntarse ¿se deben conceder derechos de alguna clase a estas máquinas inteligentes que lleguen a tener una consciencia propia y que, además, sean capaces de sentir sufrimiento y felicidad, dolor y satisfacción? Y si pudiéramos los seres humanos hacernos (comprarnos) una de esta ‘máquinas o robots inteligentes’ ¿no habría quien preferiría hacerse con un un robot sin conciencia para no tener una suerte de sufridos esclavos que conviertan en esclavistas a quien los compra? O, por el contrario ¿no habría quienes prefieran escapar de sus limitaciones biológicas replicándose en robots inteligentes, sintientes y con conciencia, pues un robot sin conciencia no sería más que una máquina alelada e inconsciente? ¿Cuáles son los límites éticos con los que se afrontará toda esta situación? No hay duda de que esto tiene cierto tufillo bastante siniestro. Se pone en tela de juicio la misma sustantividad del ser humano, pues se somete a discusión si esta sustantividad humana puede ser transmitida a una ‘máquina inteligente’ quien terminaría dotado de las mismas facultades que el ser humano, solo que ampliamente mejoradas. Esto, si llegara a ser así, resultaría muy peligroso para la convivencia humana, según la conocemos.
No olvidemos que se supone que la razón de ser de la tecnología es, principalmente, el sernos útiles a los seres humanos; esto es, que la tecnología debe estar siempre al servicio de la humanidad y no al contrario. La tecnología la desarrollamos en aras de contar con un mundo más cómodo y mejor para el ser humano; el fin de la tecnología es siempre el ser humano y nunca la tecnología misma. Aquí surge la pregunta: en el actual mundo en el que vivimos donde todas nuestras relaciones y toda nuestra vida está hipertecnologizada ¿en qué lugar de relevancia queda el ser humano? ¿sigue o seguirá teniendo el protagonismo de la existencia viva del planeta? Es difícil saberlo; no obstante, si tenemos en cuenta que la tecnología está incorporada en todos los ámbitos de nuestra vida, nuestro lugar queda muy relativizado y reducido a la productividad basada en los avances que nos determina la tecnología:
El hombre puede parecer demasiado imperfecto e irracional en un mundo donde la eficacia es el valor supremo y algunos depositan sus esperanzas en la innovación, la IA y la robótica. ¿Estará la humanidad sentando las bases de un mundo en el que ella misma terminará siendo superflua? (Hidalgo, 2021, pág. 135).
Y no se trata de un peligro que parezca muy lejano, pues ya es un hecho que la ‘inteligencia artificial’ dota a las máquinas de una autonomía que termina colocándolas por encima del programador humano. Los ordenadores ya pueden ubicar resultados y soluciones sin ser estrictamente programados para ello. La ‘inteligencia artificial’ logra resultados y conclusiones realizando un análisis automático de datos.
¿Esto llegará a dañar a la humanidad? ¿La ‘inteligencia artificial’ podría llegar a decidir la aniquilación de la existencia humana? Estos son algunos de los argumentos que se discuten actualmente.
Los científicos no se ponen de acuerdo y hacen de este tema algo muy controvertido. Algunos son optimistas con la ‘inteligencia artificial’ y, otros, están realmente preocupados por los efectos perjuiciosos que puede terminar enfrentando la humanidad. El problema real es si llegará el momento en que la ‘inteligencia artificial’ alcanzará y superará el nivel de la inteligencia humana pudiendo, la primera, lograr cualquier objetivo; es decir: ‘Una inteligencia general puede alcanzar casi cualquier objetivo, incluido el de aprender, a diferencia de la inteligencia estrecha de un programa para jugar el ajedrez, por poner un ejemplo’ (Tegmark, 2022, pág. 46). El mayor peligro está, entonces, en la llamada ‘inteligencia artificial general’, es decir, en esa inteligencia que puede alcanzar niveles superiores y autónomos donde el ser humano pierda el protagonismo de la determinación de las decisiones que tome la máquina cuando deba resolver lo que es correcto de lo que no lo es. Esto es, una máquina que tenga conciencia por sí misma de manera general. En este sentido hay cierto consenso en que esto sería un verdadero peligro que terminaría afectando a la misma existencia humana:
‘(…) desde una posición puramente científica, tenemos todos los motivos para rechazar la marcha inevitable y lineal hacia la inteligencia artificial general (y más allá). (…) debemos (…) invertir en una cultura que incentive las ideas intelectuales -las vamos a necesitar en caso de que exista algún camino posible a la inteligencia artificial general’. (Larson, 2022, págs. 329, 331)
Recordemos que en el año 2018 la cantante estadounidense de música country Taylor Swift, utilizó, secretamente, un software de reconocimiento facial que tomaba fotos a los asistentes a su concierto para compararlas con una base de datos de sospechosos de acosar a la cantante. Lo rescatable aquí, es que se aplicó, de manera privada, un ‘software inteligente’ sobre personas que no lo habían autorizado:
Los algoritmos de reconocimiento facial son el trozo de código más valioso del mundo y el más peligroso. Ofrecen un sistema de reconocimiento involuntario e invisible, diseñado para identificar personas sin que se den cuenta, sin su permiso y sin que puedan ofrecer resistencia, porque son traicionados por las características irrenunciables e inalterables de su físico. (Peirano, 2020, pág. 123)
Estas situaciones hacen que haya quienes consideran que esta es una tecnología muy peligrosa y sugieren frenar su desarrollo hasta que no la entendamos y la regulemos para así evitar la inseguridad que representa y que tome el control de todo. Pero hay otros que consideran que sería irresponsable frenar el desarrollo de la inteligencia artificial; sería absurdo, dicen, frenar el desarrollo de esta tecnología que está teniendo tanto impacto en la vida cotidiana.
6 CONCLUSIONES
Ya lo decía en otros foros: la ‘inteligencia artificial’, lo único que tiene de inteligente es el término que usa para identificarse. Dicho de otra manera, la inteligencia artificial, es artificial, mas no inteligente.
La inteligencia supone la capacidad de aprender. Una máquina no aprende; lo que hace es acumular datos, luego los procesa y ejecuta acciones con esos patrones que ha extraído.
Por mucho que un ordenador haya ganado al campeón de ajedrez, Gary Kasparov, esa máquina es incapaz de ir más allá porque ella no crea nada, sino que es capaz de ejecutar acciones con eficiencia, pero solo a partir de la acumulación de datos que luego procesa.
Luego, también es cierto que la inteligencia como tal, no tiene una materialidad, al igual que la tristeza. La tristeza, por ejemplo, al no tener una materialidad, tampoco puede ser creada artificialmente. La inteligencia no puede ser construida artificialmente porque ello sería como construir la ilusión, el amor, la alegría, la tristeza. Se podrá sentir alegría si algo nos provoca ese estado de ánimo, sin embargo, no estaremos propiamente construyendo a la alegría. Con lo cual, ni la alegría, ni el amor, ni la tristeza, ni la ilusión, ni la inteligencia pueden crearse materialmente porque, todas ellas, se deben a una existencia inmaterial que no puede ser objeto de creación materialmente artificiosa.
De otro lado, la inteligencia supone pensar y, con ello, en cierta forma se puede afirmar que la inteligencia humana supone pensar contra algo gracias a las motivaciones que tiene ese ser pensante dotado de inteligencia. Siendo así, advertimos que los ordenadores pueden gestionar muchísima información, pero no tienen la capacidad de producir ideas nuevas, porque un ordenador carece de motivaciones y es incapaz de oponerse a las cosas por iniciativa propia. Si se oponen, es porque un ser humano los ha programado para oponerse. Los ordenadores únicamente procesan los datos que se les ha introducido. Los que realmente poseen motivaciones y tienen la capacidad de contradecir y de oponerse, son las personas que incorporan la información a esos sistemas informáticos.
Se le llama, equivocadamente, ‘inteligencia artificial’ porque ella tiene la capacidad de procesar muchísimos datos y de analizar mucha información; pero esto es un error. Si bien la ‘inteligencia artificial’ tiene la capacidad y la posibilidad de alcanzar resultados más precisos que los seres humanos, no obstante, detrás de cada programa de ordenador siempre hay una persona que ha creado e introducido ese programa en el sistema.
Desde otro punto de vista, como el del lenguaje, se puede afirmar que la inteligencia radica en comprender y dominar las reglas del lenguaje. Ergo, debemos advertir que comprender una oración significa comprender un idioma; no obstante, cuando un loro habla, este no es capaz de transmitir un mensaje ni nosotros de entenderlo; esto es así porque el lenguaje sirve a las necesidades prácticas de la forma de vida de la que surge. Lo mismo sucede con un ordenador; el ordenador no llega a pensar porque no puede compartir la forma de vida humana ni comparte igual horizonte de significado. La ‘inteligencia artificial’ puede analizar las palabras y procesarlas como una oración, pero no es capaz de entenderla como parte del lenguaje humano porque el lenguaje humano es más que la suma de sus partes, y una máquina no es un ser humano por mucho que lo intente replicar. Una máquina llega a ‘pensar’ mucho (más bien procesar), pudiendo gestionar que las señales electrónicas transiten a través de sus circuitos haciendo conjeturas a partir de entradas. También puede llegarse a entablar conversaciones con la máquina (‘Alexa’ o ‘Siri’, por ejemplo); empero, estas máquinas no aprobarían el test de Turing si las expusiéramos más allá y por encima de cualquier clase de lenguaje limitado a reglas formalizadas. En otras palabras, es como llegar a comparar a un avión con un pájaro; el avión puede surcar los cielos, mas no tendrá la misma destreza que el pájaro porque la habilidad del pájaro pertenece a su sustantividad propia de vida.
Por otro lado, no pasa desapercibido que la ‘inteligencia artificial’ es utilizada por el poder político para manipular a las masas, sobre todo en temporadas electorales. En las redes sociales solo te permiten decir cosas que al régimen totalitario de turno le viene bien; de lo contrario te cierran la cuenta o te la suspenden por un largo tiempo. Lo peor es que, quien te cierra la cuenta no es una persona sino un algoritmo informático programado para identificar ciertas opiniones que considera peligrosas para el discurso oficial y tras la tapadera de discurso de odio o de noticia falsa, automatizadamente, te sacan de juego en las redes sociales; y nada puedes hacer al respecto. Frente al totalitarismo de la mayoría de las redes sociales virtuales, no somos nada. O acatas o te neutralizan; tu opinión no vale nada si ella no coincide con la opinión del régimen de poder ideológico y político que domina.
Y, finalmente, no olvidemos la posibilidad de pérdidas de trabajos que puede ocasionar la ‘inteligencia artificial’. No resulta difícil prever que la automatización de las labores provocará el aumento masivo de la productividad; sin embargo, esta misma automatización sustitutoria del ser humano -por su mayor capacidad y eficiencia para la productividad- provocará, lógicamente, la pérdida de un gran número de trabajadores, quienes no podrán competir con esas máquinas dotadas de una ‘inteligencia artificial’. Y esto nos lleva a la necesaria reflexión que ya advertía antes: ‘A medida que más y más personas se vean desplazadas por las máquinas, se verán obligadas a responder a una pregunta mucho más profunda: en una era de máquinas inteligentes, ¿qué significa ser humano?’ (Lee, 2021, pág. 195)
Obtener esforzadamente una carrera profesional de alta exigencia de especialización, no asegurará un puesto de trabajo pues un trabajador no será competencia ni podrá resolver situaciones al nivel de una máquina que advierte patrones y decide en niveles que son imposibles de ser alcanzados por el cerebro humano. Esto, por supuesto, provocará una insoslayable desigualdad peyorativa entre el ser humano y la máquina.