1.Introducción
Reflexionando a partir de su experiencia como madre primeriza y académica feminista interesada en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología (en adelante ESCT), Martha McCaughey (2010) discute los aspectos ideológicos y prácticos relacionados con la decisión de “comprometerse” con la lactancia materna (LM). En su estudio, la LM no es sólo una experiencia “natural” a cargo exclusivo de la madre, para convertirse en un espacio en donde intervienen múltiples actores y tecnologías (extractores de leche, técnicas y posiciones para mejorar la succión, citas médicas de control del bebé y la madre, entre otras).
Para Beatriz Gimeno (2018) la mirada contemporánea sobre la lactancia se apoya fundamentalmente en la ciencia y las políticas públicas principalmente de salud. Al hablar de ciencia, la autora no solamente se refiere a las disciplinas biomédicas, que han pretendido “demostrar” los aspectos naturales relacionados con los procesos fisiológicos alrededor del amamantamiento, sino también a los planteamientos que desde las ciencias sociales y jurídicas han convertido a la lactancia en el pilar del vínculo madre/hija, eje articulador de la familia y la sociedad, así como en un elemento central en las discusiones sobre los derechos humanos fundamentales, como el derecho a la autonomía, la alimentación y la vida. Con relación a las políticas públicas, la LM ha sido objeto de constructos jurídicos por parte de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) de pretensión transnacional como las licencias de maternidad o la prohibición mundial de la venta de leches artificiales para sustituir la lactancia materna natural durante los primeros seis meses de vida (OMS, 1981).
Gimeno aboga por realizar análisis de las prácticas de lactancia que incluyan entre otros: las prácticas morales de la maternidad, la feminidad y el cuidado, los cuerpos maternales y sexuales, las obligaciones públicas de las mujeres, así como las nociones sociales sobre el riesgo, la salud, los derechos sexuales y la posición de las mujeres en la sociedad (p. 26). Emprender esta labor fue central durante mi investigación doctoral, pero a diferencia de Gimeno, partí de la perspectiva de los ESCT.
En este artículo presento algunas reflexiones metodológicas sobre mis prácticas investigativas, así como resultados parciales de mi investigación doctoral. De esta manera, pretendo cumplir dos objetivos: En primer lugar, exponer algunas consideraciones relacionadas con la investigación etnográfica, cuando se desarrolla en medio de diferentes perspectivas, que incluso pueden parecer incompatibles, como la etnografía institucional (Devault, 2006; Smith, 1987, 2005), la etnografía multisituada (Marcus, 2001 [1995]), y las etnografías de las prácticas o praxiografías, típicas de los ESCT (Martínez Medina, 2016, 2021; Mol, 2002; Mol & Law, 2004). Por otra parte, presentar algunos resultados de mi investigación, que son posibles gracias a esa hibridación etnográfica.
Para hacerlo, es necesario en primer lugar resignificar la concepción tradicional de la LM que la explica como una práctica natural de alimentación del bebé a través del pecho materno para convertirla en otra cosa: un ensamblaje que produce cuidado (Domingo & Bachiller, 2020), una práctica biosocial (Hausman, 2003, p. 28), una costumbre (O'Connor & Van Esterik, 2012), un imperativo moral (Crossley, 2009), trabajo mental (Bartlett, 2002), trabajo de cuidado (Srdic-Srebro, 2017), un problema político para el feminismo (Law, 2000; Newell, 2013), o incluso el origen del movimiento lactivista (Faircloth, 2013; Jung, 2015; Mecinska, 2017), para solo mostrar unos pocos casos. También es posible entender a la mujer lactante o a la leche materna como actores-red (Latour, 2008; Law, 2009) que hacen parte de complejas redes sociotécnicas que se coproducen en las prácticas cotidianas. Así, trascender la relación de la alimentación con la LM, permite encontrar numerosas formas creativas de acercarse a esta temática que pueden ser muy productivas para las ciencias sociales en tanto permiten identificar novedosas problemáticas y otras formas de relacionamiento social alrededor de la lactancia.
El resto del artículo está organizado de la siguiente manera: La siguiente sección presenta los aspectos metodológicos generales que orientaron mi investigación. En el tercer apartado reflexiono acerca de las perspectivas etnográficas que usé en la investigación y algunos resultados particulares logrados hasta ahora. La cuarta sección describe retos metodológicos que se me presentaron durante el trabajo de campo, acompañados de reflexiones teóricas y de la forma en que logré solventarlos. Por último, recojo algunas conclusiones que se derivan de este artículo.
2.Aspectos metodológicos de la investigación
Como señalé, para el desarrollo de esta investigación usé un enfoque etnográfico, que tomó elementos de las etnografías de las prácticas de los ESCT, la etnografía institucional y la etnografía multisituada. De esta manera, la propuesta inicial para la recolección de información se basaba en técnicas tradicionales de la etnografía (observación participante, entrevistas, revisión documental) que implicaban el clásico “estar allí” (Geertz, 1989, pp. 11-34). Sin embargo, con la llegada de la pandemia por Covid19 y las correspondientes restricciones de movilidad, así como la necesidad imperativa del distanciamiento social, tuve que replantear mis prácticas, e incluir la revisión de redes sociales, foros y otros escenarios en el ciberespacio, así como la realización de entrevistas telefónicas o por videollamada.
Para el análisis de la información e interpretación de los materiales recolectados propuse inicialmente el uso de técnicas provenientes del análisis de discurso (Antaki, 1988; Gilbert & Mulkay, 2003 [1984]; Potter, 1998; Wetherell & Potter, 1996 [1988]). Sin embargo, encontré esta perspectiva insuficiente para dar cuenta de las experiencias de lactancia particulares de las mujeres, así que me acerqué también al análisis de narrativas (Riessman, 1987, 1993), a algunas perspectivas feministas sobre ciencia (Guil Bozal, 2016; Haraway, 1995 [1988]; Harding, 1996 [1986]; Keller, 1991; Longino, 1993) y a propuestas para análisis de datos cualitativos con enfoque feminista (DeVault & Gross, 2012; DeVault & McCoy, 2012; Naples, 2003; Taylor et al., 2016).
Realicé mi trabajo de campo etnográfico participando, desde 2018, en diferentes espacios asociados con la LM, entre ellos eventos programados en el marco de la semana mundial de la lactancia (2018 y 2019 presencial y 2020 y 2021 virtual) y foros académicos sobre problemáticas asociadas a la salud de las mujeres, la nutrición infantil y los derechos sexuales y reproductivos en los que se abordaba de una u otra forma la LM. Asistí a las presentaciones públicas sobre propuestas gubernamentales para aumentar las prácticas de LM en Colombia1 y realicé más de 50 entrevistas de manera presencial, por llamada telefónica y videollamada a mujeres lactantes, algunas de sus parejas, profesionales de la salud (pediatras, enfermeras, nutricionistas, médicos generales y psicólogas), consultoras de lactancia, activistas prolactancia, doulas y parteras tradicionales en 12 ciudades.
El material resultante fue transcrito y sistematizado de acuerdo con un protocolo construido para esta investigación (Martínez-Álvarez, 2019), y para su organización y análisis usé NVivo (versión 1.6.1, 2022). Construí un libro de códigos preliminar (DeCuir-Gunby et al., 2010) a partir del listado de posibles prácticas, entidades y materialidades asociados con la LM que pude encontrar en la revisión de literatura, así como procurando pensar las diferentes configuraciones posibles para enactuar la lactancia materna a partir de la “triada” mujer-lactante, leche materna, bebé. Durante el análisis del material empírico este libro de códigos ha sufrido modificaciones y, actualmente, me encuentro en el proceso de construcción de mi tesis doctoral.
3.Una propuesta de Etnografía Híbrida para estudiar la lactancia
En mi propuesta de investigación, la lactancia no sería vista como un objeto de investigación estable y fijo, susceptible de ser estudiada a profundidad desde una única perspectiva disciplinar. Por esta razón, considero mi problema de investigación como necesariamente transdisciplinar y por lo tanto, requirió de un diseño metodológico de base etnográfica. En este apartado me limitaré a dar cuenta de las miradas etnográficas que fueron útiles en mi investigación.
Como he mencionado, este trabajo se desarrolló con una perspectiva etnográfica, lo que no necesariamente significa que se haya reducido a una suerte de descripción densa en la que el etnógrafo realiza descripciones de la cultura a partir de los valores que los sujetos asignan a la cosas y atendiendo a las formas lingüísticas que usan para definir lo que les sucede (Geertz, 2003, p. 28).
Además de lo anterior, fue necesario que esta perspectiva etnográfica “tome el punto de vista de las mujeres no como una forma de conocimiento dada y finalizada sino como una manera de asentarse en la experiencia para lograr hacer descubrimientos desde allí” (Smith, 2005, p. 8). De esta manera, junto con la descripción densa, mantuve presentes los postulados de la etnografía institucional de Smith con la que se “crea el espacio para un sujeto ausente y una experiencia ausente para que sea ocupada por la presencia y la experiencia oral de mujeres concretas hablando sobre y en las realidades concretas de sus mundos cotidianos” (Smith, 1987, p. 107). Así, con el lente de la etnografía institucional además de acercarme a las experiencias concretas de las mujeres lactantes, pude descifrar la organización social de las actividades en las que ellas están inmersas y las reglas de dominación que las sustentan. En mi investigación se hizo evidente que la LM implica transformaciones radicales en la cotidianidad de las mujeres-lactantes, que en un buen número de casos las “devuelve” al hogar, a la dependencia económica de sus parejas o familias y las confronta con estereotipos de género y normas sociales implícitas que limitan su identidad a la de una madre. Sin embargo, esta idea puede ser debatida, a la luz del trabajo clásico de Nancy Scheper-Hughes (2017 [1992]) con las mujeres del Alto en Brasil, en donde a pesar de las condiciones de pobreza y mortalidad infantil, la LM no era una regla social ampliamente establecida. Incluso en mi trabajo, varias mujeres retaron esta mirada “limitante”, resignificando su experiencia como liberadora.
Un tercer acercamiento sería la conocida hoy en día como etnografía multisituada en la que, a partir de la propuesta metodológica planteada por Marcus (2001 [1995]), se propone seguir a personas, objetos, metáforas, tramas o conflictos para buscar entender cómo los procesos de la globalización afectan localmente a las comunidades, pero a su vez, cómo los colectivos se interconectan de formas que muchas veces son asombrosas (Para mencionar solo unos ejemplos: Acuña, 2017; Freidberg, 2001; Tsing, 2015). Aquí vale la pena recordar el entramado de políticas públicas nacionales e internacionales que promueven y soportan la lactancia y que desde localidades tan distantes como Ginebra (sede de la OMS), regulan y afectan la vida de muchas mujeres y sus bebés. Para ilustrar este punto, por ejemplo, durante mi trabajo de campo con parteras tradicionales en diferentes municipios y zonas rurales del departamento de Chocó (pacífico colombiano), me encontré con sorpresa que la LM más que ser una norma social para las comunidades negras y afrocolombianas, dependía de las condiciones particulares de cada caso. Sin embargo, la popularización de los discursos biomédicos que, apoyados en el código internacional de sucedáneos (OMS, 1981), prácticamente satanizan cualquier otra forma de alimentación de los bebés antes de los 6 meses de edad diferente a la lactancia materna exclusiva, ha conllevado a que algunas parteras hayan interiorizado tanto este discurso que, tal como sucede en las ciudades con algunos profesionales de la salud, no plantean la lactancia como una opción que depende de la decisión de la mujer, sino más bien como una obligación.
Siguiendo a Ferguson (2011) quien propone que la etnografía multisituada debe concentrarse en las prácticas sociales y en las relaciones y redes que se conforman alrededor de esas prácticas, en mi caso particular, no encontré posible delimitar espacialmente mis observaciones etnográficas de una forma tradicional, sino que me permití acompañar las prácticas de las lactantes hasta donde ellas me lo permitieron. Del mismo modo, la elección de los lugares en los que realicé trabajo de campo dependió en gran medida de las relaciones que lograba establecer con mujeres y profesionales de la salud. Para ilustrar esta situación, la participación en un evento académico en el marco de la semana de la lactancia me permitió conocer un pediatra y dos enfermeras expertas en lactancia. Una de estas enfermeras laboraba en un banco de leche de otra ciudad y me invitó a conocerlo. La otra enfermera era docente universitaria y luego de entrevistarla me facilitó contactos con otras académicas, una de las cuales resultó ser a su vez una activista prolactancia. Por otra parte, veía necesario conocer experiencias de organizaciones civiles de mujeres en torno a la LM, algo que me llevó a espacios tan diferentes como la Liga de la Leche, una asociación de parteras tradicionales del Chocó y a un grupo de mujeres que se han organizado para dar apoyo a madres primigestantes y primerizas en Popayán (ciudad del suroccidente colombiano) y que cuenta en la actualidad con de más de cien integrantes de la región.
La última forma que quiero abordar aquí y que considero clave para desarrollar mi investigación, las etnografías de las prácticas, tienen su origen en la etnografía de los laboratorios (Latour & Woolgar, 1995). Junto con la etnografía institucional comparten el foco en las inscripciones y documentos que se producen, así como las prácticas cotidianas que construyen y reconstruyen la realidad.
Aquí es necesario recalcar que estas dos formas particulares de hacer etnografía, se alimentaron de la propuesta de la etnometodología de concentrarse en las prácticas particulares de los sujetos como constitutivas de la realidad social (Garfinkel, 2006 [1968]). De esta manera fue sugerente y muy productiva la propuesta de Bruno Latour (2004) cuando sugiere cambiar la tarea y dejar de hablar del cuerpo para empezar a hablar con el cuerpo y así poder acercarse a “las muchas formas en que el cuerpo está involucrado en las consideraciones sobre lo que hace” (p. 206). También encontré inspiradora la pregunta de Mol and Law (2004) ¿cómo se hace el cuerpo? (en el caso de la hipoglicemia) a partir de diferentes prácticas concretas y cotidianas de las personas y el personal de salud. En los relatos de las mujeres fueron frecuentes las reflexiones sobre las distintas prácticas de lactancia y las implicaciones sobre sus cuerpos y los de sus bebés, por ejemplo, cuando se referían a los beneficios de lactar más allá de la alimentación, sino a su vez como práctica de bienestar, para calmar y tranquilizar, o incluso para jugar con ellos. Además, algunas profesionales de la salud y consultoras de lactancia agregaban a sus explicaciones verbales gestos y movimientos para ejemplificar las formas correctas e incorrectas de dar de mamar, indicando que es indispensable integrar la corporalidad para el éxito de la práctica.
Con estos sencillos ejemplos he querido mostrar que la etnografía como método dista de ser un planteamiento unificado y disciplinar. De igual manera, quiero recalcar la importancia de haberme podido acercar a la vez a estas diferentes formas de etnografía (descripción densa, etnografía institucional, etnografía multisituada y etnografía de las prácticas), más que como una práctica ecléctica, como diferentes formas para buscar la creatividad y la productividad en mi investigación.
4.Retos metodológicos durante el trabajo de campo
En esta sección, identificaré algunos de los retos metodológicos que se presentaron durante mi trabajo de campo etnográfico y la forma en que los asumí. Ilustraré con algunos ejemplos provenientes de mis prácticas investigativas.
Ha sido más bien reciente la discusión alrededor del papel del yo generizado (gendered self) en las experiencias de campo, particularmente cuando el investigador es un hombre. En una investigación sobre la subcultura de los hooligans en Reno Unido, Emma Poulton (2012) se encontró con algunas dificultades y retos durante su trabajo de campo que no le habían ocurrido a otros investigadores hombres trabajando en temáticas similares. Desde sus experiencias, la autora critica una “ceguera de género” de los investigadores hombres quienes, por lo general, no consideran sus posicionamientos, prácticas y actuaciones desde sus propios yo generizados y hace un llamado a que pensemos en nuestro género de manera más crítica. Para ello, propone trabajar más arduamente para revelar las complejidades y el desorden del trabajo cualitativo en lugar de ofrecer explicaciones asépticas de los procesos y prácticas metodológicas.
Esta reflexión es acorde con los planteamientos de la teoría feminista sobre la necesidad de conocimientos situados, particularmente con la idea de Donna Haraway de la imposibilidad de lograr una objetividad universalizante, sino más bien la necesidad de múltiples puntos de vista cada uno consciente de su posicionalidad y de las ventajas y restricciones de su campo de visión particular (Haraway, 1995 [1988]). Este argumento, ampliamente desarrollado por las teorías feministas del punto de vista fue central a la hora de pensar las relaciones que establecí con los sujetos (en su mayoría mujeres) durante los procesos de investigación.
El principal cuestionamiento que recibí frecuentemente en las primeras versiones de mi proyecto de investigación fue: ¿cómo podría yo, un hombre no-lactante, acercarme y comprender las experiencias encarnadas de las mujeres-lactantes?. Asimismo, la posición asimétrica que plantea cualquier proceso de investigación entre el investigador y sus participantes no es un obstáculo fácilmente sondable: aún a pesar de asumirse una posición más horizontal y colaborativa (como las propuestas por la investigación acción- participativa o incluso la misma etnografía institucional), no se puede superar fácilmente el asunto de las distintas posiciones y situacionalidad. En el caso de mi investigación, para muchos académicos (y principalmente las académicas) mi condición de hombre / heterosexual / cisgénero / mestizo (¿blanco?)
/padre-de-familia / no-lactante indudablemente implicaría estar en una posición social distinta a las mujeres / lactantes con las que realicé mi trabajo de campo. Sin embargo, esta situación fue menos complicada en la práctica que lo que estas personas presuponían.
Autores como Michael Ward (2016) resaltan la importancia de asumir diferentes performance de su masculinidad dependiendo de los individuos y grupos con los que se deba negociar el rapport y la construcción de confianza en un trabajo de campo. En la introducción a un volumen titulado “Gender Identity and Research Relationships”, el autor reconoce que el éxito de un proceso de investigación puede depender de las formas en las que se muestren diferentes expresiones de masculinidad o feminidad acordes con lo esperado por los grupos de individuos con los que se trabaja. Esta idea lo llevó a formularse las siguientes preguntas (p. x):
¿Qué tan importante es el rol del género de los investigadores en la construcción de relaciones de campo positivas o negativas?
¿De qué manera otras formas de identidad o intereses compartidos, junto con el género, determinan la dirección de la investigación?
¿Cómo influyen nuestras biografías y experiencias de vida en nuestros intereses de las ciencias sociales?
¿Qué procesos producen investigadores competentes en ciencias sociales, capaces de comprender y comprometerse con múltiples puntos de vista y perspectivas?
Partiendo de estas preguntas y de la propuesta de Poulton, Gareth Thomas (2017) nos presenta sus propias reflexiones como un hombre que investigó en un contexto principalmente femenino dentro de dos clínicas de atención prenatal. El autor describe los retos en el trabajo de campo cuando tuvo que enfrentarse a enfermeras y pacientes que consideraban su presencia disruptiva de la situación social “normal” y debía abandonar el consultorio (como por ejemplo un examen físico en el que la gestante tuviera que desnudarse así fuera parcialmente, o incluso casos en los que tan solo se hablara de los genitales femeninos o los senos); pero también describe situaciones en que su condición masculina le sirvió para lograr el acceso a algunos lugares y facilitó su interacción con algunas personas y la recolección de información en situaciones particulares.
Para lograr el rapport con las participantes de mi investigación, establecí comunicación directa y constante con cada una de ellas: primero realizaba una breve llamada telefónica en la que les contaba las generalidades de mi investigación y, desde allí, asumía una estrategia diferente dependiendo las reacciones iniciales. En algunos casos, las mujeres manifestaban serias dudas y se mostraban desconfiadas, ¿por qué un hombre quisiera estudiar algo que consideraban “íntimamente femenino”?; en otros casos, las participantes se mostraban desconcertadas: ¿por qué un antropólogo se interesa por algo que tiene que ver con salud o alimentación? O, ¿por qué mi experiencia (de la participante) puede ser útil dentro de una investigación? Otras mujeres se mostraban emocionadas y hasta dichosas: “Es excelente que se tenga en cuenta nuestra experiencia” o, “es maravilloso que los hombres también se interesen por estos temas”.
A partir de esa reacción inicial, debí asumir diferentes performances de masculinidad para lograr enrolar a las mujeres en la investigación. En el primer caso, me mostraba como un académico, docente de una Facultad de Salud y con la trayectoria suficiente para realizar investigación sobre temáticas de salud de las mujeres: “así como hay médicos hombres expertos en la salud de las mujeres (ginecólogos), hay hombres interesados en la maternidad y la crianza”, le dije a una de ellas, así, asumía una masculinidad más bien hegemónica sustentada en mi (supuesta) autoridad científica. En los casos de desconcierto me mostraba como una persona muy curiosa: justamente esa curiosidad me llevaba a indagar sobre un tema tan lejos de mi área de formación disciplinar o sobre algo tan mundano y poco común; asumía otra forma de masculinidad, una fundamentada en la curiosidad que en algunos casos incluso me infantilizaba frente a las participantes, pero que a la vez me mostraba como tranquilo e inofensivo. En la última situación, usualmente las participantes indagaban por mis experiencias personales que me llevaron a esta investigación: yo contaba mis experiencias de paternidad y mi impotencia cuando mi pareja tuvo dificultades durante la lactancia, igualmente, desplegaba mis intereses políticos por una sociedad más equitativa con las mujeres; esta era una masculinidad no hegemónica, distinta de las anteriores y más cercana a la que considero que es mi identidad propia.
El estudio de Scott et al. (2012) nos presenta una reflexión sobre los dilemas dramatúrgicos a los que se enfrentan los investigadores en el trabajo de campo, quienes se ven enfrentados a altos niveles de rendimiento, improvisación y contingencia interactiva para negociar su relación con los informantes.
Los autores reconocen diferencias en las personalidades (contrastando los investigadores tímidos y no- tímidos) y nos invitan a hacer una mayor reflexión sobre las estrategias que usamos para manejar el estrés ocasionado por el trabajo de campo.
Cuando realizaba las entrevistas, luego de los aspectos protocolarios como la presentación y el consentimiento informado, atendí dos recomendaciones, una de mi compañera y otra de mi directora de tesis: Mi compañera me sugirió siempre iniciar las entrevistas permitiéndole a las personas que me preguntaran lo que quisieran saber de mí, de mi investigación o incluso de mi vida personal. Mi directora me recomendó preguntar a las mujeres que opinaban de mí y mi trabajo, es decir, cómo veían que un hombre realizara esta investigación.
La primera pregunta sin lugar a duda permitía a las participantes liberar sus tensiones y dudas: al ser ellas las primeras que preguntaban, algunas incluso indagaban acerca de detalles personales completamente desconectados de la investigación, pero que, al ser respondidas de manera tranquila y sincera, permitían cercanía y familiaridad durante la conversación. Al ser confrontadas con la segunda pregunta, las participantes expresaban sus dudas y temores de forma directa, pero a su vez lograban reconocer mi genuino interés sobre sus experiencias y prácticas de lactancia, de tal manera que, por lo general, terminaban validando el ejercicio investigativo, esperando conocer mis resultados en el futuro.
Por último, fue necesario hacer un uso cuidadoso del lenguaje, de tal manera que, durante las conversaciones las participantes dieran cuenta de sus experiencias, pero también de sus prácticas. DeVault and Gross (2012) indican que el “contar experiencias” puede ser una forma de producir conocimientos con las participantes. Ellas sugieren un enfoque basado en un uso cuidadoso del lenguaje y la escucha activa2 para lograr acercarse a las experiencias que comparten los sujetos de investigación, así como estrategias cercanas al análisis de narrativas y a los análisis de discursos para la interpretación y comprensión de estas expresiones (p. 209). Siguiendo a Dorothy Smith (1987), retoman la idea de que es posible descubrir “líneas de falla” o fracturas en las experiencias de las mujeres porque sus actividades y perspectivas están ligadas tanto a un mundo cotidiano de trabajo mundano de cuidado y apoyo, así como a un ámbito más estructurado ideológicamente en el que esas preocupaciones cotidianas son relativamente invisibles. La tarea del investigador consistiría entonces en revisar los reportes sobre el trabajo3 de las participantes para construir un mapa que delinee las líneas de falla que se revelan, sin perder de vista que toda experiencia está siempre organizada discursivamente. Reconociendo que el lenguaje no puede desligarse de las actividades que realizan los sujetos, DeVault y Gross siguen la idea de Joan Scott que consiste en que los investigadores deberían examinar los discursos en juego y las posiciones de los sujetos construidas por esos discursos más que simplemente narrar lo sucedido a ellos (p. 211).
Además del cuidado con el uso del lenguaje por parte de las participantes y sus interpretaciones, en otro artículo, DeVault and McCoy (2012) recomiendan que el “hablar con la gente” típico durante el trabajo de campo etnográfico, se haga mientras el investigador observa cómo hacen su trabajo las informantes, de tal manera que sea posible durante estas conversaciones (y en las entrevistas) revelar las conexiones entre las actividades de cada informante y las demás personas (pp. 384-386).
Durante las entrevistas y conversaciones informales, incitaba a las personas a que me narraran situaciones concretas que les hubiera ocurrido alrededor de su lactancia y procuraba mantener viva la conversación con pequeñas preguntas solicitando detalles, así como permitiendo dejarme afectar siempre por lo expresado y mostrando genuina familiaridad o desconcierto cuando lo sentía.
Esta actitud constante fue productiva porque más que rapport, permitió lazos de comunicación estrechos en los que investigador y participantes permitieron el descubrimiento mutuo a partir de conversaciones sobre lo cotidiano o situaciones más bien extrañas y compartir sentimientos de alegría, tristeza, impotencia e incluso indignación.
En algunos casos, particularmente cuando las mujeres se encontraban en compañía de sus bebés durante la entrevista, algunas les dieron de mamar y mostraban la forma en que los alzaban, así como posiciones corporales de ellas y/con sus hijos que usaban en la cotidianidad para hacer diferentes labores (o trabajos, siguiendo a Smith) con mucha naturalidad.
5.A manera de conclusión
Para cerrar, quiero recoger algunas ideas centrales que he presentado en este artículo. En primer lugar, he planteado que las miradas tradicionales sobre la lactancia la entienden como una práctica exclusivamente de alimentación, en la que un bebé ingiere la leche producida por el cuerpo de una mujer-lactante; en esta perspectiva tradicional, este proceso se hace a través del amamantamiento, que implica que la leche fluye directamente dentro de la boca del bebé que se pone en contacto directo con los senos de la mujer-lactante. Sin embargo, también he mostrado que existen otras formas múltiples de entender la lactancia que hacen parte de complejas redes sociotécnicas que se coproducen en las prácticas cotidianas.
Entendiendo la lactancia materna como un fenómeno que requiere un abordaje transdisciplinar, también he propuesto que es posible estudiarla con un abordaje etnográfico híbrido, tomando en consideración aspectos de la etnografía institucional (Devault, 2006; Smith, 1987, 2005), la etnografía multisituada (Marcus, 2001 [1995]), y las etnografías de las prácticas de los ESCT (Martínez Medina, 2016, 2021; Mol, 2002; Mol & Law, 2004).
Integrar aspectos de estas perspectivas etnográficas diferentes me ha permitido una comprensión multidimensional de las realidades sociales alrededor de la lactancia materna: La etnografía institucional hace evidentes las normas sociales y los estereotipos de género en los que se enmarcan las prácticas de lactancia. La etnografía multisituada permite establecer relaciones entre diferentes localidades y lugares para identificar ejercicios multinacionales de poder, como las consecuencias de la implementación del código internacional de sucedáneos y las políticas públicas que de él se han derivado en las prácticas tradicionales de alimentación en las zonas rurales del pacífico colombiano, por ejemplo. Por último, las etnografías de las prácticas nos obligan a repensar nuestras propias prácticas corporales en la investigación y a estar más atentos a las variadas formas en que se pueden expresar los cuerpos, por ejemplo, cuando se amamanta a un bebé.
Con relación a los retos metodológicos del trabajo de campo, asumir diferentes formas de masculinidad me permitió acercarme a las participantes y enrolarlas en la investigación, logrando que me hablaran de “algo tan íntimo” como la lactancia a pesar de identificarme como un hombre-no-lactante. A su vez, iniciar las entrevistas permitiendo a las participantes que tuvieran el control de la interacción comunicativa, realizándome en primer lugar las preguntas que tuvieran y luego diciéndome cómo me veían como investigador, liberó las tensiones y facilitó el diálogo. Por último, la escucha activa y permitir a las personas enfocarse en narrar situaciones concretas que les habían ocurrido, así como mantener la empatía y permitir dejarme afectar de manera genuina por lo acontecido, estrechó los lazos comunicativos y produjo datos ricos y detallados como insumo para mis análisis.