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Finisterra - Revista Portuguesa de Geografia

Print version ISSN 0430-5027

Finisterra  no.115 Lisboa Dec. 2020  Epub Dec 31, 2020

https://doi.org/10.18055/finis20300 

Artigo

La COVID-19 y la razón hipócrita. Un sistema-mundo que se desvanece

COVID-19 e a razão hipócrita. Um sistema mundial que se desvanece

COVID-19 and the hypocritical reason. A world-system Melts into air

Antonio Buj Buj1  , Doctor
http://orcid.org/0000-0003-2964-4216

1 Doctor en Geografía Humana, Universidad de Barcelona, Gran Via de les Corts Catalanes, 585, 08007, Barcelona, España. E-mail: antoniobujbuj@gmail.com


Resumen

La expansión de la COVID-19 ha sido narrada en directo por los medios de comunicación en todo el mundo. Esta patología causada por el coronavirus SARS-CoV-2 ha puesto de manifiesto la hipocresía de los países ricos frente a los pobres en cuestiones de salud pública. Otras enfermedades castigan muy duramente a estos últimos y la COVID-19 puede agudizar todavía más la divergencia. El sistema-mundo capitalista no ha sabido responder a esta emergencia. Es necesario articular salidas solidarias cuando se encuentren remedios médicos o vacunas contra la patología.

Palabras clave: COVID-19; SARS-CoV-2; divergencia en salud pública; crisis del sistema-mundo capitalista

Resumo

A expansão do COVID-19 foi narrada ao vivo pelos meios de comunicação em todo o mundo. Esta patologia causada pelo coronavírus SARS-COV-2 destacou a hipocrisia dos países ricos contra países pobres em questões de saúde pública. Outras doenças punem os últimos com severidade e a COVID-19 pode exacerbar ainda mais a divergência. O sistema-mundo capitalista não tem sabido responder a esta emergência. É necessário articular canais de solidaridade quando forem encontrados medicamentos ou vacinas contra a patologia.

Palavras-chave: COVID-19; SARS-CoV-2; divergência em saúde pública; crise capitalista do sistema-mundo

Abstract

The expansion of the COVID-19 pandemic has been live-covered by worldwide media. This pathology, originated by the SARS-CoV-2 coronavirus, has exposed the hypocrisy of the so-called wealthy countries with their poorer counterparts when it comes to public health matters. Other illnesses severely punish the latter and COVID-19 may further exacerbate the divergence. The capitalist world-system has failed in providing an adequate response to this emergency. It is of paramount importance to establish solidarity chains when drugs or vaccines against the pathology are found.

Keywords: COVID-19; SARS-CoV-2; public health divergence; capitalist system-world crisis

Un virus confina a la humanidad. La naturaleza respira. Ningún acontecimiento histórico hasta el presente ha sido narrado en directo, de manera tan abundante, y con tanta sincronía a los hechos como la expansión de la enfermedad COVID-19, causada por el SARS-CoV-2. En todos los países, en los últimos meses y prácticamente las veinticuatro horas al día, la mayoría de los medios de comunicación la han retransmitido en tiempo real. La ventana abierta de esos medios, diarios, radios, televisiones o internet, ha permitido seguir día a día la evolución de la enfermedad. A día de hoy, no existe un tratamiento específico ni una vacuna contra esta grave patología de las vías respiratorias. El pistoletazo de salida de este proceso fue la declaración, el 11 de marzo de 2020, por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de la COVID-19 como pandemia, es decir, con afectación a todos los países. Alguien ha hablado con razón de la primera cuarentena global de la historia (Ramonet, 2020). En poco más de dos meses las cifras de la pandemia han pasado a ser devastadoras. A mediados de abril se registraban algo más de dos millones de infectados y más de cien mil muertes. El planeta vivía en un estado de alerta general, con confinamientos masivos de la población y cierres de las fronteras nacionales. Con fecha 1 de junio, los casos confirmados por la (OMS, 2020) son 6 057 853, con 371 166 muertes registradas, en 216 países y territorios o áreas sin Estado. Las previsiones señalan que en los próximos meses la curva de afectados y de muertes se dispararán. El seguimiento puntual de los casos del coronavirus a escala mundial los podemos seguir también a través de la magnífica página web de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (EUA) (JHUM, 2020).

Los focos de difusión de la patología han pasado de China, lugar de origen del SARS-CoV-2, con el primer caso declarado oficialmente a 31 de diciembre de 2019, y otros países asiáticos, a Europa, especialmente Italia, Gran Bretaña, Francia, España o Bélgica. A los primeros momentos de desasosiego colectivo en Europa por el colapso de algunos de los sistemas sanitarios más sólidos del mundo -según la OMS-, como son los de Italia o España, a finales de marzo, se unió la falta de liderazgo por parte de la Unión Europea, que no supo dar una respuesta coordinada a la crisis sanitaria. Cada Estado puso en práctica políticas sanitarias diferentes, y se produjo un “sálvese quien pueda”, al pelear por el material sanitario en el mercado mundial y dar órdenes contradictorias para luchar contra la pandemia. Los otros países europeos con fuerte incidencia del coronavirus son Bélgica, el país del mundo con más decesos registrados por cada 100 000 habitantes, Gran Bretaña y Francia. En estos momentos los países más castigados están en América, de manera especial Estados Unidos de América, Brasil y México. En los tres países, sus líderes mantienen una política confusa y demagógica sobre la pandemia, lo que ha perjudicado gravemente su control. En Estados Unidos de América, la cifra de infectados a fecha 1 de junio supera los 1,7 millones y las muertes son más de cien mil. La gestión de la crisis de su presidente, Donald Trump, ha sido calificada de delirante. En Brasil, los contagios sobrepasan el medio millón y los muertos son casi treinta mil (Ramonet, 2020).

Algún autor ha hablado de razón hipócrita (Buj Buj, 2020) de los países ricos al enfrentarse a la COVID-19. Esta ha generado una tremenda alarma cuando ha llegado a los mismos, pero no antes cuando afectaba a otros países. En este sentido, se sabe de la gran divergencia en los sistemas de salud mundiales y de la pesada carga de las enfermedades infectocontagiosas que padecen los países más pobres. La COVID-19 agudizará la divergencia. Los muertos por la pandemia del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) desde la década de 1980 se han contabilizado en más de 30 millones hasta la fecha, según la OMS, y ha afectado a las regiones más vulnerables del planeta. En el año 2018 los muertos se acercaron a los 770 000, y los infectados a 1,7 millones de personas. En ese mismo año, los fallecidos por tuberculosis sumaron un total de 1,5 millones de personas. Los países más afectados fueron China, India, Pakistán, Filipinas, Indonesia y Sudáfrica. Los muertos por otra de las epidemias más letales, el paludismo, sobrepasaron los 400 000 en 2018, y los afectados fueron más de doscientos millones de personas en todo el mundo, con la consiguiente carga para las familias, al no poder los enfermos desarrollar las actividades laborales con normalidad.

Otro de los argumentos que fundamentan esa razón hipócrita es el hecho de que los expertos llevaban advirtiendo desde hace tiempo del retorno de las epidemias y de la emergencia y reemergencia de las mismas (Hagett, 1994; Wilson, 1995; Oldstone, 2000; Buj Buj, 2001; Crawford, 2002). En el resumen final de diciembre de 2002 de la revista de la OMS Weekly epidemiological record/Relevé épidémiologique hebdomadaire se exponía que en los últimos meses de aquel año se habían producido brotes de unas cincuenta enfermedades infecciosas. A las que habían vuelto con fuerza como la tuberculosis, el paludismo, la peste, la fiebre amarilla, la lepra o la enfermedad del sueño, había que añadir las llamadas emergentes, relativamente recientes en tiempo histórico, como el ébola, la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo o la fiebre del oeste del Nilo. Por aquellos años, la Organización Mundial de la Salud, incluida en el sistema de Naciones Unidas, estaba sufriendo graves problemas de organización y financiación.

De manera más general, también se debe hablar de razón hipócrita pues mientras los países desarrollados llevan unos meses de este año 2020 en estado de emergencia, los países en vías de desarrollo están en estado de emergencia permanente. Un informe de 2017 de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) (FAO, 2017) denunciaba que más de 800 millones de personas se iban a dormir cada día sin haber ingerido las calorías mínimas para su actividad diaria. La inmensa mayoría de estas personas vivían en los países en vías de desarrollo. Con sólo una parte del valor de las armas que los países desarrollados les venden, esos cientos de millones de personas podrían estar bien alimentadas.

Tampoco deben ser olvidadas las otras enfermedades infectocontagiosas activas a día de hoy: son alrededor de un millar que provocan millones de muertes al año o dejan a determinadas comunidades incapacitadas para generar sus recursos económicos, lo que causa falta de oportunidades sanitarias, educativas o habitacionales, entre otras. Los datos actualizados de buena parte de estas patologías se pueden localizar fácilmente en las páginas web de la OMS. Esta organización ha sufrido el abandono de los países más ricos en las últimas décadas, coincidiendo con los inicios de la demolición del estado del bienestar por las políticas neoliberales de finales de la década de 1970. En paralelo, frente al concepto engañoso de erradicación de plagas y epidemias que se manejaba alrededor de esa década, es necesario insistir una vez más en la idea de la prevención, concepto que se ha repetido numerosas veces en esta crisis del COVID-19. Prevención significa gasto público. Esa política preventiva, a día de hoy, debe ser asumida por los Estados, con políticas democráticas y transparentes. Es necesario reconquistar de nuevo el concepto de estado de bienestar y ampliarlo al mayor número de países. Esta pandemia nos da una oportunidad para revertir los discursos neoliberales, que tanto daño han hecho a las políticas preventivas. Hay que recuperar el discurso ilustrado, pensar en el interés colectivo y poner en marcha políticas públicas fuertes. Además de reforzar los sistemas públicos de salud, deben ser fortalecidos los sistemas educativos públicos. El futuro se decidirá en el modelo de educación. Hay que reivindicar como nuclear la escuela, al maestro, capaces de despertar en los alumnos los sueños y las capacidades de asombro, emoción y empatía por los otros y por el mundo. El espacio de convivencia de la escuela ha ayudado a promover dos importantes revoluciones hasta ahora: la igualdad de género y la racial, las dos en desarrollo. Quedan otras, algo más atrasadas pero básicas, pero igualmente necesarias: la igualdad económica y la medioambiental. Todo esto se debe promover en los sistemas democráticos, puestos al servicio de las mayorías sociales.

En estos momentos de crisis no solo por coronavirus, hay que pensar en el largo plazo y plantear un amplio programa científico interdisciplinar sobre las pandemias, que se apoye en la epidemiología y en la salud pública, pero también en la historia, la geografía, la economía, la biología, la ecología, la antropología, la psicología. Hay que estudiar también el papel de la tecnología en esta crisis, el de los medios de comunicación, de la policía y del ejército, de los agricultores y ganaderos, de los modelos de transportes o el diseño de las ciudades. Muchas cosas deben ser revisadas. Es posible que, a partir de ahora, valoremos más los productos de cercanía de nuestros agricultores, y encontremos absurdo consumir artículos traídos en avión para nuestras mesas. Como señalan los expertos, la actual crisis puede ser una magnífica oportunidad para redirigir la producción de alimentos, asegurar el suministro y la seguridad alimentaria, y garantizar el desarrollo sostenible del mundo rural (Moya & Fueyo, 2020). Tal vez, la crisis también sirva para revisar las relaciones industriales en el planeta, y relocalizar industrias esenciales - incluidos medicamentos o material sanitario - en aquellos países que las habían localizado en otros con costes más baratos. También será interesante averiguar las implicaciones ecológicas de esta crisis: los mapas de Europa de contaminación de estos días han variado sustancialmente, como consecuencia de la ralentización del consumo de energías fósiles. La crisis puede servir para replantear el turismo de masas de estos últimos años, y evitar que cientos de millones de personas se muevan compulsivamente por todo el planeta.

Una de las consecuencias imprevisibles de la crisis del coronavirus es una constatación simple: el capitalismo debe ser redefinido o bien dinamitado de manera controlada. Si algo ha demostrado esta crisis de 2020 es que se desvanece en el aire, en la célebre expresión de Marx. Se sabe que está permanentemente en transformación, en desintegración, en recomposición, pero ahora también sabemos que se puede desarmar si se dan amplios consensos, tal como ha demostrado la impresionante disciplina social ante la pandemia, saltada, significativamente, de manera egoísta e insolidaria, en unos pocos barrios acomodados de algunas ciudades. Es el momento de analizar seriamente este sistema-mundo (Wallerstein, 2016), triunfante en el llamado largo siglo XIX, y que sobrevivió durante el siglo XX, con sus luces y sombras, que ha fracasado ya muchas veces, y a día de hoy ha malogrado buena parte de su crédito al contacto con un virus. En pocos meses ha demostrado su incapacidad para resolver problemas bien concretos, que han llevado a la más extrema pobreza a cientos de millones de personas en todo el mundo. Hoy está en juego una nueva recomposición del sistema-mundo capitalista, una vez más, o bien la puesta en marcha de sistemas alternativos menos depredadores con el medio natural, más democráticos, más equitativos en economía, política o salud pública, y que transiten, vistos los problemas medioambientales del planeta, cada vez más asfixiantes, hacia un Green New Deal, tal como pregona desde hace tiempo Noam Chomsky. La alternativa es menos democracia, menos libertades, más desigualdades, o incluso las novedosas viejas recetas de los totalitarismos ya experimentadas en el pasado. Lejos queda el mantra neoliberal sobre el fin de la historia.

Por último, en ningún caso se debe olvidar que la COVID-19 ha venido para quedarse y que no se puede estar callado en caso de que la enfermedad se cronifique en los países más pobres o entre los desfavorecidos de los países ricos, lo que puede pasar perfectamente, una vez superada la primera oleada de la misma en los países más ricos. Tenemos muchos ejemplos de esas divergencias en cuestiones de salud pública. El VIH, la tuberculosis, el paludismo, y tantas otras enfermedades infectocontagiosas, están relativamente controladas en los países ricos; en cambio, en los más pobres, se convive con ellos de manera penosa y recurrente. ¿Puede ocurrir lo mismo con la COVID-19? Si se logra un remedio terapéutico, o una vacuna, ¿se implementará de manera universal y gratuita? Nos espera un futuro lleno de incógnitas.

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Recibido: 01 de Junio de 2020; Aprobado: 01 de Septiembre de 2020

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