SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número63Gangues de rua em Luanda: De passatempo a delinquênciaJuventude e visualidade no mundo contemporâneo: Uma reflexão em torno da imagem nas culturas juvenis índice de autoresíndice de assuntosPesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Sociologia, Problemas e Práticas

versão impressa ISSN 0873-6529

Sociologia, Problemas e Práticas  n.63 Oeiras maio 2010

 

La posibilidad de des-civilización

 

Fernando Ampudia de Haro*

* Instituto de História Contemporânea de la Universidade Nova de Lisboa. E-mail: fernandoampudia@gmail.com

 

Resumen

El propósito de este artículo es ofrecer una aproximación general al concepto de des-civilización. El análisis que se efectúa se inscribe en el marco teórico del proceso de la civilización definido por Norbert Elias. De acuerdo con éste, cualquier proceso civilizatorio incluye un balance en tensión que opone fuerzas centrífugas y fuerzas centrípetas conducentes a mayores o menores niveles de integración social. La des-civilización resultaría del predominio sostenido de las fuerzas de signo centrífugo. En todo caso, existen diferentes cuestiones al respecto que deben ser examinadas: la dimensión temporal de la des-civilización, la posibilidad de procesos des-civilizatorios a largo plazo y la conexión de la des-civilización con la concepción eliasiana del cambio social basada en la lógica de las consecuencias no intencionadas de la acción intencional.

Palabras clave: des-civilización, proceso de la civilización, Norbert Elias, sociología figuracional.

 

The possibility of decivilising

Abstract

The aim of this paper is to propose a general approach to the concept of decivilization. This analysis is carried out in the framework of civilization process theory defined by Norbert Elias. According to the author, processes of civilization develop within a tension balance of centripetal-centrifugal forces that drive to major or minor levels of social integration. However, some doubts about an appropriate interpretation of the concept have been raised and in this way, it has been interpreted as retrogression, regression or reverse of the civilization process. Nevertheless, certain difficulties still persist within the theoretical frame of this discussion: the temporary consideration of decivilization; the possibility of decivilising processes in the long term and the comprehension of the decivilization connected to the concept of social change handled by Norbert Elias and based on the logic of unintended consequences of the intentional action

Keywords: decivilization, civilization process, Norbert Elias, figurational sociology.

 

La possibilité de décivilisation

Résumé

Cet article propose une approche générale du concept de décivilisation. L’analyse part de la théorie du processus de civilisation définie par Norbert Elias. Selon l’auteur, les processus de civilisation se développent sous l’effet de tensions entre forces centrifuges et forces centripètes qui conduisent à des niveaux d’intégration sociale plus ou moins élevés. Cependant, des doutes ont été soulevés sur l’interprétation correcte de ce concept, de sorte qu’il est interprété comme une rétrogression, une régression ou une inversion du processus de civilisation. Mais quelques difficultés subsistent en ce qui concerne le cadre théorique de ce débat: la considération temporaire de décivilisation; la possibilité de processus décivilisants à long terme; et la compréhension de la décivilisation associée au concept de changement social travaillé par Norbert Elias selon la logique des conséquences non intentionnelles de l’action intentionnelle.

Keywords: décivilisation, processus de civilisation, Norbert Elias, sociologie figurationnelle.

 

A possibilidade da descivilização

Resumo

O objectivo deste artigo é propor uma aproximação geral ao conceito de descivilização. A análise é feita com base na teoria do processo de civilização definida por Norbert Elias. De acordo com o autor, os processos de civilização desenvolvem-se num balanço de tensão entre forças centrífugas e forças centrípetas que conduzem a maiores ou menores níveis de integração social. Contudo, têm sido levantadas algumas dúvidas sobre a interpretação adequada do conceito e, desta forma, este tem sido interpretado como retrogressão, regressão ou inversão do processo de civilização. Não obstante, persistem algumas dificuldades no que respeita ao quadro teórico desta discussão: a consideração temporária de descivilização; a possibilidade de processos descivilizantes a longo prazo; e a compreensão de descivilização associada ao conceito de mudança social trabalhado por Norbert Elias com base na lógica das consequências não intencionais da acção intencional.

Palavras chave: descivilização, processo de civilizacão, Norbert Elias, sociologia figuracional.

 

Introdução

Dos guerras mundiales, el Holocausto nazi, el Gulag estalinista, la envergadura de la represión maoísta, la política exterminadora de los Jémeres Rojos o la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia: he aquí una serie de casos que cuestionan ciertas convicciones sociales especialmente arraigadas, fundamentalmente, aquellas que nos hablan de nuestro grado de civilización y de su consistencia. [1] El concepto de “civilización” expresa la auto-conciencia de Occidente reconociendo sus realizaciones técnicas, económicas, sociales, políticas o culturales como logros y evaluándolos de forma positiva.[2] Se trata de un concepto esencialmente valorativo y por ello no apto para su uso por la sociología. Sin embargo, existe la opción de emplearlo en un sentido técnico-descriptivo prescindiendo de cualquier juicio de valor. Esa posibilidad nos la brinda Norbert Elias en El Proceso de la Civilización. De esta forma, la civilización, como proceso, supone que la conducta y las emociones individuales sean progresivamente autocontroladas en paralelo a la constitución de monopolios centrales de la violencia y el incremento de la diferenciación social, la especialización funcional y la interdependencia. Tal proceso posee una dirección detectable que en el nivel microsociológico se identifica con la contención conductual y afectiva y en el nivel macrosociológico con la pacificación y complejización del espacio social. No existe aquí carga connotativa sino un concepto susceptible de ser empleado, testado, cuestionado o refutado sustrayéndolo a la especulación valorativa y encuadrándolo en el marco del debate científico. En este marco, la perspectiva eliasiana ha encontrado en los ejemplos que abrían este texto, en esas manifestaciones de extrema violencia, destrucción y desintegración social, nuevos motivos de reflexión teórica. No es casualidad: a primera vista, semejantes fenómenos de brutalidad, exterminio y exclusión supondrían la invalidación total y definitiva de los postulados defendidos por Norbert Elias. Si la enmienda a la totalidad puede parecer exagerada, lo cierto es que sí suponen un serio desafío para la teoría del proceso civilizatorio ya que, aparentemente, se manifiestan en sentido contrario al previsto por el sociólogo alemán. Estamos ante “la otra cara de la moneda” (Mennell, 2001) o el envés de la civilización: la des-civilización. Noción de compleja caracterización, no mereció de Norbert Elias un tratamiento detallado aunque se acercase a ella en su estudio sobre el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania, el mandato de Hitler y la aniquilación de los judíos (Elias, 1996: 301-402). Son sus continuadores y discípulos quienes se han encargado de su definición, estatuto teórico, posibilidades y limitaciones (Mennell, 1989b; 1990; 2001; Fletcher, 1997; Dunning y Mennell, 1996 y 1998). El objetivo de este artículo es efectuar una aproximación al concepto de des-civilización analizando críticamente su viabilidad así como su encaje en la teoría del proceso civilizatorio. Lo cierto es que la muerte de Elias no supuso el agotamiento de su peculiar forma de hacer sociología, a la que suelen acompañar adjetivos como “procesual” o “figuracional”. Sus contribuciones abrieron múltiples caminos que transitar y el de la des-civilización es uno de ellos. Este trabajo explora tres de esos caminos. En primer lugar (sección I) se efectúa una presentación de las coordenadas generales de la teoría del proceso civilizatorio y su interpretación como balance entre tendencias civilizatorias y des-civilizatorias; presentación que ha de servir para introducir el análisis propiamente dicho de la “des-civilización”. A continuación (sección II), se examina la idea de des-civilización como parada o interrupción transitoria del curso general del proceso de la civilización; examen que reenvía necesariamente a consideraciones varias en torno al modelo evolucionista propugnado por Norbert Elias. De seguido (sección III) se aborda la factibilidad de la des-civilización como proceso a corto plazo tratando de ponderar la sobre-representación del Estado como variable explicativa para este tipo de procesos. Por último (sección IV), se considera la posibilidad de la des-civilización a largo plazo en calidad de proceso social multisecular encaminado a la reducción de la complejidad de las sociedades y, eventualmente, a su desintegración.

 

Planteamiento general de la cuestión

La característica básica de un proceso civilizatorio es el aumento de las constricciones sociales en pos del autocontrol conductual y emocional; aumento que tiene lugar de forma gradual a largo plazo y que aparece ligado al incremento, también a largo plazo, de la interdependencia y la complejidad sociales. Este proceso implica, además, una transformación de las expresiones de violencia y agresividad siendo recluidas en los bastidores de la vida social. Dicha transformación se relaciona con la constitución de monopolios centrales de la violencia que restringen la opción de la fuerza física ejercida a título particular por individuos y grupos. Así se crean las condiciones para la pacificación de la sociedad, circunstancia que también afectará a los patrones de comportamiento. Una vez que la violencia se torne inadmisible como medio de relación social, el individuo habrá de aprender a gobernar sus impulsos modelando su aparato afectivo en clave autocontrolada. Por último, el incremento de la interdependencia también tiene algo que decir al respecto. Entendida aquí en sentido durkheimiano como diferenciación social y especialización funcional, la interdependencia genera una red de vínculos y contactos crecientes entre los individuos. Esta red conmina al individuo a vivir con más personas, obliga a la coordinación de actividades y acciones y, en consecuencia, presiona para que el comportamiento individual vaya ajustándose a esas dependencias recíprocas desarrollando capacidades para el control de la conducta. Como toda síntesis apresurada, ésta no hace justicia a una teoría compleja y rica como la del proceso de la civilización, aunque puede servir como punto de arranque para introducirnos en el estudio de la des-civilización.[3]

Ahora bien, el proceso civilizatorio se dibuja en la secuencia del largo plazo no sin tensiones y contradicciones internas. Es un proceso social que se perfila como balance entre fuerzas centrípetas, tendentes a la integración de la sociedad, y fuerzas centrífugas, responsables de su desintegración. Atendiendo a esta distinción, el predominio de las fuerzas centrípetas sobre las centrífugas genera como resultado un proceso civilizatorio. Si sucede lo contrario, nos hallaríamos ante un proceso des-civilizatorio. Concebir cualquier proceso social a modo de balance permite observar la interacción entre fuerzas de naturaleza opuesta determinando estados sociales ni fijos ni absolutos sino dinámicos y sometidos al cambio. Por tanto, un proceso civilizatorio o des-civilizatorio no puede asimilarse con un orden inamovible sino con una situación mutable y contingente. Insistir en este punto no es ocioso, ya que nos permite afirmar que no existen ni la civilización ni la des-civilización absolutas. Referirse al dominio de fuerzas centrípetas o centrífugas no es referirse a la eliminación total de una de ellas como efecto del peso de la otra sino contemplar en qué medida su equilibrio es más centrípeto que centrífugo o viceversa. Mas, ¿cómo se concretan en la práctica dichas fuerzas centrípetas y centrífugas en función del nivel de análisis que se desee considerar? Atendiendo al nivel macrosociólogico, el predominio de las fuerzas centrípetas conlleva la constitución de monopolios estables sobre la fuerza física, una mayor longitud de las cadenas de interdependencia, un incremento de la especialización funcional, la creciente identificación entre grupos sociales, la reducción de las diferencias de poder y la reclusión de la violencia en planos secundarios de la vida social. Este mismo predominio, ahora en el nivel “microsociológico”, se corresponde con la emergencia de estándares de conducta y afectividad autocontrolados que comportan flexibilidad y empatía, un tipo de personalidad gobernada por coacciones internas esgrimidas en nombre del pudor, la vergüenza o el desagrado y una modalidad de pensamiento racional no implicado emocionalmente. Análogamente, el predominio de fuerzas centrífugas teniendo en cuenta el nivel “macrosociológico” resulta en la fragmentación del monopolio sobre la fuerza física, el acortamiento de las cadenas de interdependencia, la des-identificación y exclusión entre grupos sociales, el aumento de las diferencias de poder y la presencia manifiesta de la violencia en la vida social. En el terreno “microsociológico” se alumbra un estándar de conducta y afectividad heterocontrolado proclive al desarrollo de pautas mentales significativamente intolerantes y autoritarias que, a su vez, son afines a cierta volatilidad emocional, desconfianza y resquemor ante el prójimo. De este modo, el predominio de las tendencias centrífugas permitiría que hablásemos de des-civilización. [4]

Así pues, estas fuerzas interactuando, sujetas a un dinamismo continuo y combinadas entre sí según modos e intensidades determinan el análisis del grado de civilización o des-civilización de una sociedad. Tales fuerzas, en su juego recíproco, son generadoras del cambio social; a ellas se deben las transformaciones que experimenta una sociedad en el curso del tiempo. Al cabo, el predominio de una de ellas es lo que permitirá explicar la dirección que siguen esas transformaciones. Entra en juego la direccionalidad del cambio en sentido de creciente o decreciente civilización o des-civilización de acuerdo con cada caso. El cambio es aquí el resultado de acciones individuales intencionales entrelazadas en virtud de relaciones sociales de interdependencia. Esas acciones generan consecuencias no incluidas en las intenciones iniciales pero que al entreverarse dan lugar a resultados no intencionales. La interpretación del cambio se inscribe, por tanto, en la lógica de las consecuencias no intencionadas de la acción intencional (Bogner, 1986: 392; Ramos, 1994: 46).[5] Que el cambio sea ciego, no planeado e inintencional no significa que esté desestructurado y carezca de dirección. Al contrario, sí que la tiene y es detectable. Como demostró Norbert Elias, el proceso de la civilización en Europa desde la Edad Media hasta el siglo XIX es la constatación de: a) un predominio a largo plazo de las fuerzas centrípetas sobre las centrífugas y b) una direccionalidad en sentido de creciente autocontrol e interdependencia. Un proceso, pues, desprovisto de intencionalidad aunque provisto de una dirección que, a largo plazo comporta el afianzamiento de la civilización. Si continuamos con el caso europeo, cabe señalar además que la des-civilización, a largo plazo, no resultó dominante: pudieron existir fases, momentos, periodos más o menos amplios de carácter des-civilizado que finalmente cederían ante el empuje de las tendencias civilizatorias. En consecuencia, lo que viene a demostrar El Proceso de la Civilización en el ámbito del Viejo Continente es que si la des-civilización pudo ser hegemónica temporalmente en ciertos momentos y lugares, a largo plazo, la tendencia civilizada se revela dominante. Si la des-civilización ganó algunas batallas, la civilización se hizo con el triunfo en esta metafórica contienda.

Planteada hasta aquí la cuestión, observamos cómo cualquier consideración en torno a la civilización o a la des-civilización ha de tener en cuenta:

el carácter dinámico de las fuerzas centrípetas y centrífugas que interactúan;

el predominio de una de ellas;

la persistencia temporal de ese predominio;

la dirección que éste transmite al cambio social.

Civilización y des-civilización, cambio social y dirección no son desligables. Presentado el esquema general, profundicemos a continuación en el estatuto de la des-civilización analizándolo desde tres puntos de vista diferentes. La des-civilización como parada que interrumpe la marcha del proceso civilizatorio, la des-civilización como proceso concebible a corto plazo y la des-civilización como proceso factible a largo plazo.

 

La des-civilización como parada

Atribuir a la des-civilización el estatuto de parada que interrumpe el avance civilizatorio plantea una serie de problemas relacionados con lecturas evolucionistas del proceso de la civilización. Así, si la dirección del cambio social apunta a una civilización creciente, la des-civilización emergería como una detención, como una suerte de alto en el camino. Una interpretación de este corte evidencia la atribución implícita de necesidad histórica al proceso civilizatorio; un proceso que puede detenerse pero que termina indefectiblemente por proseguir su andadura. De este modo, quedaría del lado de concepciones metafísicas del cambio social apareciendo como rehén de la inevitabilidad y encaminado sin remedio a un punto final de llegada. No obstante, hay mucho que matizar en este terreno y para ello es necesario desbrozar el contenido del evolucionismo eliasiano.

¿Hablar de una teoría del proceso civilizatorio es aludir a un proceso global que cualquier sociedad ha de recorrer de cara a su progresiva civilización? Responder afirmativamente significaría ubicar todas las sociedades en el mismo eje de desarrollo prescribiendo el paso obligado por diferentes y sucesivas fases hasta culminar en un estadio civilizado. Sin embargo, aunque Norbert Elias responde negativamente a tal interrogante ha tenido que enfrentar, a cuenta de su evolucionismo, cargos tan graves como el de ser responsable de una teoría legitimadora del colonialismo, el imperialismo y el racismo (Mennell, 1989a: 228-234). [6] Y responde negativamente porque no reconoce estados sociales absolutamente civilizados o des-civilizados, porque afirma que no existe un “punto cero” de arranque y un “punto final” concluyente en ningún proceso social y porque el proceso de la civilización no alberga sentido teleológico alguno. Tal vez lo más útil sea distinguir entre un proceso civilizatorio en singular y procesos civilizatorios en plural. En singular, esta noción alude exclusivamente al cambio estructural de los seres humanos en dirección a una creciente consolidación y diferenciación de los controles conductuales y emotivos. La diferenciación y el control conductual-emotivo son fenómenos presentes en cualquier sociedad humana: los hombres, al margen de cuándo y dónde, aprenden pautas de comportamiento y expresividad siguiendo sus propios impulsos o bajo la coacción de otros. Así, si cambian las relaciones humanas, los comportamientos también cambian. Por tanto, nos hallamos ante un rasgo universal aplicable a la humanidad como un todo: no existen ni han existido sociedades sin forma alguna de conducta individual controlada. En plural, esta noción alude a la concreción temporal y geográfica de ese proceso universal de control y diferenciación emotivo-conductual. Para Elias, las diferencias civilizatorias en los modos de comportarse no son fruto de diferencias inherentes y naturales entre los seres humanos. Se deben a procesos civilizatorios capaces de moldear la conducta y la emotividad en un sentido diferenciado y autocontrolado sea quien sea la persona inmersa en semejante proceso. En este sentido, los procesos civilizatorios poseen especificidades culturales, étnicas, nacionales o clasistas que Elias no descartó pero que no entendió incompatibles con la existencia de ese proceso civilizatorio en singular (Elias, 1987: 107). [7]

El enfoque eliasiano, asentado en el estudio de procesos sociales, atiende inevitablemente al dinamismo de las sociedades y a la detección de patrones que estructuran su cambio no planeado aunque con dirección identificable. Si se quiere hablar de evolucionismo en Norbert Elias, habrá que especificar que se trata de un tipo de evolucionismo no intencional anclado en la idea de probabilidad y no en el factor de la necesidad histórica. El desarrollo histórico se explica con arreglo a figuraciones sociales — la feudal, la cortesana, la absolutista, la profesional-burguesa… — que como entramados de interdependencias no tienen por qué transformarse necesariamente en otro tipo de figuración concreta.[8] En palabras de Elias (1999: 197)

 […] así se explica que se pueda demostrar en una investigación genética retrospectiva que una figuración ha tenido que surgir de una figuración anterior determinada o incluso de una serie de figuraciones anteriores de un tipo determinado, sin afirmarse por ello que estas figuraciones anteriores tuviesen necesariamente que transformarse en las posteriores.

Mas que no exista necesidad no supone que cualquier transformación sea igualmente probable. Existen grados de probabilidad más elevados que otros y, por ello, transformaciones y pasos de una figuración a otra más factibles.[9] La explicación del proceso de formación del Estado es buena muestra de ello: la figuración feudal, compuesta por pequeñas unidades políticas en competencia por oportunidades de poder, atesora una dinámica propia que termina por subsumir a todas ellas en una unidad hegemónica estatal. Este mecanismo:

[…] constituye un buen ejemplo de del tipo de secuencias forzosas que autorizan a decir en casos específicos que antes o después surgirá con más probabilidad de una figuración previa otra determinada figuración aún no existente, una figuración que pertenece al futuro (Elias, 1999: 200).

En definitiva, es posible aclarar por qué la figuración feudal se halla entre las condiciones necesarias para la existencia de la sociedad cortesana o por qué la sociedad cortesana es una de esas condiciones necesarias para la sociedad profesional-burguesa. Al tiempo, la sociedad cortesana sería una de las muchas posibilidades de transformación que admitiría la sociedad feudal y tanto de lo mismo ocurre con la sociedad profesional-burguesa respecto de la sociedad cortesana. El evolucionismo eliasiano se aferra a la idea de posibilidad, circunstancia que permite sostener que si cualquier cambio global o parcial dentro de una sociedad es posible, no todos son igualmente probables. Empero, ¿cómo se relaciona la cuestión del cambio social con la des-civilización?

Que se detecte una dirección en el cambio social, esto es, una tendencia civilizatoria a largo plazo no supone automáticamente que ésta haya de prolongarse también hacia el futuro (Elias, 1999: 94). Que en Europa una sucesión determinada de figuraciones sociales haya producido inintencionadamente un cambio social en sentido civilizatorio no presupone que ése sea la única senda posible. Para el evolucionismo no intencional y probabilístico el horizonte del cambio no está fijado previamente.[10] Eso sí, existen más probabilidades para unos “horizontes” que para otros. Conocer esas probabilidades convierte a la sociología en una herramienta de prognosis con la cual diagnosticar potenciales cambios en las sociedades y las direcciones en las que pudieran desarrollarse. Conocer cómo funciona una figuración, las fuerzas que en ella intervienen y su margen de transformación otorgaría a los seres humanos la capacidad de saber cómo se imbrican sus acciones aumentando el grado de transparencia de la sociedad (Elias, 1997: 371). El estudio y conocimiento de las figuraciones sociales hace de la sociología un saber de impronta práctica no para reconducir procesos sociales con arreglo a intereses sectoriales o particulares — en el sentido de una ingeniería social — sino para prever posibles momentos de fragmentación, deterioro o ruptura sociales. En cierto modo, lo que se desprende de este planteamiento es que, al igual que podemos estudiar sociológicamente la des-civilización, la sociología también resultaría apta como instrumento capaz de colaborar limitando su avance. Regresaré sobre esta idea más tarde pero ahora, volviendo al inicio, entiendo que tras lo expuesto, una caracterización de la des-civilización en clave de parada del proceso civilizatorio no es consistente con el modelo de evolucionismo probabilístico defendido por Norbert Elias. Hablar de parada o de detención temporal acerca en demasía la propuesta eliasiana a un evolucionismo necesario convirtiendo el proceso de la civilización en una suerte de progresión irremediable e incontenible. Sin embargo, esa es una interpretación que no se aviene adecuadamente con la idea de probabilidad ligada al cambio social que aquí se ha glosado.

 

La des-civilización a corto plazo

En gran medida, la consideración en torno a lo que sea la des-civilización depende en muchas ocasiones del arco temporal que se seleccione. Habitualmente, dos son las opciones, corto y largo plazo, aunque no exista una clara delimitación cronológica entre una y otra. Con todo, alguna propuesta existe al respecto como se verá más adelante. Entendiendo el cambio social como balance entre fuerzas centrípetas y centrífugas, la des-civilización se corresponde con el predominio de las últimas sobre las primeras. Empero la clave estriba en saber por cuánto tiempo se prolonga ese predominio. La duración se torna variable fundamental ya que con arreglo a ella la des-civilización va a ser interpretada, bien como una tendencia que determina una fase de duración limitada en el cambio de una sociedad, bien como un auténtico proceso duradero y sostenido. Se ha propuesto que para hablar de proceso a largo plazo, éste haya de extenderse al menos durante tres generaciones (Mennell, 1989b: 120-124; 2001: 45). En consecuencia, todo lo que no supere ese límite cabe identificarlo con un proceso des-civilizatorio a corto plazo. Comúnmente, estos procesos a corto plazo determinan situaciones sociales de crisis que, en ciertas condiciones, suponen una caída radical de los estándares civilizados de comportamiento y emocionalidad. Existe cierta asimetría entre la consolidación de tales estándares — que como mostró Elias, en Europa supusieron un recorrido de siglos — y la rapidez con la que cayeron, por ejemplo, en la Alemania nacional-socialista (Mennell y Goudsblom, 1998: 20). Mientras la civilización precisa del largo plazo, la des-civilización se hace dominante rápidamente. Pero una cosa es la velocidad y otra la constancia; una cosa es que la des-civilización se imponga con rapidez y otra que alargue su duración. En este sentido, las duraciones pueden ser relativamente cortas, circunstancia que quizá indique que las pautas civilizadas sean más difícilmente erradicables de lo que pudiera parecer inicialmente. Que la civilización no es tan frágil es algo que se adivina en las siguientes palabras de Mennell (2001: 40) acerca del Holocausto: “El hecho es que, tras todo el sufrimiento que trajo consigo, las tendencias civilizatorias volvieron a ser dominantes después de un periodo relativamente corto de años.” No se puede deducir de ellas que la civilización sea necesariamente dominante en toda circunstancia frente a la des-civilización. Como ya se ha señalado, este tipo de lecturas no se ajustan a lo señalado por Norbert Elias. Acaso lo único deducible es que la mayor parte de los estudios dedicados a procesos des-civilizatorios se sitúan dentro de ese plazo de las tres generaciones o no lo sobrepasan con claridad. [11] Es decir, la producción bibliográfica se ha centrado en casos y ejemplos en los que se observa, efectivamente, cómo las tendencias civilizatorias vuelven a dominar tras un periodo de tiempo: Alemania y Japón antes y durante la Segunda Guerra Mundial o Yugoslavia serían pruebas de ello. Tales casos y ejemplos, amén de ilustrar procesos des-civilizatorios, convierten al Estado en la variable fundamental de los mismos. En resumen, el estudio de la des-civilización a corto plazo parece estar unido irremisiblemente al papel desempeñado por el Estado en este proceso.

Que duda cabe que el Estado es una pieza esencial al concentrar en sus manos el monopolio de la fuerza física: la fragmentación de ese monopolio podría suponer el retorno a la violencia ejercida particularmente y, por ello, la presencia manifiesta de la misma en primer plano de la vida social. Mas en ocasiones es el propio Estado quien socava la civilización desatando la brutalidad y la represión. Las rupturas civilizatorias se entienden aquí como resultado de mudanzas en el régimen político-estatal reemplazando las restricciones civilizadas por la violencia y el terror como medios para consolidar la hegemonía política (Van Benthem Van Der Bergh, 2001) De este modo, la des-civilización se asociaría principalmente al Estado y a su iniciativa. Aún siendo de relevancia, existe el riesgo de sobredimensionar el Estado y terminar reduciendo la des-civilización al desencadenamiento de la violencia y la represión estatales. Se oscurecen así otras variables de importancia — la reducción de la interdependencia, el declive de la identificación mutua, el aumento de la imprevisibilidad de la vida social, la disminución de la presión sobre el individuo para que restrinja su agresividad y sus impulsos — que también han de ser examinadas. La des-civilización no se circunscribe exclusivamente al ámbito del Estado y su estudio debe ir más allá de éste. Para evitar este tipo de reduccionismo, se ha acuñado el concepto de dis-civilización, refiriéndose a la aplicación estatal de violencia sobre determinados sectores de población con el fin de eliminarlos o confinarlos en los límites de la vida social. Con este concepto se pone el acento en la actuación del Estado, en su voluntad de reprimir, excluir, y eliminar a ciertos grupos de la sociedad definidos previamente como reprimibles, excluibles y eliminables. Que esto suceda no implica que la totalidad de la sociedad se esté desintegrando. La dis-civilización es compatible con la existencia de una sociedad integrada, diferenciada y compleja siempre y cuando esa violencia de origen estatal se halle compartimentalizada, esto es, sea aplicada selectivamente sobre colectivos específicos y localizada en espacios al efecto. De esta forma, el resto de la sociedad mantiene unos estándares civilizados — y el Estado asegura su mantenimiento — a la vez que se excluyen y eliminan contingentes específicos de personas (Swann, 2001). [12] Mientras la des-civilización se refiere a un proceso que abarca a la sociedad en su conjunto, la dis-civilización se concentra en la acción del Estado y desvela la inquietante evidencia de una sociedad pacificada que coexiste con espacios de violencia extrema. La distancia entre la des-civilización y la dis-civilización también se fija con arreglo a la posible solución que puede ofertarse a cada una de ellas. Una dinámica social des-civilizada incluye una serie amplia de factores interconectados con relaciones complejas entre sí. Esta complejidad limita con mucho la posibilidad de frenar esas dinámicas a través de medidas o acciones intencionales amén de dificultar el acertado diagnóstico de la situación: son múltiples las dimensiones a considerar y conforme se acentúa la dinámica, mayor es el grado de implicación emocional de los protagonistas — poblaciones, líderes políticos, intelectuales… — impidiendo un distanciamiento que haga posible un examen racional de la situación. Por su parte, la dis-civilización ha tenido y tiene soluciones más accesibles. Históricamente, al menos lo parece. Regresando a los ejemplos ya señalados, la reconducción de Alemania y Japón, en tanto estados dis-civilizados, a pautas civilizadas viene dada por la presión de la comunidad internacional mediante sanciones, embargos u ocupación militar. El remedio para la dis-civilización aparece en forma de coacciones externas ejercidas por otros Estados: el aumento del heterocontrol ha sido, teóricamente, el camino para que la dis-civilización se extinga (Van Benthem Van Der Bergh, 2001: 4).

Cierto es que Norbert Elias prestó más atención a la civilización que a la des-civilización. Toda su producción intelectual remite a una matriz básica, la expuesta en El Proceso de la Civilización, de la cual se desprenden el resto de sus contribuciones a la sociología. Como tal, no es raro que el tratamiento de la des-civilización resulte desigual y poco sistemático. Sólo en The Germans (1996) — aparecido cincuenta años más tarde que la primera edición de El Proceso de la Civilización — se aplica con más detenimiento y rigor a esta cuestión. Elias había dejado puertas abiertas al análisis de la des-civilización al hablar de la posibilidad de regresiones en el proceso civilizatorio, de la simultaneidad de dinámicas sociales integradoras y desintegradoras o de una civilización que no avanza necesariamente de forma rectilínea (Elias, 1996: 308; 1997: 370; 1999: 188-189). En definitiva, un concepto, el de des-civilización, considerado aquí en el espacio del corto plazo y matizado en lo que toca a su reducción exclusiva a fenómeno protagonizado por el Estado. Hasta este momento, la des-civilización ha funcionado analíticamente con el rango de proceso a corto plazo. Observemos ahora la última de las posibilidades y hagamos de la des-civilización un auténtico proceso multisecular y prolongado en el tiempo.

 

La des-civilización a largo plazo

Un proceso des-civilizatorio a largo plazo, identificable durante más de tres generaciones y sostenido por espacio de siglos es una posibilidad inquietante para la sociología. Digo inquietante porque ésta se ha construido como disciplina precisamente en sentido contrario, esto es, tratando de explicar cómo y por qué las sociedades se mantienen cohesionadas y crecen en complejidad. En tanto ciencia, una de las preocupaciones básicas de la sociología ha sido, pues, la integración social. Éste es uno de sus problemas constitutivos y esclarecerlo, en parte, su razón de ser. En síntesis, cabe señalar que las respuestas habituales al respecto han destacado el valor de la interdependencia generada por la división del trabajo así como la importancia del consenso normativo: la integración de la sociedad respondería a los valores compartidos, a la existencia del intercambio económico o al entrelazamiento de las acciones y actividades humanas. Traduciéndolo a un lenguaje eliasiano, ha primado tradicionalmente el estudio de elementos y fuerzas de signo centrípeto ligados a un resultado socialmente integrador. Desde esta óptica, El Proceso de la Civilización no deja de ser un estudio sobre el cómo y el porqué de la integración social del Occidente europeo a través de los siglos. Curiosamente, también es una obra que permite concebir la posibilidad inversa: procesos sociales a contramano de la civilización. Se perfila así un interesante objeto para la sociología: la desintegración como una trayectoria a largo plazo que implica reducciones significativas de complejidad social materializadas en un descenso del nivel de interdependencia y transformaciones en el campo de la conducta y la emocionalidad individuales. No otra cosa que un proceso de la des-civilización en toda regla.

La des-civilización a largo plazo conlleva el predominio de fuerzas sociales centrífugas sobre fuerzas sociales centrípetas durante un periodo mínimo de, al menos, tres generaciones. Grosso modo, el arco temporal que ha de superarse es el de los ciento cincuenta años. Que se trate de un análisis a largo plazo centrado en el rumbo desintegrador que toman determinadas sociedades ha conducido la mirada a un pasado no precisamente inmediato. Imperios, estados y civilizaciones antiguos han sido tomados como hipotéticos referentes de la des-civilización examinando las rutas que siguieron en su desintegración (Mennell, 2001: 45-46). Esta circunstancia sitúa a la sociología ante una de sus principales lagunas: el estudio de las sociedades pre-modernas, tarea que habitualmente se ha dejado en manos de antropólogos e historiadores. El nacimiento de la sociología coincidió con ese tránsito de la comunidad a la asociación — en versión Tönnies — o con ese paso de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica — en versión Durkheim — que marcarían el ingreso oficial en la contemporaneidad. Superadas históricamente las formas tradicionales de agrupamiento asociadas a la agricultura, el pastoreo, la caza o el nomadismo, emergía la auténtica sociedad como objeto prioritario de estudio. La sociología llegaba para explicar la creciente complejidad de las sociedades; una complejidad que las hacía cada vez más refractarias al entendimiento humano: esclarecer esa opacidad era la misión asignada al sociólogo. A la par, las condiciones sociales en las que emergía como disciplina — el acceso a la modernidad en su acepción más amplia — se ligaban preferencialmente al objeto que había de investigar — la sociedad moderna — oscureciendo como cuestión el estudio de las sociedades pretéritas. En otras palabras, la sociología nacía para estudiar aquella sociedad que, entre otras cosas, también era responsable de su nacimiento. Como tal, cualquier ejercicio sociológico parecía abocado a ocuparse de lo moderno, de lo contemporáneo o de lo actual. El pasado, próximo o remoto, se cedía a la historia o a la antropología como saberes competentes en la materia mientras el sociólogo se inhibía de dicha tarea. No obstante, toda una activa corriente dentro de la sociología ha venido reivindicando la pertinencia del estudio del pasado y así, la denominada “sociología histórica” intenta corregir esa inhibición. [13] Es legítimo que la sociología se interrogue por el pasado y, desde esa legitimidad, a él puede acudir el sociólogo para explorar la des-civilización. Es factible preguntarse por la existencia de procesos des-civilizatorios a largo plazo como manifestación de un cambio social no planeado, inintencional, estructurado y con dirección detectable. En alguna ocasión, Norbert Elias (1997: 373, 376-377) hizo algo similar a modo de apunte, si bien la posibilidad de la des-civilización a largo plazo que se recoge en uno de sus últimos textos, Humana Conditio (2002 [1985]), curiosamente no miraba tanto al pasado como al futuro. Allí la des-civilización se adivinaba en la escalada de tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial y su hipotético y temido desenlace en forma de guerra nuclear. Ambas potencias, insertas en una figuración de competencia, rivalizaban por incrementar sus niveles de poder armándose progresivamente y ampliando sus arsenales. El riesgo evidente que apunta Elias es que el conflicto terminase por desencadenar un ataque mutuo. Empero, la novedad histórica no residía en el hecho del enfrentamiento bipolar pues la confrontación entre potencias militares y políticas ha sido una constante por espacio de siglos. Lo novedoso es que la confrontación USA-URSS poseía un potencial destructivo del que no existían precedentes. Aquellas tensiones crecientes que, hipotéticamente, podrían conducir a la contienda definitiva ya revelaban el predominio de fuerzas centrífugas asimilables a la des-civilización. De entre ellas cabía destacar:

· la caída en los niveles de identificación mutua USA-URSS. La des-identificación creciente entre ambos países condujo a que la opción del aniquilamiento total del adversario fuese contemplada: un ataque nuclear conllevaría la muerte cierta de muchos ciudadanos estadounidenses o soviéticos. Mas esa des-identificación no se circunscribía a la rivalidad USA-URSS sino que se extendía a la humanidad como un todo; al resto de las naciones no directamente involucradas y sus poblaciones, en riesgo de resultar gravemente afectadas e incluso sacrificadas a resultas de una confrontación de la que no tomaban parte;

· la des-identificación como promotora de un tipo de pensamiento emocionalmente implicado proclive al rumor, la exageración y la fantasía que veía en el contrario la personificación de lo malvado y lo inhumano, muñidor incesante de complots, sabotajes, conspiraciones y planes secretos de invasión;[14]

· el predominio de las coacciones externas sobre las auto-coacciones a la hora de explicar la actuación de ambas potencias. El patrón que guiaba su comportamiento político-militar remitía a las constricciones que representaba el oponente como amenaza. La escalada armamentística se originó como reacción continuada al movimiento del teórico enemigo: fue Estados Unidos para la Unión Soviética y la Unión Soviética para Estados Unidos la referencia fundamental a la hora de actuar.

Estas tendencias des-civilizatorias, visibles desde 1945, podrían haberse acentuado hasta el nivel más extremo en caso de haberse producido una guerra nuclear. Sus consecuencias resultarían inimaginables pues el ser humano no cuenta con referencias previas de tal calibre. Mas si nos aventuramos a profundizar en la conjetura y nos acordamos de Hiroshima y Nagasaki tal y como apunta Elias, una guerra nuclear supondría la destrucción de los contendientes, comprometer la posibilidad de la vida humana en muchos puntos de la Tierra o la disminución de la habitabilidad transitoria o permanente del planeta (Elias, 2002 [1985]: 79) Se produciría una reducción dramática y radical de la complejidad social de la que probablemente fuese extraordinariamente costoso y demorado recuperarse, en caso de que fuese posible la recuperación. Elias se refiere sin medias tintas a un planeta irremisiblemente perdido para el ser humano o, por qué no, a una vuelta a la vida familiar en las cavernas (Elias, 2002 [1985]: 95). Con todo, no dejan de ser proyecciones de lo que podría haber sucedido, futuribles sin concreción pero con valor para mostrar que es posible entrever un auténtico proceso des-civilizatorio en algunas de las páginas escritas por Elias.

Aunque éste mirase al futuro, es en el pasado donde pueden hallarse indicios útiles para el análisis de la des-civilización a largo plazo. Estas evidencias se encuentran en textos relativos al colapso de civilizaciones, imperios y Estados de la Antigüedad; sociedades del pasado que vieron disminuir extraordinariamente sus niveles de complejidad. El término “colapso” posee cierta capacidad evocadora y metafórica: permite visualizar una suerte de sociedad que ha agotado su funcionamiento, que ha alcanzado su tope de “vida útil” y se apresta a desaparecer. Entronca además con cierta literatura pseudo-científica que aborda romántica e incluso esotéricamente el lugar común de las civilizaciones perdidas, otrora prósperas y desvanecidas sin dejar rastro. Obviamente, no es ése el camino que va a seguirse. Lo que pretendo señalar es que bajo la etiqueta de “colapso” se hallan estudios capaces de proporcionar evidencias empíricas para el análisis de procesos des-civilizatorios a largo plazo. O de otro modo, tales estudios son herramientas de las que valerse para ilustrar la factibilidad de la des-civilización. Por lo tanto, no interesan aquí como soportes que ofrezcan algún tipo de teoría general sobre el colapso de una sociedad sino como material ilustrativo y ejemplificador de procesos des-civilizatorios. Al respecto, voy a concentrarme en dos de estos textos: The Collapse of Complex Societies de Joseph Tainter (1988) y Colapso de Jared Diamond (2006).

La noción de “colapso” para Tainter se refiere a una reducción relativamente rápida y significativa de la complejidad socio-política de una sociedad (Tainter, 1988: 4). Conforme ésta se complejiza, necesita de más y más recursos e información entre todos sus niveles constitutivos para garantizar su viabilidad. No obstante, la movilización de recursos e información comienza en un determinado momento a generar rendimientos decrecientes (Tainter, 1988: 118). Los beneficios para la población terminan por no compensar los costes que genera la inversión en complejidad quebrándose paulatinamente la estabilidad y el crecimiento de la sociedad. Globalmente, la tesis de Tainter es una traslación al terreno social del principio económico de los rendimientos decrecientes, observable cuando el volumen de producción aumenta en proporción inferior a la proporción en que se aumentan los factores de producción. Una sencilla analogía con el funcionamiento de una sociedad nos dice que la inversión en elementos que incrementan la complejidad — leyes, monumentos, obras públicas, fórmulas políticas, tecnología… — en cierto momento arrojará un rendimiento decreciente — descoordinación de actividades, desconexión gobernante-gobernado, agotamiento de recursos… — dificultando dicho funcionamiento. Armar una teoría general acerca del colapso es una empresa complicada: son demasiados los factores a considerar como para poder determinar con exactitud ese instante en el que los rendimientos comienzan a decrecer (Mennell, 2001: 46). Incluso conociendo todos los factores que podrían intervenir, quedaría por determinar cómo se encadenan entre sí e influyen los unos en los otros. De este primer acercamiento a la obra de Tainter podemos extraer enseñanzas útiles de cara al examen de la des-civilización. La observación en torno a los rendimientos decrecientes proporciona pistas interesantes al remitir al potencial des-civilizador que contienen determinadas tendencias de signo civilizatorio e integrador. En efecto, la complejidad social, que en clave eliasiana deviene del progresivo alargamiento de las cadenas de interdependencia y del incremento de la especialización funcional, no tiene por qué poseer siempre un sentido civilizatorio. Por ejemplo, en un mundo como el actual en el que el mercado se extiende cual red global, en el que el intercambio económico se complejiza insospechadamente, en el que las relaciones comerciales se multiplican y ramifican; en un mundo en el que, en definitiva, la interdependencia económica relaciona masivamente grupos y poblaciones, ésta también puede ser identificada como una de las variables responsables de la “economización” de la sociabilidad humana con arreglo a lógicas contractuales y mercantilistas, del debilitamiento de los vínculos comunitarios y de la atomización de la sociedad (Breuer, 1991: 407). Aquí la interdependencia muestra su versión des-civilizadora o, siguiendo a Tainter, su faceta desintegradora como variable capaz de producir rendimientos decrecientes que erosionen la complejidad social. El otro punto de interés reside en la caracterización que efectúa el autor de lo que sería una sociedad post-colapso (Tainter, 1988: 19). Una vez que la complejidad se ha visto reducida se dibuja un panorama hobbesiano en el que destacan la baja adhesión a normas y leyes, la simplificación tecnológica, la auto-sufuciencia material de las comunidades y la aparición de nuevas unidades políticas a resultas de la disgregación de la unidad superior en la que se integraban. Esta caracterización post-colapso ayuda a entender cómo la des-civilización puede provocar el tránsito de una figuración social compleja, integrada y diferenciada a otra menos compleja, integrada y diferenciada. En otras palabras, muestra que la evolución de una sociedad no tiene necesariamente que encaminarse a estadios superiores de complejidad pudiendo mudar de lo complejo a lo simple gracias al avance de procesos des-civilizatorios. Mas la desintegración de la sociedad en virtud de la des-civilización no supone necesariamente un punto de no-retorno. Y no lo es porque los niveles de interdependencia podrían volver a crecer y pacificarse también el espacio social mediante la construcción de monopolios centralizados de la violencia. No en vano, ésta es la lectura que, por ejemplo, realiza Norbert Elias de la desintegración del Imperio Romano y del progresivo dominio de las fuerzas centrípetas en Europa desde los siglos XI-XII en pro de una creciente complejidad (Elias, 1997: 376). El fenómeno del colapso estudiado por Tainter se centra prioritariamente en el nivel macrosociológico, dejando apenas una serie de apuntes generalistas sobre su plasmación en el nivel microsocial de la conducta y las emociones individuales. En este ámbito, se han aventurado argumentos en torno a la traducción de la des-civilización a largo plazo sobre el comportamiento y los afectos individuales. La primera consecuencia evidente de la persistencia de la des-civilización a largo plazo sería la presencia continuada de patrones des-civilizados de conducta según los cuales irían socializándose sucesivas generaciones. Cuando las capacidades civilizadas dejan de ejercitarse y actualizarse dado el predominio de la des-civilización cabe pensar que terminarán por perderse con el discurrir de las generaciones (Mennell, 1989b: 120-124). La segunda consecuencia de la des-civilización es la emergencia en sociedad de comportamientos asimilables al free-rider: ruptura de vínculos, primacía del interés individual y desatención y des-inversión en relación a los bienes públicos (Mennell, 2001: 46).

La noción de “colapso” para Diamond es esencialmente afín a la de Tainter y se entiende como reducción progresiva y sostenida de la complejidad social (Diamond, 2006: 23). En cambio, mientras Tainter efectuaba una aplicación sociológica del principio de los rendimientos decrecientes, Diamond adopta una posición a medio camino entre el malthusianismo y el análisis medio-ambiental. Acuña el concepto de “ecocidio” para referirse a la destrucción por parte de una sociedad de los recursos materiales de los que depende (Diamond, 2006: 24). Para Diamond, el colapso sobreviene fundamentalmente por este motivo y de ahí que otorgue prioridad explicativa a los factores medio-ambientales que, a su juicio, son siempre relevantes en cada uno de los colapsos que analiza (Isla de Pascua, Ruanda, Haití, Groenlandia, cultura Maya…). En este sentido, el texto de Tainter posee mayor imprenta sociológica que el de Diamond mas éste apunta una posibilidad de análisis en términos eliasianos nada desdeñable: la existencia de procesos des-civilizatorios de corte ambiental responsables del descenso de los niveles de complejidad social, el aumento de la imprevisibilidad y la incertidumbre y la fragmentación de los consensos en torno a los valores sociales básicos. El colapso por “ecocidio” vuelve a servir para ilustrar el funcionamiento de la sociedad como figuración que en su dinámica genera resultados des-civilizatorios. Los individuos, entrelazando sus acciones intencionales, alimentan un proceso de cambio social ciego aunque con dirección: el esquilmamiento de los recursos y la consiguiente desintegración social. La singularidad del “ecocidio” como proceso des-civilizatorio se presenta en forma de figuraciones sociales atrapadas en la trampa maltusiana del desajuste entre población y recursos; desajuste que incide en la profundización de la conflictividad social. Los individuos que integran esas figuraciones presentan un déficit de capacidades civilizadas que permitan un pensamiento distanciado con el que anticipar escenarios futuros analizando la trampa que gobierna la marcha de la sociedad. Paradójicamente, la salida a esa trampa pasaría por un ejercicio de esas capacidades civilizadas que no se poseen en grado suficiente: anticipar lo que ha de suceder y ofrecer una respuesta alternativa al incremento de la explotación de recursos como única vía para atender a una población en crecimiento. El déficit de dichas capacidades civilizadas bloquea una respuesta de ese tipo y ahonda en la posibilidad de una hipotética desintegración social.

Hoy, con la perspectiva que dan los siglos y gracias al conocimiento histórico, sabemos cómo terminaron aquellas sociedades envueltas en procesos des-civilizatorios de corte ambiental. Observando la trayectoria que describieron hacia su fragmentación, destrucción o simplificación sorprende la supuesta ceguera de unos individuos embarcados en una espiral auto-destructiva (Diamond, 2006: 30). Empero esa ceguera que pudiéramos atribuírles se explica por su inserción en figuraciones sociales. ¿Cómo pudieron esas sociedades tolerar su propia auto-destrucción? se pregunta Diamond. Hablar de tolerancia induce a pensar que las sociedades admitieron para sí grados de desintegración que entendieron aceptables y soportables. Y que al tratarse de una tolerancia progresiva no percibieron con claridad el proceso en el que se hallaban inmersas: parecían no existir diferencias excesivas entre una fase y la siguiente en ese movimiento desintegrador. Mas esa idea de la tolerancia y la admisibilidad progresiva de la desintegración resulta equívoca si se identifica con una suerte de decisión pseu-consciente y premeditada de la sociedad. Viéndolo de ese modo, es normal que se hable sin dificultad de “buenas” o “malas” decisiones en tanto garanticen o comprometan el futuro de la comunidad. Expresarse en estos términos — “buena” o “mala” decisión — simplifica artificialmente la cuestión y en nada ayuda a su comprensión. Y no ayuda porque no se aclara quién decide — ¿la sociedad como un todo?, ¿sus dirigentes? — o se presupone una racionalidad colectiva de difícil demostración. Por tanto, tolerancia, admisibilidad y decisiones correctas o incorrectas son términos prescindibles para el análisis de la des-civilización a largo plazo. En contrapartida, interesa la específica conjunción de fuerzas centrípetas y fuerzas centrífugas presente en cada figuración y su lógica autónoma en relación a las acciones intencionales de individuos y grupos. Aquella “ceguera” atribuida a los individuos no es un rasgo inherente y natural del ser humano sino producto de su inclusión en figuraciones sociales, producto de la dificultad para analizar éstas en sus infinitas variaciones, para determinar las relaciones que se dan en ellas, para detectar su cambio mientras se está involucrado en el mismo. En efecto, desde esta perspectiva, estamos en condiciones de ofrecer una respuesta sociológicamente más satisfactoria a un interrogante de enjundia aunque muy sencillo en su formulación. Al hilo de la desintegración de la sociedad de la Isla de Pascua entre el siglo X y el siglo XVII debida la tala masiva de sus bosques, Diamond formula la siguiente pregunta: ¿Qué pensaba el isleño que taló la última palmera mientras lo hacía? (Diamond, 2006: 544). De acuerdo con una lógica eliasiana cabe pensar que nada, o nada relacionado directamente con la tala de aquella palmera. Más allá de que fuera o no consciente de ello — discusión ociosa a mi juicio — interesa saber cómo se ha llegado a tal situación. Un proceso des-civilizatorio a largo plazo es el resultado no intencionado de una miríada de actuaciones intencionales; un producto no planeado que se mueve en dirección desintegradora. Lo que revela aquel hipotético isleño con su decisión de acabar con la última palmera es que no posee una visión global de la figuración en la que se inscribe — su palmera es una palmera más de las tantas que puede haber cortado a lo largo de su vida y no la última de ellas — y que una posible negativa a talarla no salvaría a la palmera porque otro en su lugar vendría a hacerlo — aquella figuración y su lógica autónoma habían generado una tala masiva de árboles para facilitar el transporte de las famosas estatuas erigidas por toda la isla en una competición incesante de los clanes autóctonos por el prestigio social. Lo que este ejemplo pone de manifiesto es que, en última instancia, una figuración social que se transforma en sentido des-civilizatorio, lo hace, en gran medida, de forma independiente en relación a las acciones intencionales individuales. Recuperando a nuestro isleño, lo razonable es que éste careciese de capacidad alguna para modificar el curso des-civilizador que había tomado la sociedad de la Isla de Pascua. En consecuencia, ¿nada puede el individuo frente a la lógica autónoma que caracteriza el funcionamiento y desarrollo de una figuración? Pese a que Elias reconoce abiertamente dicha autonomía, no aboca en su planteamiento a la fatalidad determinista de grupos e individuos sobrepasados por la figuración en la que se encuadran. Es precisamente el conocimiento sociológico la herramienta apta para prevenir ese fatalismo.

Retomo aquí un argumento ya avanzado a propósito de los procesos des-civilizatorios a corto plazo: la sociología como respuesta a la des-civilización. Como ya se señaló, de los argumentos eliasianos se infiere una dimensión práctica para la sociología en calidad de saber puesto a disposición del interés público. El estudio de la evolución a largo plazo de las figuraciones sociales dotaría al ser humano de un conocimiento más que útil para entender la dinámica no planeada del cambio social. Desde ahí podría intervenir intencionalmente anticipando un resultado que coincidiese con el objetivo previsto; podría ejercer un posible control sobre la realidad social. La propuesta eliasiana de una sociología convertida en referente para la acción y, por ello, capaz de asesorar en lo concerniente al desarrollo de la sociedad sirve como antídoto frente a la des-civilización. Como acertadamente señala Ramos (1994), en tal propuesta puede verse al Elias hijo de la Ilustración. Volviendo entonces a aquel isleño, tan sólo quedaría haberle recomendado sociología; conocimiento sociológico para combatir la des-civilización. Si hacemos caso a Elias, el individuo, los grupos y las sociedades, valiéndose del saber sociológico, podrían examinar distanciadamente el camino que han recorrido históricamente observando el resultado de lo que planearon y el grado de ajuste de sus planes respecto al producto final. Pueden comprender, pues, la des-civilización e intentar revocar su trayectoria. [15] Como proceso social a largo plazo, es posible asignar al proceso de la des-civilización las mismas características generales que Elias asignó al proceso civilizatorio general: duradero, estructurado, con dirección además de no planeado. La des-civilización, vista de este modo, no es imputable a nadie, ni ha sido concebida, orquestada o diseñada racionalmente. Parafraseando las palabras con las que Elias cierra El Proceso de la Civilización, podríamos afirmar, con razón, que la des-civilización también es un proceso. [16]

 

Conclusión

Hablar de civilización es hablar también de su reverso, la des-civilización. Es factible emplear ambos conceptos en sentido técnico-descriptivo liberándolos del lastre connotativo que habitualmente portan. De esta forma civilización y des-civilización son el resultado contingente de la contraposición entre fuerzas socialmente integradoras y desintegradoras. Esta contraposición, dinámica y cambiante, determina que la civilización o la des-civilización no sean categorías estáticas, sino móviles; que no sean esencialmente permanentes, sino transitorias. Teniendo esto presente y abundando en ese sentido técnico propio de los conceptos sociológicos, lo opuesto a la civilización no sería la barbarie — término de cariz valorativo negativo — sino la des-civilización. Como todo concepto, su definición, contenidos y límites resultan problemáticos. Aquí se han considerado algunos de los posibles problemas que se plantean al respecto. El primero tiene que ver con la asignación a la des-civilización de un estatuto de parada del proceso civilizatorio, parada que implica una posterior reanudación de la marcha. Es un estatuto que aboca a una comprensión del proceso civilizatorio como proceso unilineal, portador de necesidad y revelador de algún sentido teleológico. Sin embargo, esa visión no es consistente con la concepción general del cambio social en Elias, de tipo probabilístico, inintencional y con dirección aunque sin finalidad moral. El segundo de estos problemas se refiere a la relación de la des-civilización con el tiempo. En función de tal relación, la des-civilización funciona analíticamente como un proceso a corto o a largo plazo. A corto plazo, la des-civilización corre el riesgo de asimilarse al papel desintegrador generado por Estados de corte represivo y violento, reduciendo lo que habría de ser un proceso de carácter social a uno de naturaleza política. De ahí la pertinencia de distinguir des-civilización y dis-civilización, empleando esta última noción precisamente para esos procesos de protagonismo estatal. Por mi parte, he querido llamar la atención sobre la des-civilización a largo plazo advirtiendo la posibilidad de un proceso socialmente desintegrador que posea las mismas características que Elias otorgó a lo procesos civilizatorios a largo plazo: no planeado, inintencional, estructurado, sostenido y con dirección identificable. Explorar esa posibilidad invita a mirar al pasado, buscando ejemplos de sociedades sometidas a procesos desintegradores de larga duración. Y esta invitación permite constatar dos carencias básicas de la sociología: la escasez teórico-empírica en lo que toca a la explicación del fenómeno de la desintegración social a largo plazo y el relativo desinterés por el estudio de las sociedades más remotas en el tiempo. La literatura acerca del colapso societal puede proporcionar algunas evidencias. De dos de sus textos básicos se ha efectuado una lectura eliasiana en el intento de comprender mejor estos interesantes a la vez que inquietantes procesos des-civilizatorios a largo plazo.

 

Bibliografía

Abrams, P. (1982), Historical Sociology, Nueva York, Cornell University Press.

Arendt, H. (2004), Eichmann em Jerusalem. Uma Reportagem sobre a Banalidade do Mal, Coimbra, Tenacitas.

Arnason, J. (2003), “Elias in Japan: State power, military elites and organized violence”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, Londres, Sage Publications, 2.

Béjar, H. (1993), “La sociogénesis del individuo”, en H. Béjar, La Cultura del Yo. Pasiones Colectivas y Afectos Propios en la Teoría Social, Madrid, Alianza Editorial.

Bogner, A. (1986), “The structure of social rocesses: a commentary on the Sociology of Norbert Elias”, Sociology, 20 (3), pp. 387-411.

Breuer, S. (1991), “The denouements of civilization: Elias and modernity”, International Social Science Journal, 128, pp. 401-416.

Diamond, J. (2006), Colapso. Por Qué Unas Sociedades Perduran y Otras Desaparecen, Barcelona, Debate.

Dunning, E., y S. Mennell (1996), “Balanço das tendências civilizadoras e descivilizadoras no desenvolvimento social da Europa Ocidental: os escritos de Norbert Elias sobre a Alemanha, o nazismo e o holocausto”, Revista Crítica de Ciências Sociais, 45, pp. 73-111.         [ Links ]

Dunning, E., y S. Mennell (1998), “Elias on Germany, Nazism and the Holocaust: on the balance between ‘civilizing’ and ‘decivilizing’ trends in the social development of Western Europe”, The British Journal of Sociology, 49 (3), pp. 339-357.

Elias, N. (1982), La Sociedad Cortesana, Madrid/Méjico, FCE.

Elias, N. (1987), El Proceso de la Civilización. Investigaciones Sociogenéticas y Psicogenéticas, Madrid/Méjico, FCE.

Elias, N. (1994), Teoría del Símbolo, Barcelona, Península.

Elias, N. (1996), The Germans, Cambridge, Polity Press.

Elias, N. (1997), “Towards a theory of social processes”, The British Journal of Sociology, 48 (3), pp. 355-383.

Elias, N. (1999), Sociología Fundamental, Barcelona, Gedisa.

Elias, N. (2002 [1985]), Humana Conditio, Barcelona, Península.

Fletcher, J. (1997), Violence & Civilization. An Introduction to the Work of Norbert Elias, Oxford/Cambridge, Polity Press.

García Martínez, A. N. (2006), El Proceso de la Civilización en la Sociología de Norbert Elias, Pamplona, EUNSA.

Hughes, Jason (1998), “Norbert Elias”, en Rob Stones (ed.), Key Sociological Thinkers, Londres, Mcmillan Press.

Mazlish, B. (2004), Civilization and Its Contents, Stanford, Stanford University Press.

Mennell, S. (1989a), Norbert Elias. Civilization and the Human Self-Image, Oxford, Basil Blackwell.

Mennell, S. (1989b), “Short term interests and long term processes: the case of civilisation and decivilisation”, en J. Goudsblom, E. L. Jones y S. Mennell (eds.), Human History and Social Process, Exeter, University of Exeter.

Mennell, S. (1990), “Decivilising processes: theoretical significance and some lines of research”, International Sociology, 5, pp. 205-223.

Mennell, S. (2001), “The other side of the coin: decivilizing processes”, en T. Salumets, (ed.), Norbert Elias and Human Interdependencies, Montreal/Kingston/Londres/Ithaca, McGill-Queen’s University Press.

Mennell, S. (2003), “Asia & Europe: comparing civilising processes”, en E. Dunning y S. Mennell (eds.), Norbert Elias, Londres, Sage Publications, 2.

Mennell, S. (2007), The American Civilizing Process, Cambridge, Polity Press.

Mennell, S., y J. Goudsblom (eds.) (1998), “Introduction”, en On Civilization, Power and Knowledge, Chicago/Londres, The University of Chicago Press.

Ramos, R. (1993), “Problemas textuales y metodológicos de la sociología histórica”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 63, pp. 7-28.

Ramos, R. (1994), “Del aprendiz de brujo a la escalada reflexiva: el problema de la historia en la sociología de Norbert Elias”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 65, pp. 27-53.

Ramos, R. (1995), “En los márgenes de la sociología histórica: una aproximación a la disputa entre la sociología y la historia”, Política y Sociedad, 18, pp. 29-44.

Smith, D. (1991), The Rise of Historical Sociology, Cambridge, Polity Press

Swann, A. (1997), “Widening circles of disidentification. On the psycho and sociogenesis of the hatred of distant strangers: reflections on Rwanda”, Theory, Culture and Society, 14 (2), pp. 105-122.

Swann, A. (2001), “Discivilization, mass extermination and the State”, Theory, Culture and Society, 18 (2-3), pp. 265-276.

Tainter, J. (1988), The Collapse of Complex Societies, Cambridge, Cambridge University Press.

Van Benthem Van Der Bergh, G. (2001), “Decivilising Process”, Figurations, 16, pp. 2-4.

Van Krieken, R. (1998), Norbert Elias, Londres/Nueva York, Routledge.

Van Krieken, R. (1999), “The barbarism of civilization: cultural genocide and the ‘stolen generations’”, The British Journal of Sociology, 50 (2), pp. 297-315.

Van Krieken, R. (2005), “Occidental self-understanding and the Elias-Duerr dispute: ‘thick’ versus ‘thin’ conceptions of human subjectivity and civilization”, Modern Greek Studies, 13, pp. 273-281.

Wacquant, L. (2001), “Elias en el gueto negro”, en L. Wacquant, Parias Urbanos. Marginalidad en la Ciudad a Comienzos de Milenio, Buenos Aires, Manantial.

 

[1] El trabajo que aquí se presenta es parte de un proyecto de investigación post-doctoral titulado El Hombre Civilizado en España y Portugal: Modelos deComportamiento y Emocionalidad en las Dictaduras Franquista y Salazarista (Ref.: SFRH/BPD/26210/2006), desarrollado bajo la orientación del prof. Doctor António Reis y financiado por la Fundação para a Ciência e aTecnologia del Ministério de Educação, Ciência e Ensino Superior de Portugal.

[2] Un recorrido histórico por los contenidos del concepto de civilización puede verse en Mazlish (2004).

[3] La lectura de El Proceso de la Civilización (1987) es inexcusable si se quiere acceder al corpus completo de la propuesta eliasiana. Referencias básicas a sus tesis en el nivelmacrosociológico aludiendo a las denominadas “leyes estructurales del proceso civilizatorio” pueden verse en Elias (1987: 518). Las referencias relativas al nivelmicrosociológico y la caracterización de una economía afectiva civilizada pueden encontrarse en Elias (1987: 499, 502-503). Síntesis recomendables del pensamiento sociológico deNorbert Elias sonMennell (1989a), Béjar (1993),Hughes (1998), Van Krieken (1998) y García Martínez (2006).

[4] Esta interpretación en clave de balance aplica la lógica descrita inicialmente por Elias en su análisis de la constitución demonopolios estatales de la violencia; cfr. Elias (1987: 265-446). Específicamente, las referencias al mecanismo feudal como ejemplo de fuerza de signo centrífugo pueden verse en Elias (1987: 275-276). Una enumeración de las fuerzas de signo centrípeto correctoras de la dispersión provocada por elmecanismo feudal puede encontrarse en Elias (1987: 257-264). Por último, la explicación delmecanismo de constitución demonopolios centralizados de la violência puede seguirse en Elias (1987: 354). Posteriormente, esta lógica relativa al balance entre el par centrípeto/centrífugo la haría extensible de formamás explícita a la comprensión global del proceso civilizatorio en Elias (1997). Factores indicativos de procesos civilizatorios y des-civilizatorios se exponen en Mennell (1989b: 113).

[5] Sirvan como muestra las siguientes palabras de Norbert Elias (1987: 450): “[…] los planes y las acciones, losmovimientos emocionales o racionales de los hombres aislados se entrecruzan de modo continuo en relaciones de amistad o enemistad. Esta interrelación fundamental de los planes y acciones de los hombres aislados pueden ocasionar cambios y configuraciones que nadie ha planeado o creado. De esta interdependencia de los seres humanos se deriva un orden de un tipo muy concreto, un orden que esmás fuerte ymás coactivo que la voluntad y la razón de los individuos aislados que lo constituyen. Este orden de interdependencia es el que determina la marcha del cambio histórico, es el que se encuentra en el fundamento del proceso civilizador. ” Un estudio de suma utilidad para el análisis de la perspectiva eliasiana del cambio social es Ramos (1994), fundamentalmente desde su sección IV.

[6] Las críticasmás afiladas y sistemáticas dirigidas contra el enfoque eliasiano han llegado desde la antropología de la mano de Hans Peter Duerr y sus cuatro volúmenes acerca del “mito del proceso de la civilización”.Duerr sitúa a Elias próximo a una ideología colonialista por atribuir aparentemente la superioridad técnico-militar europea a la superioridad de sumodelo de control de los impulsos. Una síntesis de esas críticas puede leerse en Van Krieken (2005).

[7] La concreción del proceso civilizatorio en singular en un proceso civilizatorio específico y determinado puede seguirse, para el caso de los Estados Unidos, enMennell (2007); para el caso comparado Europa-Asia, en Mennell (2003) y para el caso japonés en Arnason (2003).

[8] Para Elias, una figuración es la forma específica de interdependencia que liga a unos individuos com otros. Las diferencias entre figuraciones dependen de la longitud de las relaciones de interdependencia y de su complejidad. Estas dependencias no son recíprocamente equilibradas sino que existen márgenes diversos de autonomía y de poder, entendido éste último siempre de forma relacional. La sistematización teórica de este concepto puede encontrarse en Elias (1999: 85-122). Una concreción empírica del mismo, la figuración social cortesana, puede verse en Elias (1982: 107-196).

[9] Ajuicio de Elias, es preferible hablar de posibilidad o probabilidades de cierto grado antes que de necesidad, concepto que nos sume en una “[…] jungla de asociaciones físico-matemáticas” (Elias, 1999: 199).

[10] El evolucionismo eliasiano carece de teleología: no distingue ningún momento de partida y llegada ni punto “cero” ni punto “final” para la civilización (Elias, 1987: 488). Tampoco se trata de un proceso de perfeccionamiento moral (Elias, 1987: 16). Para Elias, la civilización nunca está finalizada—requiere autodisciplina y pacificación del espacio social—y por ello siempre existe el riesgo de ser subvertida por las propias tendencias de la sociedad (Elias, 1994: 141).

[11] Al respecto, los más relevantes son Van Krieken (1999) y Wacquant (2001).

[12] El ejemplo clásico de dis-civilización lo representa Adolf Eichmann, responsable de la organización logística de los campos de concentración nazi, como individuo perteneciente a una sociedad integrada, la alemana, que al tiempo, participa de la maquinaria estatal que aplica violência extrema sobre poblaciones concretas en aras de su eliminación. El análisis clásico de la cuestión Eichmann sigue siendo el de Arendt (2004).

[13] Para una aproximación al programa teórico y empírico de la sociología histórica pueden verse Abrams (1982), Smith (1991) y Ramos (1993; 1995).

[14] El término des-identificación, tratado por Swaan (1997), se refiere al proceso cognitivo y emocional mediante el cual las personas desarrollan afectos y visiones negativas de los otros desembocando en la aversión, el rechazo y la exclusión social.

[15] Las referencias a esta función de la sociología como guía para la acción humana pueden encontrarse en Elias (1999: 202-203; 1987: 451; 1997: 371, 373-375). Refiriéndose a la opacidad social que provoca el desajuste entre el desarrollo de la sociedad y el desarrollo previsto y planeado por los individuos, Elias (1997: 381-382) ilustra de este modo aquella función asignada a la sociología: “La perspectiva teórico-empírica de que todo plan humano a corto plazo es influido por procesos no planeados a largo plazo elimina esa opacidad. Aclara cómo el desarrollo no planificado, que conduce la acción humana una y otra vez por sendas inintencionadas, se halla estructurado y, en correspondencia, es explicable. Una investigación sistemática hará los procesos no planeados a largo plazomás accesibles al entendimiento humano. Esto también permitirá tenerlos en cuenta en mayor medida que nunca a la hora de su planificación.”

[16] Literalmente, Elias concluye El Proceso de la Civilización con la siguiente frase: “La civilización no se ha terminado. Constituye un proceso.” Cfr. Elias (1987: 532).

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons