La pintura asertiva. Au-dessus de la mêlée

Carles Gabarró (Barcelona, España, 1956) es un artista de una trayectoria larga e intensa, donde la pintura, en todos sus atributos, ha vertebrado unos postulados constates desde el inicio de su carrera a comienzos de los años ochenta. Habiéndose formado en la Facultad de Bellas Artes en Barcelona, precedieron a sus estudios una dilatada estancia en París. Esta ciudad y la cultura francesa dejaron huella en su personalidad artística -no en vano tiene a la obra de Georges Braque como modelo formal y poético perenne. También, con posterioridad, por afinidad, asimiló toda la avalancha del neoexpresionismo alemán y la trasvanguardia italiana en el clima fecundo de liberación del ‘retorno a la pintura’ y entusiasmo creativos en la década de su formación. Desde entonces, huyendo de la banalidad, su obra se caracteriza por una búsqueda de la profundidad, del sentido, que, al margen de las estrategias, muestra una dimensión existencial.

En este artículo se presenta el universo narrativo que se ha ido configurando en Carles Gabarró, pintor que trabaja por series, impulsado por la inquietud y las obsesiones en determinados períodos de tiempo. Las series jalonan un recorrido que, en la distancia, muestra una evolución coherente, evolución que va desde lo autorreferencial a relecturas de la historia, a menudo crípticas, bajo una visión humanista. Desde la mirada y la acción su ‘activismo’ es interior.

Su obra nunca abandona un mínimo armazón figurativo, que nace más de un croquis que de una planificación elaborada, para desplegar los motivos que protagonizan sus series: arquitecturas, vanitas, cráneos, nubes, paisajes, redes, figuras geométricas, bibliotecas, paletas de pintor, lechos, escaleras; combinación de ellos o en esporádicas citas de la historia del arte (ver Figura 1, Figura 2, Figura 3, Figura 4 y Figura 5, Gabarró, s/d). También a la par que a su imaginario hay que destacar en su pintura el gesto y sobre todo la materialidad, que imprime a sus cuadros una fuerte presencia física. Constantes de su obra son la acumulación de lechos pictóricos -metáfora de una memoria solidificada- y el empleo de una paleta cromática de tonalidad grave. Con todo su pintura asume la herencia que parte del tronco de la tradición moderna, de la rama que asoma Courbet, Cézanne y Braque, ramificándose a su vez en epígonos como Philip Guston, Markus Lüpertz o Enzo Cucchi, entre otros. La pintura de Carles Gabarró es como cerrar el círculo de las derivas del ciclo visionario de pintura, estando al margen de las disputas, au-dessus de la mêlée, para reivindicar ‘su’ espacio de la pintura, su asertividad.

Figura 1 Carles ^{Gabarró, Naufragio, 2019}. Óleo sobre tela, 200 x 200 cm. Fuente: cortesía del artista 

Figura 2 Carles Gabarró, Biblioteca-vanitas # 20, el bou de Rembrandt, 2007. Óleo sobre tela, 200 x 200 cm. Fuente: cortesía del artista 

Figura 3 Carles Gabarró, Fábrica, 2016. Óleo sobre tela, 65 x 80 cm. Fuente: cortesía del artista 

Figura 4 Carles Gabarró, Balzac à Fontainebleau #5, 2016. Óleo sobre tela, 130 x 110 cm. Fuente: cortesía del artista 

Figura 5 Carles Gabarró, Serie poliedros, 2003. Óleo sobre tela, 160 x 130 cm. Fuente: cortesía del artista 

1. Vida y naufragios. Journaux du peintre

Y además sabía esto: la inteligencia olvida, la imaginación no olvida nunca. […] Todos y cada uno de los momentos de mi vida encajan unos con otros, sin necesidad de elementos intermedios auxiliares. Existe una conexión inmediata; lo único que tengo que hacer es liberarla con la fantasía.

Peter Handke, La doctrina del Sainte-Victoire (^{Handkle, 2018}: 100)

Carles Gabarró es un artista que no trata de sorprender, ni de especular, tampoco trabaja bajo unos preliminares, tan siquiera para un espacio expositivo determinado; es un artista que conforma su obra día a día, con una fidelidad absoluta al medio pictórico, asumiendo su dialéctica, su discurso y sus crisis. No es un artista que trabaja con la pintura, es un pintor que concibe el hecho de ser artista con la pintura. Hay firmeza, rebeldía en su posicionamiento, en el modelo del héroe pintor de Delacroix (^{Baudelaire, 2019}: 60-96). También revela un espíritu melancólico volcado hacia el pasado, pero de irrupción contemporánea, que se manifiesta como en el pintor francés (Delacroix, 1999: 24). Pero sobre todo hay implícito un ideal de libertad de acción, tanto narrativa como pictórica, se trata en suma de ‘la invención de un proyecto’ creativo, es decir de la ‘valentía’ que constituye la liberación pictorica y de libertad de acción (^{Marina, 2006}: 243-244).

Todo el recorrido de su obra tiene algo de autobiográfico, en su capacidad de asimilación de influencias y modelos históricos todo se adapta a sus mitos personales. Su quehacer diario, el diario de un pintor, constituye su “vida y trabajos”, el peso de los días y el poso de la pintura. Se trata de la evolución de una obra que abarca más de tres décadas y media, donde su alegato queda difuminado en la selva del arte actual. Sin embargo pronto se adhirió al resurgir de la figuración simbolista, asimilando al mismo tiempo vanguardia y tradición para mostrar una enigmática visión cargada de subjetividad.

Sus cuadros constituyen alegorías sobre el arte, la vida y la fragilidad de la existencia humana, alegorías más o menos explícitas que se organizan escenas que condensan emblemas, símbolos; repertorios icónicos de temas que giran en torno a la metamorfosis, la vanidad, la mortalidad, la ausencia humana y el silencio (^{De Chirico, 1990}: 42 y 109). Entre sus obras se detecta una genealogía de la solidez compositiva en la pintura, que arranca desde Poussin, Chardin, Courbet, Van Gogh, Cézanne; pasa por un cubismo revisitado, un Braque maduro e íntimo; y se extiende al surrealismo, a De Chirico y Carrà; atraviesa la École de Paris, el informalismo; y se aproxima cronológicamente a la obra figurativa de Philip Guston, al neoexpresionismo alemán y a la trasvanguardia italiana. Así mismo se hallan semejanzas con pintores más actuales: Gérard Garouste y Jean-Charles Blais, éste último de la misma edad que Carles Gabarró, un representante de la figuration libre francesa con el que comparte obsesiones, asociaciones de ideas y mestizaje.

2. Alegorías del enigma. Ciclos visionarios

Je ne peins des figures qui ne sont plus des personnages mais des objets ; Ce sont des accessoires qui appartiennent à ma peinture, au même titre que les chapeaux, les maisons, les arbres, les chiens… Le corps est devenu un morceau. Jean-Charles Blais, [Declaración (1984)] (^{AAVV, 1984}: 57)

Carles Gabarró afirma que “la pintura representa un intento de articular un sentido fuera del lenguaje. Tiene algo de preverbal, y si no, piensa en las pinturas rupestres” (^{Ros Blasco, 2010}). Por eso su pintura elude la retórica, desvela emociones, impulsos del inconsciente, visiones que sirven de terapia. Para ello Carles Gabarró crea atmósferas, imágenes de un mundo que parten de experiencias reales. Estas experiencias se materializan en obras que se agrupan por series -series o ciclos de tres o cuatro años de duración. Son ciclos que narra el autor en primera persona, impregnados de un misterio de connotaciones psicológicas. Como en la obra titulada Naufragio (ver Figura 1), en la que aparece un lecho sobre una almadía a la deriva en un mar tenebroso -en clara alusión al cuadro “La balsa de la medusa”. Como en la obra de Géricault la cama sobre el océano sombrío semeja la tabla de un náufrago -o una mesa de disección-, y representaría un lamento de la deriva posmoderna del sujeto (^{Francalanci, 2010}: 155-157). Aun estando ausente la figura humana en la pintura de Carles Gabarró a menudo aparece el cráneo como en las vanitas de la historia del arte. Memento mori que figura en una cita directa de la obra de Rembrandt: “El buey desollado”, una representación que infiere el inevitable destino de todos los asuntos mundanos (ver Figura 2).

La mayoría de los motivos que aparecen en sus obras siempre remiten a formas existenciales, del estado de las cosas a la contemplación de una realidad abandonada, enigmática, de tiempo eterno, o suspendido. Presente también en las escuetas arquitecturas, en las que reconocemos influencias surreales, metafísicas, de las representaciones urbanas de las piazze de De Chirico, de los austeros edificios de Carrà y las arcaicas construcciones de Sironi, que albergan un ‘sentimiento trágico’ (^{Carrà, 1999}: 80). Evocación histórica de la angustiosa soledad, evidente en las arquitecturas de la serie La Fábrica: edificios, chimeneas, escaleras (ver Figura 3). Ecos italianos y también influencia de las corrientes de la Alemania de entreguerras, donde aparece el género architekturmalerei [pintura de la arquitectura], un género entre el postexpresionismo, el realismo mágico y antesala de la ‘nueva objetividad’ (^{Marchán Fiz, 1986}: 99-118).

También en su serie de Paisajes se comparte el mismo tratamiento tectónico y constructivo, son paisajes oscuros, a veces flanqueados de cipreses como llamas negras, con frecuentes evocaciones a un paisaje concreto, muy estimado por el pintor: el de la cordillera abrupta de Els Ports de Beseit, en el confín oriental de Aragón, el más mediterráneo. Paisaje por el que se deja perder a menudo, como Cézanne en su route por la Provenza, y como Petrarca en su ascensión al Mont Ventoux en 1336 -experiencia sublime de elevación y percepción estética de la naturaleza (^{Petrarca, 2019}).

Hay que mencionar una serie distinta de su trabajo habitual, la titulada Balzac à Fontainebleau (ver Figura 4), inspirada en el fortuito encuentro con unas esculturas envueltas por un ropaje en los jardines Castillo de Fontainebleau. Las telas blancas que las cubren les asignan una percepción nueva. Se trata del desplazamiento de sentido, turbador e inquietante, que se produce al contemplar estatuas o muebles fuera de su contexto, en un marco en el que no estamos acostumbrados a verlos, como se puede apreciar en algunas composiciones de ^{De Chirico (De Chirico: 1990}, 120-121.

Finalmente cabe reseñar la serie Retículas (ver Figura 5), compuesta de motivos de construcciones geométricas, que no obstante están elaboradas con misma factura pictórica que las obras de las otras series. Estas obras se componen de variaciones de un enjambre de líneas que evocan tramas, enrejados y formas poliédricas -como las figuras ideales de los sólidos platónicos. Son obras donde la línea se erige en objeto, la corriente del trazo entre la mano y la mirada que cristaliza en formas diamantinas: secretos de la armonía del cosmos, o la pulsión interior donde conviven la libertad y la regla.

3. El espesor del tiempo. La pintura terrenal

La pintura sin embargo, nos llena con su carga material y artesanal tanto como los aspectos enigmáticos y turbadores del mundo y de la vida. Giorgio De Chirico, Sobre el arte metafísico y otros escritos (^{De Chirico, 1990}: 123)

Más allá de la temática, las obras de Carles Gabarró se manifiestan desde la naturaleza material de la pintura, en este caso su densidad, lo que confiere una percepción de consistencia añadida en las marcas del pincel que ‘viven’ en la superficie del cuadro. La densidad de la materia pictórica es una constante en la evolución de la obra de Carles Gabarró, y un sello personal, en una entrevista afirma que “a veces veo que la pintura actual contiene un exceso de carga de imagen en detrimento de su carga pictórica. Creo que en la pintura operan unos mecanismos que trascienden la pura imagen. Todo es imagen, pero no todo es pintura” (^{Ros Blasco, 2010}). Ciertamente la pintura no solo es ‘imagen’, también es ‘materia’, por esto esta obra se percibe como energía que nace de un impulso vital, para fluir en un torrente de pinceladas que se colmatan en estratos pictóricos, visiones petrificadas que otorgan a sus cuadros una “opacidad impenetrable, densa y pastosa que ocupa el espacio pictórico con una intensidad tan preciosa como angustiante” - en palabras de Mercè ^{Vila (Vila, 2013}). Hay que señalar que la riqueza de su pâte picturale resulta también de la fabricación manual de las pinturas al óleo, en el ideal del verdadero métier de peintre del pasado (^{Watin, 2018}: 86-89), que en Carles Gabarró quizás tendría que ver su formación en ciencias químicas.

Al modelado de su empaste, al los efectos mates y opacos de sus frottis, le acompañan los sonidos sordos de los colores que lo integran: una gama cromática matizada, austera, parca en apariencia, pero rica; en una clave total baja, amortiguada; de colores cuaternarios, dominada por pigmentos ocres, sienas, sombras, pardos, grises negros y verdes desaturados. Tonalidades armonizadas en gamas apagadas pero sutiles, humildes pero nobles. La raíz de la pintura de Carles Gabarró pertenece a uno de los ‘dos dialectos de la pintura’ que describía el historiador y crítico de arte Alexandre Cirici, al referirse a la “geografía y materiales” de la pintura catalana: a la policromía natural que se percibe de los materiales duros del paisaje fragmentado de la Cataluña accidentada, distinta de la otra, la luminosa y sensual de la planicie (^{Cirici, 1988}: 210-211). Carles Gabarró pinta con los colores de la tierra, extraídos de ella, para volverla a representar, es la ‘pintura terrenal’.

Conclusión

Carles Gabarró es un superviviente de todas las convulsiones del arte, de las que ha sido testigo, mediante un trabajo que muestra la vigencia de una poética narrativa desde la pintura, fiel a unos principios estilísticos y procesuales, que van desde la asimilación de mitos de la historia a la biografía personal. La pintura también como medio que discurre a través del autoconocimiento y sirve antídoto para afrontar las emociones, y también como un ‘lugar’ para pensar sobre la frágil existencia humana. En definitiva Carles Gabarró sería el pintor que describe Baudelaire que expresa de un modo más pleno el drama de la vida contemporánea.