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Revista :Estúdio

versão impressa ISSN 1647-6158

Estúdio vol.12 no.33 Lisboa mar. 2021  Epub 31-Mar-2021

 

Artigos originais

Viajando con Carla Andrade, crítica de lo sublime, la utopía y el paisaje: eurocentrismo e identidades frágiles

Traveling with Carla Andrade, a critique of the sublime, utopia and landscape: eurocentrism and weak identities

Diego del Río Comesaña1 

1 Universidade de Vigo, Facultade de Belas Artes, Departamento de Escultura, rúa da Maestranza 2, 36002 Pontevedra, Galicia, España


Resumen

En este artículo abordaremos la problemática del viaje en el contexto de la obra de Carla Andrade tomando como ejemplo su último proyecto, Ningún río me protexe de min. El resultado será una descripción general de su trabajo en relación con esta temática. Mediante el análisis de los conceptos de lo sublime, la utopía y el paisaje, definiremos el viaje dentro de su práctica artística como la búsqueda obsesiva de una identidad dotada de cierta solidez en un mundo que nos conduce al desconcierto y como el espacio donde toma forma su crítica al pensamiento eurocéntrico.

Palabras clave: sublime; utopía; paisaje

Abstract

In this article we will deal with travel as an issue within the context of Carla Andrade’s work. Her last piece, Ningún río me protexe de min, will illustrates this well. The result will be a more general description of her artistic production in relation to this topic. By analysing the sublime, utopia and landscape we will define journey as an obsessive research for an identity endowed with a certain solidity in a world that leads us to confusion and as the space where her Eurocentric critique is built.

Keywords: sublime; utopia; landscape

1. Introducción

Carla Andrade (Vigo, España, 1983) se formó en la Universidad de Salamanca, en Comunicación Audiovisual; en la Goldsmith University de Londres, donde cursó el máster Artists’ Film & Moving Image; y en la UNED, en Filosofía. Ha realizado exposiciones individuales y colectivas en París, Londres, Nueva York, Madrid y Lisboa, entre otras muchas ciudades, además de participar en festivales de cine por todo el mundo. También ha recibido múltiples becas y conocido Nepal, Francia, Suecia e Islandia como creadora e investigadora en diferentes residencias artísticas.

Aquí intentaremos abordar uno de los cimientos conceptuales y experienciales de la práctica creativa de esta artista, el viaje, para lo cual examinaremos los conceptos de lo sublime, la utopía y el paisaje, que Andrade tiene muy en cuenta a la hora de acometer sus proyectos y cuya redefinición ejemplifica el cuestionamiento del eurocentrismo que caracteriza su pensamiento crítico. A fin de circunscribir la obra de la artista en un marco teórico general, tomaremos como modelo su último trabajo, Ningún río me protexe de min, una pieza audiovisual de aproximadamente 30 minutos de duración que todavía se encuentra en proceso de creación y estará terminada a lo largo de 2021.

Como veremos, el viaje en la obra de Andrade puede ser descrito como una huida constante en busca de una identidad estable; un procedimiento obsesivo cuyo objetivo es reconstruir las subjetividades fragmentadas y endebles inherentes a los individuos que viven la condición presente; una práctica que fracasa irremediablemente y que, por lo tanto, se experimenta como un castigo.

2. Redefinición de los conceptos de lo sublime, la utopía y el paisaje

La historia de la expansión europea ha sido objeto de elogios en innumerables ocasiones. Asimismo, no han faltado pensadores, algunos de ellos aquí citados, que blandieran el acero de su crítica feroz contra los avatares del eurocentrismo. Al respecto, creemos interesante entender los viajes de los «héroes» del Viejo Continente como el encuentro con lugares proyectados de antemano, como menciona Sloterdijk (2019). En este sentido, incluso antes de la conquista del mundo, ya existía una imagen europea del globo. Los descubridores se comportarían como proyectiles de metralla en el mundo exterior homogéneo y transitable al que eran arrojados. La Edad Moderna, así, fue una historia de desplazamientos a gran velocidad por una esfera lisa e indiferente (Sloterdijk 2019:136-7).

La misma división en disciplinas de las ciencias humanas deriva de la ideología liberal dominante en el siglo XIX. Mientras la tríada economía-política-sociología se dedicaba al estudio del Occidente civilizado, la antropología se reservó para los «pueblos primitivos» (Wallerstein 2012:137). De ahí las dificultades a la hora de trabajar a partir de lugares lejanos desde nuestra perspectiva. No obstante, en los últimos años se ha producido una reformulación de la etnografía influida por el paradigma poscolonial: una nueva manera de pensar sobre la cultura, más allá de la investigación empírica y el interés exótico, desde el punto de vista de la «observación participante» (Guasch 2016:229).

Asistimos entonces a un cierta retórica pseudoetnográfica en el arte actual, que hace especial hincapié en aspectos vinculados a la identidad y la diferencia entre gentes y lugares del mundo globalizado: es el llamado giro etnográfico del arte contemporáneo, en que podríamos encuadrar el trabajo de Andrade, si bien es necesario hacer notar que esta artista no intenta hablar «acerca de», sino «cerca de» (Guasch 2016:242). Carla Andrade, que ha nacido en el Viejo Mundo, es consciente de las contradicciones que supone acometer su práctica creativa desde el viaje a lugares lejanos, por lo que parte de la humildad y la tolerancia hacia la otredad.

Si la conquista del globo no fue una historia de encuentros con lo desconocido, pues ya existía una proyección del mundo por ocupar en forma de imagen, tal como manifestamos, Andrade arremete contra la experiencia de lo sublime kantiano, no porque parta del interés por el paisaje como algo enigmático, sino debido a su modo de proceder.

Una aproximación a lo bello natural con el ennoblecimiento personal como objetivo podría derivar en un acto de heroísmo y no ser otra cosa que un reflejo de la megalomanía burguesa. De esta suerte, los románticos subyugaban grandiosamente los fenómenos y olvidaban que existe un límite para con el paisaje, una frontera que nos impide acceder a él y nos recuerda nuestra impotencia como sujetos (Adorno 2020, p. 99). Los viajes, tanto para los románticos como para los conquistadores, partían del principio de dominación; la contemplación del paisaje era un acto de sometimiento.

Andrade ya no se sirve de lo sublime en estos términos. En su obra el concepto apunta también a una experiencia que surge del encuentro con lo otro, pero cuya finalidad no radica en el deleite de los sentidos o la glorificación personal. Lo sublime nace del respeto a la alteridad radical, de una relación ética con lo desconocido, que no categoriza ni define el objeto, sino que lo deja ser tal y como es.

La concepción personal que Andrade tiene de la utopía también se puede comprender desde un enfoque antieurocéntrico, pues ya no responde a la culminación de la Historia con mayúscula, diacrónica y Occidental. Al contrario, alude a la abolición del pensamiento dualista, desde el que se ha deducido, como decíamos, la separación entre los estudios del mundo civilizado y el pueblo bárbaro, después institucionalizada. La búsqueda de lo cercano en lo lejano por medio del viaje, tan presente en su obra, tiene como propósito perseguir esa utopía que, no obstante, le parece irrepresentable.

Si nos apoyásemos en las reflexiones de Javier Maderuelo sostendríamos que la noción del paisaje surgió a principios del siglo XVII en estrecha conexión con la pintura de los Países Bajos, tras una lenta sedimentación de estratos de orígenes tan dispares como la percepción, el lenguaje, la religión, la jardinería, la literatura o los descubrimientos científicos, y que no ha dejado de evolucionar; de hecho, su sombra se extiende desde la tradición pictórica neerlandesa hasta el activismo ecologista, pasando por las prácticas urbanísticas y el turismo de masas. Concluiríamos que, al estar dicha noción tan contaminada, el término que la designa ha perdido su capacidad para referirse a algo preciso. Con todo, podríamos convenir que en Occidente reconocemos el paisaje como una construcción, una argucia que proviene de la relación del individuo con la naturaleza. Siguiendo este razonamiento, estaríamos ante un constructo cultural que atañe directamente al sujeto, pues sin interpretación no hay paisaje. No sería lo que está delante, sino lo que se ve (Maderuelo 2005).

Para Andrade, sin embargo, el paisaje es menos un constructo que una dimensión trascendente. Se revela como la parte irracional, salvaje y natural del inconsciente humano (Franganillo, 2014). A través de él se pueden alcanzar los motores ocultos de la realidad (Villarón, 2018) y, en este sentido, podría considerarse una puerta de acceso a lo Real tal y como lo define Jacques Lacan, lo auténtico, lo no contemplable, lo que no está sujeto a las leyes del orden simbólico (Foster 2017:11-3). El medio fotográfico, del que se sirve Andrade habitualmente, se emplea en este caso para captar aquello a lo que no se puede acceder cognitivamente, como explicó Rosalind Krauss (2002).

Así, entendemos que los paisajes que rodean a Andrade en sus viajes apuntan a la eterna búsqueda de un Real que pueda trastocar su visión del mundo. No intenta dominar lo externo para deleitarse con ello, ya que estaría impugnando su propia concepción de lo sublime y reproduciendo la tradición eurocentrista que ella misma reprueba. Por el contrario, es el propio paisaje el que rompe los esquemas y abre una cesura entre lo construido simbólicamente por el sujeto y la realidad caótica que nos sacude con fuerza. El desorden de lo externo no entiende de dualismos, y por eso es utopía.

3. El bucle del viaje: la búsqueda de lo cercano en lo lejano

Ningún río me protexe de min es un proyecto que comienza in media res. Lo lógico sería situar su inicio en el verano de 2018, cuando Carla Andrade viaja a la República Centroafricana para, desde allí, adentrarse en la selva del Congo y convivir con uno de los grupos étnicos más antiguos del mundo, el pueblo ba’aka. No obstante, el grueso del material que la artista había filmado se perdió durante su estancia y, en apariencia, la formalización del trabajo poco tiene que ver con ese viaje inicial, a pesar de las grabaciones conservadas. El filme parte del alivio que le produjo no tener que exhibir una imagen superficial de un lugar que le resultaba extraño e imposible de capturar digitalmente.

La pregunta que ha rondado por la cabeza de Andrade y a la que ha intentado dar respuesta mediante su obra es la siguiente: ¿qué es lo que buscamos cuando buscamos lejos? Sin embargo, no ha aclarado esta cuestión realizando viajes a lugares remotos, lo que la llevó a indagar en su pasado, en lo cercano, en sus cartografías interiores. Las conversaciones que mantuvo con su madre y una serie de películas domésticas antiguas que volvió a ver tras su visita al Congo le sirvieron para escarbar en sus raíces y percatarse de lo fragmentario de su identidad, de los cimientos tan endebles que la sustentaban.

Este problema identitario irresoluble se revela como la causa primordial de su obsesión, de su búsqueda constante en lo distante. En esta oportunidad, los diálogos entre madre e hija exponen uno de los asuntos que agravan la situación, la necesidad que tiene Andrade de vivir separada de su familia por su bien, la misma que Remedios Zafra considera sintomática de nuestro presente y que afecta en particular a quien se dedica a labores creativas. Es una forma de exilio que empieza con ilusión y termina en desesperanza. Alejados de nuestras familias por amor al arte, acabamos encerrados en pequeñas habitaciones, entretenidos en burocracias y procesos de evaluación permanentes, aplazando nuestro futuro una vez tras otra sin sentirnos verdaderamente realizados (Zafra 2017:237-8).

El yo monocromático, atado a un lugar y ligado a la patria, parece imposible en la actualidad pese a las reivindicaciones de lo local y al auge de la ultraderecha mundialmente. Podríamos comparar la cultura contemporánea con el hipertexto, como Byung-Chul Han. En este aspecto, nuestro yo se fragmenta y pluraliza, el ser se dispersa en un hiperespacio de posibilidades y acontecimientos en un proceso acumulativo que genera densidades (Han 2018:75-6). De esta forma, los contenidos culturales heterogéneos se yuxtaponen en un momento en el que las comunicaciones nos permiten acortar las distancias. Por tanto, es entendible que Andrade no hable de la identidad quebrada como algo particular. Antes bien, apela a sus coetáneos, que sufren el desconcierto de esta condición.

El nomadismo aquí obedece a un interminable rastreo de algo que falta. Para Andrade, el continuo viaje es el fármaco que mitiga el malestar de la dura realidad: que la auténtica solución a su problema se encuentra en lo ya conocido. Intentar buscar lo cercano en lo lejano constituye la aporía de su práctica artística. En palabras de Benjamin (2014, p. 49): “Una gran mayoría de la gente busca el amor en su hogar eterno. Otros (muy pocos), un eterno viaje. Estos son melancólicos que evitan el contacto con la tierra. Buscan a quien mantenga lejos de ellos la violenta nostalgia del hogar. Y, a eso, son fieles.”

En resumen, Ningún río me protexe de min (Figura 1) es una pieza audiovisual en que confluyen lo documental, autobiográfico, emocional y ensayístico. El filme propone una inversión entre sonido e imagen. Intercala, por un lado, los restos de las grabaciones de la República Centroafricana con fragmentos de las conversaciones con su madre. En cambio, las escenas cotidianas y los paisajes de su lugar de origen, Nigrán, están acompañados de sonidos de la selva del Congo y cánticos del pueblo ba’aka. De este modo, hay una fluctuación entre distancia y proximidad que apunta a la pregunta inicial del proyecto. Lo que Carla Andrade busca en lo lejano es lo cercano. El viaje que nunca termina es un bucle cuyo propósito es reconstruir una identidad siempre escindida.

Figura 1: Carla Andrade, Ningún río me protexe de min, 2021. Video HD + Súper 8, 27 min. Fuente: propiedad de la artista 

4. Conclusión

Hemos tomado como ejemplo Ningún río me protexe de min para trazar un puente entre los distintos conceptos que sobrevuelan la producción artística de Carla Andrade y ofrecer una descripción general de su trabajo creativo, en que la redefinición de lo sublime, la utopía y el paisaje, como hemos visto, concurren en una crítica a las perspectivas eurocéntricas, de un lado; y, del otro, también cimientan una vía estratégica que Andrade utiliza para combatir sus propias contradicciones internas. El nomadismo es el procedimiento nunca completado mediante el cual busca su propia identidad. Este yo fragmentado y el rizo constante del viaje no son, por otra parte, únicamente problemas personales, sino síntomas de los problemas del presente. En este sentido, las inquietudes punzantes que atraviesan la obra de la creadora viguesa se dirigen desde lo individual hacia lo colectivo.

Si entendemos por sublimación en la obra de arte la proyección del inconsciente del creador en el objeto, tomado como tabula rasa donde verter lo subjetivo (Adorno 2020:18-31), podemos decir que el trabajo de Carla Andrade se sitúa entre la sublimación y lo sublime, tal y como aquí ha sido definido. Su práctica artística se encuentra en el gozne que articula la aceptación de lo desconocido y el trazado de una identidad fragmentada en lo externo. Así, terminamos topando con la paradoja de una identidad en flujo constante que intenta encajar en lo lejano, sin comprenderlo. Esta es la condena a la que se somete Andrade y que queda reflejada en el proyecto fílmico que nos ha servido para comprender su trabajo en un sentido más amplio.

Agradecimientos

Agradezco a la Universidade de Vigo y al grupo de investigación DX7, del que formo parte gracias al contrato predoctoral convocado por esta misma institución, la oportunidad de escribir este artículo y participar en este congreso.

Referencias

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Recibido: 15 de Febrero de 2021; Aprobado: 01 de Marzo de 2021

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