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CIDADES, Comunidades e Territórios

versão On-line ISSN 2182-3030

CIDADES  no.41 Lisboa dez. 2020

https://doi.org/10.15847/cct.21017 

ARTIGO ORIGINAL

 

«No quería un desarraigo después de tanta lucha»: un análisis desde el enfoque de la movilidad espacial acerca de la configuración del anclaje territorial en una zona disputada

«I did not want to be uprooted after so many struggles»: a study from the spatial mobility approach about the configuration of the territorial anchorage in a disputed area

 

Mercedes NajmanI

[I]CONICET, Argentina. e-mail: mercedesnajman@gmail.com

 

 


RESUMEN

Como corolario de un largo proceso de lucha protagonizado por un grupo de hogares ocupantes de la denominada Traza de la ex AU3 (Ciudad de Buenos Aires), recientemente se construyó un conjunto de viviendas sociales que habilitó la radicación territorial de estos hogares en una zona disputada. A lo largo de este proceso, las consignas de rechazo al desplazamiento y derecho a la radicación, descansaron principalmente sobre la defensa del arraigo territorial de los hogares ocupantes. Este artículo propone un abordaje desde el enfoque de la movilidad espacial sobre los procesos de configuración de anclaje territorial. Mediante un análisis de corte cuantitativo sobre encuestas biográficas longitudinales realizadas a los hogares ocupantes que fueron destinatarios de la vivienda social emplazada en la traza, se reconstruyeron sus trayectorias residenciales y movilidades cotidianas con el propósito de indagar el rol que ocupó este territorio sobre sus repertorios geográficos. Los resultados dan cuenta de la relevancia que asume el territorio de la traza sobre las prácticas de movilidad, visibilizando anclajes territoriales emocionales y funcionales. Pero a la vez, las prácticas de movilidad muestran un rol fuertemente activo de los sujetos sobre la configuración de este espacio. En este sentido, a través de sus recorridos residenciales y sus desplazamientos cotidianos, estos hogares potenciaron al barrio en tanto capital locacional y al mismo tiempo reivindicaron su presencia en un territorio disputado.

Palabras clave: trayectorias residenciales, movilidad cotidiana, arraigo territorial, vivienda social, ciudad de Buenos Aires, capital locacional.


ABSTRACT

As a corollary of a long process of struggle carried out by a group of occupying households of the so-called Traza de la ex AU3 (City of Buenos Aires), a group of social housing was recently built and enabled the territorial establishment of these households in a disputed area. Throughout this process, the slogans of rejection of displacement and the right to settle rested mainly on the defense of the territorial roots of the occupying homes. This article proposes a study from the spatial mobility approach on the processes of territorial anchoring configuration. Through a quantitative analysis of longitudinal biographical surveys carried out on the occupant households that were recipients of the social housing, their residential trajectories and daily mobility were reconstructed with the purpose of investigating the role that this territory played on their geographical repertoires. The results show the relevance that this territory assumes on mobility practices, making visible emotional and functional territorial anchors. But at the same time, mobility practices show a strongly active role of the subjects on the configuration of this space. In this sense, through their residential routes and their daily trips, these homes empowered the neighborhood as a locational capital and at the same time claimed their presence in a disputed territory.

Keywords: residential trajectories, daily mobility, territorial rooting, radication, social housing, Buenos Aires city, locacional capital.


 

Introducción

La construcción de las viviendas sociales destinadas a los hogares ocupantes de la traza de la ex autopista 3 (de aquí en más Ex AU3) y localizadas en este territorio en disputa, constituye un caso disruptivo en relación a los patrones frecuentes de construcción de vivienda social en la Ciudad de Buenos Aires ya que habilitó la radicación de sectores populares en un área en vías de renovación y de gran atractivo para el mercado inmobiliario. Sin embargo, estas características disruptivas antes que dar cuenta de un nuevo lineamiento sobre las políticas habitacionales, emergen como consecuencia de fuertes procesos de organización protagonizados por los hogares ocupantes. En el marco de estas instancias de conflicto en donde participaron diversos actores involucrados en la disputa territorial, la consigna de radicación en la traza como bandera de los hogares ocupantes en respuesta a los intentos de desalojo fue cobrando centralidad y permitió dar cuenta de que estas familias no solo se organizaban en pos del acceso a una vivienda adecuada sino también de la defensa de un territorio de vida sobre el cual habían construido un fuerte anclaje territorial.

A lo largo de este artículo nos proponemos realizar un análisis de los procesos de configuración de este anclaje territorial a partir de las prácticas de movilidad espacial (residencial y cotidiana) de los hogares ocupantes que fueron destinatarios de la vivienda social en la traza. Mediante un análisis cuantitativo de sus prácticas de (in)movilidad residencial y cotidiana, se exploran las modalidades en que estos hogares reivindican su presencia en el territorio, configurando y a la vez dando cuenta del barrio como un componente central de sus estrategias de vida.

Tal como sostiene Abramo (2003), la noción de capital locacional evidencia que bajo el eje barrial suelen desplegarse una serie de recursos que son utilizados por los hogares para su reproducción. Estos recursos son en gran parte extrínsecos, es decir que se desprenden de la posición que el barrio ocupa en la ciudad en relación a las oportunidades de acceso a los bienes, servicios y oportunidades que la propia ciudad ofrece. Pero también existen otros recursos barriales que se derivan de elementos intrínsecos al mismo, como las redes de relaciones y las economías que allí se desarrollan y contribuyen a la formación de identidades territoriales y de estrategias de supervivencia (Abramo, 2003; Kaztman, 1999). Consideramos entonces, que el arraigo territorial y la voluntad de radicación reposan sobre estas dos dimensiones del barrio en tanto capital locacional.

Por un lado, la posición urbana de esta área de la ciudad se destaca por un buen acceso a infraestructuras y servicios y sus equipamientos se han visto mejorados recientemente en el marco de los procesos de renovación que han tenido lugar. Por otro lado, destacamos la relevancia que asumen sobre las estrategias de vida de los hogares los recursos barriales intrínsecos, más precisamente, la configuración de redes de pertenencia e identidades barriales consolidadas como correlato de la antigüedad de residencia en la traza (Bartolomé, 1985; Abramo, 2003; Gravano, 2003; Merklen, 2005; Di Virgilio, 2007). Entendemos entonces que la resistencia al desplazamiento y la elección y defensa de la radicación de estos hogares, no solo traduce una disputa por permanecer en un espacio urbano con mayores oportunidades de acceso a la ciudad, sino también por sostener aquellos anclajes territoriales que son resultado de sus propias prácticas de habitar y que, al igual que la posición urbana, constituyen elementos clave para su desenvolvimiento cotidiano.

Mediante un análisis de las prácticas de movilidad residencial y cotidiana de estos hogares, haremos un intento por comprender la doble dimensión –extrínseca e intrínseca- del capital locacional que está presente en sus disputas por la permanencia territorial. En relación a sus prácticas de movilidad residencial nos preguntamos acerca de las características de su llegada a la traza. ¿Cómo fueron esas mudanzas? ¿Qué significaron en el marco de sus luchas por acceder a mejores oportunidades urbanas? Por otro lado, en relación a los modos de habitar su barrio y la ciudad nos preguntamos ¿qué lugar ocupa este barrio en los desplazamientos cotidianos que los hogares realizan para satisfacer sus necesidades y sobre la geografía de los sistemas de relaciones a los que pertenecen?

Luego de esta introducción, el artículo se organiza en cinco apartados. En primer lugar y a modo de contextualización de la problemática, se repone brevemente el conflicto urbano de la traza de la Ex AU3 poniendo buscando identificar y describir la emergencia de la consigna de radicación entre los hogares ocupantes. A continuación, se desarrolla un apartado con la perspectiva metodológica de la investigación y otro en donde se explicita el enfoque teórico desde el cual se parte. El análisis de los resultados se presenta en dos secciones bajo el propósito de desarrollar el modo en que las prácticas de movilidad– previas y posteriores al ingreso a la traza- dialogan con las dos dimensiones del capital locacional barrial y contribuye a la producción del arraigo territorial. Finalmente se esbozan las reflexiones finales a partir de los resultados del análisis.

 

El conflicto urbano de la Ex AU3 y la emergencia de la consigna de radicación

El conflicto urbano de la Ex AU3, si bien es de larga data y han participado diversos actores (incluso con participaciones heterogéneas a lo largo del tiempo), aquí pondremos el foco sobre la perspectiva de los hogares ocupantes con el objetivo detectar el contexto de emergencia de su consigna de radicación. Desde ya, advertimos que las fluctuaciones que se registran en las intervenciones estatales a lo largo de la historia (a veces con voluntad habilitante y otras expulsivas) no solo han incidido sobre la configuración de los discursos de los ocupantes en defensa de su arraigo territorial, sino que también actuaron sobre las propias prácticas de construcción de dicho arraigo. En este sentido, como veremos más adelante, el rol del Estado ha sido un factor condicionante de las estrategias residenciales, principalmente sobre las posibilidades de llegar y permanecer en este territorio.

El inicio de este conflicto urbano se remonta al Plan de Autopistas Urbanos iniciado en el marco de la última dictadura militar. Esta intervención impulsó expropiaciones y demoliciones masivas en diferentes puntos de la ciudad y aunque algunas de estas obras – como es el caso de la AU3- no fueron finalmente realizadas, indudablemente transformaron la ciudad. Si bien la AU3 finalmente no fue concretada, se alcanzaron a expropiar aproximadamente 800 inmuebles (Pérez Ripossio, 2013), sin embargo, las características heterogéneas que asumieron los procesos de expropiación y demolición en los distintos sectores de la traza (Figura 1) habilitaron distintos procesos.

 

 

Las viviendas ubicadas en el sector 6 fueron totalmente expropiadas y demolidas, las del sector 5 fueron expropiadas pero los inmuebles no fueron demolidos y pasaron al dominio de la Municipalidad de Buenos Aires, y el sector 4 sufrió únicamente la expropiación sin demolición de algunas de sus viviendas. A lo largo de la década del 80, principalmente luego del retorno democrático, inicia un proceso de ocupación de hecho de los inmuebles de los sectores 4 y 5 que habían sido expropiados, pero no demolidos. Este proceso fue protagonizado tanto por los antiguos propietarios e inquilinos de aquellos inmuebles que habían sido afectados, así como por quienes sufrían las consecuencias de la crisis habitacional reinante (Rodríguez, 2005).

Así, con el inicio y, principalmente, con el abandono del proyecto de la AU3 los sectores 4 y 5 de la traza se vuelven escenario y objeto de un conflicto urbano que se extiende hasta la actualidad y sobre el cual el Estado ha intervenido de manera heterogénea a lo largo del tiempo (Figura 2).

 

 

En respuesta a las primeras ocupaciones de la década del 80, el gobierno municipal demostró una posición habilitante: realizó un registro de las familias ocupantes y les ofreció contratos temporales en comodato (Zapata y Belluscio, 2018). Sin embargo, a inicios de la década del 90 tal como señalan Herzer, et al (1997) se transformó la lógica de intervención. Volvió a cobrar relevancia un proyecto urbano de vías rápidas en la traza que impulsó procesos de desalojo y despertó resistencias entre los hogares ocupantes, quienes encontraron puntos de encuentro con asociaciones de vecinos no ocupantes que se oponían a la construcción de la vía rápida (Rodríguez, et al, 2009). Hacia fines de la década y tras la autonomización de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires[2], se sancionó la Ley 8 y posteriormente la Ley 324, las cuales habilitaron la participación institucionalizada de los hogares ocupantes y dieron cuenta de un retorno de la impronta “habilitante”. Estas leyes perseguían el objetivo de resolver el conflicto urbano-social, pero también buscaban reconstruir el tejido urbano y social del área. En relación al primer aspecto, se proponían distintas líneas de solución habitacional, algunas de las cuales posibilitaban la radicación en la traza.

Hasta aquí podemos ver que los intentos de desalojo y posteriormente los canales de participación institucionalizada despertaron y dieron cuenta de un fuerte proceso de organización que visibiliza desde temprano la relevancia que asume la consigna de radicación en la zona de la traza entre los discursos de los hogares ocupantes. Un ejemplo de esto es el siguiente testimonio que tuvo lugar en la audiencia pública desarrollada en el marco de los debates parlamentarios para la sanción de la Ley 324.

"Quiero aclarar que soy inquilino desde hace quince años (…). Gracias a esto he podido estabilizarme, mis hijos han podido, desde entonces, ir al mismo colegio, tener amigos y crecer con dignidad. Durante todos estos años he pagado el canon y los servicios, y todo el dinero que pude juntar siempre lo he destinado al mejoramiento de la vivienda, para hacerla habitable. Como yo, hay muchísima gente en la misma situación en toda la traza de la AU3; porque siempre confiamos en que algún día iba a llegar esta oportunidad de tener el techo propio." (Habitante de la traza de la Ex AU3, Audiencia Pública marzo de 1999)

A través de este pequeño fragmento podemos identificar que la premisa de la radicación se centra en la voluntad de permanecer en sus lugares de residencia. El arraigo territorial se asocia por un lado al anclaje desarrollado por la permanencia a lo largo del tiempo en una misma vivienda, sobre la cual se han destinado recursos económicos y emocionales para mejorarla y hacerla propia. En segundo lugar, junto al apego por el inmueble, se le adjudica importancia al barrio en tanto espacio de proximidad sobre el cual se han tejido redes de pertenencia duraderas: la escuela de los hijos, amistades y ser parte de un colectivo de hogares que atravesaron situaciones similares.

Sin embargo, lejos de resolver el conflicto, el Programa de Recuperación de la Traza de la EX AU3 vigente desde 1999 por la Ley 324 asumió un carácter errático y de baja implementación -se construyeron únicamente cinco soluciones habitacionales- y en el año 2005 inició una nueva fase de impronta expulsiva[3] de los hogares ocupantes. Esta tendencia se profundiza a partir del año 2007 cuando desembarca en la Ciudad de Buenos Aires un gobierno autodefinido como neoliberal y, convencido del potencial inmobiliario de la zona, ejerce presión para la sanción de una nueva ley (la 3396/09) para dar solución al conflicto de la Ex AU3. El texto original de la Ley 3396 promovía el desplazamiento de los hogares ocupantes y no contemplaba la construcción de viviendas sociales dentro de la traza. En el marco de este escenario los hogares ocupantes se reorganizaron y se revitalizó su demanda por la radicación (Zapata, et al. 2020).

“(…) cada administración que viene atenta contra nuestra única posibilidad de vivir dignamente. (…) Las leyes 8, 324 y 341 las generamos los vecinos, porque esta administración pública de hoy para atrás y los vecinos que se llaman frentistas, jamás quisieron invertir nada para hacer esos lugares habitables, hermosos, como ellos dicen. Quieren un parque, quieren una vía rápida. ¡Primero está la vivienda de la gente! Si acá hay justicia, que se hagan viviendas para toda la gente que vive en la Traza Ex AU 3” (Participación de vecino ocupante en audiencia pública, noviembre 2009)

La posición de los hogares ocupantes fue inquebrantable y sólo se logró la sanción de la ley con la incorporación al proyecto de este componente de radicación (Zapata, et al. 2020). Acompañando a la ley 3396, en el año 2011 se sancionó la Ley 4089, habilitando el desarrollo de soluciones habitacionales que, entre otras alternativas, contemplaban la opción de radicación en vivienda nueva o recuperada. A las cuatro soluciones habitacionales registradas del periodo anterior se le suman desde entonces cinco conjuntos de vivienda nueva “llave en mano” y seis mejoramientos de inmuebles existentes.

Como se desprende de este pequeño recorrido histórico, el conflicto urbano que tiene lugar en la traza de la Ex AU3 es de larga data y al calor del mismo, los hogares ocupantes desarrollaron lazos de pertenencia en el territorio y dieron visibilidad y centralidad a la consigna de su radicación. En este trabajo nos centramos sobre el conjunto de hogares que accedieron, luego de esta larga lucha, a las viviendas sociales que fueron finalmente construidas en la traza, es decir trabajamos con quienes alcanzaron su objetivo de radicación. Buscamos profundizar el conocimiento acerca de los modos en que estos hogares a través de sus prácticas de (in)movilidad residencial y cotidiana han construido y continúan construyendo su arraigo territorial en una zona disputada de la ciudad.

 

Breve apartado metodológico

Este trabajo presenta una serie de resultados de una investigación desarrollada bajo un diseño cuantitativo en base a datos primarios obtenidos mediante encuestas biográficas retrospectivas[4]que fueron realizadas a los y las habitantes de las viviendas sociales ubicadas en la Traza de la Ex AU3. Se trabajó con una muestra [5] aleatoria de 68 hogares que residen actualmente en las viviendas sociales construidas en el sector 4 y 5 de la traza.

 

 

Trabajamos con tres apartados de la encuesta. Por un lado, un calendario de vida que permitió captar las prácticas de movilidad residencial de un representante de cada hogar (ego) para cada año de vida desde su nacimiento hasta el momento de realización de la encuesta. Esta herramienta constituyó la fuente de datos para reconstruir a partir de un análisis de secuencias (Gauthier, et. al., 2010; Ritchard y Studer, 2018) las trayectorias residenciales de estos habitantes. Prestamos atención a las localizaciones [6] y arreglos [7] residenciales presentes en las trayectorias previas, así como a los motivos y momentos de mudanza a la traza. Finalmente, nos preguntamos por las características que asumieron esas trayectorias luego de ingresar a la traza de la Ex AU3. Nos interesa iluminar el lugar que ocupa este territorio dentro de los repertorios geográficos residenciales que dibujan sus trayectorias residenciales, dando cuenta a partir del rol de estas prácticas de movilidad residencial sobre la configuración de un fuerte anclaje territorial en este barrio.

También trabajamos con un apartado que capta las características de las prácticas de movilidad cotidiana que tuvieron lugar la semana anterior a la realización de la encuesta y que fueron desarrolladas por los distintos integrantes de cada hogar e impulsadas por distintos motivos. Nos centramos en la inscripción territorial de estas prácticas, interrogando de qué manera los habitantes se desplazan por la ciudad para resolver sus necesidades y qué lugar desempeña el barrio de residencia en estos recorridos.

El abordaje de las movilidades residenciales y cotidianas demandó la combinación de una perspectiva biográfica y transversal sobre las prácticas espaciales y las presencias territoriales. Finalmente, un tercer apartado de la encuesta que recuperamos detalla la localización residencial de las redes familiares de pertenencia que se ubican por fuera de la vivienda, principalmente hijos/as y padres de ego. Esta información permitió reconstruir la distribución geográfica familiar de los encuestados, complejizar el análisis de las prácticas de movilidad cotidiana y preguntarnos si el territorio de residencial es también, el espacio en donde se emplazan sus redes de relaciones fundamentales.

 

¿Por qué ver cómo se mueven para entender por qué se quedan? Abordajes del arraigo y las disputas territoriales desde el enfoque de la movilidad espacial

La movilidad espacial es una condición propia de los sujetos sociales ya que la vida cotidiana se experimenta en un continuo espacio-temporal (Di Virgilio, 2015). Sin embargo, la característica dinámica de la forma en que se experimenta la vida ha sido generalmente excluida en los estudios urbanos tradicionales en Latinoamérica, los cuales instalaron una mirada estática sobre las características del habitar (Jirón e Imilán, 2018). El enfoque de la movilidad espacial introduce a los estudios urbanos una mirada centrada en la característica dinámica de los procesos, combinando a su vez, la dimensión estructural con la de la agencia de los sujetos involucrada en estos fenómenos. Aquí pondremos nuestra atención sobre los procesos dinámicos que dan cuenta del modo en que la traza de la Ex AU3 se ha convertido en un capital locacional para los hogares encuestados y, por lo tanto, capital a ser defendido bajo la consigna de radicación frente a los sucesivos riesgos de desplazamiento. Nos centramos principalmente en sus prácticas de movilidad residencial y cotidiana, explorando de qué manera los hogares se apropian y producen los recursos extrínsecos e intrínsecos asociados al territorio de proximidad dando sustento a la consigna de radicación.

El lugar de residencia (en tanto posición residencial) representa para sus habitantes un capital relevante sobre sus estructuras de oportunidades (Kaztman, 1999; 2000) al que podemos denominar, retomando a Abramo (2003), como un capital locacional. Como ya mencionamos, este capital locacional combina dos dimensiones: aquellos recursos que se desprenden de sus características extrínsecas y otros que son frutos de elementos intrínsecos al mismo barrio. Los factores extrínsecos se desprenden principalmente de la posición urbana que ocupa el barrio en la estructura urbana, ya que en función de dicha posición se tendrá mayor o menor accesibilidad al sistema de recursos utilizables que constituye la ciudad en términos de externalidades (Harvey, 1977). En este sentido y siguiendo a Oszlak (1991), denominamos estructura urbana a la distribución y localización geográficamente desigual de los bienes, servicios y grupos sociales en el espacio que es resultado de una lucha permanente entre diversos actores por el derecho al uso y disposición del espacio urbano. Desde ya, no todos los hogares tienen las mismas posibilidades de ubicarse en las áreas de la ciudad que consideran más deseables. Su localización responde, así, a las estrategias que logran desplegar en función de los recursos disponibles y las condicionalidades externas, cristalizando el resultado de los éxitos y fracasos en la lucha por la apropiación del espacio urbano (Slater, 2013; del Río, et al., 2014).

Sin embargo, tal como sostiene Sánchez (1990), la localización no es un hecho estático, sino que se trata de un hecho relacional que se apoya en la posibilidad de movilidad geográfica. En este sentido, podemos pensar desde el enfoque de la movilidad a la dimensión extrínseca del capital locacional y el carácter dinámico que este asume en el marco de las estructuras de oportunidades de los hogares. Las personas, los bienes y los servicios pueden modificar su localización haciendo que en estos movimientos se modifiquen sus capacidades de apropiación de las externalidades urbanas e incluso, haciendo que la estructura espacial también se transforme. En relación a los movimientos de personas, siguiendo a Kaufmann et al. (2004) podemos distinguir dos tipos de prácticas de movilidad: residenciales y cotidianas.

Entendemos a la movilidad residencial como los cambios que las personas u hogares hacen sobre la localización de su vivienda, sus tipos de viviendas o las tenencias de las mismas [8]. En tanto práctica social, la movilidad residencial se define en el cruce entre las oportunidades habitacionales vigentes y las necesidades y expectativas de los hogares (Pooley, 1997, Dieleman, 2001; Di Virgilio, 2007). Entre estas últimas debemos incluir a la propia interpretación que estos hogares hacen sobre la estructura urbana y la desigual distribución de sus bienes, servicios y equipamientos, lo cual da cuenta de la presencia de repertorios geográficos propios (Cosacov, 2014).

La movilidad residencial puede conducir (o no) a modificaciones sustanciales del lugar que los hogares ocupan en la estructura urbana, cristalizando necesariamente un proceso de lucha por la apropiación del espacio urbano (Cosacov, 2014). Las trayectorias residenciales –el encadenamiento sucesivo de las prácticas de movilidad residencial- pueden pensarse entonces, como las objetivaciones de estas luchas que vuelven legibles los éxitos o fracasos sobre la disputa espacial.

Ahora bien, tal como señalan Duhau y Giglia (2008) y Di Virgilio (2007), también debemos pensar a la apropiación del espacio urbano como un proceso dinámico. Es decir que, si bien el lugar de residencia condiciona el acceso a externalidades urbanas, funciona también como punto de partida de un conjunto más amplio de prácticas espaciales que habilitan el acceso a otras externalidades, a las cuales denominamos movilidades cotidianas.

Luego de haber desarrollado la relevancia de analizar desde el enfoque de la movilidad las características extrínsecas del capital locacional barrial, debemos adentrarnos en los recursos intrínsecos al barrio que resultan fundamentales para comprender los procesos de configuración del anclaje y arraigo territorial. Abramo (2003) sostiene que la superposición de cierta proximidad geográfica de un conjunto de habitantes junto a una proximidad organizada, habilita la formación de redes de relaciones y al desarrollo de economías barriales indispensables para las estrategias de supervivencia de sus pobladores. Es en este sentido que Bartolomé (1985; 2006; 2008) considera que el barrio se presenta como el entorno social que define el marco de la vida de las personas que lo habitan. Incluso en ciertos contextos donde otros lazos de integración social como el empleo son débiles, el barrio, gracias a las relaciones de proximidad, puede ocupar un lugar central en la formación de identidad (Merklen, 2005; Cravino, 2008).

Sin embargo, la efectividad de este tipo de recurso requiere de continuidad en la presencia en dicho territorio. Tal como lo señalan las investigaciones clásicas que han trabajado en torno a procesos de reubicación de población, los desplazamientos provocan la perdida de los espacios socialmente construidos, generando una crisis vital y un desarraigo masivo (Bartolomé, 1985; Catullo, 2006). La noción del territorio de pertenencia como un espacio socialmente construido parece señalar un rol continuamente activo de sus habitantes.

En sintonía con lo anterior, desde el enfoque de la movilidad espacial se ha identificado que esta compleja configuración de sistemas de relaciones fuertemente anclados en los lugares de residencia es sostenida y producida mediante las prácticas de movilidad (Cosacov, 2017). Pero, ¿de qué modo? En primer lugar, se argumenta que la inmovilidad residencial contribuye a la producción de estos espacios de pertenencia a la vez que puede entenderse como una consecuencia de este anclaje territorial. Palomares-Linares, et al. (2018) señalan que diversos estudios han demostrado que la antigüedad residencial y la influencia de la geografía de las redes sociales y familiares funcionan generalmente como elementos que promueven una mayor inmovilidad residencial. Estos elementos vinculados al arraigo territorial muchas veces tienen mayor peso sobre las decisiones residenciales que los atributos vinculados a la posición relativa en la ciudad. Tal como sostiene Cosacov (2014), muchas veces la decisión de la localización residencial se orienta a la cercanía con determinados vínculos y redes de relevancia o bien a sostener sus presencias residenciales en estos territorios (Giroud, 2018), lo que podríamos denominar en términos de Savage como la defensa de los “repertorios geográficos propios” (2005 citado en Cosacov, 2014). Resulta evidente, no obstante, que estos elementos que parecen señalar un fuerte arraigo territorial no solo se vinculan a dimensiones emocionales sino también, e incluso principalmente, con dimensiones funcionales y sociales.

Junto a las prácticas de inmovilidad residencial, las de movilidad cotidiana también operan en la constitución de estos lugares como territorios de arraigo y pertenencia, dotando al barrio como capital locacional mediante recursos intrínsecos. Tal como sostienen Lazo y Calderón (2014) las redes de sociabilidad que constituyen los principales atributos intrínsecos de estos territorios, requieren de un conjunto de prácticas de movilidad cotidiana para su sostenibilidad. Es decir, que lo la relevancia de estas redes se reactualiza día a día, en la medida en que los habitantes resuelven gran parte de sus necesidades en el marco las mismas, situando a las prácticas de movilidad en los espacios de proximidad. En este mismo sentido Jouffe (2009) demuestra una doble relación entre arraigo territorial y movilidades cotidianas acotadas o emplazadas en los espacios de proximidad: por un lado, aquellas personas con mayor arraigo territorial tienden a realizar movilidades cotidianas más reducidas, pero a la vez, este tipo de movilidades “cortas” fomenta la valorización de pertenecer a un espacio local conocido y reconocible. Así, se visibiliza la relevancia de prestar atención a las prácticas de movilidad cotidiana para comprender la configuración de anclajes territoriales ya que mediante estas prácticas en un mismo movimiento los sujetos (re) producen los recursos intrínsecos del territorio y a la vez, renuevan la centralidad que estos recursos asumen en sus estrategias de vida.

 

Movilidades residenciales y la apropiación de una ¿nueva? posición urbana: acerca de los modos en que los hogares llegaron a la traza

Bajo el objetivo de identificar el papel de las prácticas de movilidad de estos hogares sobre la reivindicación de su presencia territorial y sobre la configuración de dicho capital locacional, en este apartado nos centramos en el momento de acceso a la traza. Analizamos las trayectorias residenciales de los hogares previas a la traza y nos preguntamos si los movimientos hacia este territorio garantizaron un mejor acceso a externalidades urbanas, es decir, si mejoraron la dimensión extrínseca del capital locacional de estos hogares.

Un primer elemento a tener en cuenta es que estos hogares ingresaron a la traza en distintos momentos, los cuales guardan relación con las distintas posiciones que el Estado adoptó sobre el conflicto de la traza a lo largo del tiempo (Figura 2).

 

 

Gran parte de quienes residen actualmente en las viviendas sociales ingresaron a la traza durante el período que inicia con el retorno democrático y se prolonga hasta la década del noventa, momento en el que el Estado había adoptado una posición permisiva en torno a las ocupaciones de hecho de los inmuebles expropiados e incluso, en muchos casos motorizó estos procesos mediante modalidades de tenencia precarias. A su vez, el rol asumido por el Estado en este período se conjugó con un contexto de crisis económica-social y habitacional que acorraló a gran parte de la población y frente a la cual, el ingreso a la traza era una opción posible y estatalmente habilitada (Rodríguez, 2005). En este sentido, los datos obtenidos mediante las encuestas corroboran que muchos casos que llegan en esta etapa, lo hicieron impulsados por la imposibilidad de hacer frente al pago de alquileres y el incremento de los desalojos. Así, el ingreso a la traza significaba también el acceso a arreglos residenciales más satisfactorios: el 45% llegaron a la traza desde situaciones de alquiler y el 25% provenían de situaciones de allegamiento o cohabitación.

Durante la etapa más restrictiva que inicia en la década del 90, y a pesar del cambio de postura estatal, se registra el ingreso de un gran porcentaje de los actuales habitantes de las viviendas sociales construidas en la traza. A diferencia de quienes ingresan más temprano, los que llegan a la traza más recientemente tienden a acoplarse [8] en hogares ocupantes ya constituidos. En este sentido, si en “la primera oleada”, el acceso a la traza habilitaba mejoras sobre los arreglos residenciales, no parece suceder lo mismo con las nuevas dinámicas de poblamiento. A diferencia de los anteriores, los hogares que llegan en este segundo momento habían desarrollado previamente arreglos residenciales de propiedad formal (32%), aunque con una gran presencia de arreglos de propiedad informal (25%) y su ingreso a la traza implicó recurrir a estrategias de allegamiento y subdivisión interna de aquellos inmuebles previamente ocupados.

A su vez, los mecanismos de ingreso a la traza de esta segunda generación son distintos a lo desarrollados por los pobladores más antiguos ya que se trata de un ingreso posibilitado por la presencia preexistente de redes principalmente familiares en el territorio. En cambio, entre los mecanismos de acceso que destacan los protagonistas de las trayectorias que llegan más temprano aparece la presencia de redes, pero principalmente políticas y no necesariamente con anclaje territorial. Este tipo de redes que encarnan en la figura del “contacto interno” como factor clave del ingreso, se relacionan a su vez con la porosidad estatal de este período antes mencionada.

Como vimos hasta aquí, sobre la estrategia residencial de mudarse a la traza parecen haber influido los contextos socio-económicos, las características de las políticas estatales, las redes de sociabilidad y circulación de información y también las perspectivas en torno a los arreglos residenciales deseados y/o posibles. Pero, ¿cómo repercutió este movimiento residencial sobre sus trayectorias residenciales? Más precisamente, ¿cómo podemos interpretar este movimiento a la luz de las luchas por el acceso a la ciudad y sus externalidades encarnadas hasta ese momento?

Considerando la estructura urbana fuertemente desigual del Área Metropolitana de Buenos Aires (Oszlak, 1991; Gorelik y Silvestri, 1991; Fachelli, et al., 2015; Di Virgilio, et al. 2019A), y con el propósito de comprender las luchas por la apropiación de la ciudad que visibilizan los desplazamientos residenciales de estos hogares, partimos de una concepción jerarquizada de este espacio.

 

 

El modelo analítico empleado para jerarquizar la estructura urbana se desarrolló principalmente a partir de las posiciones urbanas en relación al centro de la ciudad, así como en relación a la zona de la traza de la EX AU3 – que como fue mencionado previamente, se trata de un área en vías de valorización y con acceso a grandes externalidades urbanas positivas. Se consideraron cinco categorías posibles para las ubicaciones residenciales: Otros países o provincias del interior de la Argentina, localidades del Gran Buenos Aires (de aquí en más GBA), Barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (de aquí en más CABA) no aledaños a la traza, Barrios de la CABA que limitan con la traza y, finalmente, la línea que delimita la traza de la EX AU3.

Desde ya, advertimos que al interior de estas categorías espaciales y más allá de su acceso a la centralidad, se presentan nuevas jerarquizaciones territoriales que impiden pensar a estas localizaciones como homogéneas. Estas heterogeneidades espaciales se desprenden de una distribución desigual de equipamientos e infraestructuras que dibujan claros patrones o corredores diferenciados tanto en GBA como en la CABA (Fachelli, et al. 2015). Pero también se registran diferenciaciones a escala micro-territorial a partir de la co-presencia de distintos tipos de hábitats de origen formal o informal. (Di Virgilio, et al. 2015).

Sin perder de vista esta complejidad al momento de pensar al territorio desde su dimensión jerárquica, las trayectorias residenciales de los encuestados antes de llegar a la traza, tal como lo demuestra la Figura 5, tendieron a priorizar ciertos corredores del GBA (principalmente la zona norte) y los tipos de hábitat formales.

 

 

Por este motivo y sin desconocer los elementos diferenciales que existen al interior de estas categorías espaciales, para la construcción de la tipología de trayectorias residenciales nos hemos centrado en las ubicaciones que los hogares ocuparon en la estructura urbana a partir de las cinco categorías espaciales mencionadas previamente[9]. Las posiciones residenciales que estos hogares ocuparon desde que nacieron y hasta que ingresan a la traza visibilizan diferentes tipos de trayectorias: aquellas ascendentes, lineales, descendentes y finalmente inmóviles (quienes nacen en la traza y durante toda su vida residen allí).

Tal como podemos ver en la figura 6, casi la mitad de los casos encuestados (dejando por fuera a quienes nacen en la traza y que solo representan el 13% de los casos), llegaban a la traza tras protagonizar trayectorias residenciales ascendentes respecto a su posición urbana.

 

 

 

Las trayectorias de estos 31 encuestados suelen iniciar en otros países o provincias de Argentina – dando cuenta de procesos migratorios al Área metropolitana de Buenos Aires o bien a CABA -, que implican un acercamiento a la centralidad. Estos recorridos que tienden a la centralidad a veces son oscilantes (involucran pequeños “retrocesos”) y otras veces son más directos – principalmente cuando intervienen menores cambios de residencia. En algunas ocasiones (6 de los 31 casos) las trayectorias ascendentes no solo traducen una mejora sostenida en términos de acceso a centralidades, sino que también implican el pasaje de hábitats de origen informal hacia otros de tipo formal.

Para la mitad de este tipo de trayectorias, la mudanza a la traza significa una nueva mejora en su posición residencial, mientras que para la otra mitad implicó la reproducción y resguardo de las posiciones previamente alcanzadas. Estos últimos son hogares que ya habían alcanzado, en sus recorridos ascendentes, acceder a esta zona de la ciudad con acceso a externalidades urbanas positivas y que, mediante el ingreso a la traza reproducen esta posición, aunque bajo nuevas características.

En segundo lugar, gran parte de quienes llegan a la traza lo hacen tras trayectorias lineales (38% de los encuestados), es decir que se trata de trayectorias con movimientos que no implicaron modificaciones sobre sus posiciones urbanas, aunque muchos de estos recorridos presentan características oscilantes.

 

 

Estas trayectorias de manera equitativa iniciaron y permanecieron localizadas hasta llegar a la traza en las cuatro categorías espaciales: al igual que las ascendentes, algunas iniciaron en otros países o provincias y en GBA, pero este tipo de trayectorias también inician (y permanecen) en barrios de la CABA próximos y no próximos a la traza.

Para este tipo de trayectorias, la mudanza a la traza representó principalmente una mejora en su posición residencial que habilitó por primera vez el acceso a la centralidad y a una zona de la ciudad grandes externalidades urbanas positivas. Sin embargo, el 32% de este tipo de trayectorias, antes de ingresar a la traza habían residido establemente en barrios próximos, por lo que esta mudanza refleja para estos casos una voluntad de radicación e inmovilidad antes que de ascenso locacional.

Finalmente, del total de los encuestados solo tres habían desarrollado trayectorias de tipo descendente antes de ingresar a la traza. Se trata de casos que nacieron en barrios de CABA próximos o no a la traza y que se desplazaron a GBA. Estas trayectorias descendentes en términos de acceso a la centralidad, en los tres casos involucraron el pasaje de formas de tenencia de alquiler a la propiedad de la vivienda y, desde ya, para los tres casos el ingreso a la traza bajo la modalidad de ocupantes implicó un ascenso locacional retornando a la centralidad.

Debemos destacar que, a la luz de las trayectorias residenciales previas, más allá de advertir los distintos derroteros que reflejan sus recorridos, la mudanza a la Ex AU3 significó para la mayoría de los casos una conquista en sus luchas por el acceso a la ciudad y una mejora –en términos extrínsecos- en sus posiciones sobre la estructura urbana. Incluso, si observamos los lugares de residencia inmediatamente anteriores al ingreso a la traza (Figura 9), muchos de quienes llegan a esta zona en el período histórico más reciente lo hacen como resultado de movimientos migratorios.

 

 

Sin embargo y esto es lo particularmente llamativo, muchos de los encuestados llegaron a la traza desde zonas próximas, es decir que estos desplazamientos no desencadenaron cambios sobre sus posiciones urbanas. Para gran cantidad de hogares que ingresaron en los distintos momentos históricos, este territorio ya formaba parte de sus repertorios geográficos y representaba un espacio de proximidad en el cual no solo se emplazaban recursos urbanos valorados (destacando la dimensión extrínseca del capital locacional), sino donde también se desplegaban sus redes de sociabilidad. Así, considerando las estrategias habitacionales involucradas en el ingreso a la traza de estos hogares podemos inferir cierta priorización de la dimensión intrínseca del capital locacional, es decir la presencia desde bien temprano de estrategias para permanecer en un territorio previamente habitado y socialmente producido como espacio de vida.

 

Inmovilidad residencial y movilidades cotidianas como prácticas que producen la dimensión intrínseca del capital locacional

Luego de ingresar a la traza (e incluso como vimos en el apartado anterior, previamente a esa instancia) estos hogares desarrollaron un fuerte entramado de redes territoriales visibilizando la dimensión intrínseca del capital locacional barrial. En el marco de estas prácticas, aquellas de movilidad asumen cierta relevancia como veremos a continuación.

Por un lado, se registra un alto nivel de inmovilidad residencial luego de ingresar a la traza que da cuenta y a la vez configura un fuerte arraigo territorial. Desde que ingresan a la traza y hasta que acceden a la vivienda social, estos hogares tienden a permanecer en esta localización e incluso desarrollan movimientos residenciales “intra-traza”.

Por otro lado, y corroborando lo anterior, el 13% de los casos ha nacido en la traza y para ellos sus repertorios geográficos se circunscriben únicamente a este territorio. Los recorridos de los “nacidos y criados”, antes que luchas por la apropiación del espacio, dan cuenta de una lucha por la reproducción de sus posiciones. Como vemos en la figura 10, estos hogares se enfrentan al desafío de permanecer luego de formar sus hogares autónomos en un territorio que como mencionamos es escenario de una disputa urbana.

 

 

Junto a las estrategias de (in)movilidad residencial, estos hogares desarrollan otro conjunto de prácticas de movilidad espacial de tipo cotidiano que tienden a concentrarse en el territorio de proximidad, visibilizando y a la vez alimentando un sistema de relaciones fuertemente anclado en el lugar de residencia. En este sentido, el arraigo territorial de estos hogares no solo se puede atribuir a factores emocionales que se desprenden de la antigüedad residencial, se desprende también de factores funcionales y sociales del territorio. Es decir, del rol de los sistemas de relaciones geográficamente próximos sobre los mecanismos de reproducción de los hogares.

 

 

La mayoría de los desplazamientos cotidianos que los hogares realizan con el fin de satisfacer necesidades diarias o realizar actividades, se localizan en el territorio de proximidad de sus viviendas, aun cuando se trata de un territorio que atraviesa un fuerte proceso de renovación y que impulsa reciente polo comercial orientado a consumo de sectores medios-altos (Díaz, et al., 2020). Si bien la relevancia del territorio de proximidad no es un fenómeno exclusivo de este caso (Di Virgilio, et al. 2019B), destacamos que la posición urbana de este territorio en particular, habilita el acceso a un conjunto amplio de infraestructuras, bienes y servicios que podrían incidir en esta tendencia a la realización de las actividades en el contexto barrial. En este sentido, las características extrínsecas del barrio dialogan con las características que adoptan las movilidades cotidianas de sus habitantes. Además, la localización de proximidad de las prácticas de movilidad cotidiana alimenta y reproduce las características intrínsecas de este capital locacional. Particularmente, señalamos la relevancia del territorio de proximidad en la localización de espacios o redes de socialización (como ser el empleo, la educación y las redes familiares y de amistades) lo cual da cuenta de una predominante participación en espacios identitarios de fuerte anclaje territorial.

Por otro lado, la localización de las redes familiares extra domésticas (Figura 12) permite ver sistemas de relaciones fuertemente anclados en los lugares de residencia, excediendo a la propia vivienda y tiñendo a la zona de proximidad. El lugar de residencia de los progenitores y de la descendencia de los encuestados, dejan ver una priorización de la zona de la traza como espacio de vida por hasta tres generaciones. A la luz de lo anterior, la presencia de vínculos y redes de cercanía son un factor indispensable para comprender la relevancia que estos hogares le han asignado a su radicación residencial en la traza.

 

 

Movimientos que construyen anclajes: reflexiones finales sobre las prácticas de movilidad y el capital locacional

El análisis de las prácticas de movilidad espacial – residenciales y cotidianas- visibilizó que el entorno barrial representa un capital locacional central en las estructuras de oportunidades de los hogares encuestados tanto por sus características extrínsecas como intrínsecas. Pero además, al mismo tiempo, mediante estas prácticas de movilidad los sujetos contribuyen a la configuración de los componentes intrínsecos del mismo ya que alimentan, producen y mantienen al barrio como espacio de vida.

De este modo, sus prácticas de movilidad dan cuenta de los mecanismos de apropiación y de producción del barrio en tanto capital locacional y por lo tanto, constituyen un factor relevante para comprender los procesos de configuración del arraigo territorial. Asimismo, mediante este doble mecanismo –de producción y apropiación de este capital- las prácticas de movilidad operan como un factor de reivindicación de su presencia en el territorio.

A lo largo de este artículo hemos reconstruido las trayectorias residenciales y los movimientos cotidianos interrogando principalmente el rol que desempeña en los mismos el territorio bajo estudio. Pudimos identificar en primer lugar, que el ingreso a la traza significó para muchos de estos hogares una conquista en el marco de sus luchas por acceder a la ciudad –las cuales, como pudimos advertir habían transitado diversos derroteros-, principalmente vinculada a las externalidades urbanas positivas que presenta esta posición urbana. Pero además, el análisis de sus trayectorias residenciales visibilizó que muchos de estos hogares ya residían previamente en esta zona y que por lo tanto, para ellos el ingreso a la traza se traduce como una estrategia por permanecer antes que por mejorar su posición urbana. Además, en estos casos podríamos suponer que ya no solo incide sobre estas estrategias la dimensión extrínseca de este capital locacional sino también sus recursos intrínsecos: se trata de hogares que ya habían desarrollado formas de habitar territorialmente situadas y que con esta mudanza buscan sostenerlas.

Por otro lado, estas trayectorias residenciales nos mostraron una fuerte tendencia a la inmovilidad entre el momento en que ingresan a la traza y que son destinatarios de una vivienda social localizada allí mismo, sobre la cual se ha construido un fuerte arraigo territorial. Esto señala que antes que fenómenos automáticos, el arraigo y anclaje territorial son resultado de prácticas de habitar, entre las cuales encontramos un conjunto de estrategias habitacionales orientadas a la inmovilidad residencial. Vinculadas a estas estrategias, identificamos que la centralidad de este territorio sobre las prácticas de movilidad cotidiana da cuenta de una dimensión funcional que acompaña a la emocional en la constitución de dicho arraigo territorial. En este sentido, el apego territorial se desprende también de la funcionalidad que el barrio desempeña sobre la estructura de oportunidades de sus habitantes. Esto no solo se explica por sus características extrínsecas, es decir la proximidad a ciertos bienes y servicios de calidad, sino que en gran medida la funcionalidad refiere a un conjunto de redes de sociabilidad y apoyo geográficamente situadas en esta área de proximidad. Así, mediante sus prácticas de movilidad cotidiana y residencial, los hogares no solo dan cuenta de la relevancia de estas redes sino que las alimentan, las (re)producen.

En conclusión, pudimos identificar que las prácticas de movilidad espacial que estos hogares protagonizan dan cuenta y a la vez son parte de la producción de las características tanto intrínsecas como extrínsecas del barrio en tanto capital locacional que repercute en sus estructuras de oportunidades. En esta clave interpretativa, la consigna o bandera de radicación en defensa del arraigo territorial que ha ocupado un lugar central en las disputas que estos hogares protagonizaron frente a los intentos de reubicación o desalojo, puede ser leída como la consecuencia ineludible de un conjunto de prácticas espacialmente situadas que evidencian la construcción y apropiación de este espacio. Tal como señala la cita que titula este artículo, la oposición a un desarraigo luego de tanta lucha, puede no solo estar haciendo referencia a las disputas desarrolladas en el marco legislativo en pos de la sanción de una ley que garantice su radicación, sino que también nos invita a pensar en este conjunto de movilidades (e inmovilidades) como prácticas reivindicativas de su presencia en este territorio en disputa.

 

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Documentos legislativos

Ley nº 8/98 – Creación de Comisión encargada de formular la solución definitiva para la problemática habitacional de las familias residentes en inmuebles del GCBA en la traza de la Ex AU3

Ley nº 324/99 – Creación del Programa de Recuperación de la Traza de la Ex AU3

Ley nº 3396/09 – Derogación parcial de la traza de la Autopista AU3

Versión taquigráfica de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Audiencia Pública (30 de marzo de 1999)

Versión taquigráfica de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Audiencia pública (30 de noviembre de 2009).

 

Received: 25-09-2020; Accepted: 16-12-2020

 

NOTAS

[2]A partir de la reforma constitucional de 1994, la Ciudad de Buenos Aires adquiere autonomía.

[3]El boom inmobiliario que se produce a inicios de la década del 2000 incluye al conflicto urbano de la traza de la Ex AU3 a sectores desarrolladores inmobiliarios como nuevos actores con intereses en la zona (Bascuas y Provenzano, 2011). El corrimiento de la perspectiva de radicación hacia una práctica expulsiva de los ocupantes puede leerse en Zapata, et al. (2020).

[4]La Encuesta de Movilidad Espacial (EME), es llevada adelante en Buenos Aires por el Área de estudios urbanos del IIGG. La EME propone analizar las formas de movilidad espacial y las transformaciones que ellas producen en las ciudades.

[5]La muestra seleccionada es representativa del conjunto de hogares que residen actualmente en las viviendas sociales construidas y refaccionadas en la traza de la Ex AU3, tanto del sector 4 como el 5.

[5]Se consideran 5 categorías de acuerdo a una jerarquización del espacio urbano: otros países o provincias, Gran Buenos Aires, barrios de la CABA no aledaños a la traza, barrios de la CABA aledaños a la traza y finalmente la propia traza de la ex AU3.

[7]Los hogares desarrollan distintos tipos de arreglos (jurídicos o no) para acceder a la vivienda (Di Virgilio y Najman, 2019).

[8]En este capítulo nos enfocamos únicamente en los cambios vinculados a la localización residencial de los hogares encuestados, aunque también prestamos atención a los arreglos residenciales que estos hogares desarrollaron en cada etapa residencial para sus inscripciones territoriales.

[9]En muchos de estos casos se trata de personas que se ponen en pareja con algún integrante de un hogar ocupante y se mudan bajo allegamiento en esas viviendas. De hecho el 36% de los casos que llegan en esta época, ingresan a la traza bajo situaciones de allegamiento o co-habitación.

[10]Como se verá a lo largo del artículo, aunque los tipos de hábitat (de origen formal o informal) no fueron contemplados para el armado de las tipologías de trayectorias, se incorporan reflexiones en torno a los mismos cuando corresponde.

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