1. Introducción
En este trabajo mencionamos los retos de la reconstrucción de la memoria como proceso social a partir de los discursos recogidos en grupos de discusión, partiendo de nuestra amplia experiencia con este procedimiento metodológico. Hemos realizado 50 grupos de discusión (entre 2004 y 2019), con los que quisimos demostrar que las memorias se asocian a las dictaduras y transiciones portuguesa y española. El objetivo central que pretendemos con esta reflexión es discutir sobre los retos metodológicos que supone interpretar los discursos producidos en los grupos de discusión. Concebimos el lenguaje como una herramienta esencial para dar sentido al mundo social; al igual que Ricoeur (1999, 2003), que definió el orden lingüístico como dependiente y no autónomo, lo que remite a una experiencia del mundo. El lenguaje es un actor social que se articula mediante el discurso, y la memoria es una práctica social discursiva que depende del carácter lingüístico para su transmisión (Ormeño, 2004).
Esta premisa afirma la importancia substancial del lenguaje respecto a la memoria colectiva, un elemento que Halbwachs consideró como “el marco más elemental y a la vez más estable de la memoria” (2004, p.10). Partimos de esta idea con la intención de construir instrumentos metodológicos que nos ayuden en la definición de las estrategias interpretativas para convertir los actos de habla de los participantes en interpretaciones que configuren tipificaciones de las memorias colectivas estudiadas, como demostraremos en la parte final de este texto.
No olvidamos que la interpretación de los resultados obtenidos a partir de las conversaciones en los grupos de discusión depende de la forma en que se organicen y dinamicen las conversaciones, especialmente en lo que se refiere a los siguientes aspectos: al punto de partida epistemológico y metodológico adoptado por el investigador1 (Crotty, 1998); a la manera en que se forma y convoca el grupo 2; a las condiciones materiales en que se desarrolla la sesión 3; a la actitud del moderador en la gestión de la conversación, a la propia dinámica del grupo y del guion propuesto 4; al número de participantes 5; al estímulo utilizado 6; al número de grupos realizados 7; a la transcripción y modelo de análisis definido para guiar la interpretación de los resultados 8. Para profundizar en estos aspectos recomendamos los trabajos de Hennink (2014) y de Gutiérrez (2008). Pero nuestra propuesta va en otra dirección.
Desde los años noventa, autores como Bourdieu y Wacquant (1992) y Ritzer (1992) vienen advirtiendo de la necesidad de que la sociología se vuelva reflexiva. Esta afirmación puso de manifiesto la importancia de que los sociólogos se replanteen sus prácticas de teorización y el modo en que se llevan a cabo los proyectos metodológicos.
Sin embargo, el llamamiento a producir una “sociología de la sociología”, por utilizar el concepto acuñado por Bourdieu, es un ejercicio de segundo orden en el debate académico. La “obsesión empírica”, como sello de la industrialización de la publicación académica, ha restado espacio a una amplia tradición intelectual sociológica que se apoyó desde sus inicios en la discusión de sus procedimientos9.
Del mismo modo, los manuales de investigación social más populares10 se centran especialmente en explicar los métodos y las técnicas como una prescripción de procedimientos mecánicos y no destacan en la discusión epistemológica el uso de las herramientas metodológicas y la labor de la interpretación de los datos.
Observamos un importante esfuerzo de los sociólogos por problematizar sobre los usos de los grupos focales, pero esencialmente los centrados en los diseños de investigación, su conducción y las dinámicas generadas en las conversaciones colectivas, pero hay pocos estudios que se dediquen a decodificar la reconstrucción de los discursos producidos, como señalan enfáticamente los trabajos de Pearson y Vossler (2016), Gutiérrez de Álamo (2009) y Wilkinson (2004).
Nuestro esfuerzo seguirá por eso la línea de las aportaciones que intentan reflexionar acerca de cómo los científicos sociales operan delante de los discursos producidos, en nuestro caso concreto de enunciados portadores de “conciencias históricamente realizadas”11 (Gadamer, 1989, p. 341). La hermenéutica histórica propuesta por el autor plantea que el significado del tiempo es una construcción derivada de una lógica de mediación y que el del presente es ya un significado del pasado, importando entender cómo se consolidó, ya que “recuperamos los conceptos de un pasado histórico de tal manera que también incluyen nuestra propia comprensión de ellos” (Gadamer, 1989, p. 374). Es dar sentido al significado dado por quienes lo interpretan, pero diluyendo el efecto subjetivo de estas lecturas, ya que el significado de la historia es un atributo construido socialmente (familia, sociedad, corporaciones) que debe ser reconstruido desde estas premisas socializadoras que el investigador debe decodificar. Gadamer recupera el sentido que Maurice Halbwachs (2004) atribuye a los marcos de la memoria como los “elementos determinantes que posibilitan toda construcción de la memoria en su sentido social, mediante un sistema de valores (de ahí́ la importancia de los procesos de socialización) que unifican los pensamientos individuales y los insertan en la memoria colectiva” (Carriço Reis, 2009, p. 42).
Por eso, “una actividad en apariencia tan libre, desvinculada de restricciones, reglas y procedimientos, como es el acto de conversar, el ‘decir cuatro cosas’, se presenta, en realidad, como el lugar donde se ejecutan competencias socialmente adquiridas y relevantes” (Wolf, 2000, p. 186). El lenguaje no sólo es un sistema normativo gramatical, sino una construcción social manifestada de diferentes maneras, un “juego lingüístico” según la definición de Wittgenstein (2009, p.23). En definitiva, las palabras son una condición social básica con un elevado trasfondo social (Bourdieu, 2001), detenernos en los enunciados de los recuerdos/olvidos acerca de los autoritarismos ibéricos es percibir que el pasado se hace presente, partiendo del interrogante: ¿los discursos producidos qué memorias colectivas tipifican?
2. Los marcos Discursivos de la Memoria. Reflexiones Teórico-Metodológicas de Cómo Darle Sentido Interpretativo al Pasado
Los grupos de discusión sociológicamente contextualizados son los espacios de significación donde intentamos reproducir un discurso social representativo de un determinado enunciado.
Para ello, tendremos en cuenta que la memoria, incluso desde el pensamiento colectivo, es un elemento invisible ubicado en las dinámicas internas de los grupos. Por este motivo, la constitución de los grupos de discusión no se reduce simplemente a lo micro social, sino que atiende a “una situación micro social -la reunión-, con una aplicación macrosocial” (Callejo, 2001, p. 22). Esta técnica nos permite “analizar la acción-en-contexto, dado que no sólo existe el concepto de contexto-en-general, sino que todo uso de ‘contexto’, sin excepción, es en sí mismo contextual” (Garfinkel, 2006, p. 19). Esta es la fórmula empleada para “comprender el pasado por el presente” (Bloch, 2001, p. 38), ya que cada individuo “sólo es accesible desde su interioridad dentro de su interrelación con otros individuos” (Dilthey, 2000, p. 184).
El habla crea realidad (Murillo y Mena, 2006). La construcción autobiográfica que hace el sujeto cuando toma la palabra dentro del grupo de discusión se acercará a su condición colectiva en la medida en que se significa siempre con otros. Este hecho, en sí mismo, ya expresa una identidad, como señala Dilthey (2000), al describir una historia con base en la coherencia y la relación entre los hechos.
Partiendo de que el discurso nunca es individual -no existe subjetivación plena-, nuestra finalidad se orienta a buscar una realidad socio-histórica conectada con el individuo que habla. La organización de la memoria se vincula, en un primer momento, a nuestra identidad personal, pero “el ‘yo’ es el resultado del acto de hablar sobre nosotros mismos” (Duero, 2006, p. 138). Así, la biografía de los participantes del grupo indica dónde se produce el discurso social (Callejo, 2001). Sin embargo, los datos los obtenemos a partir de la interacción; por lo que seguimos una lógica dialógica y no de producción de discursos individuales. Es así como el lenguaje produce una dinámica social al ubicarse como intersubjetividad, generando unidad al producir una afinidad en la forma de pensar, o sea, en los enunciados del habla. El sujeto se siente así reconocido en el mensaje (Laughey, 2006). Por eso, los significados sociales emergen de la interacción verbal, como postula Garfinkel (2006).
El lenguaje es la expresión de nuestros pensamientos desde una posición social. De este modo, contextualizar los discursos da “valor de supervivencia al acontecimiento” (Ibáñez, 1985, p. 131). Este hecho llevó a Pierre Bourdieu a preguntarse: ¿Qué significa hablar? (2001), ya que el lenguaje nos remite a la estructura al representar esta en su propia forma (Garfinkel, 2006). Por tanto, reconocer un modo de hablar posibilita construir el discurso de un individuo, del que sabemos su estructura social. La teoría de la distinción que desarrolló Bourdieu (2006) nos ayuda a averiguar desde qué posición hablan los individuos en los grupos de discusión.
Partiendo de los conceptos de campo y habitus propuestos por Pierre Bourdieu (2006), podemos construir las ubicaciones objetivas y subjetivas que construyen el lenguaje “porque no sólo ‘los significados hacen a los sujetos’ (…) sino que también los sujetos hacen a los significados” (Pérez-Agote, 2008, p. 40). Los individuos, en su proceso de rutina cotidiana, reproducen su habitus. Este habitus está directamente relacionado con el lenguaje porque genera un contexto de interacción social, al modo de un juego de fuerzas correspondientes a la situación social de cada colectivo; es decir, de su posición de campo. Por tanto, el discurso es una articulación de una realidad objetivamente subjetivada, donde el poder establecido fuera de la interacción -según su capital simbólico- determina lo que va a ocurrir en la interacción.
“No podemos imaginarnos una trayectoria sin construir previamente los estados sucesivos de su campo de desarrollo ni, por tanto, del conjunto de relaciones objetivas del agente asociado -o por lo menos, en cierto número de estados pertinentes- al conjunto de agentes involucrados en el mismo campo y confrontados con las mismas posibilidades” (Bourdieu, 2006, p. 190).
Para saber si existe una memoria colectiva similar en diferentes grupos, pero de la misma estructura social, se debe producir en marcos sociales de memoria equiparable. Por tanto, debemos conocer previamente cómo interactúan desde su posición en la estructura social. Para ello, analizaremos cómo los enunciados subjetivos se relacionan con una lógica social que depende de las prácticas objetivas -el campo- y que modela al agente que se incorpora a un discurso.
Este enunciado permite a los investigadores reconstruir una realidad y una visión del mundo, es decir, un habitus o una “subjetividad socializada”. “El discurso, en cuanto reconstrucción de las experiencias por parte de los sujetos, otorga objetividad a lo que en un primer momento puede parecer subjetivo y, por lo tanto, intransmisible” (Callejo, 1995, p. 9).
Cada vez es más difícil establecer una relación directa entre las posiciones objetivas que los grupos ocupan en la estructura social, porque el entrecruzamiento de varios lenguajes acrecentó la complejidad de la propia acción discursiva de los grupos (Vala, 2000). Antes, a cada memoria colectiva le correspondía una forma particular de representar el pasado, basándose en una retórica característica (Bourdieu, 2001); ahora, se señala un cambio significativo provocado por el advenimiento de la sociedad digital. Este cambio se materializó en una socialización pautada por una dependencia mediática (Hoskins, 2018). En ella, los discursos se tejen mediante distintos lenguajes que se entrecruzan, lo que dificulta la tarea de encontrar los “discursos tipo”; esos repertorios que son el conjunto de elementos comunes a una determinada manera de pensar (Laughey, 2006). De este modo, nos mostramos ante los demás mediante el acto del lenguaje (Bruner, 2003). No obstante,
el lenguaje codifica. Esta codificación puede ser realmente perceptible, emergiendo de nuestras memorias compartidas, aspiraciones históricas, circunstancias políticas y sociales. Sin embargo, también puede simular necesidades y significaciones esenciales, individualizadas e intensamente privadas. El lenguaje es, en sí mismo y por sí mismo, plurilingüe. Contiene mundos (Steiner, 2008, p. 95).
En medio de este entramado complejo de múltiples significados, sólo una perspectiva metodológica con una dinámica intertextual, que relacione los distintos discursos de la memoria colectiva, puede llegar al llamado manto adjetival. Este último es un acto de habla que responde a un yo social determinado (Heller, 2003). Es decir, esas “memorias comunicativas” de las que habla Assmann (1995, p.126), son construcciones del lenguaje sobre hechos pasados que proponen apropiaciones capaces de crear sentido colectivo, ya que “las representaciones sociales circulan en discursos” (Callejo, 2001, p. 48).
Hacer lecturas del pensamiento colectivo es cada vez una tarea más compleja, ya que los discursos se dejaron permear por una sobreabundancia informativa, crearon “nuevas memorias cosmopolitas” y globales (Levy y Sznaider, 2002, p. 88). Lo que llevó, a algunos autores, a considerar que estamos más allá del giro lingüístico, en estos momentos en los que la amplitud de la comunicación digital ahora no deja sobrevivir al relato por sí mismo, como testimonio. Esto se debe a su formato híbrido. Tenemos que orientar nuestro esfuerzo hacia los elementos que componen el discurso, por lo que llegamos al giro interpretativo. “La reflexión contemporánea en torno a lo social ha superado los avances que en su momento supuso el giro lingüístico de las ciencias sociales. Hoy, por las características específicas de las sociedades globales -ambivalencia, complejidad, riesgo- los investigadores sociales se esfuerzan en entender y explicar los mecanismos de conformación de identidades cada vez más complejas” (Arias, 2002, p. iv).
La problemática del lenguaje se centra en sus límites. Determinar la efectividad de su uso presenta el doble problema de decir lo que realmente se quería decir para que “la palabra que alcanza el otro” sea la misma que comunique nuestra intención; tal y como corroboró Gadamer (1989).
El giro interpretativo reivindica sin tapujos la posibilidad de superar la complejidad dada por la supremacía del intérprete sobre el actor, tal y como descubrió Schleiermacher (1990), porque “la hermenéutica dejó de ser un análisis filológico de los textos remanentes de otros escritores: se convirtió en el problema de un miembro de una cultura esforzándose por captar la experiencia de otro” (Bauman, 2002, p. 27). Para Steiner a este esfuerzo le corresponde siempre, por norma, un juicio de valor; “el acto y el arte de la lectura seria conllevan dos movimientos principales; del espíritu: interpretación (hermenéutica) y valoración (crítica, juicio estético). Ambos movimientos son estrictamente inseparables. Interpretar es juzgar” (1997, p. 51).
Por los motivos que alega Gadamer en su obra verdad y método (1989), la interpretación requiere un “cegamiento parcial”. La cuestión no es nueva; recupera el debate epistemológico previo de la neutralidad de investigador al investigado, cuando se acerca a lo que ese quiere decir. La diferencia primordial que postuló Dilthey (2000) en su momento, lo llevó a establecer la distinción ya clásica entre “explicar” (Erklären) y “comprender” (Verstehen). Esto es, “mientras que las ciencias puras buscan explicar los fenómenos a partir de hipótesis y leyes generales, las ciencias del espíritu quieren comprender una individualidad histórica a partir de sus manifestaciones exteriores. La metodología de las ciencias del espíritu será de esta manera una metodología de la comprensión” (Grondin, 2008, p. 39). Estos planteamientos merecieron la crítica y el desacuerdo de Max Weber. El sociólogo alemán reflexionó sobre este planteamiento proveniente de la Escuela Histórica en sus escritos: Sobre algunas categorías de la sociología comprensiva, datados originalmente en 1913. Max Weber propone un planteamiento que acabe con esa tensión y que dote a la sociología de los elementos capaces de construir leyes verificables empíricamente sobre el “actuar racional de acuerdo con fines”. Este planteamiento permitiría dotar de sentido la acción.
El problema es que “la comprensión, como la etimología indica, ‘comprehende’ no solamente en términos de conocimiento, sino también de cerco y de injerencia” (Steiner, 1997, p. 337). Por eso, el acto de entendimiento tiene que revelarnos, mediante una práctica metodológica sustentada en la empírica, el porqué de una determina acción. Para llevar a cabo esta labor analítica en los grupos de discusión optaremos por determinar cómo esas acciones lingüísticas hacen de mediación de las interacciones sociales (Winch, 1972). Ya que “a este proceso, por el cual conocemos el interior de los individuos a partir de signos dados sensiblemente desde fuera, lo llamamos: comprender” (Dilthey, 2000, p. 25). En el apartado final de texto discurriremos acerca de las opciones interpretativas para darle sentido comprehensivo a los discursos que recogemos en los grupos de discusión.
3. A Modo de Conclusión: Praxis Analítica para una Tipificación de las Memorias Colectivas de las Dictaduras y Transiciones Ibéricas
Resumiendo, nuestro esfuerzo se orientó a recoger un corpus discursivo capaz de determinar la particularidad de dicho enunciado, como acciones racionales que construían tipologías del recuerdo, donde “los tipos no son yuxtapuestos, sino derivados sistemáticamente con respuestas alternativas a un determinado problema” (Poggi, 2005, p. 35). Buscamos recoger los discursos que nos parecieron relevantes, ya que en las “técnicas cualitativas basamos la representatividad en principios estructurales: no nos interesa saber cuántos mantienen un determinado discurso, sino cómo se articulan internamente los diferentes discursos existentes sobre la realidad, que es nuestro objeto de estudio” (Murillo y Mena, 2006, p. 100).
No buscamos una representatividad proporcional del universo de los actores sociales, más si por medio de los grupos de discusión construir enunciados representativos del pensar de la(s) memoria(s) colectiva(s) para el caso portugués y español. Nuestra finalidad es buscar los discursos tipo, en el sentido weberiano, para expresar “las interacciones sociales que nos parezcan más relevantes para el análisis de aquellos elementos que definen nuestro objeto” (Murillo y Mena, 2006, p. 39). La representatividad se procesa así, por saturación; “de un habitus con respecto al objeto investigado” (Callejo, 2001, p. 113). El sujeto representa su condición social mediante los criterios de homologación -edad, género, estrato social, proveniencia geográfica-, que también son criterios de representatividad.
Podemos afirmar que los “fenómenos ideológicos y culturales colectivos -valores, creencias, representaciones, proyectos, es decir, la semántica colectiva de la vida social- también forman parte de la realidad objetiva” (Bertaux, 2005, p. 11). Este hecho nos permite formular “sujetos tipos”, aquellos que producen, desde una determinada posición social, un discurso reconocible sobre el tema a analizar (Weber, 1993). Esto se debe a que “la intuición comprehensiva consiste en tener en mente las diferentes características del concepto a tipificar -indicadores típicos y sus posibles valores- y, mediante un esfuerzo de análisis, síntesis e interrelación múltiple, construir un todo abstracto, pero coherente” (Sánchez de Puerta, 2006, p. 22). En definitiva, este es el desafío que nos proponen los 50 grupos de discusión que formulamos porque “una de las materias primas fundamentales de la perspectiva cualitativa es el discurso: sólo a través de dispositivos conversacionales abiertos se pueden alcanzar las vivencias de los sujetos y, a partir de estas, sus estrategias” (Callejo, 1995, p. 9).
Para reconstruir un discurso social debemos centrarnos en la autoexégesis a la que se somete el sujeto durante la acción dialógica. “Tanto el sentido común como la experiencia nos llevan a rechazar simultáneamente dos posiciones demasiado categóricas: la que dice que todo lo que el sujeto cuenta en su relato es objetivamente exacto; y la que proclama, a la inversa, que nada de lo que dice el sujeto se pude dar por cierto” (Bertaux, 2005, p. 77). El análisis weberiano apela a la imaginación sociológica haciendo una “relación de hechos conocidos con puntos de vista también conocidos” (Weber, 2001, p.101).
La materialización de un número tan significativo de grupos de discusión (50 en total) acerca de la misma temática, memorias colectivas de las dictaduras y transiciones ibéricas, tenía como principal propósito captar las polifonías del recuerdo, capaces de darnos elementos significativos para que se pudieran extraer tipologías de la memoria como explicaremos en seguida. Estudiar conjuntamente las memorias colectivas de Portugal y España, países con características sociopolíticas-mediáticas similares en la lógica enunciada por Hallin y Mancini (2004), nos permite percibir qué variables pueden establecer denominadores comunes del recuerdo y a la vez plasmar especificidades reveladoras de dimensiones contextuales. Después de realizados los grupos de discusión, cuyas estrategias metodológicas detallamos en las ocho primeras notas de pie de página de este texto, pasamos a las respectivas transcripciones y análisis de los datos.
La lectura de los grupos de discusión no obedeció a una interpretación casuística de lo que se expresó en cada grupo en concreto. La decodificación que establecemos asumió los discursos como portadores de una manifestación social previa, “para comprender (y por tanto, para controlar) los significados y las funciones de los “textos” escritos o hablados, necesitamos comprender (controlar) sus contextos” (Van Dijk, 2004: 14). Demos sentido al actor como sujeto social que se construye fuera de su propio grupo de discusión. Todo ello, bajo el añadido del planteamiento hermenéutico que “ha defendido siempre la seguridad del comprehender frente al escepticismo histórico y la arbitrariedad del subjetivismo” (Dilthey, 2000, p. 199). Se trata de una traducción de los significados que construyen ese mismo discurso (Gadamer, 1989). Es decir, la traducción de la experiencia de aquellos que la vivieron, directa o indirectamente, con la responsabilidad de que toda traducción contiene problemas de interpretación. Para minimizar estos efectos debemos captar el sentido que los actores dan a sus propias acciones desde una lógica comprensiva, pues las palabras indican un sentido propio para sus acciones.
Los discursos nos permitieron extraer etiquetas interpretativas, donde percibimos variables explicativas que determinaban lecturas del pasado, son marcos sociales de la memoria en la definición de Maurice Halbwachs (2004). De forma breve, dadas las restricciones de extensión del texto, resumimos en la Tabla 1 las principales evidencias extraídas de los grupos de discusión hechos en Portugal y España que configuran una posibilidad de tipología del recuerdo.
Verificamos que las premisas invocadas por el teórico francés acerca del proceso de formación de la memoria colectiva pertenecían a una aproximación macroteórica donde difícilmente conseguimos extraer evidencias sustantivas La lectura de los procesos de socialización del recuerdo no fue fácil de desvelar, pero nos dieron pistas importantísimas para que percibiéramos que la posición social, los valores sociales vigentes y la forma como son compartidas las experiencias del pasado relatado (inclusivamente las ausencias de significado de los hechos), resultaron como muy determinantes para la configuración de las percepciones de los acontecimientos. Deducimos lecturas que nos permitieron operacionalizar tipologías manejables del punto de vista empírico.
Eso nos permitió constatar lo que ya nos parecía previsible desde las lecturas de los procesos de socialización de la memoria, que el sentido del recuerdo es dependiente de la relación, directa o indirecta, con el pasado autoritario. Los que vivieron los acontecimientos de las dictaduras de forma directa construyen su percepción del pasado como expresión de una memoria vivida que gana significado en el presente. Distinta de la reconstrucción del recuerdo de las generaciones que nacieron posteriormente a los acontecimientos históricos y que incorporan el sentido del pasado “mediante las personas que participaron en los acontecimientos” (Margalit, 2002, p.44), fabricando una memoria mediada de los hechos. Las memorias vividas y mediadas son a la vez atravesadas por las memorias mediatizadas, fruto de los discursos informativos, ficcionales e históricos que circulan en el espacio público.
Fue interesante percibir que la interpretación de los relatos mediatizados estaba decididamente marcada por los procesos de socialización de la memoria, dependiendo si las lecturas del pasado estaban marcadas por posiciones más legitimadoras o críticas con las dictaduras ibéricas. Discurriendo a partir de esta evidencia percibimos que las cuestiones contextuales de donde se producen la memoria, lugares que se posicionaron de forma más beligerante o colaborativa con los valores autoritarios, eran determinantes para condicionar las lecturas, configurando memorias opositoras u oficiales.
De igual forma que observamos que la interpretación del pasado era dependiente del grado de politización de los sujetos. El tipoideal politizado (vinculado a partidos, asociaciones, colectivos sociales) construye un discurso más crítico con las formulaciones sobre los acontecimientos históricos, produciendo lecturas menos simplificadas de los acontecimientos y actores involucrados.
De igual forma notamos que las memorias colectivas politizadas se nutrían de las experiencias y conocimiento personales/próximos y alimentaban un mayor debate social acerca del pasado (conversaciones en el seno de la familia, amigos y debate público) por contraste con los grupos despolitizados12..
Los marcos sociales de la memoria resultantes de los grupos de discusión hechos en Portugal y España denotan una posibilidad de tipificaciones del recuerdo de pasados dictatoriales, divergiendo en los niveles de beligerancia discursiva fruto de identidades políticas marcadas por la Guerra Civil española. Las tipologías identificadas nos parecen idóneas para que se apliquen en otros contextos marcados por pasados autoritarios, complementadas por un segundo ejercicio de matización que no llevamos a cabo en este texto por limitaciones de espacio13. Tal lectura debería contemplar el cruce de todas las dimensiones que configuran el puzzle del recuerdo, barajando tipologías compuestas que perfilan a la memoria colectiva como un entramado complejo de atributos sociales múltiples (vividas/mediadas/oficiales/opositoras/politizadas/no politizadas).