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Ex aequo

versão impressa ISSN 0874-5560

Ex aequo  n.22 Vila Franca de Xira  2010

 

Habitar la amistad, resistir la prepariedad. Amigas en tiempos precarios

 

Betlem Cuesta Cremades y Àngela Lorena Fuster Peiró

Seminario «Filosofia i Gènere» Universitat de Barcelona

 

Resumen

La intención de este artículo es analizar la intersección entre los conceptos de precariedad y amistad. En primer lugar, se exponen algunos pasajes clave de la emergencia del concepto de precariedad determinados por el devenir de los movimientos de resistencia a las lógicas y políticas neoliberales. En segundo lugar, se sugiere una reflexión sobre la amistad como relación capaz de dar lugar a un pensamiento y acción en común. Finalmente, analizamos cómo las condiciones específicas de precariedad obstaculizan la posibilidad de tener experiencia de lo común incluso disminuyen la inquietud por construir alianzas de amigas.

Palabras clave Amistad, precariedad, relación, política.

 

Resumo

Habitar a amizade, resistir a precariedade. Amigas em tempos precários A intenção do artigo é analisar a intersecção entre os conceitos de precariedade e de amizade. Em primeiro lugar, apresentam-se algumas etapas chave da emergência do conceito de precariedade, determinadas pelo desenvolvimento dos movimentos de resistência às lógicas e políticas neoliberais. Em segundo lugar, sugere-se uma reflexão sobre a amizade como relação capaz de dar lugar a um pensamento e acção comuns. Por último, analisa-se o modo como as condições específicas da precariedade constituem um obstáculo à possibilidade de ter a experiência do comum e reduzindo a inquietação por criar alianças de amigas.

Palavras-chave Amizade, precariedade, relação, política.

 

Abstract

Inhabiting friendship, resisting precariousness. Friends in precarious times The article's purpose is to analyze the intersection between the concept of precariousness and the concept of friendship. First, we report some key stages of the emergence of the concept of precariousness determined by the development of the social movements of resistance to the neoliberal logic and policies. Second, we suggest a reflection on friendship as a kind of relationship that gives rise to common thinking and acting. Finally, we analyze the specific conditions of precariousness hampering the possibility of having experience of the common and creating alliances of friends.

Keywords Friendship, precariousness, relations, politics.

 

«As inumeráveis pequenas coisas. Por um momento só respirar à luz das inumeráveis

pequenas coisas que nos cercam. Ou nada poderá escapar

ao redemoinho desta escuridão, e o olhar descobrirá que somos apenas o que nos fez menos do que somos. Nada dizer. Dizer: as nossas próprias vidas dependem disso»

Paul Auster, 1978/79, Credo1

 

Introducción

Ha pasado un lustro desde que el Seminario «Filosofia i Gènere» de la Universitat de Barcelona organizó las «II Jornadas sobre la amistad y otras formas de relación política en el pensamiento femenino»2. Esta ocasión nos animó a sentarnos y pensar la amistad a la luz de un concepto que se había colado con fuerza en el vocabulario político: la precariedad. Las reflexiones que surgieron entonces fueron el resultado de un ejercicio de pensamiento conjunto, entre nosotras dos y Georgina Rabassó3, que bebía también de una experiencia compartida en un grupo de mujeres llamado «Les Aixines i les Allanes». Este grupo fue para nosotras, en primer lugar, un espacio donde pensar el mundo en el que vivíamos y nuestra realidad como mujeres jóvenes. Pero, por otra parte, fue también el espacio donde el concepto de amistad política devino práctica efectiva. En nuestro relatar el mundo se cortocircuitaban las fronteras de lo privado y lo público, y partiendo de unas subjetividades bastante variopintas intentábamos habitar y transformar el mundo. No se trataba, en ningún caso, de un ejercicio de confesión autocomplaciente, ni de hacer proliferar espacios de amistad íntima o privada, sino que la intención por nuestra parte era enunciar, pensar y transformar el mundo a través de nuestro diálogo y nuestra acción.

Así pues, recogiendo el impulso de aquellos encuentros y con motivo de las Jornadas articulamos un discurso a tres voces que pretendía relatar las relaciones entre amigas en tiempos de precariedad. Nuestro objetivo entonces y ahora es doble: enunciar y denunciar la precariedad que inunda nuestras vidas utilizando la amistad como pretexto y contexto para poder decir y decirnos. La philia se erigíacomo figura clave en primer lugar para afirmar nuestro ser estructuralmente precario, en tanto que necesitamos de otros/de otras para habitar y construir mundo. En segundo lugar, la amistad nos permitía identificar algunos de los diferentes procesos de precarización que afectaban nuestras vidas. Y por último, detectábamos en este vínculo un modo de resistencia a la precarización del mundo.

Ha llovido mucho desde entonces. Nuestros itinerarios personales y políticos se han transformado. Pero aún ahora, continuamos considerando el concepto de precariedad particularmente apto para relatarnos y pensar el mundo. Y quizás su idoneidad radica justo en el carácter heterogéneo de las carencias que enuncia.

Pero el cambio más significativo se ha producido en relación a nuestra conciencia como precarias cuando la crisis económica a escala transnacional está haciendo mella en nuestros contextos más cercanos. Es ahora cuando se hace particularmente complicado, a la vez que interesante, proclamarse precarias antes y también ahora. Porque en el origen de nuestras reflexiones nos encontrábamos en un momento ficticiamente boyante en el que el discurso dominante pretendía transmitirnos un sueño de abundancia. En aquellos años los relatos sobre la precariedad se erigían como contradiscurso y desenmascaraban una ficción. Actualmente, hablar de precariedad es casi una forma de enunciar el estado en el que se encuentra una creciente mayoría, con lo que la voluntad original de poner en entredicho el discurso oficial ha dejado de tener vigencia. Ahora, lo que había que desenmascarar se muestra de una manera clara y sangrante y el discurso oficial, por fin, se ha adaptado a tal evidencia. Hoy es quizás más claro que nunca que aquel sueño de abundancia no era más que un gigante con pies de barro.

En tiempos de crisis económica es muy fácil caer en la trampa de considerar que nuestro bienestar está únicamente unido al ámbito de lo material. Y aunque es casi una obviedad afirmar que las condiciones materiales son básicas para habitar el mundo y que el poder económico limita las posibilidades de relacionarnos, hacer crítica o actuar, nuestro deseo de habitar el mundo no se restringe a conseguir una estabilidad económica, ambiciona todo el resto. Por eso, pensar la precariedad y pensarla a la luz de la amistad, es pasaje obligado que nos invita a ir más allá de la necesidad del momento.

1. Del posibilismo a la precariedad

El último año del siglo XX dejó como reto una proclama pronunciada desde Seattle, «Otros mundos son posibles», que se convirtió en icono de un movimiento de resistencia a la globalización neoliberal. Sin que podamos decir que este grito haya desparecido radicalmente del horizonte político, parece cierto que ha perdido intensidad y el grito se ha transformado en murmullo. Los motivos de esta disminución de su potencia son variados, pero podríamos destacar que ha sido reapropiado por parte del discurso de una izquierda bienpensante a la que pretendía criticar (análogamente a la celebración de las diferencias). Pero, por otra parte, la transformación tiene que ver con una debilidad interna. La afirmación de la contingencia que había detrás de este grito abocaba a un sentimiento de impotencia y a encontrarnos frente a frente con el peligro inherente a toda utopía: caminar con la mirada perdida en el horizonte sin saber qué hacer con el presente que tenemos entre las manos. En este sentido, la filósofa Marina Garcés habla «de la doble experiencia de la impotencia y la estupidez que invaden y monopolizan nuestra relación con el mundo cada vez que sentimos que todo es posible pero que no podemos hacer nada» (Garcés, 1999: 15).

A la luz de este grito que anda afónico y que caracterizó una cierta etapa del movimiento de resistencia a la globalización, cada vez más voces desplazaban al centro de su discurso un concepto descriptivo, amplio y ambiguo: precariedad.

Tal vez, después de todo, al escuchar la palabra precariedad sólo resuenen las transformaciones que actualmente está sufriendo el modelo laboral: flexibilización, externalización, proliferación de los contratos temporales, reducción de derechos y garantías laborales… No obstante, la riqueza de este concepto, como se ha puesto de manifiesto en lo que llevamos de siglo, radica precisamente en el hecho de subvertir los límites del mundo productivo. Se parte de las condiciones materiales y simbólicas de existencia, de las transformaciones vinculadas a la globalización y se habla de cuál es el impacto y la trascendencia que tienen éstas a nivel individual y colectivo en nuestros comportamientos, en nuestros cuerpos y, por supuesto, en nuestras relaciones. Es así un concepto significativo para el discurso feminista, ya que al acoger la totalidad de la experiencia, muestra las interdependencias entre tiempos y espacios. Permite ir más allá del discurso económico poniendo al descubierto la deuda que tiene el sistema con el trabajo reproductivo de las mujeres.

Durante los primeros años de emergencia del concepto pudimos leer a «Precarias a la deriva», un grupo pionero en pensar las precariedades en femenino. En el 2004 también asistimos a las acciones de un colectivo de mujeres, «Ctrl- perdieron su trabajo en el MACBA por denunciar su carácter de «espacio generador de precariedad» (Ctrl.-i, 2006). Las narraciones y las acciones de éstas y otras mujeres encarnaron en femenino y en primera persona un concepto que podía ser sinónimo absoluto de la incertidumbre cuando se quiere vivir una vida digna. Un término que, tal y como señalaban las «Precarias a la Deriva», es «capaz de prescindir de una identidad clara en la que simplificarse y defenderse» (Precarias a la Deriva, 2004: 17).

Las precarias y los precarios reclamaban el derecho a acceder a los elementos esenciales para desarrollarse como sujetos. Avanzándose a la crisis, el precariado descubría las consecuencias y la trampa de un tiempo donde la abundancia era una ideología, una sensación de euforia colectiva, una confianza más o menos inquebrantable en que podríamos pagar el precio que nos estaban pidiendo por vivir. Sobre esta ideología de la abundancia aparecieron los movimientos de protesta de las personas migrantes, de los y las trabajadoras intermitentes (desde los investigadores/oras a los trabajadores/oras temporales del campo, los temporeros), de las masas de estudiantes que escupía la Universidad hacia un futuro incierto en el mercado laboral, los parados, los de treinta y tantos que no podían alquilar una vivienda y mucho menos comprarla, los ancianos que necesitan cuidados, los desmotivados y desmotivadas… Estos movimientos han logrado politizar el concepto de precariedad.

La precariedad pasaba así de enunciar una pérdida de garantías y de estabilidad en el mundo laboral asociada a las formas de contratación postfordista, a ser un término central, casi omnicomprensivo en el lenguaje de los movimientos sociales. Ponía en evidencia desde necesidades materiales hasta necesidades afectivas, afirmándolas como condiciones indispensables para vivir; por eso ha acabado por convertirse en una descripción de las condiciones existenciales de la contemporaneidad.

La precariedad remite a una figura del derecho romano (el precarium): aquella figura en que los súbditos suplican al amo un bien que sólo con su consentimiento podrán disfrutar de manera gratuita y temporal. Cuando adjetivamos un sujeto o un objeto como precario estamos afirmando esa incertidumbre de la existencia de las cosas y las personas, de aquello que se sostiene en un equilibrio frágil y que depende de los otros para seguir sosteniéndose (Butler, 2006)4. De los otros y del sistema económico-político en el que vivimos. Por tanto, con el término precariedad estamos enunciando nuestra propia forma de estar en el mundo en tanto que seres relacionales, desmitificando con ello el solipsismo que el patriarcado y el discurso económico han perpetuado.

Con el pistoletazo de salida del siglo XXI, pero sobre todo a partir de la contracumbre organizada en Génova en el 2001 con motivo de la reunión del G8, el concepto de precariedad se puso en circulación. Con esta palabra heredada de la sociología de las últimas décadas del siglo pasado, el colectivo de los «Chainworkers» de Milán introdujo en el seno de los movimientos sociales este conceptoestandarte de la lucha antiglobalización. Ya en aquel año se organizaba en la capital italiana el primer MayDay! en el que un cortejo de unas 500 personas salió a las calles para inaugurar una nueva tradición de celebraciones del 1 de mayo bajo el grito «Stop al precariato» (véase bibliografía). Sólo a lo largo de los años siguientes se convirtió en realidad la vocación transnacional y transversal con la que nacía esta iniciativa: organizar alianzas políticas entre individualidades heterogéneas para visibilizar una nueva realidad derivada de las condiciones de explotación propias del postfordismo.

Cada nuevo lema del MayDay concentraba las reflexiones y prácticas de un amplio espectro de grupos europeos que unieron fuerzas para afrontar y decir por qué éramos/somos precarias y precarios. El nuevo «nosotros los precarios» desbordaba el concepto marxista de proletariado, transmitía voces no representadas por los sindicatos y los partidos de izquierdas, reclamaba las calles y hacía realidad el poder predicar nuestras diferencias bajo el signo común de la precariedad. Se trataba de códigos de emergencia que iban más allá de las reivindicaciones de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. En cada manifiesto se insistía con mayor decisión en la dimensión no pasiva del sujeto precario, en su capacidad de acción y reapropiación del presente, en el autogobierno de nuestras vidas, en la capacidad de burlar el control que las disciplina… Las precariedades no victimizadas se convertían así en condiciones de la flexibilidad, de la movilidad, de la actuación en los límites de la legalidad. Eran las promotoras de alianzas socio-políticas en una Europa que la mayoría de los movimientos que impulsaron el EuroMayDay sólo veían como una patraña económica. Pero a la vez no se podía perder de vista que la precariedad era y es el motivo contra el que luchar. Se lucha a favor de unas condiciones materiales y simbólicas dignas y por la posibilidad de que el acceso a éstas no nos cueste la vida. Se exigía y se sigue exigiendo una renta de ciudadanía universal.

Desde el principio, el concepto aparecía con toda su ambigüedad y progresivamente se profundizaría en esa característica que a su vez constituía su riqueza y su amenaza: su capacidad inclusiva.

En el primer Mayday la precariedad hacia referencia a la falta de derechos de los asalariados. En el del 2002 y sobre todo en el del 2003 ya no se hablaba de un término acotado al ámbito laboral, el sujeto de la multitudinaria manifestación de Milán era ya definido como el precariado social europeo. Aquel «nosotros » de quienes empezábamos a autodesignarnos como precarios, conseguía introducir en un juego creativo el estatuto de las víctimas y, tal vez, éste fue el mayor logro: movilizar conciencias y descubrir en nosotros la necesidad de gritar y actuar conjuntamente sin complejos de clase y de procedencia. Sin duda, el movimiento social de los precarios consiguió ganar para su causa muchas individualidades que no habrían salido a la calle autodenominándose como proletarias. La precariedad prometía formas inusitadas de subjetivación, sujetos autónomos y colectividades no identitarias.

En el 2004 Barcelona se unía a Milán en la celebración del MayDay. Una multitud de sujetos con motivaciones y visiones de la intervención política diversas acudieron al grito del precariado: los colectivos feministas, trabajadoras sexuales, trabajadoras/es de lo inmaterial, ecologistas, independentistas, okupas, muchos y muchas activistas de los movimientos sociales o de los partidos de izquierdas. También acudieron aquellos cuyas precariedades nos parecían mucho más sangrantes que las nuestras, los/las sin papeles y las personas migrantes que, incluso con permisos de residencia, se encontraban en situaciones de explotación escandalosas. De hecho, en España, los primeros movimientos de precarios están ligados a las protestas de los trabajadores agrícolas de El Ejido(Almería), la mayoría inmigrantes, que protagonizaron a partir del año 2000 cierres y huelgas pidiendo su regularización y los papeles de residencia. Pidiendo, en fin, que se contara una historia que hasta entonces era más propia de otros países más ricos y más europeos. Desde entonces el Estado Español se ha convertido en el que mayor número de trabajadores temporales cuenta entre sus asalariados.

A raíz del éxito que tuvo la convocatoria del EuroMayDay del 2004 y del 2005 se organizaron numerosos encuentros internacionales en diferentes puntos de Europa, y el Forum Social Europeo, junto con otros foros sociales, contribuyó a consolidar esta línea de reflexión y acción. En definitiva, la fiesta de la precariedad, patrocinada por San Precario y Santa Precaria, articulaba muchas precariedades: las de todas las equilibristas, las mujeres pulpo, los funambulistas que se muestran en el espacio público en su deficitaria condición, pero esta vez se mostraban en tono festivo. El grito era «Precarios y precarias del mundo, conspiremos». La precariedad reclamaba «las calles del instinto precario» y con ellas nuevas formas de habitarlas, exigía constituir activamente algo común.

En el caso de Barcelona, destacaron las provocaciones para cortocircuitar la lógica que podía seguir operando sin ser cuestionada. Por ejemplo, se imputaba la idea de que la dignidad pasa por tener un trabajo, que nuestros intercambios están presididos por el modelo mercantil y que la esfera de la reivindicación político-social no puede ser restringida a las demandas y cuestiones relativas a lo laboral. Algunos activistas acertaron a promover campañas para advertir de la mercantilización de nuestras vidas y del riesgo de aplacar un malestar potencialmente creativo con los remedios terapéuticos al uso, entre ellos la cultura encauzada institucionalmente. Durante el 1 de mayo de 2005 ya no se pedía el pleno empleo, había voces que demandaban «Dinero gratis». Lanzaban «un grito de asco frente al sentido común» y a favor de romper con los miedos que nos impiden vivir y sobre todo vivir juntos (véase bibliografía). Se estaba reivindicando la gratuidad en un mundo donde todo tiene un precio, un precio que las precarias y precarios no están dispuestos a pagar porque la plusvalía es excesiva. Así, algunos coreaban para escándalo de otros «No pidas trabajo, que si no te lo dan»; no sólo se pedía el abaratamiento de los productos de uso con las acciones de la comunidad «Yomango» (véase bibliografía)5; también se reformulaba el decidido no a la guerra contra la invasión de Irak y las reivindicaciones posibilistas con un «Paremos el mundo, otra guerra es posible».

Estos discursos se han ido desarrollando hasta la actualidad sin perder como referente la precariedad. A lo largo de estos años se han puesto en marcha campañas de información y denuncia sobre las derivas de la precariedad en diferentes contextos geográficos y desde diversos enfoques. Simultáneamente, se ha insistido en encontrar formas públicas y libres de producción de conocimiento y en poner trabas a la creciente privatización del mismo, legitimada a golpe de ley para proteger la propiedad intelectual. Los debates siguen estando vivos, pero la precariedad como centro del discurso ha sufrido desplazamientos y reajustes. Ese entusiasmo inicial por el término parece haberse difuminado o más bien diseminado, pero palpita todavía en los discursos y gestos de resistencia a las nuevas leyes que surgen de una misma lógica: todo lo que circula tiene un precio y quien circula sin papeles es alguien ilegal.

2. Precariedad entre amigas

El problema que identificábamos en el concepto de precariedad es que, precisamente por ser tan inclusivo, podía restar peso a las diferencias efectivas que componían ese «nosotros» incomponible en términos de clase. El riesgo de las palabras que importan, como dijo Simone Weil, es que se conviertan en palabras vacías (Weil, 1997: 31). Puesto que la precariedad ponía en el centro una dimensión individual y colectiva, no podíamos permitirnos obviar que las diferencias encarnadas de sexo, estrato social, raza, formación eran necesarias para analizar las precariedades efectivas. En este sentido tampoco resultaba superfluo diferenciar, por una parte, entre la precariedad como condición existencial y, por otra, entre precariedades más concretas, unas impuestas con absoluta obligación y otras que, en cierta medida, se escogían porque preferíamos ser precarias a tener la garantía de una vida acomodada según criterios inaceptables. Por eso fue y sigue siendo fundamental tanto analizar la precariedad desde una perspectiva de género, desde las narraciones de las personas migrantes y desde otros colectivos de precarios que viven fuera de los límites de Europa, como escuchar las voces de quien en diferentes frentes de su vida se reconoce y se reclama precario estableciendo la demarcación frente a lo inaceptable.

Nos descubrimos precarias y precarios porque dependemos de los otros, no sólo para cubrir nuestras necesidades más básicas, pues esta dependencia no se limita a la esfera de reproducción material de la vida. Necesitamos de los otros para construir y trasformar la dimensión simbólica de nuestra existencia en el mundo. Para combatir desde dentro una precariedad en la esfera de lo simbólico y de los afectos que perpetúa la invisibilidad de ciertas individualidades y la desafección por nuestras vidas y por el mundo. Somos seres precarios porque el sistema nos restituye ante el mundo como seres aislados, puesto que lo primero que se precariza es nuestra capacidad de ponernos en relación.

Politizar la precariedad desde el reconocimiento de una pluralidad tan polémica como enriquecedora parece exigir la creación de espacios de interlocución no pautados por nuestros espacios cotidianos de existencia. Exige aliarnos en vista a un objetivo radicalmente político como pueda ser el preguntarnos bajo qué condiciones es posible lo que parece imposible: un mundo común.

Ante tanto malestar decidimos abrir un espacio donde mirarlo de frente con la ayuda de otras, aliarnos desde la perplejidad y la fragilidad de nuestro ser precarias, así como desde el reconocimiento de la precarización del espacio donde habitamos. La experiencia de las feministas italianas de la diferencia sexual (Diotima, 1987) nos enseñó que promover la relación con otras mujeres, yendo más allá de la identidad de víctimas que compartimos, puede hacer emerger una radical libertad femenina. Sólo cuando el deseo de ser y aparecer libres nos hace entender que hay otras narraciones todavía no articuladas sobre el devenir de las mujeres, nos percibimos como sujetos potentes y capaces de construir espacios para que estas relaciones puedan tener lugar en el mundo.

Es posible que las condiciones de injusticia y desigualdad en las que se ha desarrollado la vida de las mujeres y su condena secular a no salir de la sombra de lo privado, expliquen hasta cierto punto la importancia vital que conceden a sus vínculos de amistad con otras mujeres. Todavía hoy es un tópico que nosotras tenemos más necesidad de confesar nuestras inquietudes, compartir nuestras penalidades, sincerarnos con la amiga, y que nos avergüenza menos pedir ayuda o acompañamiento cuando sentimos que solas no podemos cargar con algo. Esto podría ser un síntoma de nuestra heteronomía frente a la autonomía que caracteriza al sujeto masculino concebido por el pensamiento occidental. Pero como ha puesto de manifiesto el pensamiento feminista se puede acceder a una subjetividad autónoma, libre, sin negar la realidad de que vivimos siempre en mutua interdependencia.

Como advierte Luce Irigaray, cuando el deseo masculino está en el centro de nuestra cultura parece que las relaciones entre mujeres puedan ser concebidas únicamente desde la rivalidad o la homogeneidad y son relegadas al espacio de lo privado (Irigaray, 2010: 137). En cambio, la amistad ha sido alabada ya desde Aristóteles como una virtud propia de una esfera de la cual la mujer ha sido siempre apartada: la política. En un momento en que precisamente el feminismo ha desdibujado la frontera que separaba lo personal y lo político, la misma frontera donde encuentra su lugar la amistad, resulta interesante considerar las virtudes de la amistad entre mujeres para habitar nuestro mundo precario y para no dejar que la creciente precarización barra los espacios que se han conseguido crear o impida crear otros nuevos.

Desde este punto de vista, la politización de la precariedad encuentra su espacio en la política postidentitaria de las relaciones y nos proyecta hacia una «dirección desconocida», en palabras de Françoise Collin (Collin, 2006: 85). Y, precisamente, en este punto resulta relevante constatar cómo durante las últimas décadas se han abierto espacios prolíficos de diálogo, acción y resistencia entre mujeres que pueden ser considerados alianzas de amigas y cómo en nuestros días continúa siendo importante la emergencia de estas alianzas de mujeres donde la igualdad no excluye las diferencias. Así pues, en la intersección de la precariedad, la amistad y la política podemos encontrar un lugar desde donde reivindicar la importancia de elegir amigas para compartir el mundo, elegir amigas para pensar y decir nuestro malestar frente a sus derivas, para dar respuesta a nuestros acontecimientos. Parece necesario dar existencia a estos intercambios porque de ellos depende no sólo el sentido de nuestras vidas sino también el sentido fuerte de habitar un mundo en común en tanto que mujeres: juzgar lo que nos provoca hastío y lo que todavía nos agrada, resistirnos a que el mundo se enajene, redescubrir nuestras capacidades de transformarlo y, sobre todo, descubrirnos a nosotras mismas y a esas otras que nos interpelan y responden.

Podemos encontrar amigas en los contextos cotidianos de nuestras vidas. Y buscarlas en otros lugares, a los que nos desplazamos para darnos la posibilidad de devenir alguien que, tal vez, no estaba previsto en las alternativas que nos ofrecían nuestras coordenadas de procedencia. Pero, sobre todo, podemos experimentar la potencia subversiva de la amistad escogiendo compañeras con las cuales tal vez no compartiremos ninguna amistad íntima, pero con quienes nuestras relaciones se articularán a partir de una voluntad común de reflexionar y manifestar nuestras precariedades a la luz del espacio público.

Tal vez sea ocioso distinguir analíticamente entre amistades íntimas y amistades políticas. Sin embargo, es pertinente subrayar que existe una diferencia entre tener amigas con quienes las afinidades personales no pasan, en primera instancia, por querer pensar o transformar nuestras condiciones, y tener amigas entre las cuales el vínculo principal es el deseo de poner en marcha un recorrido de acción y pensamiento, «tomar la iniciativa respecto a lo que nos ha sido dado» (Birulés, 2009: 153).

Todo vínculo de amistad combina intimidad y distancia, cierta exigencia y una autoridad «no impuesta» que se «concede-otorga-reconoce» a alguien que sentimos como «capaz de hacernos crecer» (Rius, 1997: 58). Cuando nos decimos amigas íntimas de alguien estamos aludiendo a una relación de confianza donde la estima, la sinceridad y el conocimiento recíproco son elementos indispensables. Sabemos que entre nosotras existe un reconocimiento de nuestras cualidades y una cierta comprensión de nuestros vicios. Con las amigas íntimas sentimos menos miedo a exponer lo que pensamos porque albergamos la seguridad de que no nos prejuzgarán y que sus críticas no pretenden destruirnos. Si podemos identificar algún riesgo en estas amistades es la dificultad de conservar la distancia entre las amigas. En las amistades políticas la distancia nos enriquece cuando se pone al descubierto en el diálogo o en nuestros gestos. Cuando nos decidimos a pensar en común o cuando actuamos, cada vez que con la acción y la palabra introducimos nuestra novedad en el mundo (Arendt, 2002: 211 y ss.), la disensión es algo que no hay que temer, lo cual no excluye que se llegue a ciertos acuerdos en el discurso y a una concordancia a la hora de actuar en el espacio público.

Nosotras descubrimos nuestro deseo de experimentar la amistad en este sentido menos íntimo y más mundano con mujeres que conocíamos mucho, poco o de las que apenas sabíamos nada cuando reconocimos que en nuestras conversaciones insistíamos en lugares comunes sobre nuestros procesos de subjetivación como mujeres. Nuestras carencias o excesos revelaban un cierto estado de cosas que desbordaba lo subjetivo de nuestras vivencias y apuntaba directamente a una realidad objetiva que gravaba sobre muchas.

Desde el inicio de esta valiosa experiencia colectiva nos dimos cuenta de que hacía falta valor para tomar la palabra ante desconocidas y sin tener un guión previo. Había que vencer muchos miedos relacionados con la confrontación, la autoexigencia, la poca tolerancia a hacer el ridículo, la falta de práctica, el grado de timidez de cada una. Este fue un buen principio de reflexión al que siguieron discusiones sobre el trabajo, la precarización del tiempo y el espacio, la sexualidad heteronormativa, la maternidad. En los encuentros solíamos explicar nuestras experiencias individuales: un «yo, por ejemplo,…» suscitaba otro y a medida que íbamos exponiendo nuestras opiniones se hacía patente que ese mundo que nos acomunaba y distanciaba adolecía de una precariedad propia. Cada una acusaba y respondía a sus golpes desde posiciones laborales y vitales diversas: como madres, como lesbianas, como free-lance, como trabajadoras cognitivas o como dependientas de establecimientos, como artistas, como extranjeras… Pero ser mujeres y jóvenes en la primera década de este siglo determinaba que las causas de nuestras precariedades fueran bastante paradigmáticas, aunque siempre había esperanzadoras excepciones. En un resumen apresurado podríamos enumerar las siguientes: la dificultad en reconocer nuestras habilidades y competencias, falta de recursos para disfrutar de un espacio y tiempo propios y compartibles, dificultad en conciliar los horarios de trabajo con otras obligaciones o deseos, incertidumbre laboral con independencia de la preparación en los respectivos campos de interés, trato y salario desigual respecto a los compañeros de trabajo, malestar con los roles impuestos a las mujeres, cierto sentimiento de tener que elegir entre ser madres o dedicarnos a conseguir éxito en nuestras carreras, preguntas sobre cómo podíamos incidir en el mundo aunque fuese a pequeña escala…

Gracias a nuestras puestas en común nos sentimos más libres y capaces de actuar en las calles de la ciudad donde vivíamos, Barcelona, interpelando a la gente sobre qué patrón medía su valor o desfilando con camisetas en las que nos autoproclamábamos vividoras del mes o mujeres desequilibradas.

Nuestras intervenciones y encuentros fueron interrumpidos por razones diversas. Pero todas ellas remiten, en mayor o menor medida, a los procesos de precarización entendidos en toda su amplitud. Y es que, como veremos a continuación surgen mil y un obstáculos para alimentar estos vínculos, tanto en sentido íntimo como político. Sirva este último pasaje testimonial para reflexionar sobre la urgencia de crear alianzas, sobre todo cuando cada día es más complicado prever tiempos y espacios comunes y resistirse a las inercias.

3. Devenires de la amistad en tiempos precarios

Ser amigas cuando la precariedad se ha colado, indiscreta y multiforme, entre nosotras. Ser amigas cuando ya hemos aprendido a transitar silenciosas por el subsuelo de esta ciudad que se mueve tan deprisa. Cuando el sistema productivo y el mercado aspiran a ocuparlo todo, cuando la tecnología transforma nuestros tiempos y espacios y nuestro propio cuerpo. Ser amigas en tiempos de precariedades, de saturación de la identidad femenina, cuando parece que la tierra que pisamos son arenas movedizas que nos hacen tambalearnos.

En esta encrucijada respondemos de nuevo a la cuestión clave del proyecto de acción-investigación de «Precarias a la Deriva»: ¿Cuál es tu precariedad? Como dijimos, nuestra respuesta móvil y fragmentaria parte de su reflexión y sobre todo de su pregunta. En esta respuesta queremos subrayar que los vínculos de amistad a menudo nos ponen tierra firme bajo nuestros pies, las redes tejidas nos ayudan a resistir el embate de nuestras vidas precarias. Confiamos en la ayuda mutua, en los ejemplos de las amigas, en sus consejos y cuidados para poder sostenernos. Pero no queremos reducir nuestras amistades a vínculos asistenciales, un riesgo bastante común cuando la precariedad trueca el placer por la necesidad.

Cuando nos autoproclamamos precarias hoy remitimos a nuestros salarios y a nuestra inestabilidad laboral, a nuestro desempleo, pero también, quizá sobre todo, a nuestra relación con el tiempo. La realidad del mercado laboral entra siempre en escena cuando pretendemos nombrar nuestra experiencia y se entrecruza con el solapamiento constante de tiempos y espacios, la sensación de no llegar a todo, de quedarnos a medio camino aunque siempre corramos.

Y nos parece que estas dos caras de nuestro discurrir tienen que ver, en primer lugar, con nuestra condición de «hijas de la igualdad, herederas de las injusticias » (Simón, 2008) y, en segundo lugar, con el hecho de vivir en una metrópolis como Barcelona.

Ser mujeres jóvenes en un contexto donde la igualdad a nivel formal convive con una perpetuación de modelos de género tradicionales (invisibilizados por el discurso de lo políticamente correcto e incorrecto) tiene un peso decisivo. La identidad femenina se ve saturada, excedida, desbordada por un amasijo de imperativos morales, laborales, familiares, relacionales, políticos… Ya no es suficiente con que seamos buenas hijas, buenas madres y buenas esposas, ahora tenemos que ser buenas en todo. El mito de la superwoman planea sobre nuestras cabezas y una y otra vez nos vemos caer en la trampa de un deseo de perfección tiránica. Buenas madres, magníficas compañeras-psicólogas, inmejorables profesionales, amigas atentas, abnegadas cuidadoras, compañeras creativas, divertidas e inteligentes… y un sinfín de calificativos que a menudo se traducen en un malestar profundo.

Pero por otra parte, para hablar desde y sobre nuestra experiencia nos parecía que nuestra precariedad estaba vinculada también al hecho de vivir en esta ciudad, a la que hemos llegado en diferentes momentos vitales y que ha ido transformándose paulatinamente en la millor botiga del món (la mejor tienda del mundo)6. No pretendemos indicar con ello que nuestros modos de precariedad estén única y exclusivamente vinculados al modus vivendi de Barcelona o de las grandes ciudades, sino más bien que el hecho de proceder de otros lugares marca ciertas formas e intensidades con las que sentimos la precariedad. Cuando estamos lejos de nuestras madres, padres, abuelas y abuelos es más difícil cuidarlos y ser cuidados. Pero también el hecho de que nuestras comunidades de adscripción sean pueblos mucho más pequeños hace que en la ciudad sintamos la precariedad de otra manera.

Barcelona, modelo industrial hasta los años 70, ha ido convirtiéndose en una ciudad de servicios donde cada vez más aspectos de nuestra cotidianeidad caen bajo el avance implacable del mercado. Por un lado parece que la ciudad continuamente nos interpela, nos invita, nos llama. Y en esta Barcelona-hipermercado la realidad está en venta: estímulos por todas partes que hacen que nuestra precariedad y nuestro malestar tenga que ver muchas veces con no poder estar en todas partes, hacerlo todo, consumir el mundo entero.

La privatización de la calle, disfrazada entre otras por «ordenanzas municipales sobre civismo»7, junto con la situación del mercado inmobiliario tiene un impacto decisivo en nuestras vidas y nuestras amistades. Muchas hemos podido comprobar que la vida en treinta metros cuadrados, y a menudo compartidos, no es fácil. En este espacio francamente reducido se conjugan, se mezclan, se solapan y se confunden tiempos y relaciones. Como comentaba una de las mujeres entrevistadas en Precarias a la Deriva: «treinta metros cuadrados en donde amo, convivo, duermo, festejo, peleo y además trabajo» (Precarias a la Deriva, 2004: 184). Bajo estas coordenadas el encuentro entre amigas es también difícil de organizar. Y entonces desplazamos nuestras charlas al exterior, produciéndose una proliferación de relaciones íntimas en la calle privatizada barcelonesa, en sus cafés y bares con precios de ciudad turística, capital de la moda y el diseño. Encuentros que, no podemos dejar de decirlo, acaban por no ser tan habituales cuando el trabajo doméstico y de cuidado ocupa más tiempo. Las mujeres que tienen personas dependientes a su cargo acaban experimentando la mezcla de espacios y tiempos también ahí, el encuentro entre amigas se diluye y se fragmenta al mezclarse con el trabajo de cuidado.

Además, en la conjunción de elementos que caracterizan la globalización neoliberal en las urbes, los límites de la ciudad han ido ampliándose y fagocitando los pueblos y ciudades de alrededor. Esta tendencia, junto con las presiones del mercado inmobiliario (que cada vez con más frecuencia nos expulsa de los centros urbanos) provoca que, cuando esparcidas por la ciudad nos buscamos, el encuentro a menudo no pueda ser fácil. Al ser el metro o el tren el medio que vehicula nuestras relaciones de amistad no queda demasiado espacio para la espontaneidad. El encuentro entre amigas suele estar programado, concertado y depende de este horario oficial en el que todavía es posible moverse por las entrañas de Barcelona. Encontrarnos implica así una dependencia y un gasto de tiempo del que a menudo no disponemos, sobre todo porque lo sentimos como un lujo.

Y es que «precariedad» quiere decir también flexibilización del horario laboral y horas extras disfrazadas de un supuesto bajo rendimiento. Dos hechos irremediablemente unidos al miedo a perder el trabajo, ahora de una forma más radical, y apoyados por un sentimiento generalizado de resignación. Pero es importante señalar que, sobre todo para las mujeres de nuestra generación, el trabajo deja de ser exclusivamente fuente de ingresos para convertirse en lugar de realización personal. El hecho de que nos guste nuestro trabajo o simplemente que sea algo más que una actividad con la que obtenemos un salario se convierte muchas veces en una cuestión insidiosa. El trabajo remunerado, junto con la flexibilidad asociada a él, sumado a los requerimientos del trabajo reproductivo, acaba ocupando una parte cada vez más abusiva de nuestras vidas. En este contexto, asumir los dictámenes del mercado laboral implica una renuncia creciente al tiempo propio que determina la relación entre individuos, pero en mayor medida entre mujeres. Cuando la precariedad ha dejado de ser ritual de iniciación y se ha convertido, muy especialmente, para las mujeres de nuestra generación en un hecho estructural, se producen un deterioramiento y una restricción de las relaciones de amistad muy vinculados a la reducción y aceleración del tiempo. Se origina así una tendencia hacia la figura «compañera de trabajoamiga» con todo lo que acarrea. Con ellas la conversación circula y cae demasiado a menudo en el imperio del mundo laboral ampliando más todavía sus límites.

Considerar el impacto de las nuevas tecnologías en nuestras relaciones de amistad cuando parece que el teléfono móvil y el correo electrónico son parte de nuestro cuerpo es insoslayable. Gracias a la revolución tecnológica se amplia la potencia de nuestros cuerpos, nuestra capacidad de estar presentes sin estar. Pero al mismo tiempo, la exigencia de respuestas inmediatas o la pretendida disponibilidad absoluta son elementos a tener en cuenta. No sólo porque seguimos contestando mails y llamadas de trabajo incluso en nuestro supuesto horario de descanso, sino porque esta lógica de la inmediatez y la aceleración que caracteriza nuestro tiempo es contagiosa. Cuando llamamos a nuestras amigas para contarnos y saber de ellas a veces exigimos esos mismos valores que, sin embargo, combatimos con nuestros discursos: disponibilidad absoluta de 24 horas o rellamada rápida.

Cuando concediéndonos el lujo por fin conseguimos llegar a encontrarnos cara a cara o incluso organizar una reunión entre varias, descubrimos algo sobre cómo ha cambiado la comunicación entre nosotras, a pesar de que mantengamos habitualmente el contacto telefónico-electrónico. En estas circunstancias, las relaciones de amistad corren el riesgo de convertirse en el lugar donde comunicar el exceso. Cuando el encuentro es cada vez menos cotidiano el diálogo entre nosotras pasa a ser una confesión intensa de lo vivido y de la frustración por no vivir más que eso. De hecho, nuestra frustración se alimenta de la imposibilidad de vivir cosas juntas, de reunirnos sólo para contar lo vivido en la distancia. Entonces, las penas y las alegrías dejan de estar dosificadas y la intensidad de las emociones que despierta el encuentro a veces es extenuante. Además ya no contamos nuestras experiencias desde la cotidianeidad y la serenidad, sino desde la aceleración.

En definitiva, las transformaciones en el orden y la calidad del espaciotiempo tienen un peso decisivo en las formas en que hoy sentimos y vivimos las relaciones de amistad entre mujeres. Y aunque hemos cargado las tintas en las dificultades consideramos que en la conjunción de estas transformaciones y realidades mantener la calidad de nuestro vínculo exige dosis de voluntad y esfuerzo. Pero, en especial, afectan a la posibilidad de ser «amigas para el mundo». En este sentido, la reducción del tiempo propio y la inercia hacia un individualismo atomista para el que ser libre también implica estar libre de lo político repercuten directamente en nuestra relación con el mundo. Poder y querer intervenir, no renunciar a nuestra capacidad de transformar lo público, presupone no sólo mantener los vínculos de amistad privada, sino decidir con quién queremos crear pensamiento y actuar. Para ello hace falta liberar tiempo y liberar nuestro interés por lo común de las exigencias de nuestros proyectos de vida en singular. Es decir, necesitamos resistirnos a las lógicas que nos impiden pasar del echarnos de menos al pensar y hacer más cosas en común y para mantener lo común.

¿Cuál es nuestra precariedad? Muchas, pero necesitábamos subrayar esta. Nos sentimos todavía más precarias al darnos cuenta de lo mucho que perdemos y nos perdemos cuando renunciamos por necesidad a experimentar la potencia feliz y placentera de la amistad; y también cuando nos olvidamos de ese poder y esa felicidad que sólo tiene lugar cuando ponemos nuestra amistad en juego en el espacio público.

 

Bibliografía

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Weil, Simone (1997), Escrits sobre la guerra, Alzira, Bromera.

 

Notas

1 Epígrafe da responsabilidade da Coordenação do Dossier.

2 http://www.ub.edu/filosofiagenere/.

3 Georgina Rabassó analizó el texto de Marylin Friedman «El feminismo y la concepción moderna de la amistad: dislocando la comunidad» compilado por Carme Castells (1996) en el volumen Perspectivas feministas en teoría política, Barcelona, Paidós. Por diversos motivos en esta ocasión no ha podido unirse a nosotras.

4 Para una crítica del uso del concepto de precariedad en el libro de Butler nos permitimos remitir a Fuster Peiró, À. L. (en prensa) «Entre el duelo y el juicio: querría volver a verte» en AAVV, Poéticas por venir, políticas del duelo (Madrid, Verbum).

5 «Yomango» es un juego de palabras. El nombre de la marca de ropa Mango coincide con la 1.ª persona del presente del verbo «mangar», forma coloquial para decir «robar».

6 Desde el año 1997 la Concejalía de Comercio del Ayuntamiento de Barcelona convoca un premio anual mediante el cual pretende dar reconocimiento a las iniciativas empresariales comerciales de la ciudad. El lema se ha convertido en símbolo de un modelo de ciudad determinado y en blanco de las críticas de los movimientos sociales (http://www.bcn.es/millorbotiga/cat/comerc_premis.html).

7 Disponible en (http://www.bcn.es/conselldeciutat/pdf/plenari_22novembre_projecte_ordenanca.pdf).

 

Àngela Lorena Fuster Peiró y Betlem Cuesta Cremades forman parte del Seminario «Filosofia i Gènere» (Universitat de Barcelona) desde el 2003. À. Lorena Fuster ha escrito su tesis doctoral en torno a la imaginación política en la obra de Hannah Arendt, dirigida por Fina Birulés, y ha publicado diversos artículos sobre al pensamiento de esta autora. En el 2006 colaboró en la edición española del Diario filosófico de Arendt (Editorial Herder). Betlem Cuesta ha realizado el Máster en Estudios de las Mujeres (UB) y el Máster en Globalización, Agentes y Políticas de Cooperación (Universidad del País Vasco). Actualmente trabaja como Técnica de Igualdad en el Ayuntamiento de Badia del Vallès (Barcelona). lorenafuster@gmail.com

 

Artigo recebido em 15 de Abril de 2010 e aceite para publicação em 5 de Agosto de 2010.

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